Hijo de Dios y del hombre

"Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios e hijo del hombre, en cuanto
nacido del Padre sin madre, creó todos los días; en cuanto nacido de
madre sin padre, hizo sagrado este día. En su nacimiento divino es
invisible, visible en el humano, y en uno y otro admirable. En
consecuencia, es difícil afirmar a cuál de los dos nacimientos se
refiere lo predicho por el profeta: Su generación, ¿quién la narrará?:
si a aquel en que nunca estuvo sin nacer siendo coeterno al Padre, o a
éste, en el que nació en el tiempo después de haber hecho a la madre
en la que iba a ser hecho" (Sermón 195, 1).

Vino Pobre

Vino a tener hambre y a alimentar, vino a tener sed y a dar de beber, vino a vestirse de nuestra mortalidad y a vestir de inmortalidad, vino pobre para hacer ricos. Con todo, no perdió sus riquezas al tomar nuestra pobreza, porque en Él se encuentran encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Si tuviere hambre, no te lo diré, porque mío es el orbe de la tierra y cuanto contiene. No trabajes en vano buscando algo que darme, porque sin trabajo tengo todo lo que quiero
(Comentario al Salmo 49, 19).

Dame una lámpara

Dame una lámpara que dé testimonio del día; pero engrandece hasta el límite esta lámpara, de modo que quien sea más que ella sea ya día: Entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. ¡Oh Providencia inefable! A mí, hermanos, cuando pienso estas cosas, me llena más de admiración lo que afirma Juan de Cristo, según atestigua el evangelio: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Qué puede decirse que incluya mayor humildad? ¿Qué hay más excelso que Cristo? ¿Qué más humilde que un crucificado? El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo se mantiene en pie y le escucha, y se llena de gozo por la voz del esposo, no por la suya… Llegan algunos a Juan y le dicen: Aquel de quien tú diste testimonio bautiza, y todos se van a él, para que, como rival envidioso de Cristo, hablase mal de él. Pero en esa ocasión la lámpara arde más vigorosamente, resplandece con mayor claridad, se nutre mejor: a mayor distinción, mayor seguridad. Ya os he dicho, respondió, que yo no soy el Cristo. Quien tiene la esposa es el esposo; quien ha venido del cielo está por encima de todos. Los que creían en Cristo se llenaban de admiración, mientras que sus enemigos quedaban confundidos precisamente entonces, cuando se sentía impulsado a anunciarlo quien podía creerse que sintiera celos por él. El siervo se ve obligado a reconocer al Señor, y la criatura a dar testimonio del Creador; mejor, no se siente obligado, sino que lo hace libremente, pues es un amigo, no un envidioso; no mira por sí mismo, sino por el esposo”
 (Sermón 293, 6).

El Plan de Dios

“Tal es el plan de Dios. El hombre puede escrutarlo según su propia medida: unos más y otros menos; pero este plan divino encierra para nosotros un gran misterio. Cristo iba a venir a nosotros en la carne; Cristo, no un cualquiera, no un ángel ni un legado suyo; pero él, viniendo, los salvará. No había de venir un cualquiera; y, sin embargo, ¿cómo iba a venir? Iba a nacer en carne mortal; pasaría a ser un niño sin habla; sería colocado en un pesebre, envuelto en una cuna, nutrido con leche; pasaría de edad en edad, y, finalmente, perecería por obra de la muerte. Todas estas cosas son indicios de humildad y, más aún, manifestación de una gran humildad. —Humildad, ¿de quién? —Del excelso.  ¿Cuál es su excelsitud?... Ved a quiénes vino y cuan grande era quien vino. ¿Cómo vino hasta nosotros? En verdad, la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros. En efecto, si hubiera venido sólo en su divinidad, ¿quién hubiera podido soportarlo? ¿Quién lo hubiera acogido? ¿Quién lo hubiera recibido? Pero él tomó lo que éramos nosotros para que no permaneciéramos siendo lo que éramos; tomó lo que éramos por naturaleza, no por la culpa. Quien vino a los hombres en condición de hombre, no vino, sin embargo, en condición de pecador, aunque venía a pecadores. De estas dos cosas humanas, la naturaleza y la culpa, tomó la primera y sanó la segunda. Si él, en efecto, hubiese tomado nuestra iniquidad, hubiese buscado también él un salvador. No obstante, la tomó también para sobrellevarla y sanarla, no para tenerla, y apareció como un hombre entre los hombres, ocultando su divinidad”
 (Sermón 293, 5).

