La Palabra se hizo carne

"En aquel lecho nupcial, es decir, en el seno de la virgen, la naturaleza divina unió a sí la naturaleza humana; en él se hizo carne por nosotros la Palabra para habitar en medio de nosotros naciendo de una madre y para prepararnos nuestra morada, precediéndonos en el camino hacia el Padre. Celebremos, pues, con gozo y solemnidad este día y llenos de fe deseemos el día eterno, que, siendo eterno, nació en el tiempo para nosotros"
(Sermón 195, 3).

Era Navidad...

Un cuento para esta navidad
(tomado de Mira a tu interior)



Yo, al principio, pensé que era una broma..., pero no..., dicen que han visto llorar a Dios por nuestras calles...
...
Son muchos..., Jesús, los que me han dicho que no deberías haber salido nunca de la Iglesia..., que "es tu sitio"...
...
"Esta claro..., dicen, ¿no ves que ya nos hemos acostumbrado a encontrarte allí? ¿Es que no te das cuenta de que fuera..., por la calle, te podemos confundir con cualquiera? ¿No sabes que vivimos tiempos difíciles..., que hay mucha droga..., delincuencia..., miedo..., que la gente hoy no se fía ni de su Padre?...

Se edificó una casa humilde

"Pero yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, no sabía de qué cosa podía ser muestra su flaqueza. Porque tu Verbo, verdad eterna, transcendiendo las partes superiores de tu creación, levanta hacia él a las que le están ya sometidas al mismo tiempo que en las partes inferiores, se edificó para sí una casa humilde de nuestro barro, por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, fiados en sí, se fuesen más lejos, sino por el contrario, se hagan débiles viendo ante sus pies débil a la divinidad por haber participado de nuestra túnica pelícea, y, cansados, se arrojen en ella, para que, al levantarse, ésta los eleve"
(Confesiones 7, 18, 24).

Testimonio sublime de Humildad

"Antes de Juan hubo profetas; hubo muchos, grandes y santos, dignos y llenos de Dios, anunciadores del Salvador y testigos de la verdad. Sin embargo, de ninguno de ellos pudo decirse lo que se dijo de Juan: Entre los nacidos de mujer, no ha habido ninguno mayor que Juan el Bautista. ¿Qué significa esta grandeza enviada delante del Grande? Es un testimonio de sublime humildad. Era, en efecto, tan grande que podía pasar por Cristo. Pudo Juan abusar del error de los hombres y, sin fatiga, convencerles de que él era el Cristo, cosa que ya habían pensado, sin que él lo hubiese dicho, quienes lo escuchaban y veían. No tenía necesidad de sembrar el error; le bastaba con confirmarlo. Pero él, amigo humilde del esposo, lleno de celo por él, sin usurpar adúlteramente la condición de esposo, da testimonio a favor del amigo y confía la esposa al que es el auténtico esposo"
(Sermón 288, 2).

En el Monasterio de La Vid tuvimos una jornada de encuentro sobre el adviento.
Aquí tenéis el material que usamos, por si puede ser útil:

No yo sino él

"No se echaba de menos al humilde. Por eso enciende una antorcha. Ved cómo cede el puesto quien podía pasar por otra cosa. ¡Cuánto se rebaja! Por eso se le ensalza tanto, ya que quien se humilla será ensalzado. Juzgue, ahora, según esto, vuestra santidad: si Juan se rebaja hasta el extremo de decir que no es digno de desatar las correas de sus sandalias, ¿hasta qué extremo deberán rebajarse quienes dicen: Nosotros bautizamos; lo que damos es nuestro y, además, es santo? Juan dice: No yo, sino El. Estos, en cambio, dicen: Nosotros. No es digno Juan de desatar las correas de sus sandalias; y, aunque se juzgase digno, ¡qué grado de humildad el suyo! Y si a continuación dijese: Después de mí viene quien es superior a mí y sólo soy digno de desatar las correas de sus sandalias, ¡qué rebajamiento tan grande! Pero, cuando ni de esto se juzga digno, ¿qué lleno debía estar del Espíritu Santo, para que él así conozca al Señor y merezca pasar de siervo a ser amigo suyo"
 (Comentario a Juan 4, 9).

