Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo. Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje... Muestra nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo adonde se le atrae; es atraído por la afición y sin lesión alguna corporal; es atraído por los vínculos del amor. Si, pues, estas cosas que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los amantes, ejercen en ellos atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto por el Padre? ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre devoradora? ¿Para qué el deseo de tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad
(Comentario al evangelio de Juan 26, 4-5).    

Vamos Creyendo

No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón. Por eso, aquella mujer que tocó la orla de su vestido le toca más realmente que la turba que le oprime... No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el amor... ¿Qué es ser atraído por el placer? Pon tus delicias en el Señor y Él te dará lo que pide tu corazón. Hay un apetito en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si, pues, el poeta pudo decir: "Cada uno va en pos de su afición", no con necesidad, sino con placer; no con violencia, sino con delectación, ¿con cuanta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo el hombre cuyo deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? 
(Comentario al evangelio de Juan 26, 3).    

La Miserable y la Misericordia

"Sólo dos se quedan allí: la miserable y la misericordia... Sola aquella mujer e idos todos, levantó sus ojos y los fijó en ella. Ya hemos oído la voz de la justicia; oigamos ahora también la voz de la mansedumbre. ¡Qué aterrada debió quedar aquella mujer cuando oyó decir al Señor: 'Quien de vosotros esté sin pecado, que lance contra ella la piedra el primero!' Mas ellos se miran a sí mismos y, con su fuga confesáronse reos, dejan sola a aquella mujer con su gran pecado en presencia de aquel que no tenía pecado... Clava en ella los ojos de la misericordia y le pregunta: '¿No te ha condenado nadie?' Contesta ella: 'Señor, nadie'. Y Él: 'Ni yo mismo te condeno'; yo mismo, de quien tal vez temiste ser castigada, porque no hallaste en mí pecado alguno"
 (Comentario al evangelio de Juan 33, 4-5).    

El Cristo Humilde

"El camino es Cristo, el Cristo humilde; verdad y vida es Cristo, excelso y Dios. Si andas conforme al humilde, llegarás al excelso; si en tu flaqueza no desprecias su humildad, permanecerás fortalecidísimo en el que es excelso. ¿Cuál fue la causa de las humillaciones de Cristo sino la debilidad tuya? Tu flaqueza te asediaba rigurosa y sin remedio, y esto hizo que viniese a ti un Médico tan excelente. Porque si tu enfermedad fuese tal que, al menos, pudieras ir por tus pies al médico, aun se podría decir que no era intolerable; mas como tú no pudiste ir a él, vino él a ti; y vino enseñándonos la humildad, por donde volvamos a la vida, porque la soberbia era obstáculo invencible para ello; como que había sido ella la que había hecho apartarse de la vida el corazón humano levantado contra Dios "
 (Sermón 142, 2).