Muriendo dio la vida

“Pero aquel león de la tribu de Judá de quien con tanta antelación se había predicho:Ascendiste, y, recostándote, dormiste como un león; ¿quién lo despertará?, ascendió a la cruz en su pasión, pues fue colgado porque misericordiosamente lo quiso, no como consecuencia necesaria de un pecado. Recostándose, durmió cuando, inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Como un león, pues hasta en la misma debilidad se mostró fuerte: La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres; además, muriendo dio la vida, y consumió la muerte con la muerte. ¿Quién le despertó sino el Dios invisible? ¿Quién, si no, dado que no se descubre a las miradas humanas, como tampoco la misma Palabra unigénita de Dios, invisible como el Padre? Así, pues, le resucitó de entre los muertos y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla y sea vencido el león que pretende devorar por el otro león que busca liberar” 
(Sermón 223 F, 2).

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