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La voz que clama en el desierto

"Le respondieron: —Entonces, ¿quién eres tú? —Yo soy, dijo, la voz del que clama en el desierto: «Preparad los caminos al Señor.» La voz que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio. Preparad los caminos al Señor; como si dijera: 'mi sonido va dirigido a hacer que él entre en los corazones; pero no se dignará venir al lugar donde yo quiero introducirlo a no ser que le preparéis el camino'. ¿Qué significa: 'Preparad el camino', sino: 'suplicad lo que es debido'? ¿Qué significa Preparad el camino, sino: tened pensamientos de humildad? Recibid de él el ejemplo de humildad” 
(Sermón 293, 3).

Creo pero ayúdame

“Cuando hace poco se os leía el Evangelio, oísteis: Si te es posible creer, dice el Señor Jesús al padre del niño, si te es posible creer, todo es posible para quien cree. El, mirándose a sí mismo y puesto en presencia de sí mismo, sin confiar temerariamente, sino examinando antes su conciencia, observó en sí mismo algo de fe, pero vio también la duda. Vio una y otra cosa. Confesó tener una y pidió ayuda para la otra. Creo, Señor, dijo. ¿Qué debía añadir si no: «Ayuda mi fe»? Pero no dijo esto. Creo, Señor. Veo aquí algo, y por eso no estoy mintiendo. Creo, digo la verdad. Pero veo también no sé qué cosa que me desagrada” 
(Sermón 43, 9).

Construir la casa de la Fe

“Ahora, repito, construid con amor espiritual la casa de la fe y de la esperanza; construidla con las buenas obras que no existirán allí, porque no habrá indigencia alguna. Poned, pues, como cimiento en vuestros corazones los consejos de los profetas y apóstoles; echad delante vuestra humildad cual pavimento liso y llano; defended juntos en vuestros corazones la doctrina saludable con la oración y la palabra cual firmes paredes; iluminadlos con los divinos testimonios cual si fueran lámparas; soportad a los débiles como si fuerais columnas; proteged bajo los techos a los necesitados, para que el Señor nuestro Dios os recompense los bienes temporales con los eternos y os posea por siempre una vez acabados y dedicados”
 (Sermón 337, 5).

Ejecutad su Palabra

"Bendecid al Señor vosotros, vosotros todos los ángeles, todos los poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra; todos sus ejércitos, todos sus ministros, que hacéis su voluntad. Pues todos los que viven mal, aunque no muevan su lengua, maldicen al Señor con su vida. ¿De qué sirve que tu lengua cante alabanzas, si tu vida viola todo lo santo? Viviendo mal, indujiste a blasfemar a muchas lenguas. Tu lengua se entrega al canto de alabanzas, y las de los demás, que te contemplan, a blasfemar. Luego, si quieres bendecir al Señor, ejecuta sus órdenes, cumple su voluntad” 

(Comentario al salmo 102, 28).

Resucitó y voló a las alturas

“Mantengámonos, pues, en vela y oremos, para no caer en tentación, porque también él veló y se hizo como un pájaro solitario sobre el tejado; por eso resucitó y voló a las alturas y es el único que intercede por nosotros en el cielo. Presentemos nuestras preces a tan gran intercesor; él otorga, juntamente con el Padre, lo que pidió al Padre, puesto que es mediador y creador; mediador para pedir, creador para conceder; mediador hecho en el mundo, creador por quien fue hecho el mundo. Velémosle con mente sobria y con afecto lleno de fe y confianza, y presentémosle la oración que nos enseñó, para poder hacer con su ayuda lo que nos mandó que hiciéramos, y recibir, dándonoslo él, lo que prometió que recibiríamos” 
(Sermón 223 F, 3).

Sermón 209 - La oración, la limosna y la continencia.

Ha llegado el tiempo solemne de exhortar a vuestra caridad a pensar más seriamente en el alma y a mortificar el cuerpo. Estos cuarenta días son sagrados para todo el orbe de la tierra, que al acercarse la Pascua celebra con devoción, digna de ser pregonada en el mundo entero, que Dios reconcilia consigo en Cristo. Si existe alguna enemistad que nunca debió nacer o, al menos, debió morir luego, pero que fue capaz de perdurar en la vida de los hermanos hasta estas fechas, sea por dejadez, sea por obstinación o vergüenza, fruto no de la modestia, sino de la soberbia, que al menos ahora deje de existir.

Pedir, llamar, buscar


"Me atrevo a confesar que conozco lo que atañe a mi propia salud. Mas ¿cómo he de administrarlo a los demás sin buscar mi propia utilidad, sino la salvación de los otros? Quizá haya ciertos consejos en los Sagrados Libros (y no cabe duda de que los hay), cuyo conocimiento y comprensión ayudan al hombre de Dios a tratar con más orden los asuntos eclesiásticos, o por lo menos a vivir o morir con una conciencia más tranquila entre las manos de los inicuos. Así no perderá aquella vida por la que suspiran exclusivamente los corazones cristianos, humildes y mansos. Y ¿cómo puede eso lograrse, sino pidiendo, llamando y buscando, es decir, orando, estudiando y llorando, como el mismo Señor preceptuó?"
 (Carta 21, 4).

