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El hombre Dios

"Luego, hermanos, atended: existen dos nacimientos, el de Cristo y el de Adán. Son dos hombres, pero uno de ellos es hombre hombre; el otro hombre Dios. Por el hombre hombre somos pecadores; por el hombre Dios nos justificamos. El nacimiento primero hace caer en la muerte; el segundo hace resurgir a la vida. El primer nacimiento trae consigo el pecado; el segundo libra del pecado. Por eso vino Cristo hombre, para perdonar los pecados de los hombres"
 (Comentario a la Epístola de Juan 4, 11).

Odien lo que fueron

"Amen el convertirse en lo que no son, odien lo que fueron. Conciban ya con el deseo el nuevo hombre que ha de nacer; no duden que puede perdonárseles cualquier cosa que les remuerda de la vida pasada, cuanto atormente su conciencia, todo absolutamente, sea grande o pequeño, digno o no de decirse, no sea que la duda humana retenga en contra suya lo que la misericordia de Dios quiere perdonar" 
(Sermón 352, 2).

La cura es difícil


"¿Quién no entenderá estar representada aquí el alma, que lucha contra sus enfermedades, pero que fue privada por largo tiempo de la visita médica, para que reconociera los males en que se precipitó al pecar? Lo que fácilmente cura no se evita con empeño. Debido a la cura difícil, vendrá la guarda diligente de la salud recibida... Si los que se convierten experimentan tantos agobios, se conozca asimismo cuánta pena se halla preparada para los impíos que no quieren convertirse a Dios"
(Comentario al Salmo 6, 4).

Lo que fui ha sido borrado


"¡Ojalá quisieras imitarme, para que tu error se hiciese en algún tiempo pasado! Conocen los pecados pasados cometidos por mí de modo especial en esta ciudad. Aquí viví mal, lo confieso. Y en cuanto me gozo de la gracia de Dios, ¿qué diré de mis iniquidades pasadas? ¿Me duelo? Me dolería si aun permaneciese en ellas. Pues, ¿qué diré entonces? ¿Me alegro? Tampoco puedo decir esto: ¡Ojalá nunca hubiera cometido tal cosa! Lo que fui ha sido borrado en nombre de Cristo. Lo que ahora censuran lo ignoran. Hay muchas cosas que aún vituperan en mí; sin embargo, dista mucho de ellos el conocerlas. Trabajo mucho contra mis pensamientos, luchando contra mis malas incitaciones y combatiendo permanentemente, y casi de continuo, con las tentaciones del enemigo, que quiere echarme por tierra"
(Comentario al Salmo 36, s.2, 19).

Perdónanos


"Hay también una penitencia casi cotidiana de los fieles buenos y humildes cuando golpeamos nuestro pecho diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No pedimos que nos perdonen lo que estamos seguros de haber alcanzado en el bautismo, sino aquellas faltas que se nos deslizan por humana fragilidad, la cual, aunque sea leve, es frecuente"
 (Carta 265, 8).

Ahora te llama


"Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros; dice: No quiero la muerte del impío, sino que se convierta y viva. El es sufrido; tú, por el contrario, conforme la dureza de tu corazón y con impenitente corazón, atesoras para ti la ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada uno según sus obras... Ahora te llama, te exhorta, te espera a que entres en razón, y tú tardas. El demostró gran misericordia dejándote incierto el día de tu vida a fin de que ignores cuándo has de emigrar de aquí, ya que, esperando cotidianamente tu salida, te convertirás en algún tiempo... No digas: Mañana me convertiré, mañana agradaré a Dios, y todas mis iniquidades de hoy y de ayer se me perdonarán. Dices verdad al afirmar que Dios prometió el perdón a tu conversión; pero no prometió el día de mañana a tu dilación"
(Comentario al Salmo 144, 11).