Ilumina a todo hombre

"Mas ¿dónde está la luz? Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Si, pues, alumbra a todo hombre que viene, también a Juan. El, pues, alumbra a aquel por quien quería darse a conocer. Entended, pues, hermanos míos: venía a espíritus apocados, a corazones débiles, a almas de ojos enfermizos. Para éstos venía. ¿Cómo es posible que un alma de éstas vea al Señor por excelencia? De manera parecida a como suele casi siempre darse uno cuenta de que ha salido el sol, que los ojos no ven, por los cuerpos que reflejan sus rayos… Así son aquellos hombres a quienes viene Cristo y que son ineptos para verlo. Irradia sobre Juan, quien confiesa no ser él el que irradia y alumbra sino quien recibe la irradiación y la luz, y por él se ve a Aquel que ilumina y esclarece y lo llena todo. Este es, dice, quien alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Si no se hubiera alejado de Él, no tendría necesidad de ser iluminado, pero le es necesaria esa iluminación, porque se alejó del que podía envolverlo en su resplandor"
 (Comentario a Juan 2, 7).

Confesó ser una candela

"Porque Juan se adelantó a Cristo en el nacimiento y en la predicación; pero se adelantó obedeciendo, no anteponiéndose. Porque el tribunal entero camina delante del juez, pero los que van delante son posteriores a él. ¿Y qué testimonio dio Juan de Cristo? Dijo que no era digno de desatar la correa de su calzado. ¿Más todavía? De su plenitud, añadió, recibimos.  Confesó ser una candela encendida en Él, y por eso recurrió a sus pies, para no apagarse con el viento de la soberbia si subía a lo alto. Era tan grande que podía ser creído Cristo. Y si no hubiese sido su propio testimonio de que no era Cristo, hubiese quedado el error y se hubiese creído que lo era. ¿Hasta qué punto era humilde? El pueblo le ofrecía el honor, y Él lo rechazaba. Esperaban los hombres, al creerle tan grande, y él se humillaba. No quería crecer con palabras de hombres, porque había comprendido la Palabra de Dios"
(Sermón 66, 1).

Hablas como pregonero

"¿Qué dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas? Hablas al juez y hablas como pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Tú dijiste: Todos nosotros recibimos de su plenitud. Tú dijiste: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Y ahora dices: Eres tú el que vienes o esperamos a otro? ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su precursor? ¿No eres tú aquel de quien se profetizó: He ahí que envío mi ángel ante tu faz, y preparará tu camino? ¿Cómo preparas el camino si te desvías? Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les dijo: Id y decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. ¿Y preguntas si soy yo? Mis palabras, dice, son mis obras. Id y contestad. Y ellos se marcharon"
 (Sermón 66, 3).

Que nos alumbre el sol

"Que nos alumbre el sol en que se encendió aquella candela. De ese modo la solución es una solución evidente. Juan tenía sus propios discípulos; no estaba separado, pero era testigo preparado. Convenía, pues, que ante ellos diese testimonio de Cristo, el cual reunía también discípulos: podían sentir celos si no podían ver. Y como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se maravillaban; por eso, antes de morir, quiso que él los confirmara. Sin duda decían ellos dentro de sí: éste dice de él tan grandes cosas, pero él no las dice de sí mismo. Id y decidle, no porque yo dude, sino para que vosotros os instruyáis. Id y decidle; lo que yo suelo decir, oídselo a él; habéis oído al pregonero, oíd ahora al juez la confirmación. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes o esperamos a otro? Fueron y lo dijeron; por ellos, no por Juan"
(Sermón 66, 4).

Esta antorcha es Juan

"Sin embargo, porque su aparición en carne mortal fue como aparecer de noche, quiso encenderse una antorcha para ser visto. Esta antorcha era Juan, de quien ya habéis oído muchas cosas. El texto del Evangelio que acabáis de oír contiene las palabras de Juan, quien ante todo, y esto es lo principal, declara expresamente que él no es el Cristo. Era tanta la grandeza de Juan, que podía hacerse pasar por Cristo; y así demuestra su humildad en que dijo que no lo era, siendo así que hubiera podido pasar por tal. Este es el testimonio de Juan cuando los judíos de Jerusalén le envían sacerdotes y levitas con la misión de preguntarle quién era. No les enviaran con esa misión, a no ser como impelidos por su gran autoridad, en virtud de la cual tenía la osadía de bautizar. El confesó y no negó. ¿Qué confesó? Confesó que él no era el Cristo."
(Comentario a Juan 4, 3).