Experiencia orante


"¡Qué voces te di, Dios mío, cuando, todavía novicio en tu verdadero amor y siendo catecúmeno, leía descansado en la quinta los salmos de David –cánticos de fe, sonidos de piedad, que excluyen todo espíritu hinchado- en compañía de Alipio, también catecúmeno, y de mi madre, que se nos había juntado con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana! ¡Qué voces, sí, te daba en aquellos salmos y cómo me inflamaba en ti con ellos y me encendía en deseos de recitarlos, si me fuera posible, al mundo entero, contra la soberbia del género humano! Aunque cierto es ya que en todo el mundo se cantan y que no hay nadie que se esconda de tu calor" (Confesiones 9, 4, 8).

Orar para entender


"Hemos de advertir a los estudiosos de los Libros santos que no sólo conozcan los géneros de locuciones de la Escritura, y adviertan con cuidado de qué manera suele hablar, y lo retengan de memoria, sino también, y esto es lo principal y más necesario, que oren para que entiendan. En estos libros, a cuyo estudio se dedican, podrán leer que el Señor da la sabiduría y de su rostro procede la ciencia y el entendimiento, de quien también recibieron ese mismo deseo de saber, si es que está acompañado de piedad"
(Sobre la doctrina cristiana 3, 37, 56).

Permanezcan en nosotros sus palabras

"En nuestras peticiones no nos salgamos de las palabras y del sentido de esta oración y obtendremos cuanto pedimos. Porque sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus promesas. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento fuera de la vid, que no recibe la savia de la raíz"
 (Comentario a Juan 81, 4).

Orar sin interrupción

“En la fe, esperanza y caridad oremos siempre con un continuo deseo. Pero a ciertos intervalos de horas y tiempos oramos también vocalmente al Señor, para amonestarnos a nosotros mismos con los símbolos de aquellas realidades, para adquirir conciencia de los progresos que realizamos en nuestro deseo, y de este modo nos animamos con mayor entusiasmo a acrecentarlo. Porque ha de seguirse más abundoso efecto cuanto precediere más fervoroso afecto. Por eso dijo el Apóstol: Orad sin interrupción. ¿Qué significa eso sino desead sin interrupción la vida bienaventurada, que es la eterna, y que os ha de venir del favor del único que os la puede dar? Deseémosla, pues, siempre de parte de nuestro Señor y oremos siempre. Pero a ciertas horas sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por no renovar el fervor con frecuencia…” 
(Epístola 130, 19-20).

Padre invocado por sus hijos

“Narrad todas sus maravillas, puede referirse a lo que se consignó: cantadle; y lo siguiente: Gloriaros en su santo nombre, a salmodiarle. Es decir, lo primero a la provechosa palabra, con la cual se cantan y se narran todas sus maravillas; y lo segundo, a la buena obra con la que se salmea, sin querer nadie ser alabado por la buena obra, como si lo ejecutara por sus propios méritos. Por esto, como dijo gloriaros, lo que ciertamente pueden con razón hacer los que obran bien, añadió en su santo nombre, para que quien se gloría, se gloríe en el Señor. Luego los que quieren salmear, no a sí sino a Él, eviten obrar la justicia delante de los hombres para que los vean; de otro modo, no tendrán recompensa delante del Padre, que está en los cielos. No obstante, hagan brillar sus obras ante los hombres; pero no con el fin de ser vistos por ellos, sino para que, viendo sus obras buenas, glorifiquen a su Padre, que está en los cielos. Esto es gloriarse en su santo nombre. De aquí que se lee en otro salmo: Mi alma se gloría en el Señor; lo oigan los mansos y se regocijen. Esto mismo se dice aquí al añadir: Alégrese el corazón de los que buscan al Señor. Así se regocijan los mansos, que no imitan con celo mordaz a los que obran bien” 
(Comentario al salmo 104, 2).

Te invoco

“Grande eres, Señor, y laudable sobremanera; grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene número. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña partede tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás deser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que lo buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador” 
(Confesiones 1, 1, 1).

Él lo es todo

“Con tu ayuda protectora sea mi juicio seguro y mi conciencia esté al abrigo de su influjo. 
Hablando el Sabio de vos en el libro hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice: 
Muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro discurso: Él lo es todo. 
Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas palabras que ahora hablamos sin entenderlas, y tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno, loándote a un tiempo, unidos todos en ti. 

Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname tú, Señor, y perdónenme los tuyos” 
                               (La Trinidad 15, 28, 51). 

Contemplación

“Esta contemplación se nos promete como término de nuestros trabajos y plenitud eterna de nuestro gozo... 
Cuando lleguemos a dicha contemplación, no anhelaremos otra cosa… Este gozo apagará nuestros deseos. 

Se nos mostrará al Padre, y esto basta. 
Bien lo entendía Felipe cuando dijo al Señor: Muéstranos al Padre y nos basta. Entonces aún no comprendía que podía decir también: Señor, muéstranos a ti mismo y nos basta. 
Con el fin de abrir a la verdad su entendimiento, respondió el Señor: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ha visto a mí, vio al Padre. 
Mas como deseaba el Señor que Felipe lo viese por fe antes de contemplarle por visión, prosiguió diciendo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? 

