Conocer, investigar, explicar

"En todos estos libros, los que temen a Dios y los mansos por la piedad buscan la voluntad de Dios. Lo primero que se ha de procurar en esta empresa es, como dijimos, conocer los libros, si no de suerte que se entiendan, a lo menos leyéndolos y aprendiéndolos de memoria o no ignorándolos por completo. Después se han de investigar con gran cuidado y diligencia aquellos preceptos del bien vivir y reglas de fe que propone con claridad la Escritura, los cuales serán encontrados en tanto mayor número en cuanto sea la capacidad del que busca... Después, habiendo adquirido ya cierta familiaridad con la lengua de las divinas Escrituras, se ha de pasar a declarar y explicar los preceptos que en ellas hay oscuros, tomando ejemplo de las locuciones claras con el fin de ilustrar las expresiones oscuras"
 (Sobre la doctrina cristiana 2, 9, 14).

Es verdadera tu Escritura

"¡Oh Señor!, ¿acaso no es verdadera esta Escritura tuya, cuando tú, veraz y la misma Verdad, eres el que la has promulgado? ¿Por qué, pues, me dices tú que en tu visión no hay tiempos, si esta tu Escritura me dice que por cada uno de los días viste que las cosas que hiciste eran buenas, y contando las veces hallé ser otras tantas? A esto me dices tú, y lo dices con voz fuerte en el oído interior a mí, tu siervo, rompiendo mi sordera y gritando: ¡Oh hombre!, lo que dice mi Escritura eso mismo digo yo; pero ella lo dice en orden al tiempo, mientras que el tiempo no tiene que ver con mi palabra, que permanece conmigo igual en la eternidad" 
(Confesiones 13, 29, 44).

La Palabra no tiene precio

"Podemos entrever cuán alto sea el precio del Verbo —de la Palabra— que tal boca hubo de proferir. Mas ¿qué digo? La Palabra, que supera todas las cosas, no tiene precio absolutamente alguno; pues, con relación a su precio, una cosa o es igual, o está por debajo, o está por encima. Si alguien la compra en su valor, hay ecuación entre el precio y lo comprado; si en menos, la cosa está en baja; si en más, la cosa está en alza; pero al Verbo de Dios nada puede igualarse, ni es posible hacerle bajar de precio ni que nada lo supere" 
(Sermón 117,1).

Dios nos dio las Escrituras

"Luego oigamos ya, hermanos; oigamos, y cantemos, y deseemos aquello de donde somos ciudadanos. ¿Qué gozos no se cantarán? ¿Cómo no se renovará en nosotros el amor de nuestra ciudad, de la cual nos habíamos olvidado debido a una prolongada peregrinación? Nuestro Padre nos envió unas cartas desde allí. Dios nos proporcionó las santas Escrituras; con tales cartas excitó en nosotros el deseo de volver, ya que, amando nuestra peregrinación, mirábamos de cara al enemigo y dejábamos de espaldas a la patria. ¿Qué se canta aquí?"
 (Comentarios a los Salmos 64, 2).

Las dos alas de la caridad

"La parte que se halla en el cielo la constituyen los bienaventurados ángeles, y la parte que peregrina en el mundo, los santos esperanzados. De la primera se dijo: Gloria a Dios en las alturas; de la segunda: y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.Los que gimen en esta vida y anhelan aquella patria, corran con amor, no con los pies corporales; no busquen naves, sino alas; tomen las dos alas de la caridad. ¿Cuáles son estas dos alas? El amor de Dios y del prójimo. Peregrinamos, suspiramos, gemimos; pero nos llegaron cartas de nuestra patria; os las leemos" 
(Comentarios a los Salmos 149, 5).

Nos enviaron cartas

"De aquella ciudad a la que nos dirigimos nos fueron enviadas cartas, las santas Escrituras, que nos exhortan a vivir bien. Pero ¿diré que únicamente nos llegaron cartas de allí? El mismo Rey descendió y se hizo camino para nosotros en esta peregrinación, a fin de que, andando en él, no erremos, ni desfallezcamos, ni caigamos en manos de los ladrones, ni nos precipitemos en los lazos que hay colocados a la vera del camino
(Comentarios al salmo 90, 2, 1).