Disminuya el hombre

“Conviene que él crezca, dijo, y que yo mengüe. Esto nos lo han mostrado los respectivos días de nacimiento. Se trata de algo que está a la luz; testigo es el mismo sol; a partir del día de hoy disminuyen los días; a partir de la Navidad del Señor crecen. Conviene que el crezca y que yo mengüe. Jesucristo el Señor, gobernador y autor de la creación, rector del mundo, fabricador de los astros, ordenador de los tiempos, puesto que nació cuando quiso, eligió el día de su nacimiento, mediante el cual fuese bien simbolizado; él mismo asignó también el día a su precursor. Quiso que en éste viésemos a un hombre, y en él a Dios. Disminuya el hombre, crezca Dios: esto lo indican sus respectivas pasiones: Juan fue degollado, Cristo fue levantado en la cruz”
 (Sermón 293 D, 5).

Juan es el siervo

“Juan es el siervo, Cristo el Señor. Diga Juan en qué medida: De quien no soy digno de desatar la correa del calzado. ¡Cuál no hubiera sido su humildad con sólo decir que era digno! Si una persona se halla de pie o sentada y tú le desatas la correa de su calzado, advierto que él es el señor y tú el siervo. Esto es poco, dice Juan; no soy digno ni siquiera de eso… Juan, en cambio, se mantuvo en pie y le escuchó. ¿Y cómo sigue? Y exulta de gozo ante la voz del esposo. El es la Palabra, yo la voz, dice Juan. Es la voz, y exulta de gozo ante la voz del esposo. Tú, en efecto, eres la voz, él la palabra; pero él es palabra y voz. ¿Por qué es el Señor palabra y voz? Porque la Palabra se hizo carne. La palabra que genera nuestro corazón está dentro, en nuestro corazón, y se oculta a quienes están fuera de nosotros, como se os oculta a vosotros lo que ahora voy a decir, pero no a mí; la palabra está ya en mi corazón; mas para llegar a vosotros se sirve de la voz, y llega hasta ti lo que estaba oculto en mí, sin que al llegar a ti se aparte de mí. Si así es la palabra humana, ¿cómo será la Palabra de Dios
 (Sermón 293 D, 3).

Yo soy la Voz

Como era tan grande que hasta podía ser tomado por el Cristo, debió dar personalmente un testimonio en favor de Cristo. Aquel de quien da testimonio el hombre supremo es más que hombre. «No soy lo que pensáis. Es cierto que soy grande, y puede esto llevaros a pensar así, pero no soy lo que pensáis.» ¿Y quién eres tú?, se le preguntó. Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor» Ved al precursor, recibid al que señala el camino, temed al juez. Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas; todo monte y colina se abajarán y todo valle se elevará; lo torcido se volverá derecho, lo áspero llano, y toda carne verá la salud de Dios. Verá no a mí, sino la salud de Dios. La lámpara da testimonio del día, puesto que el día es Cristo. ¿Qué es Juan? La lámpara. Mas ¿por qué era necesaria la lámpara? Porque el día estaba oculto; estaba oculto hasta el momento de manifestarse, puesto que no podría manifestarse de no estar oculto. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria
 (Sermón 293 D, 2).

La lámpara es Juan

En efecto, como dijo el mismo Cristo, entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. Si ningún hombre era mayor que éste, quien sea mayor que él es más que hombre. ¡Grandioso testimonio de Cristo acerca de sí mismo! Mas para los ojos legañosos y enfermos no es grande el testimonio que de sí da el día. Los ojos enfermos temen la luz del día, a la vez que soportan la de una  lámpara… ¿Cómo han sido confundidos sus enemigos mediante esta lámpara? Examinemos el evangelio. Los judíos dijeron al Señor con ánimo de calumniar: ¿Con qué poder haces eso? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente. Buscaban no el creer en él, sino el poder acusarle; cómo tenderle asechanzas, no cómo verse liberados. Considerar lo que les respondió el que estaba viendo sus corazones, sirviéndose de la lámpara para confundirlos. También yo, les dijo, quiero haceros una pregunta. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde procede? ¿Del cielo o de los hombres?... Le respondieron: Lo desconocemos. Si lo desconocéis, estáis en las tinieblas, habéis perdido la luz. Si por casualidad las tinieblas se hallasen presentes en el corazón humano, ¡cuánto mejor sería dar acceso a la luz antes que perderla! Cuando respondieron: Lo desconocemos, les dijo el Señor: Tampoco yo os digo con qué poder hago esto. Pues sé con qué corazón habéis dicho: Lo desconocemos; no por deseos de ser instruidos, sino por temor a la confesión
(Sermón 293, 4).

