"Otra cosa quiero advertir a vuestra caridad: sabed que quien da personalmente algo a los pobres realiza una doble obra de misericordia. No hay que pensar sólo en la bondad del dador, sino también en la humildad del que sirve. No sé de qué manera, hermanos míos, cuando el pudiente alarga su mano hasta la del necesitado, el alma del primero parece como que se compadece de la común humanidad y debilidad. Aunque uno dé y otro reciba, se encuentran unidos el que sirve y el servido, pues no nos une la desgracia, sino la humildad. Vuestra riqueza será para vosotros y para vuestros hijos, si así place a Dios. Pero no se menciona esta abundancia terrena, que con frecuencia advertís que es dañosa. El tesoro yace tranquilo en casa, pero no deja estar tranquilo a su dueño. Teme al ladrón, al descerrajador de puertas, al siervo infiel, al vecino poderoso y sin escrúpulos"
(Sermón 259, 5).
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