Mientras vivimos en el cuerpo, peregrinamos ausentes del Señor, pues caminamos por fe y no por visión” 
                                                   (La Trinidad 1, 8, 17).

Te he buscado

“Te he buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte: ansié siempre tu rostro con ardor. 

Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas  de un conocimiento más perfecto. 

Ante ti está mi firmeza y mi debilidad; 
sana esta, conserva aquella. 
Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; 
si me abres, recibe al que entra; 
si me cierras, abre al que llama. 
Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. 
Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa” 
                               (La Trinidad 15, 28, 51). 

Nos alegramos en Esperanza


"El ejercicio de nuestra vida presente debe tender a alabar a Dios, porque el regocijo sempiterno de nuestra vida futura será la alabanza de Dios; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se hubiere ejercitado ahora en orden a ella.

Ahora alabamos a Dios, pero también le pedimos. Nuestra alabanza lleva consigo el gozo, la oración, el gemido. Se nos prometió algo que aún no tenemos; pero como es veraz el que prometió, nos alegramos en esperanza; sin embargo, como todavía no lo poseemos, gemimos en el deseo. Nos conviene perseverar en el deseo hasta que llegue lo prometido, y así desaparecerá el gemido y le sustituirá únicamente la alabanza.

Por estos dos tiempos: por el uno, que tiene lugar ahora en las tentaciones y tribulaciones de esta vida, y por el otro, que sobrevendrá entonces en seguridad y gozo perpetuo, se estableció también aquí la celebración de estos dos tiempos, el uno antes de la Pascua, y el otro después de la Pascua.

El que se estableció antes de la Pascua simboliza la tribulación, en la que ahora nos hallamos; el que ahora vivimos, después de la Pascua, simboliza la Bienaventuranza, en la que estaremos después. El que celebramos antes de la Pascua, representa el que ahora tenemos; el que celebramos después de la Pascua, significa lo que ahora no tenemos.

Por eso nos ejercitamos en el primero con ayunos y oraciones; pero, pasados los ayunos, dedicaremos el tiempo a las alabanzas. Y esto es el Aleluya que ahora cantamos, cuya palabra, cosa sabéis se traduce por alabad al Señor”
(Comentario al salmo 148,1).

Quita la ira del corazón

"¿Qué decir ahora de aquella obra de misericordia que no comporta sacar nada ni de la dispensa ni de la cartera, sino sólo extraer del corazón lo que comienza a ser más dañino si queda allí dentro que si sale fuera? Me refiero a la ira contra cualquiera anidada en el corazón. ¿Hay cosa más necia que evitar el enemigo exterior y retener otro mucho peor en lo íntimo de las entrañas?... Lo primero que tenéis que conseguir es, pues, que no os coja airados la puesta de este sol, para que el sol de justicia no abandone al alma misma. Pero si la ira ha permanecido en el pecho de alguno hasta hoy, expúlsela al menos ahora, próximo ya el día de la pasión del Señor, quien no se encolerizó contra sus asesinos, por quienes derramó súplicas y la sangre cuando colgaba del madero. Si con suma desfachatez ha resistido hasta estos santos días en el corazón de algunos de vosotros la ira, arrójela de allí al menos ahora, para que la oración avance segura, sin tropiezos, sin sacudidas, y no tenga que callar bajo las punzadas de la conciencia" (Sermón 208,2).

Las dos alas de la oración

“¡Con qué celeridad se reciben en el cielo las oraciones de los que obran bien! Y esta bondad del hombre en la vida presente es el ayuno, la limosna, la plegaria. ¿Quieres que tu oración vuele a Dios? Dótala de dos alas: del ayuno y de la limosna. Nos encuentre el Señor aparejados de este modo para que la luz y la verdad de Dios nos hallen llenos de confianza cuando venga a librarnos de la muerte el que ya vino a padecer la muerte por nosotros" (Comentario al salmo 42, 8).

La oración limosnera

"En estos días, nuestra oración sube al cielo con la ayuda de las piadosas limosnas y los parcos ayunos, pues no es ningún descaro que un hombre pida a Dios misericordia si él no la ha negado a otro hombre y si la serena mirada del corazón de quien pide no se encuentra turbada por las confusas imágenes de los deleites carnales. Sea pues, casta nuestra oración, no sea que deseemos no lo que busca la caridad, sino lo que ambiciona la pasión; evitemos pedir cualquier mal para los enemigos, no sea que, pudiendo dañarles o vengarnos de ellos, mostremos nuestra crueldad en la oración. Del mismo modo que nosotros alcanzamos la buena disposición para orar mediante la limosna y el ayuno, así también nuestra misma oración se convierte en limosnera cuando se eleva no sólo por los amigos, sino hasta por los enemigos, y se abstiene de la ira, del odio y de otros vicios perniciosos. Si nosotros nos abstenemos de los alimentos, ¡cuánto más debe abstenerse ella de los venenos!... Absténganse, pues, siempre del odio, y aliméntese siempre del amor " (Sermón 207, 3).