Juan hombre supremo

Juan es el hombre supremo, pero siempre hombre; en cambio, de Cristo el Señor es muy poco decir que es el hombre supremo, puesto que es Dios y hombre. He presentado el testimonio del Señor acerca de Juan; he de ofrecer ahora el testimonio de Juan acerca del Señor. Retened en la memoria, conservad en ella el testimonio antes mencionado del Señor acerca de Juan, a saber: que entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. Eso es lo que dijo Jesús sobre Juan; ¿qué dijo Juan de Jesús? Antes que nada, ved cómo se cumplía el testimonio del Señor acerca de Juan. A éste le tenían por el Cristo; y, cuando se leyó la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, con lo allí narrado y  mencionado, oísteis que Juan dijo: ¿Quién sospecháis que soy yo? Yo no soy el Cristo. El error de los hombres sospechaba que en él había algo más, pero la humildad confesaba la realidad. Pero considerad qué fácil le hubiera sido abusar del error de los hombres v presumir de ser el Cristo. No lo hizo, y con razón es grande; es más poderoso confesando que relinchando de soberbia”
(Sermón 293 D, 1).

Jusn y los dos tesamentos

Juan, pues, parece ser una especie de límite entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Que él es, en cierta manera, un límite, como acabo de afirmar, lo atestigua el mismo Señor al decir: La ley y los profetas llegan hasta Juan Bautista. Es, pues, la personificación de la antigüedad y el anuncio de la novedad. En atención a lo primero, nace de padres ancianos, y en atención a lo segundo, se muestra como profeta ya en el seno de la madre. Aun antes de nacer exultó de gozo en el seno de su madre ante la presencia de Santa María. Ya entonces se declaró; se declaró aun antes de nacer; aparece de quien es precursor antes de que le vea. Son misterios divinos que exceden la medida de la fragilidad humana
 (Sermón 293, 2).

Nace Juan crece la noche

Por último, nace Juan cuando la luz del día comienza a disminuir y a crecer la noche; Cristo nace cuando las noches decrecen y los días se alargan. Y como si el mismo Juan hubiese advertido el simbolismo de los dos nacimientos, dijo: Conviene que él crezca y yo mengüe. He aquí lo que propuse para investigar y discutir. Os he anticipado esto; pero, si soy incapaz de escrutar toda la profundidad de tan gran misterio por falta de luces o de tiempo, mejor os enseñará quien habla dentro de vosotros incluso en ausencia mía, en quien pensáis devotamente, a quien recibisteis en el corazón, convirtiéndoos en templos suyos”
(Sermón 293, 1).

Celebremos el nacimiento de Juan

¡Cuál no será la gloria del juez si es tanta la del heraldo! ¡Cómo será el camino que ha de venir si es tal quien lo prepara! La Iglesia considera, en cierto modo, sagrado el nacimiento de Juan. No se encuentra ningún otro entre los Padres cuyo nacimiento celebremos solemnemente. Celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo, lo cual no puede carecer de significado, y, aunque quizá yo sea incapaz de explicarlo como merece la grandeza del asunto, da origen a pensamientos fructíferos y profundos. Juan nace de una anciana estéril, y Cristo de una jovencita virgen. A Juan lo da a luz la esterilidad, y a Cristo la virginidad. En el nacimiento de Juan, la edad de los padres no era la adecuada, y en el de Cristo no hubo abrazo marital. Juan es anunciado por un ángel que lo proclama; Cristo es concebido por el anuncio del ángel. No se da crédito al nacimiento de Juan, y su padre queda mudo; se cree el de Cristo, y es concebido por la fe. Primero llega la fe al corazón de la virgen; luego le sigue la fecundidad en el seno de la madre
 (Sermón 293, 1).

Reconoció quién era

Lo toman por Cristo, y dice que no es aquel por quien lo toman; no se apropia del error ajeno ni siquiera para alimentar su orgullo. Si hubiese dicho que era él, ¡qué fácilmente hubiesen creído a quien ya creían antes de decir nada él! Pero no lo dijo; reconoció quien era, se diferenció de Cristo y se humilló. Vio donde estaba su salvación; comprendió que era una lámpara, y temió que el viento de la soberbia la apagara
(Sermón 293, 3).

