"El mismo amor ínfimo y terreno, el mismo amor sucio y torpe que va unido a las bellezas del cuerpo, nos invita a que nos elevemos a cosas superiores y más puras. Un hombre lascivo y deshonesto ama a una mujer bellísima. Es la belleza del cuerpo la que la mueve, pero en su interior busca correspondencia en el amor. Si oye que ella le odia, ¿no se enfría toda aquella pasión e ímpetu hacia los miembros bellos? ¿Acaso no se aleja, se aparta y se ofende con aquello a lo que antes tendía y hasta comienza él a odiar lo que amaba? ¿Cambió acaso la belleza? ¿No siguen existiendo las mismas cosas que le habían atraído? Allí están todas. Ardía en aquello que veía y exigía del corazón lo que no veía. Si, por el contrario, descubre que el amor es recíproco, ¡cuánto mayor será la vehemencia del ardor! Ella le ve a él; él, a ella. Al amor, ninguno lo ve. Y, sin embargo, es amado lo que no se ve"
(Sermón 34,4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario