Al Amar a Dios te Amas

En consecuencia, ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas. Como la avaricia es la raíz de todos los males, así la caridad lo es de todos los bienes. La plenitud de la ley es la caridad. No voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos; esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar alguna vez a la perfección, y a tal perfección que no admita adición alguna
 (Sermón 179 A, 5).

Siervo por Amor

Quien obra bien por temor al castigo, aun no ama a Dios, aun no se cuenta entre los hijos. Con todo, ¡ojalá que al menos tema el castigo! El temor es siervo, y la caridad, libre; y, para decirlo así, el temor es siervo de la caridad. No se adueñe el diablo de tu corazón; vaya el siervo delante y haga reserva del lugar de tu corazón para la dueña que ha de llegar. Haz el bien; hazlo al menos por temor del castigo, si aún no puedes hacerlo por amor a la justicia. Llegará la dueña, y entonces se retirará el esclavo, porque la caridad perfecta expulsa el temor
 (Sermón 156, 14).

Amar Siempre

 Todos, en efecto, hemos sido llamados a la misma gracia; ¿por qué, pues, se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo? Porque quizás también a ellos se les dijo la verdad, aunque a nosotros, llegado el momento, se nos dijo más claramente mediante la presencia de aquel que sabía qué y a quiénes había que ocultar o descubrir algo. Si tenemos un enemigo al que nunca se nos ordena amar, éste es el diablo: Amarás a tu prójimo, es decir, al hombre y odiarás a tu enemigo, o sea, al diablo... Aun mientras se comporta cruelmente, mientras persigue, se le ha de amar, se ha de orar por él y se le ha de hacer el bien. De esta forma cumples el primer precepto de amar al hombre, tu prójimo, y de odiar al diablo, tu enemigo, y el segundo: amar a los hombres, tus enemigos, y orar por quienes te persiguen

(Sermón 149, 16).

El Espíritu Santo

Por eso, según nuestra capacidad, y en cuanto se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a unos hombres como nosotros, se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y del Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad. Así, lo que es común al Padre y al Hijo, quisieron que estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese don nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Mediante Él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. ¿De qué nos serviría conocer algún bien si no lo amásemos? Así como entendemos mediante la verdad, amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido. Y la caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado
 (Sermón 71,18)