Eres tu Elías

"Y le preguntaron: ¿Qué eres, pues? ¿Eres tú Elías? No, es la contestación. Entonces le hacen otra pregunta: ¿Eres el profeta? No, vuelve a repetir. ¿Quién eres tú, siguen preguntándole, para dar una respuesta a quienes nos han enviado? Dinos algo de tu persona. Yo, dice, soy la voz del que clama en el desierto. Estas son palabras de Isaías. Esta profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto, se cumplió en Juan. ¿Qué clama? Enderezad los caminos del Señor, haced restas las sendas de nuestro Dios. ¿No os parece que el heraldo debe decir: Retiraos, dejar expedito el camino? A pesar de que el heraldo debe decir: Retiraos, dice Juan en cambio: Venid. El heraldo aleja del juez, mientras que Juan invita a que se acerquen a Él. Juan invita a que se acerquen al humilde para no experimentarle juez excelso. Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad los caminos del Señor, haced rectas las sendas de nuestro Dios. No dice: Yo soy Juan, yo soy Elías, yo soy un profeta. ¿Qué dice? Yo me llamo la voz del que clama en el desierto: Enderezad los caminos del Señor"
(Comentario a Juan 4, 7).

Mostrarlo a Israel

"Preste vuestra caridad un poco de atención. ¿Cuándo conoció Juan a Cristo? Juan fue enviado a bautizar con agua. ¿Y el por qué de este bautismo? Para mostrarlo, dice, a Israel. ¿Para qué sirvió el bautismo de Juan? Si el bautismo de Juan, mis hermanos, era de alguna utilidad, subsistiría todavía hoy y seguirían bautizándose los hombres con el bautismo de Juan y se llegarían así al bautismo de Cristo. Pero ¿qué dice el Precursor? Para que se manifieste a Israel; es decir, que vino a bautizar con agua para que Cristo se mostrase a Israel, al pueblo de Israel. Juan recibió el ministerio de bautizar con agua de penitencia para preparar el camino del Señor cuando aún no había aparecido. Pero, desde el momento que el Señor fue conocido, era ya superfluo prepararle el camino. El mismo era ya el camino para quienes le conocían. Por eso no duró mucho el bautismo de Juan. ¿Cómo se mostró el Señor? Humilde; por eso recibió Juan el bautismo con el que el Señor mismo sería bautizado"
(Comentario a Juan 4, 12).

Juan bautizaba

“Esto acaeció en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. Al día siguiente ve Juan a Jesús venir hacia él y dice: Mirad, es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo. Que nadie, pues, se atribuya y diga que él es el que quita los pecados del mundo. Fijaos ahora contra qué insolentes  personas extendía Juan su dedo. No habían nacido todavía los herejes y ya se les señalaba con el dedo. Desde las riberas del Jordán levanta la voz (Juan) contra los mismos que la levanta hoy desde el evangelio. Jesús se le acerca, y ¿qué dice Juan? He aquí el Cordero de Dios. Si es cordero, es inocente. Juan es también cordero. Luego ¿es también inocente? Pero ¿quién es inocente? ¿Hasta dónde se extiende su inocencia?"
 (Comentario a Juan 4, 10).

Juan lo muestra presente

"Los enviados eran del partido de los fariseos, es decir, de los príncipes de los judíos, y le preguntan de nuevo y le dicen: ¿Por qué bautizas, si tú no eres ni el Cristo, ni Elías, ni profeta? Les parecía como un acto de osadía el que bautizase, y por eso la pregunta que le hacen equivale a ésta: ¿En nombre de quién bautizas? Se te pregunta si eres el Cristo, y la respuesta es que no. Se te vuelve a preguntar si eres tal vez su precursor, porque se sabe que Elías ha de preceder a la venida de Cristo, y lo niegas también. Se insiste en la pregunta de si por ventura eres uno de aquellos heraldos que le preceden con mucha antelación, es decir, un profeta, y en virtud de eso has recibido tal potestad. Y respondes que no lo eres. Juan no era profeta. Era más que profeta. Del Señor es este testimonio: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña que el viento mueve? Se sobrentiende, sin duda, que no. Juan no es esto. Juan no es uno de aquellos que el viento mueve. El que es movido por el viento se ve acosado por todas partes del espíritu de seducción. ¿Qué habéis, pues, ido a ver al desierto? ¿Un hombre que viste regaladamente? Juan viste un hábito duro, es decir, una túnica hecha de pelos de camello. Quienes visten regaladamente viven en los palacios de los reyes. No habéis, pues, ido a ver a un hombre que viste regaladamente. Qué habéis ido a ver? ¿A un profeta? Os digo de verdad que sí, que éste es más que profeta. Los profetas predijeron con mucha antelación la venida de Cristo. Juan, en cambio, nos lo muestra ya presente"
(Comentario a Juan 4, 8).

Enviado de Dios

"Porque era hombre, que ocultaba su divinidad, le precedió un gran personaje con la misión de testificar que era más que hombre. Y éste, ¿quién es? Hubo un hombre. ¿Cómo este hombre podía dar testimonio de la verdad sobre Dios? Es que era un enviado de Dios. ¿Cuál es su nombre? Juan. ¿Cuál es el fin de su misión? Vino como testigo, con la misión de dar fe acerca de la luz, con el fin de que por él creyeran todos en ella. ¿Quién es este que da testimonio de la luz? Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. Admiradlo, sí, admiradlo, pero como se admira una montaña. Una montaña está en tinieblas si no se la viste de luz. Admira a Juan, pero oye lo que sigue: No es él la luz. Porque, si crees que el monte es la luz, ese mismo monte es tu ruina en vez de ser tu consuelo. Es la montaña, como montaña, lo único que debes admirar. Levanta el vuelo hasta Aquel que ilumina el monte, hasta Aquel que subió a tanta altura para recibir primero los rayos que él envía a tus ojos. No es Juan, pues, la luz"
 (Comentario a Juan 2, 5).

Juan es luz

"En este sentido es luz Juan; pero no la verdadera luz. Es tinieblas sin una iluminación, como es la que le hace ser luz. Es tinieblas antes de ser iluminado, como lo son los impíos, de quienes, ya creyentes, escribió el Apóstol: Fuisteis un tiempo tinieblas. ¿Qué son ahora que ya creen? Ahora, dice, sois luz en el Señor. No tendría este sentido si no añadiese en el Señor.Sois luz, dice, no tinieblas, en el Señor. Hubo un tiempo en que fuisteis tinieblas, y allí no añadió en el Señor. En vosotros, pues,sois tinieblas, y sois luz en el Señor.Así que no es luz Juan. Sólo tiene la misión de dar testimonio de la luz"
(Comentario a Juan 2, 6).

Desear la venida del Salvador

"Recibí la carta de tu veneración, en la que exhortas muy saludablemente a que se ame y se desee la  venida de nuestro Salvador. Así lo haces como buen siervo del Padre de familia, ávido de las ganancias de tu Señor, ansioso de tener muchos compañeros en el amor en que tú de un modo notable y perseverante te abrasas. Considerando que, según el pasaje que citas, dice el Apóstol que el Señor dará la corona de justicia, no sólo a él, sino a todos los que aman su divina manifestación, vivimos rectamente y en este siglo nos comportamos como peregrinos cuando nuestro corazón progresa y aumenta en ese amor, ya venga más tarde o más pronto que se piensa aquel cuya manifestación se ama con fiel caridad y se desea con piadoso afecto. Porque aquel siervo que dice: 'Tarda miSeñor', y maltrata a sus consiervos, come y bebe con los borrachos, sin duda no ama la aparición de su Señor"
(Epístola 199, 1).

Vivr según el alma

"Desde la venida del Señor, a partir de la cual se pasó de la circuncisión de la carne a la del corazón, tuvo lugar la vocación para que se viviera según el alma, es decir, según el hombre interior, que también se denomina hombre nuevo por la regeneración de las costumbres y la innovación espiritual… Puede notarse cómo el número ternario pertenezca al alma, porque se manda amar a Dios por triplicado: con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente; sobre cada una de estas cosas ha de tratarse no en el Salterio, sino en el Evangelio. Para demostrar que el número ternario pertenece al alma, juzgo suficiente lo que se dijo.Pasados los tiempos del cuerpo pertenecientes al hombre viejo y al Antiguo Testamento y finalizados también los tiempos del alma referentes al hombre nuevo y al Nuevo Testamento, como habiendo pasado el número septenario, porque cada uno se desliza temporalmente, distribuido el cuaternario en el cuerpo y el ternario en el ánimo, se presenta el octavo día"
(Comentario al Salmo 6, 2).