Escrutar el misterio

“¿Crees que nosotros podemos escrutar esto que llenó de tanto terror al Apóstol? Estremeciéndose al considerar tan gran profundidad y sublimidad, exclamó: ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios!... Tú buscas una razón y yo me estremezco ante la sublimidad ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! Tú buscas razones; yo me quedaré en la admiración. Disputa tú; a mí me basta creer. Veo la profundidad, pero no puedo llegar hasta el fondo. ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! ¿Nos lo explicará tal vez el Apóstol? ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio primero que tenga que devolverle? Porque de él, por él y en él están todas las cosas. A él gloria por los siglos de los siglos. Descansó el Apóstol una vez que encontró el motivo de admiración. Por lo tanto, que nadie me exija a mí los motivos de cosas tan ocultas. Dice él: Insondables son sus juicios, ¿y vienes tú a examinarlos? Dice él: Inescrutables son sus caminos, ¿y has venido tú a investigarlos? Si has venido a investigar lo insondable y a escudriñar lo inescrutable, cree, pues, que has perecido” 
(Sermón 27, 7).

Tener horas libres para leer

"No arrojo sobre vosotros cargas pesadas ni abrumo vuestros hombros con pesos que ni con un dedo quiera tocar yo. Preguntad e informaos de la fatiga de mis ocupaciones, de los achaques de mi salud para ciertos trabajos, de la costumbre de las iglesias a cuyo servicio vivo, y que no me permite entregarme a esa actividad que os aconsejo a vosotros. Aparte de que yo podría decir:¿Quién hace la guerra a sus propias expensas? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche del rebaño? Pero pongo por testigo sobre mi alma a Jesucristo, en cuyo nombre os digo estas cosas sin vacilar; por lo que toca a mi comodidad, preferiría mil veces ocuparme en un trabajo manual cada día y a horas determinadas, y disponer de las restantes horas libres para leer, orar, escribir algo acerca de las divinas Escrituras, en lugar de sufrir las turbulentas angustias de los pleitos ajenos acerca de negocios seculares, que hay que dirimir con una sentencia o hay que arreglar con una intervención" 
(El trabajo de los monjes 29, 37).

El don de Dios

“Hoy celebramos la santa festividad del día sagrado en que vino el Espíritu Santo. La fiesta, grata y alegre, nos invita a deciros algo sobre el don de Dios, sobre la gracia de Dios y la abundancia de su misericordia para con nosotros, es decir, sobre el mismo Espíritu Santo. Hablo a condiscípulos en la escuela del Señor. Tenemos un único maestro, en el que todos Hoy celebramos la santa festividad del día sagrado en que vino el Espíritu Santo. La fiesta, grata y alegre, nos invita a deciros algo sobre el don de Dios, sobre la gracia de Dios y la abundancia de su misericordia para con nosotros, es decir, sobre el mismo Espíritu Santo. Hablo a condiscípulos en la escuela del Señor. Tenemos un único maestro, en el que todos” 
(Sermón 270, 1).

Vino el Espíritu Santo

“La venida del Espíritu Santo ha revestido de solemnidad para nosotros este día, el quincuagésimo después de la resurrección, compuesto de siete semanas. Si contáis las siete semanas, hallaréis sólo cuarenta y nueve, pero se añade la unidad para intimar la unidad. ¿En qué consistió la venida misma del Espíritu Santo? ¿Qué hizo? ¿Cómo mostró su presencia? ¿De qué se sirvió para manifestarla? Todos hablaron en las lenguas de todos los pueblos. Estaban reunidos en un lugar ciento veinte personas, número sagrado que resulta de multiplicar por diez el número de los apóstoles. ¿Cómo sucedió, pues? ¿Cada uno de aquellos sobre los que vino el Espíritu Santo hablaba una de las lenguas, unos una y otros otras, como repartiendo entre ellos las de todos los pueblos? La realidad fue distinta: cada hombre, un solo hombre, hablaba las lenguas de todos los pueblos. Un solo hombre hablaba las de todos los pueblos: he aquí simbolizada la unidad de la Iglesia en los idiomas de todas las naciones. También aquí se nos intima la unidad de la Iglesia católica difusa por todo el orbe” 
(Sermón 268, 1).

Purifica el corazón

“El que no es nuevo hizo las cosas nuevas; el sempiterno hizo las cosas temporales; quien desconoce el cambio hizo las cosas mudables. Contempla la obra y alaba al autor; cree para purificarte. ¿Quieres ver? Cosa buena y grande quieres; te exhorto a que quieras. ¿Quieres ver? Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Piensa primero en purificar el corazón; sea ésta tu ocupación, convócate a esta tarea, aplícate a esta obra. Lo que quieres ver es puro, e impuro aquello con que quieres verlo. Consideras a Dios como una luz apta para estos ojos, inmensa y múltiple; aumentas las distancias a placer; donde no quieres no pones límites y donde quieres los pones. Estas fantasías son la impureza de tu corazón. Quítala, elimínala. Si te cayera tierra en el ojo y quisieras que te mostrase la luz, tus ojos buscarían antes de nada, quien los limpiase. Muchas son las impurezas que hay en tu corazón. Una, y no pequeña, es la avaricia que hay allí. Almacenas lo que no podrás llevarte contigo. ¿Ignoras que, cuando acumulas, traes barro a tu corazón? ¿Cómo podrás ver, pues, lo que buscas?”
 (Sermón 261, 4).

Busquemos juntos

“Persigo —dijo—, ando, estoy en camino. Sígueme, si puedes; lleguemos juntos a la patria donde ni tú me harás preguntas ni yo a ti. Ahora busquemos juntos creyendo para que después disfrutemos viendo”
(Sermón 261, 3).

Celebramos su ascensión

“La glorificación del Señor llegó a su término con su resurrección y ascensión. Su resurrección la celebramos el domingo de Pascua; su ascensión, ahora. Uno y otro son días de fiesta para nosotros, pues resucitó para dejarnos una prueba de la resurrección, y ascendió para protegernos desde lo alto. Tenemos, pues, como Señor y Salvador nuestro a Jesucristo, que primero pendió del madero y ahora está sentado en el cielo. Cuando pendía del madero, entregó el precio por nosotros; sentado en el cielo, reúne lo que compró” 
(Sermón 263, 1).

Dio muerte a la muerte

“¡Gran misericordia la de quien ascendió a lo alto e hizo cautiva la cautividad! ¿Qué significahizo cautiva la cautividad? Dio muerte a la muerte. La cautividad fue hecha cautiva: la muerte fue muerta. Entonces, ¿qué? ¿Sólo esto hizo el que ascendió a lo alto e hizo cautiva la cautividad? ¿Nos abandonó? He aquí que estoy con vosotros hasta el fin del mundo.Fíjate, por tanto, en aquello: Repartió sus dones a los hombres. Abre el seno de la piedad y recibe el don de la felicidad” 
 (Sermón 261, 11).

Somos Hermanos suyos

“Amadísimos, celebramos, como sabéis, la solemnidad de la ascensión del Señor. Según habéis oído, ascendió a su Padre y a nuestro Padre, a su Dios y a nuestro Dios. ¿Cómo hemos merecido la fraternidad con Cristo? En ningún modo hubiéramos esperado ser hermanos suyos si él no hubiese tomado nuestra debilidad. Por tanto, nosotros somos hermanos suyos porque Él se hizo hombre. Quien era Señor se dignó ser hermano; señor desde siempre, hermano a partir de cierto momento; Señor en su forma divina, hermano en su forma de siervo… ¿Qué significa, pues, ascender? Que el cuerpo de Cristo fue elevado al cielo, no que su majestad se alejase. Del lugar a donde ascendió descenderá otra vez y descenderá como ascendió. Lo dijeron los ángeles, no yo. En efecto estaban de pie los discípulos y lo seguían con la vista cuando subía. Y les dijeron: Varones galileos, ¿qué hacéis ahí plantados? Este Jesús vendrá como lo habéis visto ir al cielo”
 (Sermón 265 F, 1.4).

Gustad las cosas de allá arriba

“Hoy celebramos la ascensión del Señor al cielo en la carne en que resucitó. La solemnidad anual no reitera el acontecimiento, pero renueva su recuerdo. De momento, ascendamos en su compañía con el corazón, seguros de seguirle con la carne. No sin motivo acabamos de escuchar ahora: Levantemos el corazón; ni sin causa nos exhorta el Apóstol al decir: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra. Salid vosotros de la tierra; no es posible al cuerpo, pero eche a volar el alma. Salid vosotros de la tierra; sufrid en la tierra las fatigas, pensad en el descanso del cielo. Obremos santamente aquí para permanecer allí por siempre. La tierra no es para el corazón lugar donde pueda conservar su integridad: si permanece en la tierra, se corrompe” 
(Sermón 265 C, 1).