"En cualquier caso, es casi un deber acrecentar las limosnas en estas fechas. ¿Hay forma más justa de gastar lo que os ahorráis con vuestra abstinencia que haciendo misericordia? ¿Y hay algo más perverso que entregar a la custodia de la avaricia siempre presente o a que lo consuma la lujuria aplazada lo que se gastó de menos a causa de la abstinencia? Considerad, pues, a quiénes debéis aquello de que os priváis para que la misericordia añada a la caridad lo que la templanza sustrae al placer. ¿Qué decir ahora de aquella obra de misericordia que no comporta sacar nada ni de la despensa ni de la cartera, sino sólo extraer del corazón lo que comienza a ser más dañino si queda allí dentro que si sale fuera? Me refiero a la ira contra cualquiera anidada en el corazón. ¿Hay cosa más necia que evitar el enemigo exterior y retener otro mucho peor en lo íntimo de las entrañas? Por eso dice el Apóstol: No se ponga el sol sobre vuestra ira: añadiendo a continuación: Y no dejéis lugar al diablo, como si hiciera esto quien no arroja inmediatamente la ira de su alma, prestando acceso al diablo por medio de ella, cual si fuera una puerta"
(Sermón 208, 2).
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