La Natividad del Señor

En primer lugar, debes saber que el día de la Natividad del Señor no se celebra como sacramento. Sólo se hace conmemoración del nacimiento, y para eso basta señalar, como festividad, el día correspondiente del año en que el suceso tuvo lugar. Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración se hace de modo que se sobrentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. Cuando celebramos la Pascua, no nos contentamos con traer a la memoria el suceso, esto es, que Cristo murió y resucitó. En la celebración de ese sacramento ejecutamos las demás cosas que el sacramento entraña... Lo que se celebra, pues, en la pasión y resurrección del Señor, es el tránsito de esta vida mortal a la inmortal, de la muerte a la vida
 (Epístola 55, 2).

Los profetas desearon verlo

De aquí es que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron; de suerte que también de ellos es esta voz: Mi alma desfalleció por tu salud. Luego, ni antes cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin del siglo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes, como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el Apóstol: Sólo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación o aparición. Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación de la cual dice así mismo: Cuando apareciere Cristo nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria
(Comentario al Salmo  118, s.20, 1).

Anunciemos su salvación

Y, cuando se leyó el evangelio, escuchamos que el bienaventurado anciano Simeón había recibido un oráculo divino según el cual no probaría la muerte hasta no ver al Ungido del Señor. El, tras haber tomado en sus manos a Cristo niño y haber reconocido la grandeza del pequeño, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salvación. Es cosa justa, pues, que anunciemos al día del día, su salvación. Anunciemos en los pueblos su gloria, en todas las naciones sus maravilla
 (Sermón 190, 4).

La voz y la Palabra

Por tanto, considerad ahora ya el alcance de aquellas palabras: Conviene que él crezca y que yo mengüe. Prestad atención, por si consigo expresarme; y, si eso no es posible, por si soy capaz de insinuar, o al menos de pensar, en qué modo, con qué sentido, con qué intención, por qué motivo —de acuerdo con la distinción mencionada entre la voz y la palabra —, dijo la misma voz, el mismo Juan: Conviene que él crezca y que yo mengüe. ¡Oh sacramento grande y admirable! Considerad cómo la persona de la voz, personificación misteriosa de todas las voces, dice de la persona de la Palabra: Conviene que él crezca y yo mengüe. ¿Por qué? Estad atentos
 (Sermón 288, 5).

No era hijo de la Soberbia

Ved empero cuánto se abaja el precursor de su Señor, Dios y hombre. A aquel, mayor que el cual nadie ha surgido entre los nacidos de mujeres, se interroga si es el Mesías. Tan importante era, que los hombres podían engañarse. Hubo dudas sobre él, si él sería el Mesías, y las hubo hasta el punto de que se le interrogó. Si fuese hijo de soberbia, no doctor de humildad, no se opondría a los hombres equivocados; tampoco haría porque supusieran aquello, mas aceptaría lo que suponían… La correa de cuyo calzado no soy digno de soltar. Ved cuánto menor sería si fuese digno, cuánto se abajaría si dijese esto –Mayor que yo es ese, la correa de cuyo calzado soy digno de soltar-, pues había dicho ser el digno de curvarse a sus pies. Ahora, en cambio, ¡qué altura encomió cuando se dijo indigno de los pies de él, más aún, de su calzado! Ha venido, pues, a enseñar humildad a los soberbios, a anunciar el camino de la enmienda
 (Sermón de san Agustín sobre el día del nacimiento de san Juan Bautista, 4, Sermones Nuevos).

María creyó

Este es la Palabra que existe en el principio antes del mundo; aquél es la voz que aparece al final, antes de la Palabra. La palabra sale después del entendimiento; la voz, después del silencio; así, María creyó al engendrar a Cristo, Zacarías enmudeció cuando iba a engendrar a Juan. Además, Cristo nació de una jovencita en la flor de la vida; Juan, de una anciana en declive: la palabra se multiplica en el corazón del que piensa, la voz se consume en el oído de quien la oye. Quizá se refieran también a esto las palabras: Conviene que él crezca y yo mengüe, pues todos los anuncios de la ley y los profetas enviados delante de Cristo, cual voz ante la palabra, llegan hasta Juan, en quien cesaron ya las últimas figuras; a partir de entonces fructifica y crece en todo el mundo la gracia del Evangelio y la predicación manifiesta del reino de los cielos, que no tendrá fin
(Sermón 293 C, 1).

Medida de la grandeza humana

¿Por qué, pues, vino Juan? A mostrar el camino de la humildad, para que disminuyese la presunción del hombre y se aumentara la gloria de Dios. Vino, pues, Juan, importante, encomiando al Importante; ha venido Juan, medida de hombre. ¿Qué significa medida de hombre? Ningún hombre había podido ser más que Juan; cualquier realidad que era más que Juan, era ya más que hombre. En efecto, si la medida de la grandeza humana hubiera quedado terminada en Juan, no encontrarías ya hombre mayor; y empero has encontrado uno mayor; confiesa que es Dios ese al que has podido encontrar mayor que un hombre perfecto
 (Sermón de san Agustín sobre el día del nacimiento de san Juan Bautista 3, Sermones Nuevos).

Escucha a Juan

Te será mejor escuchar a Juan, ¡oh hereje!; te será mejor retornar y escuchar al Precursor; mejor es para ti, ¡oh soberbio!, escuchar al humilde; mejor para ti, ¡oh lámpara apagada! escuchar a la lámpara encendida. Escucha a Juan. A los que se acercaban a él les decía: Yo os bautizo con agua. También tú, si te conoces, eres ministro del agua. Yo, dijo, os bautizo con agua; pero el que ha de venir es mayor que yo. ¿En qué medida? No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¡Cuánto no se habría humillado aunque se hubiese declarado digno de tal cosa! Pero ni siquiera se consideró digno de desatar la correa de su calzado. El es quien bautiza en el Espíritu Santo. ¿Por qué suplantas la persona de Cristo? El es quien bautiza en el Espíritu Santo
 (Sermón 292, 8).

Siervo que anuncia al Señor

No es necesario indicaros qué fiesta celebramos hoy, pues todos lo habéis oído al leerse el evangelio. Hoy recibimos al santo Juan, precursor del Señor, el hijo de una estéril que anunciaba al hijo de una virgen, pero siempre siervo que anuncia al Señor. Puesto que Dios hecho hombre había de venir mediante una virgen, le precedió un hombre excelente nacido de una mujer estéril para que aquél —refiriéndose al cual dice Juan que es indigno de desatar la correa de su calzado— fuera reconocido como Dios-hombre. Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha, repito, a Cristo no porque tú le ofrezcas algo a él, sino para progresar tú en él
 (Sermón 291, 1).

Juan estaba lleno de Espíritu

La virtud espiritual del sacramento es como la luz, y la reciben pura quienes han de ser iluminados y sin mancharse aunque pase por medios inmundos. Que sean ministros enteramente justos y que no busquen su gloria, sino la gloria de Aquel de quien son ministros ellos; pero que no digan: El bautismo es mío, porque no es verdad, porque no es de ellos. Fijen la mirada en Juan mismo. Mirad que Juan estaba lleno del Espíritu Santo, y el bautismo lo tenía del cielo y no de los hombres. Pero ¿hasta cuándo lo tuvo? Lo dice él mismo: preparad el camino del Señor. Mas, luego que el Señor fue conocido, él mismo vino a ser el camino
(Comentario al Evangelio de Juan 5, 17).

Bautismo de un hombre

El bautismo es tal cual es la persona por cuya autoridad se da, no cual la persona por cuyo ministerio se administra. El bautismo de Juan era como era Juan: bautismo santo, como era él; pero siempre de un hombre, que había recibido del Señor esta gracia, gracia tan grande como ser el precursor de su Juez, y de mostrarle con el dedo, y de realizar la voz de aquella profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor. El bautismo del Señor es como el Señor; luego es divino, porque el Señor es Dios
 (Comentario al Evangelio de Juan 5, 6).

Vino a bautizar con agua

Juan fue enviado a bautizar con agua. ¿Y el por qué de este bautismo? Para mostrarlo, dice, a Israel. ¿Para qué sirvió el bautismo de Juan? Si el bautismo de Juan, mis hermanos, era de alguna utilidad, subsistiría todavía hoy y seguirían bautizándose los hombres con el bautismo de Juan y se llegarían así al bautismo de Cristo. Pero ¿qué dice el Precursor? Para que se manifieste a Israel; es decir, que vino a bautizar con agua para que Cristo se mostrase a Israel, al pueblo de Israel. Juan recibió el ministerio de bautizar con agua de penitencia para preparar el camino del Señor cuando aún no había aparecido. Pero, desde el momento que el Señor fue conocido, era ya superfluo prepararle el camino. El mismo era ya el camino para quienes le conocían. Por eso no duró mucho el bautismo de Juan. ¿Cómo se mostró el Señor? Humilde; por eso recibió Juan el bautismo con el que el Señor mismo seria bautizado
(Comentario al Evangelio de Juan 4, 12).

La Palabra envió las voces

Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces, y, después de haber enviado por delante muchas voces, vino la voz; en cambio, para que tú puedas comprender llega antes la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo.  Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y resúmelas en la persona de Juan. El personifica el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces
(Sermón 288, 4).