Exceptuando a María

“La misma madre de nuestro Señor y Salvador, de la que dice: "La piedad exige que la confesemos exenta de pecado". Exceptuando, pues, a la santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor,cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión (porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno); exceptuando, digo, a esta Virgen, si pudiésemos reunir a todos aquellos santos y santas cuando vivían sobre la tierra y preguntarles si estaban exentos de todo pecado, ¿cómo pensamos que habían de responder?”
(Lanaturaleza y la gracia 36, 42)

Amar la venida del Señor


"Con toda verdad y piedad hablas, exaltando la bienaventuranza de aquellos que aman la venida del Señor. Pero también armaban la venida del Señor aquellos a quienes decía el Apóstol: No vacile vuestro entendimiento, como si fuera inminente el día del Señor. Al decirles eso, no les apartaba del amor, pues quería que se abrasaran en él. Pero no quería que creyesen a los que anunciaban la inminencia del día del Señor. Quizá pasaba el tiempo en que creían ellos que había de venir el Señor; quizá, al ver que no había venido, pensaban que también las otras promesas eran falaces, y empezaban a desesperar del mismo galardón de la fe. Para amar la venida del Señor no es preciso afirmar que se acerca o afirmar que no se acerca. Ama esa venida el que con sinceridad de fe, firmeza de esperanza y ardor de la caridad ama al Señor, ya esté cerca, ya esté lejos"
(Epístola 199, 15).

Simeón lo vio infante

“Y para que sepáis cuál era en todos el deseo de ver aquí al Mesías, recordad al viejo Simeón, a quien el Espíritu de Dios anunció como bien no pequeño que no saldría de este mundo sin haber visto al Mesías. Nació el Mesías: lo conoció, niño, en manos de su madre, lo acogió, tuvo en las manos a ese por cuya divinidad él era llevado; y, al tener en las manos a la Palabra sin habla, bendijo a Dios diciendo: Ahora, señor, dejas a tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación. Otros profetas, pues, no lo vieron aquí, Simeón lo vio infante, Juan lo reconoció y saludó concebido, lo anunció y vio joven. Más excelentes, pues, que todos los demás es este”
(Sermón de san Agustín sobre el día del nacimiento de san Juan Bautista, 2, Sermones Nuevos).

Mengüemos para crecer

"Humillémonos en cuanto hombres y no nos gloriemos más que en el Señor, paraque Él sea exaltado. Mengüemos, para crecer en Él. Fijaos en el hombre supremo,mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer. ¿Qué dijo de Cristo? Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. CrezcaDios, disminuya el hombre. ¿Y cómo crece el que ya es perfecto? ¿Qué le falta aDios para que pueda crecer? Dios crece en ti cuando le comprendes a Él.Considera, pues, la humildad del hombre y la excelsitud de Dios… Son muchas las cosas que pueden decirse del santoJuan el Bautista; pero ni yo basto para expresarlo ni vosotros para escucharlo.Concluyo, pues, brevemente: humíllese el hombre, sea exaltado Dios. Quien se gloríe, que se gloríe en el Señor"
(Sermón 293D, 5).

Crezcamos en Dios

"Mengüemos en el hombre, crezcamos en Dios. Humillémonos en nosotros para ser exaltados en Él. El misterio tan grande aquí encerrado se cumpliótambién en las pasiones de ambos. Para que el hombre se humille, Juan perdió lacabeza; para que Dios sea exaltado, Cristo fue colgado del madero. Juanfue enviado para que le imitemos y nos aferremos a la Palabra. Por mucho que sejacte la soberbia humana o por grande que sea la excelencia de la propiasantidad, ¿quién será lo que Juan? Seas quien seas tú que tan grande teconsideras, no eres como Juan. Aun no había nacido y, exultando de gozo en elseno, anunciaba ya el nacimiento del Señor. ¿Hay santidad más excelente queesta? Imítalo"
 (Sermón 289, 5).

Esperar vigilantes

"Pues, queriendo prevenirnos que esperásemos vigilantes su venida, nos atemorizócon un ejemplo para no condenarnos en el juicio, y así dijo que el advenimientodel Hijo del hombre acontecería como en los días de Noé, en los cuales loshombres y las mujeres, sin preocuparse de más, comían, bebían, compraban,vendían hasta que entro Noé en el arca, y vino el diluvio y anegó a todos.Luego, acongojado y sobrecogido por un gran temor, pues ¿quién que crea no hade temer?, me detuve en esto cuanto pude, de modo que se prolongó el sermónsobre vuestras costumbres y vuestra vida y la de todos nosotros, para que deeste modo podamos no sólo esperar seguros aquel día, sino también desearle.Puessi amamos a Cristo, también debemos desear su venida. Es perverso, y, por lomismo, ignoro y no creo que tenga lugar que se tema venga Aquel a quien amas… ¿Quién ha de venir? ¿Por qué no te alegras? ¿Quiénha de venir a juzgarte sino el que vino a ser juzgado por tu provecho? No temasal acusador, del cual El mismo dijo: El príncipe de este mundo fue arrojadofuera"
(Comentario al Salmo 147, 1). 

