La verdad del Evangelio


"La verdad del Evangelio obtuvo la cima suprema de la autoridad para la palabra de Dios que permanece eterna e inmutable sobre toda criatura, palabra dispensada mediante la criatura a través de signos temporales y lenguas humanas. En este mismo hecho aparece -cosa que afecta al máximo a nuestro tema- que no debemos pensar que miente alguien si muchos que oyeron o vieron algo, al recordarlos, no lo refieren del mismo modo o con las mismas palabras; o si se cambia el orden de las palabras, o si se utilizan unas en lugar de otras, siempre que signifiquen lo mismo; o si se calla algo que o no viene a la mente a quien intenta recordarlo o puede deducirse de lo que se dice; o si alguien, en función del relato de alguna otra cosa que estableció decir, para ajustarse al tiempo debido, toma algo no para explicarlo en su totalidad, sino para tocarlo parcialmente; o si para ilustrar o explicar una sentencia, aquel a quien se le ha concedido autoridad  para narrarla añade algunas palabras, no contenidos, o si teniendo clara la idea, no logra, aunque lo intente, repetir de memoria en su integridad las palabras que incluso oyó"
 (Concordancia de los evangelistas 2, 12, 28).

La mano del Señor lo escribió


"Todo el que entienda este consorcio de unidad y el ministerio, en los diversos oficios, de los miembros concordes bajo una única cabeza, no entenderá lo que lea en el Evangelio, siendo los narradores los discípulos de Cristo, distintamente que si viese que lo escribía la misma mano del Señor, que llevaba en el propio cuerpo. Por lo cual, veamos ya cuáles son aquellos puntos que piensan que escribieron los evangelistas en desacuerdo entre sí, como pudiera parecer a los romos de inteligencia, a fin de que, resuelta la cuestión, de aquí mismo aparezca que los miembros de aquella cabeza conservaron la concordia fraterna en la unidad de su cuerpo, no sólo pensando lo mismo, sino también escribiendo en armonía"
 (Concordancia de los evangelistas 1, 35, 54).

Los cuatro evangelistas


"Por tanto, veamos ya ahora la concordancia interna y entre sí de lo que escribieron sobre Cristo los cuatro evangelistas, para que quienes tienen más curiosidad que capacidad no experimenten ningún tropiezo en la fe cristiana por esta razón. Después de haber examinado, no en una lectura superficial, sino esmerada, los libros evangélicos, creyendo haber descubierto en ellos algo disonante e inconciliable, piensan que han de ser objeto de una crítica polémica más que de una consideración reflexiva"
(Concordancia de los evangelistas  2, 1, 1).

Proclamar el Evangelio


"Entre las autoridades divinas incluidas en los escritos sagrados, destaca con toda razón el Evangelio. Él muestra cumplido y realizado lo que la ley y los profetas anticiparon como futuro. Los primeros en anunciarlo fueron los apóstoles, quienes vieron al mismo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, aún viviendo aquí. No sólo recordaban  lo que oyeron de su boca o los dichos y hechos que él realizó ante sus ojos, sino también lo que, antes de constituirse en discípulos suyos, había obrado Dios referente a su natividad o infancia o niñez y merecía ser recordado. Pudieron informarse y conocerlo ya de él mismo, ya de sus padres o a través de otros indicios que no dejaban duda, o de testigos fidelísimos. Una vez que les fue impuesto el deber de proclamar el Evangelios, se ocuparon de anunciarlo al género humano"
 (Concordancia de los evangelistas 1, 1, 1).

La Palabra prescribe el Amor


"Porque en éste se ejercita todo el estudio de las divinas Escrituras, no encontrado en ellas otra cosa más que se ha de amar a Dios por Dios y al prójimo por Dios; a Este con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente; al prójimo como a nosotros mismos, es decir, que todo amor al prójimo como a nosotros ha de referirse a Dios. De estos dos preceptos hemos tratado en el libro anterior al hablar de las cosas. Es, pues, necesario que ante todo cada uno vea, estudiando las divinas Escrituras, que si se halla enredado en el amor del mundo, es decir, en el de las cosas temporales, está tanto más alejado del amor de Dios y del prójimo cuanto lo prescribe la misma Escritura"
 (Sobre la doctrina cristiana 2, 7, 10).

La Palabra del Amor


"Quien tiene su corazón lleno de amor, herma­nos míos, comprende sin error y mantiene sin esfuerzo la variada, abundante y vastísima doctrina de las Sagradas Escrituras, según las palabras del Apóstol: La plenitud de la ley es el amor; y en otro lugar: El fin del precepto es el amor que surge de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. ¿Cuál es el fin del precepto sino el cumplimiento del mismo? ¿Y qué es el cumplimiento del precepto sino la plenitud de la ley? Lo que dijo en un lugar: La plenitud de la ley es el amor, es lo mismo que dijo en el otro: El fin del precepto es el amor... El mismo Señor que los alimentó con la palabra de la verdad y del amor que es el mismo pan vivo que ha bajado del cielo, dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Y también: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros"
 (Sermón 350, 1).

Mantente en el Amor


"El amor por el que amamos a Dios y al prójimo posee confiado toda la magnitud y lati­tud de las palabras divinas. El único maestro, el celestial, nos enseña y dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas. Si, pues, no dispones de tiempo para escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, mantente en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí apren­diste e incluso lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo que pende también lo que tal vez no conoces; en lo que comprendes de las Escritu­ras se descubre evidente el amor, en lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres, posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la pa­labra divina"
 (Sermón 350, 2).

Toda la Escritura nos lleva al amor


"Todo lo que de saludable concibe la mente, o profiere la boca, o se arranca de cualquier página de la Escritura, sólo tiene por fin la caridad... Ninguna otra cosa busquéis en la Escritura; nadie os mande otra cosa. En todo lo que en la Escritura está oculto, está oculto este amor, y en todo lo que en ella es patente, se halla patente este amor. Si en ninguna parte apareciese patente, no te alimentaría; si en ninguna apareciese oculto, no te ejercitaría. Esta caridad clama del corazón puro, del corazón de aquellos que oran estas palabras con que ahora ora éste aquí. Al instante diré quién es éste: éste es Cristo"
 (Comentarios a los Salmos 140, 2).

Preparad un nido a la Palabra

"He recordado esto para que os dignéis ayudarme con el silencio. El espíritu está pronto para serviros, pero la carne es débil. El mismo espíritu, cualquiera que sean los gozos que concibe de la Escritura de Dios, los da a luz y busca hacerlo en vuestros oídos y vuestras mentes. Preparad en vosotros un nido a la palabra.En la Escritura se nos pone como ejemplo la tórtola, que busca un nido para poner sus polluelos. Lo que traemos entre manos, la Escritura que estáis viendo, nos invita a buscar y a alabar a cierta mujer grande, que tiene un marido también grande, quien la encontró perdida y, habiéndola hallado, la adornó"
 (Sermón 37, 1).