Jornada 25 de junio


Queridos amigos, después de la primera jornada de reflexión y encuentro tenía el 2 de abrir y por sugerencia de los asistentes, tendremos una segunda jornada el día 25 de Junio, sábado, será también en el Monasterio de Santa María de La Vid, para todo el que quiera y pueda y abierto a todos vuestros amigos. El programa será muy sencillo:
A las 11 de la mañana, tendríamos un primer encuentro-reflexión.
A las 13 misa.
A las 14 comida.
A las 16,30 un segundo encuentro y despedida.
El precio de la jornada es de 15 €
Para poder tener los datos para la comida, envía un correo a santisie51@gmail.com antes del jueves 23 de junio.
Esperamos veros..

La misión del Hijo

“Por lo cual, si el Hijo y el Espíritu Santo son enviados a donde ya se encontraban, es preciso indagar en qué sentido se ha de entender esta misión del Hijo y del Espíritu Santo. Únicamente el Padre no leemos haya sido alguna vez enviado… Cuando dice: envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, indica con claridad que por el hecho de nacer de una mujer es el Hijo enviado. En cuanto nacido de Dios, ya estaba en el mundo; en cuanto es nacido de María, vino enviado a este mundo. Por esta razón no pudo ser enviado por el Padre sin el concurso del Espíritu Santo, no sólo porque lo envió juntamente con el Padre, haciendo que naciera de una mujer, sino incluso porque con toda evidencia se dice en el Evangelio” 
(La Trinidad 2, 5, 8).

La Trinidad es un solo Dios

“Por lo cual, con la ayuda del Señor, nuestro Dios, intentaré contestar, según mis posibles, a la cuestión que mis adversarios piden, a saber: que la Trinidad es un sólo, único y verdadero Dios, y cuán rectamente se dice, cree y entiende que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una misma esencia o sustancia; de suerte que, no burlados con nuestras excusas, sino convencidos por experiencia, se persuadan de la existencia del Bien Sumo, visible a las almas puras, y de su incomprensibilidad inefable, porque la débil penetración de la humana inteligencia no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es robustecida por la justicia de la fe… Y si hay en ellos una centella de amor o temor de Dios, vuelvan al orden y principio de la fe, experimentando en sí la influencia saludable de la medicina de los fieles existente en la santa Iglesia, para que la piedad bien cultivada sane la flaqueza de su inteligencia y pueda percibir la verdad inconmutable, y así su audacia temeraria no les precipite en opiniones de una engañosa falsedad. Y no me pesará indagar cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando yerro” 
(La Trinidad 1, 2, 4).

El amor pide, busca y llama

“Mi intención ahora no es que entendáis, porque es imposible, sino excitar en vosotros el deseo de entenderlas alguna vez. Esto es obra de la sencilla y pura caridad de Dios, que es lo que más se aprecia en las costumbres y de la que tanto he dicho, y que, inspirada por el Espíritu Santo, conduce al Hijo o Sabiduría de Dios, por la que se llega al conocimiento del Padre. Si la sabiduría y la verdad no se aman con todas las fuerzas del espíritu, no se puede, en modo alguno, llegar a su conocimiento; pero si se busca como se merece, no se retira ni se esconde de sus amantes. De aquí aquellas palabras que soléis tener con frecuencia en la boca: Pedid, y recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Nada hay oculto que no se descubra. El amor es el que pide, y busca, y llama, y descubre, y el que, finalmente, permanece en los secretos revelados” 
(La costumbres de la Iglesia católica 1, 17, 31).

Imitar esa unidad

“También el Espíritu Santo subsiste en esta unidad e igualdad de sustancia. Ora se llame unión, santidad o amor de ambos… Y se nos preceptúa imitar esta unidad, ayudados por la gracia, en lo que a Dios y a nosotros mismos atañe. De estos dos preceptos penden la Ley y los Profetas. Y así las tres personas divinas son un solo Dios, grande, sabio, santo y bienaventurado. Nosotros, empero, sólo seremos felices en Él, con Él y por Él. Por su gracia somos unidad entre nosotros y un solo espíritu con Él, siempre que a Él se aglutine nuestro espíritu. Es un bien para nosotros adherirnos a Dios, pues pierde a todo el que le abandona. El Espíritu Santo es algo común al Padre y al Hijo, sea ello lo que sea. Mas esta comunión es consustancial y eterna” 
(La Trinidad 6, 5, 7).

Conocer lo invisible de Dios


”Adoctrinamos, como pudimos, a los que nos pedían razón de dichas creencias, sirviéndonos de la criatura, obra de Dios, para que pudieran comprender, según sus alcances, lo invisible de Dios por las cosas que fueron hechas, sobre todo por la criatura racional o intelectiva, hecha a imagen de Dios; y así pudieran ver, si lo pueden, como por un espejo al Dios Trinidad en nuestra memoria, inteligencia y voluntad. 

Cualquiera puede ver vigorosamente en su alma estas tres facultades naturales, instituidas por Dios, y el bien tan grande que supone poder recordar, contemplar y desear la naturaleza eterna e inmutable; pues se la recuerda por la memoria, se la contempla por la inteligencia y se la abraza por amor, descubriendo así la imagen de la trinidad soberana. 