No tardes en convertirte

"Hemos escuchado, hermanos, a Dios que dice por boca de su profeta: No tardes en convertirte a Dios, ni lo difieras de un día para otro, porque vendrá su ira de repente y te perderá al tiempo de la venganza. Te ha prometido que el día en que te conviertas, ese mismo día olvidará tus pecados pasados. Pero ¿acaso te ha prometido alargar la vida un solo día? ¿O no te la prometió Dios, sino que te la prometió el astrólogo, para que Dios os condene a ti y a él? Muy sabiamente estableció Dios que fuera incierto el día de la muerte. Piense cada uno salutíferamente en su último día. Fruto de la misericordia de Dios es que el hombre ignore cuándo tiene que morir. Se nos oculta nuestro último día para que vivamos bien día a día"
 (Sermón 39, 1).

Dios prometió el perdón

"Por todas parte te rodea misericordiosamente la providencia divina. ¿Qué dices ahora? Dios me prometió el perdón; cuando me convierta me lo otorgará. Ciertamente que te lo dará cuando te conviertas, pero ¿por qué no te conviertes? Porque cuando me convierta me lo dará. Pero ese cuando, ¿cuándo es? ¿Por qué no es hoy mismo? ¿Por qué no es ahora mismo, mientras me escuchas? ¿Por qué no ha de ser ahora mismo, cuando clamas? ¿Por qué no ahora mismo, cuando alabas? ¡Hermano! Que mi clamor te ayude; y que tu clamor sea un testigo contra ti. ¿Por qué no hoy, por qué no ahora? Y tú dices: 'mañana'. Dios me prometió el perdón. ¿Tú te lo prometes para mañana? Quizá me muestras el códice sagrado para leerme que Dios te prometió el perdón si te conviertes, pero ¿te lo prometió en forma que puedas diferirlo de un día a otro? ¿Acaso no te intimó primero el terror medicinal, acaso no te dijo, increpándote: No lo dejes de un día para otro; su ira se presentará de improviso?" 
(Sermón 20, 4).

Liberado de la cautividad

"Desde el mismo comienzo de mi fe, por la que me trocaste, me enseñaste que nada precedió en mí, para que yo no dijera que se me debía lo que me diste. ¿Quién se convierte a Dios si no es procediendo de la iniquidad? ¿Quién es redimido a no ser que se halle cautivo? ¿Quién puede decir que fue injusta su cautividad, siendo así que abandonó al Emperador y cayó en manos del desertor?... Luego ya liberado de la cautividad, pero aún en la fe, no en la realidad, caminando en fe, no en visión, dice: ¡Oh Dios!, tú me enseñaste desde mi juventud. Desde el momento que me dirigí a ti fui trocado por ti, que me creaste; fui renovado, porque fui creado; fui reformado, porque fui formado. Desde el instante de mi conversión aprendí que no precedieron méritos míos, sino que me diste gratuitamente tu gracia para que me acordase de tu sola justicia”
(Comentario al Salmo 70, 2, 2-3).

Renovarnos

"Cierto, esta renovación no se realiza en el preciso momento de la conversión, como la renovación bautismal, que es instantánea al perdonarse los pecados, sin quedar ni uno solo sin perdonar, sea de la especie que fuere... La segunda tiene por fin curar la debilidad, obra lenta en la renovación de esta imagen... Él sana todas tus enfermedades; obra ésta del crecimiento cotidiano por la renovación de la imagen... Se renueva en el conocimiento de Dios, esto es, en justicia y santidad verdaderas... Y el que se renueva en el conocimiento de Dios, en justicia y santidad verdaderas, al crecer en perfección de día en día, transfiere sus amores de lo temporal a lo eterno, de las cosas visibles a las invisibles, de las carnales a las espirituales, y pone todo su empeño y diligencia en frenar y debilitar la pasión en aquellas y unirse a estas por caridad. Y lo conseguirá en la medida de la ayuda divina" 
(La Trinidad 14, 17, 23).

Volverse a Ti

"Sólo con humilde piedad se vuelve uno a ti, y es como tú nos purificas de las malas costumbres, y te muestras propicio con los pecados de los que te confiesan, y escuchas los gemidos de los cautivos, y nos libras de los vínculos que nosotros mismos nos forjamos, con tal de que no levantemos contra ti los cuernos de una falsa libertad, sea arrastrados por el ansia de poseer más, sea por el temor de perderlo todo, amando más nuestro propio interés que a ti, Bien de todos" 
(Confesiones 3, 8, 16).

Sermón 211 - La concordia fraterna y el perdón de las ofensas.

          Estos días santos en que nos entregamos a las prácticas cuaresmales nos invitan a hablaros de la concordia fraterna, para que quien tenga alguna queja contra otro acabe con ella antes que ella acabe con él. No echéis en saco roto estas cosas, hermanos míos. En esta vida frágil y mortal, llena de peligros por las numerosas tentaciones de esta tierra, ningún justo que ora para no verse sumergido en ellas puede hallarse libre de todo pecado; y único es el remedio que nos permite vivir: lo que Dios, nuestro maestro, nos mandó decir en la oración: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Hemos llegado a un acuerdo con Dios y hemos pactado con él las condiciones de nuestro perdón; en señal de garantía hemos plasmado allí nuestra firma.

El médico odia la enfermedad

"La primera libertad es estar exento de delitos. Atended, hermanos, atended, para que pueda llevar a vuestro conocimiento en qué consiste ahora esta libertad y en qué consistirá en el futuro. Por justo que creas a uno en esta vida, y aunque ya sea digno de este apelativo, sin embargo, no está exento de pecado… No condena Dios ciertos pecados ni justifica y alaba otros: no alaba a ninguno, a todos los odia. Del modo que el médico odia la enfermedad del enfermo y con las curas intenta alejar a la enfermedad y aliviar al enfermo, así Dios obra en nosotros con su gracia para destruir el pecado y libertar al hombre. Pero dirás: ¿cuándo se destruye? Si se mengua, ¿por qué no se destruye? Disminuye en la vida de los proficientes y queda destruido en la vida de los perfectos"
 (Comentario a Juan 41, 9).

Litiga con tu corazón

“Obsérvate, examínate. Ahora vas a rezar, perdona de corazón. Quieres entrar en litigio con tu enemigo, litiga antes con tu corazón. Litiga, repito; litiga con tu corazón. Di a tu corazón: no odies. Aquel tu corazón, tu alma, odia todavía. Di a tu alma: no odies. ¿Cómo podré orar, cómo podré decir: perdóname nuestras deudas? Ciertamente puedo decir esto, pero ¿cómo me atreveré a decir lo que sigue: como nosotros? ¿Qué cosa? Como nosotros perdonamos. ¿Dónde está la fe? Haz tú lo que dices: Como nosotros. Si tu alma no quiere perdonar y se entristece porque le dices: No odies, respóndele: ¿Por qué estás triste, alma mía, por qué te conturbas? o: ¿Por qué me conturbas? Espera en Dios. Languideces, jadeas, te lastima la enfermedad. No puedes eliminar de ti el odio. Espera en Dios, que es el médico. Por ti pendió de un madero y aún no se ha vengado. ¿De qué quieres tú vengarte? Odias sólo con el fin de vengarte. Contempla colgado a tu Señor, contémplalo colgado y como dándote órdenes a ti desde el tribunal que es el madero. Contémplale colgado y haciendo de su sangre una medicina para ti, que estás enfermo. Contémplale colgado. ¿Quieres vengarte? ¿Deseas vengarte? Contémplale colgado y escucha su oración: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Sermón 49, 8-9).

Haz la paz con tu hermano

"Os he recordado lo que debéis hacer, juntamente conmigo, en estos días de ayuno, prácticas devotas y continencia para poneros en paz con vuestros hermanos. ¡Que yo que me apeno de vuestras discordias, pueda gozarme de vuestra paz! Perdonándonos mutuamente cualquier queja que uno tenga contra otro, celebremos con confianza la Pascua, celebremos con confianza la pasión de quien, sin deber nada, pagó el precio en vez de los deudores. Me refiero a Jesucristo el Señor, que a nadie ofendió y a quien casi todo el mundo ofendió, y, en vez de exigir tormentos, prometió premios. A Él le tenemos como testigo en nuestros corazones, para que, si hemos ofendido a alguien, pidamos perdón con corazón sincero; y, si alguien nos ofendió, estemos dispuestos a concederlo y a orar por nuestros enemigos" (Sermón 211, 6).

Pidamos perdón al hermano

"Lo digo, pues, a todos: varones y mujeres, pequeños y grandes, laicos y clérigos, e incluso a mí mismo. Escuchémoslo todos, temamos todos. Si hemos ofendido a nuestros hermanos, si todavía se nos da un margen de tiempo para vivir, es que aun no nos ha llegado la muerte; y, si aun vivimos, aun no hemos sido condenados. Mientras nos dure la vida, hagamos lo que nos manda nuestro Padre, que será el juez divino; pidamos perdón a nuestros hermanos, a los que quizá ofendimos en algo y en algo les dañamos... Arrepiéntase ante Dios, castigue su corazón en presencia del Señor, y, si no puede decir: 'Perdóname', porque no es conveniente, háblele con dulzura, pues ese dirigirse a él con dulzura equivale a pedirle perdón" (Sermón 211, 4).

El cristiano y el perdón

"Por el contrario, hermanos, considerad el mal que encierra no perdonar al hermano arrepentido, cuando el precepto manda amar incluso a los enemigos. Si así están las cosas, según lo que está en la Escritura: No se ponga el sol sobre vuestra ira, considerad, amadísimos, si puede llamarse cristiano quien no quiere dar fin ni siquiera en estos días, a las enemistades, que nunca debió dejar existir" (Sermón 210, 12).

Cese toda enemistad

"Si existe alguna enemistad que nunca debió nacer o, al menos, debió morir luego, pero que fue capaz de perdurar en la vida de los hermanos hasta estas fechas, sea por dejadez, sea por obstinación o vergüenza, fruto no de la modestia, sino de la soberbia, que al menos ahora deje de existir... Todo esto lo obra la caridad, que actúa sin maldad. En la medida en que tenéis caridad, hermanos míos, ejercitadla viviendo bien, y, en la medida en que os falte, conseguidla con la oración" (Sermón 209, 1).

Quita la ira del corazón

"¿Qué decir ahora de aquella obra de misericordia que no comporta sacar nada ni de la dispensa ni de la cartera, sino sólo extraer del corazón lo que comienza a ser más dañino si queda allí dentro que si sale fuera? Me refiero a la ira contra cualquiera anidada en el corazón. ¿Hay cosa más necia que evitar el enemigo exterior y retener otro mucho peor en lo íntimo de las entrañas?... Lo primero que tenéis que conseguir es, pues, que no os coja airados la puesta de este sol, para que el sol de justicia no abandone al alma misma. Pero si la ira ha permanecido en el pecho de alguno hasta hoy, expúlsela al menos ahora, próximo ya el día de la pasión del Señor, quien no se encolerizó contra sus asesinos, por quienes derramó súplicas y la sangre cuando colgaba del madero. Si con suma desfachatez ha resistido hasta estos santos días en el corazón de algunos de vosotros la ira, arrójela de allí al menos ahora, para que la oración avance segura, sin tropiezos, sin sacudidas, y no tenga que callar bajo las punzadas de la conciencia" (Sermón 208,2).

Ayunad de discordias y porfías

"Ante todo, hermanos, ayunad de porfías y discordias. Acordaos del profeta que reprobaba a algunos, diciendo: 'En los días de vuestro ayuno se manifiestan vuestras voluntades, puesto que claváis el aguijón a cuantos están bajo vuestro yugo y herís a puñetazos; vuestra voz se oye en el clamor...' Dicho lo cual, añadió: 'No es este el ayuno que yo he elegido, dice el Señor.' Si queréis gritar, repetid aquel clamor del que está escrito: 'Con mi voz clamé al Señor.' No es un clamor de lucha, sino de caridad; no de la carne, sino del corazón. No es aquel del que se dice: 'Esperaba que cumpliese la justicia, y, en cambio, obró la iniquidad; esperaba justicia, pero sólo hubo clamor. Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará. Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios perdonar al culpable su delito y dar al necesitado" (Sermón 205, 3).