Todo cuanto alienta y vive en el hombre ha de referirse al recuerdo, a la visión y amor de esta Trinidad excelsa, para deleite, contemplación y recuerdo” 
(La Trinidad 15, 20, 39).

Él lo es todo

“Con tu ayuda protectora sea mi juicio seguro y mi conciencia esté al abrigo de su influjo. 
Hablando el Sabio de vos en el libro hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice: 
Muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro discurso: Él lo es todo. 
Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas palabras que ahora hablamos sin entenderlas, y tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno, loándote a un tiempo, unidos todos en ti. 

Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname tú, Señor, y perdónenme los tuyos” 
                               (La Trinidad 15, 28, 51). 

Contemplación

“Esta contemplación se nos promete como término de nuestros trabajos y plenitud eterna de nuestro gozo... 
Cuando lleguemos a dicha contemplación, no anhelaremos otra cosa… Este gozo apagará nuestros deseos. 

Se nos mostrará al Padre, y esto basta. 
Bien lo entendía Felipe cuando dijo al Señor: Muéstranos al Padre y nos basta. Entonces aún no comprendía que podía decir también: Señor, muéstranos a ti mismo y nos basta. 
Con el fin de abrir a la verdad su entendimiento, respondió el Señor: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ha visto a mí, vio al Padre. 
Mas como deseaba el Señor que Felipe lo viese por fe antes de contemplarle por visión, prosiguió diciendo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? 

Mientras vivimos en el cuerpo, peregrinamos ausentes del Señor, pues caminamos por fe y no por visión” 
                                                   (La Trinidad 1, 8, 17).

Te he buscado

“Te he buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte: ansié siempre tu rostro con ardor. 

Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas  de un conocimiento más perfecto. 

Ante ti está mi firmeza y mi debilidad; 
sana esta, conserva aquella. 
Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; 
si me abres, recibe al que entra; 
si me cierras, abre al que llama. 
Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. 
Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa” 
                               (La Trinidad 15, 28, 51). 

El Espíritu Santo

“De San Juan está escrito que vino en el espíritu y virtud de Elías. Se llama aquí espíritu de Elías al Espíritu Santo, que recibió Elías. Esto mismo se ha de entender de Moisés cuando le dice el Señor: Y tomaré del espíritu que hay en ti y se lo daré a ellos. Esto es, les daré del Espíritu Santo, que antes te había dado a ti. Si el don tiene su principio en el donante, pues de él recibe cuanto tiene, hemos de confesar que el Padre y el Hijo con un solo principio del Espíritu Santo, no dos principios. Pero así como el Padre y el Hijo son un solo Dios, y respecto a las criaturas son un solo Creador y un solo Señor, así con relación al Espíritu Santo son un solo principio; y con relación a las criaturas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo principio, como uno es el Creador y uno es el Señor”
(La Trinidad 5, 14, 15).

El Espíritu del Padre y del Hijo

“Ahora es ya tiempo de discurrir acerca del Espíritu Santo en la medida que Dios nos lo otorgue. Este Espíritu, según las Sagradas Escrituras, no lo es del Padre solo, o del Hijo solo, sino de ambos; y por eso nos insinúa la caridad mutua con que se aman el Padre y el Hijo… No dijo la Escritura que el Espíritu Santo es amor. Si esto dijera, habría suprimido no pequeña parte de la cuestión; sino que Dios: Dios es amor; como para dejarnos en la incertidumbre y, por ende, para que investiguemos si este amor es Dios Padre, o Dios Hijo, o Dios Espíritu Santo, o Dios Trinidad”
(La Trinidad 15, 17, 27).

Celebremos la llegada del Espíritu Santo

“La solemnidad del día de hoy nos trae a la memoria la grandeza del Señor Dios y de su gracia, que ha derramado sobre nosotros. Por esto precisamente se celebra la solemnidad: para que no se borre del recuerdo lo que acaeció una sola vez. 
Solemnitas proviene de solet in anno, es decir, solemnidad indica lo que suele acontecer cada año; del mismo modo, se habla de perennidad de un río, porque no se seca en el verano, sino que fluye todo el año. 
Perenne significa per annum (a lo largo del año), como solemne lo que solet in anno (suele celebrarse una vez al año). 
Hoy celebramos la llegada del Espíritu Santo. En efecto, el Señor envió desde el cielo el Espíritu Santo prometido ya en la tierra. De esta manera había prometido enviarlo desde el cielo: Él no puede venir en tanto no me vaya yo; mas, una vez que yo me haya ido, os lo enviaré. Por eso padeció, murió, resucitó y ascendió; sólo le quedaba cumplir la promesa… 
A la espera de esta promesa, estaban reunidos en una casa orando, puesto que deseaban ya con la misma fe lo mismo que con la oración y anhelo espiritual. 
Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo del cielo que llegó” 
(Sermón 267, 1).

La venida del Espíritu Santo

“Efectivamente, celebramos ahora la solemnidad de la venida del Espíritu Santo. En el día de Pentecostés que ya ha comenzado estaban reunidos en un local ciento veinte personas, entre las cuales los apóstoles, la madre del Señor y otros de uno y otro sexo, en oración y a la espera de la promesa de Cristo, es decir, la llegada del Espíritu Santo. No era vana su esperanza y espera, puesto que no era falaz la promesa de quien se había comprometido.
Llegó lo que se estaba esperando, y encontró limpios los vasos que le iban a acoger. Se les aparecieron lenguas divididas, como de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas según el espíritu les concedía al hablarlas. Cada uno hablaba todas las lenguas, prefigurando la Iglesia, que iba a estar presente en todos los idiomas. Un solo hombre era signo de la unidad: la totalidad de las lenguas en un solo hombre simbolizaba a todos los pueblos congregados en unidad.
Los que estaban llenos del Espíritu hablaban y quienes estaban vacíos de él se admiraban”
                                                       (Sermón 266, 2).

Gocemos en Él

“Hoy ha brillado el día santo y solemne de la ascensión de nuestro Señor Jesucristo: exultemos y gocémonos en Él. Al descender Cristo, los infiernos se abrieron; al ascender, se iluminaron los cielos. Cristo está en el madero: insúltenle los furiosos; Cristo está en el sepulcro: mientan los guardias; Cristo está en el infierno: sean visitados los que descansan; Cristo está en el cielo: crean todos los pueblos. Él, pues, debe ser el tema de nuestro sermón, puesto que es quien nos otorga la salvación. No os hablamos de ningún otro sino de aquel que ahora nos hablaba en el evangelio a todos nosotros y que a punto de ascender al Padre decía a sus discípulos: Esto es lo que os he dicho cuando estaba con vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu de verdad que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os traerá a la memoria cuanto os he dicho. No se turbe ni tema vuestro corazón. Oísteis que os dije: Voy a mi Padre, porque el Padre es mayor que yo”
 (Sermón 265 A, 1).

Estamos allí con Él

“Como Él ascendió sin apartarse de nosotros, de idéntica manera también nosotros estamos ya con Él allí, aunque aún no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que tenemos prometido. Él ha sido ensalzado ya por encima de los cielos; no obstante, sufre en la tierra cuantas fatigas padecemos nosotros en cuanto miembros suyos. Una prueba de esta verdad la dio al clamar desde lo alto: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y al decir: Tuve hambre, y me disteis de comer. ¿Por qué nosotros no nos esforzamos en la tierra por descansar con Él en el cielo sirviéndonos de la fe, la esperanza, la caridad, que nos une a Él? Él está allí con nosotros; igualmente, nosotros estamos allí con Él. Él lo puede por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, aunque no lo podemos en virtud de la divinidad como Él, lo podemos, no obstante, por el amor, pero amor hacia Él” 
(Sermón 263 A, 1).

Levantemos el corazón

“Levantemos el corazón. Piensa en Cristo sentado a la derecha del Padre; piensa en que ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Piénselo la fe; la fe radica en la mente, la fe está en los cimientos del corazón. Mira quién murió por ti; míralo cuando asciende y ámalo cuando sufre; míralo ascender y aférralo en su muerte. Tiene una prenda de tan gran promesa, hecha por Cristo: lo que Él ha hecho hoy, su ascensión es una promesa para ti. Debemos tener la esperanza de que nosotros resucitaremos y ascenderemos al reino de Dios, y allí hemos de estar por siempre con Él, hemos de vivir sin fin, alegrarnos sin tristeza y permanecer sin molestia alguna” 
(Sermón 265 C, 2).

Permanezco en la tierra

“Para que nadie errase adorando su cabeza en el cielo y pisando sus pies en la tierra, indicó dónde quedaban sus miembros. Estando para subir a los cielos pronunció las últimas palabras, después de las cuales ya no habló más en la tierra. Estando la Cabeza para subir a los cielos recomendó sus miembros en la tierra y se apartó. Ya no encuentras a Cristo hablando en la tierra; le encuentras hablando, sí, pero desde el cielo. ¿Y por qué desde el cielo? Porque eran pisados sus miembros en la tierra. Desde el cielo dijo al perseguidor Saulo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Subí al cielo, pero aun permanezco en la tierra. Allí estoy sentado a la derecha del Padre, aquí aun tengo hambre y sed; soy peregrino… Subo como cabeza, pero queda mi cuerpo en la tierra. ¿En dónde queda? Por toda la tierra. Guárdate de herirle, evita violarle, atiende a no pisarle” 
(Comentario a la Carta de Juan 10,9)

Pon tu trono en el cielo

“En este día, es decir, cuarenta después de su resurrección, el Señor ascendió al cielo. No lo vimos, mas creámoslo. Quienes lo vieron, lo anunciaron, y llenaron el orbe de la tierra. Sabéis quiénes lo vieron y quiénes nos lo indicaron: aquellos de quienes se dijo: No hay ni idioma ni lengua en los que no se oigan sus voces. Su voz se extendió por toda la tierra, y sus palabras hasta los confines del orbe de la tierra. Llegaron, pues, hasta nosotros y nos despertaron del sueño: ved que el presente día se celebra en toda la tierra. Recordad el salmo. ¿A quién se dijo: Levántate sobre los cielos, oh Dios? ¿A quién se dijo? ¿Acaso podrá decirse: Levántate a Dios Padre, que nunca se abajó? Levántate tú, tú que estuviste encerrado en el seno de tu madre; tú que fuiste hecho en la que tú hiciste; tú que yaciste en un pesebre; tú que, como cualquier niño, tomaste el pecho de carne; tú que, a la vez que llevabas el mundo, eras llevado por tu madre; tú a quien el anciano Simeón reconoció cuando eras niño y alabó tu grandeza; tú a quien la viuda Ana te vio tomando el pecho y reconoció tu omnipotencia; tú que por nosotros sufriste hambre y sed y por nosotros te fatigaste en el camino… Levántate, dijo; levántate sobre los cielos, porque eres Dios. Pon tu trono en el cielo, tú que pendiste del madero. Eres esperado como juez, tú a quien esperaron para poder juzgarte” 
(Sermón 262, 3-4).

Ascendamos con él

“La resurrección del Señor es nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. Si, pues, celebramos como es debido, fiel, devota, santa y piadosamente, la ascensión del Señor, ascendamos con Él y tengamos nuestro corazón levantado. Ascender no equivale a ensoberbecerse… Resucitó, en efecto, para darnos la esperanza de que resucitará lo que muere, para que la muerte no nos prive de la esperanza y lleguemos a pensar que toda nuestra vida concluye con la muerte. Nos preocupaba el alma, y Él, al resucitar, nos dio seguridad incluso respecto al cuerpo. ¿Quién ascendió entonces? El que descendió. Descendió para sanarte, subió para elevarte. Si te levantas tú, vuelves a caer; si te levanta Él permaneces en pie” 
(Sermón 261, 1).

Cantemos concordes

 “La alabanza no es otra cosa que el Aleluya¿Qué significa el Aleluya? Aleluya es una palabra hebrea que significa “Alabad a Dios”.Alelu: alabad; Ya: a Dios. Con el Aleluya, pues, entonamos una alabanza a Dios y mutuamente nos incitamos a alabarlo. Proclamamos las alabanzas a Dios, cantamos el Aleluya con los corazones concordes mejor que con las cuerdas de la cítara. Y después de haberlo cantado, debido a nuestra debilidad, nos retiramos a reponer las fuerzas de nuestros cuerpos… ¡Cómo hemos deseado estos días, que han de volver dentro de un año, cuando acaban de irse! ¡Con cuánta avidez volvemos a ellos pasado el espacio de tiempo establecido! Si se nos dijera ‘No ceséis de cantar elAleluya’, buscaríamos una excusa. ¿Por qué? Porque el cansancio no nos lo permitiría, porque hasta el mismo bien nos cansa. Allí no habrá defecto alguno ni fastidio. Permaneced en pie, alabadle vosotros los que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. ¿Por qué preguntas qué has de hacer allí? Dichosos, dice,  los que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos 
(Sermón 243,8).

Recordar con gozo nuestra salvación

"Hoy celebramos con toda solemnidad el misterio grande e inefable de la pasión del Señor. Misterio que, a decir verdad, nunca ha estado lejos ni del altar al que asistimos ni de nuestra boca y frente, para que retengamos siempre en el corazón lo que continuamente nos presentan los sentidos corporales. No obstante, esta solemnidad anual ocupa mucho más a la mente en el recuerdo de tan gran acontecimiento, para que lo que hace muchos años cometió la maldad de los judíos en un único lugar y sus ojos vieron, ahora sea contemplado en todo el orbe de la tierra con la mirada de la fe cual si hubiera tenido lugar hoy mismo. Si aquellos contemplaban entonces de buen grado el resultado de su crueldad, ¡con cuánto mayor agrado hemos de revocar, ayudados por la memoria, a nuestras mentes lo que piadosamente creemos! Si ellos miraban con placer su maldad, ¿no hemos de recordar nosotros, con gozo mayor aún, nuestra salvación?... 
Ellos obraron la maldad, nosotros celebramos la solemnidad; ellos se congregaron porque eran crueles, nosotros porque somos obedientes; ellos se perdieron, nosotros fuimos encontrados; ellos se vendieron, nosotros fuimos rescatados; ellos le miraban para insultarle, nosotros le adoramos llenos de veneración" 
(Sermón 218 B, 1).

La solemnidad celebra lo ocurrido

"Lo que la realidad indica que tuvo lugar una sola vez, eso mismo renueva la solemnidad para que lo celebren con repetida frecuencia los corazones piadosos. La realidad descubre lo que sucedió tal como sucedió; la solemnidad, en cambio, no permite que se olviden ni siquiera las cosas pasadas, no repitiéndolas, sino celebrándolas. Así, pues, Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Ciertamente murió una sola vez, Él que ya no muere y la muerte no tiene dominio sobre Él. Por tanto, según la realidad, decimos que la Pascua tuvo lugar  una sola vez y que no va a volver a darse; según la solemnidad, en cambio, cada año decimos que la Pascua ha de llegar… A esto se refiere la solemnidad tan resplandeciente de esta noche, en la que, manteniéndonos en vela, en cierto modo actuamos, mediante el resto del pensamiento, la resurrección de Jesús, que, mediante el pensamiento, confesamos con mayor verdad que tuvo lugar una sola vez" 
(Sermón 220).

Todo será eterno

 “El tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días (del tiempo pascual), lo hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque suspires ahora por elAleluya. ¿Qué significa Aleluya? Alabad al Señor. Por eso en estos días posteriores a la resurrección se repiten en la Iglesia  las alabanzas de Dios: porque después de nuestra resurrección también será perpetua nuestra alabanza... Alabemos, pues, amadísimos, al Señor que está en los cielos. Alabemos a Dios. Digamos el aleluya. Hagamos de estos días un símbolo del día sin fin. Hagamos del lugar de lo mortal un símbolo del tiempo de la inmortalidad. Apresurémonos a llegar a la casa eterna. Dichosos lo que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos. Allí alabaremos a Dios no cincuenta días, sino por lo siglos de los siglos. Lo veremos, lo amaremos y lo alabaremos; ni desaparecerá el ver, ni se agotará el amar, ni callará el alabar; todo será eterno, nada tendrá fin. Alabémoslo, alabémoslo; pero no sólo con la voz; alabémoslo también con las costumbres. Alábelo la lengua, alábelo la vida; no vaya en desacuerdo la lengua con la vida, antes bien tengan un amor infinito”  
(Sermón 254, 5. 8).

Todo ha sido renovado

"Con su resurrección, nuestro Señor Jesucristo convirtió en glorioso el día que su muerte había hecho luctuoso. Por eso, trayendo solemnemente a la memoria ambos momentos, permanezcamos en vela recordando su muerte y alegrémonos acogiendo su resurrección. Esta es nuestra fiesta y nuestra Pascua; no ya en figura, como lo fue para el pueblo antiguo la muerte del cordero, sino hecha realidad, como a pueblo nuevo, por la víctima que fue el Salvador, pues ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua, y lo antiguo ha pasado, y he aquí que todo ha sido renovado. Lloramos porque nos oprime el peso de nuestros pecados y nos alegramos porque nos ha justificado su gracia, pues fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Tanto llorando en lo primero como gozando en lo segundo, estamos llenos de alegría. No dejemos que pase inadvertido con olvido ingrato, sino que celebremos con agradecido recuerdo lo que por nuestra causa y en beneficio nuestro tuvo lugar: tanto el acontecimiento triste como el anticipo gozoso. Permanezcamos en vela, pues, amadísimos, puesto que la sepultura de Cristo se prolongó hasta esta noche, para que en esta misma noche tuviera lugar la resurrección… Nuestra devoción hace honor a tan gran misterio, para que como nuestra fe, corroborada por su resurrección, está ya despierta, así también esta noche, iluminada por nuestra vigilia, destaque por su resplandor para que podamos pensar con dignidad, junto con la Iglesia extendida por todo el orbe de la tierra, en no ser hallados envueltos en la noche. Para tantos y tantos pueblos que bajo el nombre de Cristo congrega por doquier esta célebre solemnidad, se puso el sol, pero sin dejar de ser de día, pues la luz de la tierra tomó el relevo de la luz del cielo" 
(Sermón 221, 1).

Proclamamos su resurección

"Así continúa el símbolo. Después de haber confesado su pasión, proclamamos su resurrección. ¿Qué hizo en la pasión? Nos enseñó lo que debemos tolerar. ¿Qué hizo en la resurrección? Nos mostró lo que debemos esperar. En la primera está la fatiga; en la segunda, la recompensa; la fatiga, en la pasión; la recompensa, en la resurrección. Pero del hecho de que resucitó de entre los muertos no se sigue que haya permanecido aquí. ¿Cómo continúa? Subió al cielo. ¿Y dónde está ahora? Sentado a la derecha del Padre. Comprende lo que se quiere indicar con el término derecha, para no buscar allí una izquierda. Se llama derecha de Dios a la felicidad eterna; se llama derecha de Dios a su inefable, inestimable e incomprensible bienaventuranza y abundancia. Tal es la derecha de Dios; allí está sentado. ¿Qué significa allí está sentado? Allí habita. Se llama asiento al lugar donde uno habita… Está sentado; con esto se dice, por tanto, que permanece, que habita" 
(Sermón 213, 5).

Cristo fue inmolado una sola vez

“Según nuestro  modo frecuente de hablar, solemos decir, cuando se acerca la Pascua: ‘mañana o pasado mañana será la pasión del Señor’. Pero el Señor ha padecido muchos años ha y la pasión no ha tenido lugar sino una vez. En el mismo día del domingo decimos: ‘Hoy resucitó el Señor’, aunque han pasado ya artos años desde que resucitó. Nadie es tan necio que nos eche en cara la mentira cuando hablamos así. Nombramos tales días por la semejanza con aquellos otros en que tuvieron lugar los acontecimientos citados. Decimos que es el mismo día, aunque no es el mismo, sino otro semejante a él en el girar de las edades. Así también, cuando nos referimos a la celebración del sacramento del altar, decimos que en ese día acontece lo que no acontece en ese día, sino que aconteció antaño. Cristo fue inmolado una sola vez en persona y es inmolado no sólo en las solemnidades de la Pascua, sino también cada día, en dicho sacramento. Por eso no miente quien contesta que es inmolado ahora, cuando se lo preguntan. Los sacramentos no serían en absoluto sacramentos si no tuvieran cierta semejanzas con aquellas realidades de que son sacramento” 
(Carta 98,9).

Estos días simbolizan la alegría eterna

“En cambio, estos días posteriores a la resurrección simbolizan la alegría eterna. No son la alegría, pero la simbolizan; se nos presenta, hermanos, de forma misteriosa, aún no en la realidad; en efecto, cuando celebramos la Pascua, no se crucifica al Señor de nuevo, pero hacemos presentes en la celebración anual los hechos del pasado; dígase lo mismo de los futuros que aún no existen. En este tiempo interrumpimos los ayunos, pues el número de estos días es signo del descanso futuro. Pero estad atentos, hermanos, no sea que, queriendo celebrar de modo carnal estos días concediéndoos demasiadas licencias en la bebida, no merezcáis celebrar eternamente en compañía de los ángeles lo que ellos simbolizan. Quizá me diga algún borracho reprendido por mí: Tú nos has expuesto que estos días simbolizan la alegría eterna; tú nos indicaste que este tiempo preanuncia el gozo angélico y celeste; ¿no debía regalarme bien? ¡Ojalá te regalaras bien y no mal! Para ti serán símbolo de gozo sólo si eres templo de Dios. Pero si llenas el templo de Dios de la inmundicia de la embriaguez, suenan a tus oídos las palabras del Apóstol: A quien profanare el templo de Dios, Dios lo aniquilará. Quede esto grabado en vuestros corazones: mejor es un hombre menos dotado intelectualmente que vive bien que otro mejor dotado pero que vive mal. La plenitud y la felicidad perfecta consiste en una inteligencia ágil y en una vida santa; en caso de no poder contar con ambas cosas, es preferible la vida santa a la ágil inteligencia. Pues quien vive santamente merecerá comprender más, y a quien vive mal, incluso la inteligencia le lleva a la perdición” 
(Sermón 252,12).

El hombre nuevo canta el cántico nuevo

“Es conveniente que tributemos a nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor, amadísimos hermanos, algún beneficio obtenemos mientras estamos en tensión hacia su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. El hombre nuevo canta el cántico nuevo. Lo he cantado yo; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que acabáis de ser renovados por Él. Voy a exhortaros según las exigencias de la caridad fraterna; pero no sólo a nosotros; mi exhortación se dirige también a cuantos me escuchan en cuanto hermanos e hijos: hermanos porque nos engendró una misma madre; hijos, porque yo os he engendrado para el Evangelio. Vivid bien, amadísimos míos, para que después de haber recibido tan grande sacramento podías presentaros ante el tribunal con conducta intachable. Corregid los vicios, ordenad las costumbres, dad cabida a las virtudes; esté presente en cada uno de vosotros la piedad, la santidad, las castidad, la humildad y la sobriedad, para que, ofreciendo tales frutos a Dios, Él se deleite en vosotros, y vosotros en Él… Amad al Señor, puesto que Él os amó a vosotros; visitad frecuentemente esta madre que os engendró. Ved lo que ella os ha aportado: ha unido la criatura al creador, he hecho de los siervos hijos de Dios, y de los esclavos del demonio, hermanos de Cristo. No seréis ingratos a tan grandes beneficios si le ofrecéis el obsequio respetuoso de vuestra presencia. Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia madre. Esta madre santa y espiritual os prepara cada día alimentos espirituales, mediante los cuales robustece no vuestros cuerpos, sino vuestras almas” 
(Sermón 255 A).

Nuestra Pascua es Cristo

“Porque ya se ha realizado en nosotros la resurrección por la fe, esperanza y caridad, según las primicias del Espíritu. Pero la esperanza que se ve no es esperanza; por lo tanto, aguardamos por la paciencia lo que esperamos y no vemos. Aguardándola, gemimos dentro de nosotros mismos. Por eso se dijo: Gozándonos en esperanza, sufriendo en tribulación. Esta renovación de nuestro vivir es un cierto tránsito de la muerte a la vida, tránsito que se realiza primero por la fe, para que nos gocemos en la esperanza y seamos pacientes en la tribulación, mientras nuestro hombre exterior se sigue corrompiendo, en oposición al interior que se renueva de día en día. Ese es el principio de nuestro vivir, el hombre nuevo de que se nos manda revestir, al tiempo que nos desnudamos del viejo. Así nos limpiamos de la vieja levadura, para ser nuevas aspersión, porque nuestra pascua es Cristo, que se nos ha inmolado” 
(Carta 55,3,5).

Alabar sin cansancio

“En este mundo todas las cosas producen hastío; sólo la salud está excluida de ello. Si la salud no causa tedio, ¿va a causarlo la inmortalidad? ¿Cuál será entonces nuestra ocupación? Decir: Amén Aleluya.  Una cosa es la que hacemos aquí otra la que haremos allí; no digo día y noche, sino en el día sin fin: repetir lo que ya ahora dicen sin cansarse las potestades del cielo, los serafines: Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Esto lo repiten sin cansarse. ¿Se fatiga, acaso, ahora el latir de tu pulso? Mientras vives, tu pulso sigue latiendo. Trabajas, te fatigas, descansas, vuelves a tu tarea, pero tu pulso no se fatiga. Como tu pulso no se cansa mientras estás sano, tampoco tu lengua y tu corazón se cansarán de alabar a Dios cuando goces de la inmortalidad. ¿Cuál será? Esa actividad será un ocio. Actividad ociosa: ¿en qué consistirá? En alabar al Señor. Escuchad la sentencia: Dichosos los que habitan en tu casa. Y por si buscamos la causa de esta dicha: ¿Tendrán mucho oro? Quienes tienen mucho oro son, en igual medida, miserables. Dichosos son los que habitan en tu casa. Dichosos, ¿por qué? En esto consiste su dicha: Te alabarán por lo siglos de los siglos.
(Sermón 211 A).

Celebramos la Pascua

“Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración se hace de modo que se sobreentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. Cuando celebramos la Pascua, no nos contentamos con traer a la memoria el suceso, esto es, que Cristo murió y resucitó. En la celebración de ese sacramento ejecutamos las demás cosas que el sacramento entraña. Dice el Apóstol: Murió por nuestro pecados y resucitó para nuestra justificación. He aquí por qué queda consagrado el tránsito de la muerte a la vida en esta muerte y resurrección del Señor… La realidad que se anuncia con esta palabra hebrea (pascua) no es la pasión, pues padecer se dice en griego paschein, sino el tránsito de la muerte a la vida, como he dicho. En el idioma hebreo, el tránsito se denomina pascha, como dicen los que lo saben… Lo que se celebra, pues, en la pasión y resurrección del Señor, es el tránsito de esta vida mortal a la inmortal, de la muerte a la vida” 
(Carta 55,1,2).

Sed miembros de Cristo

"Ved que os habéis convertido en miembros de Cristo. Si consideráis en qué os habéis convertido, todos vuestros huesos dirán: Señor, ¿quién como tú? En efecto, nunca se puede considerar como se merece la condescendencia divina; ¿no nos fallan las palabras y los sentidos ente el hecho de que nos haya llegado la gracia gratuita sin mérito alguno precedente? Por eso mismo se llama gracia: porque se nos ha donado gratuitamente. ¿De qué gracia estoy hablando? De la gracia de ser miembros de Cristo e hijos de Dios; de que también vosotros sois hermanos del Hijo único. Si Él es Hijo único, ¿cómo sois vosotros hermanos sino porque Él es Hijo único por naturaleza y vosotros sois hermanos por gracia?... Oídme vosotros los bautizados, oídme vosotros los recién nacidos, escuchadme vosotros los regenerados por Cristo: os suplico por el altar al que os habéis acercado, por los sacramentos que habéis recibido, por el nombre que ha sido invocado sobre vosotros, por el juicio de vivos y muertos, os suplico, os conjuro y os obligo: no imitéis a nadie, a no ser a los que sabéis que son fieles como han de serlo" 
(Sermón 224).

Canta y Camina

“Pero cantemos nosotros y los demás el aleluya aún aquí, en medio de peligros y tentaciones. Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas. Por tanto, cantemos también aquí elaleluya… ¡Dichoso Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá el amigo. Se alaba a Dios aquí y allí; pero aquí lo alaban llenos de preocupación, allí con seguridad plena; aquí quienes han de morir, allí quienes vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí ya en la patria. Ahora, por tanto, hermanos míos, cantémoslo, pero como solaz en el trabajo, no como deleite del descanso. Canta como suelen cantar los viandantes; canta, pero camina; consuela con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina. ¿Qué significa “camina”? Avanza, avanza en el bien. Según el Apóstol, hay algunos que avanzan para peor. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina. No te salgas del camino, no te vuelvas atrás, no te quedes parado”  
(Sermón 256, 3).

Alabemos a Dios con la vida

“Plugo al Señor Dios nuestro que nos halláramos aquí corporalmente presentes para cantar, junto con vuestra caridad, el Aleluya, que, traducido a nuestra lengua, significa Alabad al Señor


Alabemos al Señor, hermanos, con la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres. Dios quiere que le cantemos elAleluya de forma que no haya discordia en quien le alaba. Comiencen, pues, por ir de acuerdo nuestra lengua y nuestra vida, nuestra boca y nuestra conciencia. Vayan de acuerdo, repito, las palabras y las costumbres, no sea que las buenas palabras sean un testimonio contra las malas costumbres. ¡Oh feliz Aleluyael del cielo, donde el templo de Dios son los ángeles! Es suma la concordia de quienes le alaban allí donde está asegurada la alegría de los cantantes; donde ninguna ley en los miembros opone resistencia a la ley de la mente; donde no existe la lucha contra la ambición que ponga en peligro la victoria de la caridad. Cantemos, pues, aquí, aún preocupados, el aleluya, para poder cantarlo allí sin miedo… 


Con todo, hermanos, en medio de este mal, cantemos el aleluya al Dios bueno que nos libra del mal. ¿Por qué miras a tu alrededor buscando el mal del que ha de librarte? No vayas lejos, no disperses la mirada de la mente por doquier. Vuelve a ti mismo, examínate. Tú eres aún malo. Por tanto, cuando Dios te libra de ti mismo, entonces te libra del malo” 
(Sermón 256, 1).

Palpad y ved

"Para engendrar y aumentar este gozo no quiso que se le reconociese al instante. Veló los ojos de los dos discípulos, de los que encontró en el camino conversando entre sí desconfiadamente y diciendo: Nosotros esperábamos que Él fuese el redentor de Israel. Habían creído esto, mas ya no lo creían. Ya habían perdido la esperanza, y, sin embargo, Cristo estaba con ellos; pero el que se les juntó les devolvió la esperanza. Más tarde, después de haberle conocido en la fracción del pan y de haberse aparecido a otros discípulos suyos, dijo cuando creían que era un espíritu: Palpad y ved, porque el espíritu no tiene ni carne ni huesos, como me veis a mí que los tengo. Y como todavía dudasen en fuerza del gozo, les dice: ¿Tenéis aquí algo de comer? Lo tomó, lo bendijo, lo comió y se lo dio a ellos"
 (Comentario al salmo 147,17).

Les abrió las Escrituras

"Esta esperanza, este don, esta promesa, esta gracia tan grande, la vieron desaparecer de su alma los discípulos cuando murió Cristo; con su muerte se les vino abajo toda esperanza. 
Se les anunciaba que había resucitado, y les parecía un delirio las palabras de quienes lo anunciaban.
¡La verdad se había convertido en un delirio!... 
Comenzó, pues, a exponerles las Escrituras para que reconociesen a Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Porque lo vieron muerto, perdieron la esperanza en Él. 
Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria.
Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente" 
(Sermón 236, 2).

El Maestro caminaba con ellos

"¿Qué nos ofrece esta lectura a nosotros? Algo verdaderamente grande, si la comprendemos. El Maestro caminaba con ellos por el camino, y Él mismo era el camino. Aquellos discípulos aún no iban por el camino, pues los halló fuera de él... 
Cristo, vivo, encuentra muertos los corazones de los discípulos, a cuyos ojos se apareció. Lo veían y permanecía oculto para ellos… Iban con ellos como compañero de camino y Él mismo era su guía. Sin duda, lo veían, pero no lo reconocían. Sus ojos, como escuchamos, estaban enturbiados, lo que les impedía reconocerlo" 
(Sermón 235,2).

Cantad el Cántico Nuevo

"¡Oh hermanos, oh hijos, oh retoños católicos, oh semillas santas y sublimes, oh regenerados en Cristo y nacidos de lo alto! 
Escuchadme; o mejor, a través de mí: ¡Cantad al Señor un cántico nuevo! 
Ya lo canto, dices. Cantas, es cierto que cantas, lo oigo. Pero no sea la vida un testimonio contra la lengua. Cantad con vuestras voces, cantad con los corazones; cantad con las bocas, cantad con las costumbres... 


La alabanza del cantar es el mismo cantor. 
¿Queréis entonar alabanzas a Dios? Sed vosotros lo que decís. Sois su alabanza si vivís bien... 
¿Buscáis saber dónde está? Pensad en vosotros mismos; sed vosotros su alabanza en la Iglesia de los santos. 
¿Buscas de qué alegrarte cuando cantas? 
Regocíjese Israel en quien lo hizo. No hallará de qué alegrarse, sino de Dios" 
(Sermón 34,6).

Nuestro alimento y bebida será el Aleluya

“No sin motivo, hermanos míos, conserva la Iglesia la tradición antigua de cantar el Aleluya durante estos cincuenta días. Aleluya y alabanza a Dios son la misma cosa. Con él se nos anticipa simbólicamente, en medio de nuestras fatigas, qué haremos en el descanso eterno. 
En efecto, cuando después del trabajo presente lleguemos a aquel descanso, la única ocupación será la alabanza de Dios, todo nuestro obrar se reducirá al Aleluya. 
¿Qué significa Aleluya? Alabad a Dios. 
¿Quién alaba a Dios sin desfallecer a no ser los ángeles? No sufren hambre ni sed, no enferman ni mueren. 
También nosotros hemos cantado el Aleluya; se cantó ya esta mañana, y hace poco, cuando yo aparecí, volvimos a cantarlo. 

Llega hasta nosotros un cierto olor de aquella alabanza divina y de aquel descanso, pero es más fuerte el peso de la mortalidad. El simple repetirlo nos cansa, y queremos reponer las fuerzas de nuestros miembros; si dura mucho tiempo, nos resulta gravoso el alabar a Dios por el estorbo de nuestro cuerpo. 

Si la plenitud ha de consistir en el canto ininterrumpido del Aleluya, tendrá lugar sólo después de este mundo y estas fatigas. ¿Qué hacer, pues, hermanos? Repitámoslo cuantas veces podamos para merecer cantarlo por siempre. Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, alabanza de Dios. 

¿Quién, en efecto, alaba algo sino el que goza sin fastidio? 
¡Cuál no será, pues, el vigor del espíritu; cuál la inmortalidad y la solidez del cuerpo, si ni la mente decaerá de la contemplación de Dios ni los miembros sucumbirán en esa interminable alabanza de Dios!”. 

(Sermón 252, 9).

Cantar Aleluya sin cansancio

"Henos, pues, proclamando el 'Aleluya'; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y de suavidad. 

Con todo, si estuviéramos diciéndolo siempre, nos cansaríamos; pero como va asociado a cierta época del año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va! 
¿Habrá allí acaso idéntico gozo e idéntico cansancio? No lo habrá. 
Quizá diga alguno: '¿Cómo puede suceder que no engendre cansancio el repetir siempre lo mismo?'
Si consigo mostrarte algo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer que allí todo será así.

Se cansa uno de un alimento, de una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca se cansa nadie de la salud. 
Así, pues, como aquí, en esta carne mortal y frágil, en medio del tedio originado por la pesantez del cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se cansara de la salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansancio la caridad, la inmortalidad o la eternidad" 

(Sermón 229 B,2).