Desear la venida

“Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.  Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio del siglo, ni cesará hasta el fin de él, fuera del tiempo que el Señor permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. De suerte que convenientemente se entiende que es voz de todo el Cuerpo de Cristo, que suspira en esta vida, la siguiente: Mi alma desfalleció por tu salud, y esperé en tu  palabra, es decir, en tu promesa; cuya esperanza hace que se espere con paciencia lo que aún no se ve por los  creyentes"
(Comentario al Salmo  118, s.20, 1).

Anunciemos su gloria

“Y, cuando se leyó el evangelio, escuchamos que el bienaventurado anciano Simeón había recibido un oráculo divino según el cual no probaría la muerte hasta no ver al Ungido del Señor. El, tras haber tomado en sus manos a Cristo niño y haber reconocido la grandeza del pequeño, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salvación. Es cosa justa, pues, que anunciemos al día del día, su salvación. Anunciemos en los pueblos su gloria, en todas las naciones sus maravillas”
(Sermón 190, 4).

Vivir bien

"Queremos que venga el que ha de venir, aunque no lo queramos ¿cómo demostramos que queremos que venga? Viviendo bien, obrando bien No nos deleiten las cosas pasadas ni nos retengan las presentes; no tapemos un oído, como el áspid con la cola, y el otro le peguemos a la tierra; no nos detengamos oyendo las cosas pasadas, no nos enredemos con las presentes, impidiéndonos pensar en las venideras; nos extendamos, según dice el Apóstol, a las cosas que tenemos delante y nos olvidemos de las pasadas. Y así, lo que ahora soportamos, lo que ahora lloramos, lo que ahora anhelamos, lo que ahora hablamos, lo que de cualquier parte percibimos y no podemos conseguir, lo alcanzaremos y nos gozaremos en la resurrección de los justos"
 (Comentario al Salmo 66, 19).

Simeón y la espera

"Luego este defecto es bueno, pues indica deseo del bien que aún no ha conseguido, pero lo anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje escogido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición; y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de este siglo, en aquellos que en su respectivo tiempo  vivieron, viven y vivirán aquí deseando a Cristo. Testigo de esto es el santo anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, despacha en paz a tu siervo, según tu palabra, porque vieron mis ojos tu salud. Dios le había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados”
 (Comentario al Salmo  118, s.20, 1).

Juan y su escuela

“¡Cuántas cosas dijo de Cristo! ¡Qué excelentes, qué elevadas, qué dignas! Eso suponiendo que alguien pueda decir algo digno de Él. Y, sin embargo, no forma parte de los discípulos del Señor ni lo sigue como Pedro, Andrés, Juan y los demás. Al contrario, él mismo tuvo sus propios discípulos, y, aun establecido  aquí el Señor con los suyos, seguía teniendo discípulos Juan. Preguntaron al mismo Señor: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan, mientras que los tuyos no? Esto era, sin duda alguna, una necesidad para el precursor fiel: que Cristo fuese anunciado por alguien que pudiera ser su émulo. Tenía discípulos Juan, los tenía también Cristo; parecía tener una escuela aparte, pero estaba unido a Él en calidad de testigo. Por eso, entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan Bautista”
(Sermón 293, 6).

Dos venidas del Señor

“Por tanto, como creemos en dos venidas del Señor: en una pasada, la cual no advirtieron los judíos, y en otra futura, que unos y otros esperamos, y como ésta, que los judíos no entendieron, aprovechó a los gentiles, convenientemente se entiende haberse dicho en ella por causa de los arcanos del Hijo, en la que se efectuó la obcecación de parte de Israel para que entrase la plenitud de los gentiles. Si alguno recapacita, observará que dos juicios se insinúan también en la Escritura: uno oculto, otro manifiesto. El oculto se lleva a cabo ahora… Quienes no se corrigen con este juicio oculto de Dios, justísimamente serán castigados con el manifiesto. Por tanto, en este salmo han de notarse las cosas ocultas del Hijo, es decir, su venida humilde, con la que aprovechó a los gentiles y cegó a los judíos, y el castigo que ahora ocultamente se opera, pero no todavía para condenación de pecadores, sino para ejercicio de convertidos, o para aviso de conversión, o para ceguera, a fin de que se preparen al castigo los que no quieren convertirse”
(Comentario al Salmo 9, 1).

Yo soy tu salud

"Bienaventurada la nación que tiene a Dios por Señor. Es nuestro Dios. ¿De quién no es Dios? Pero no es ciertamente de todos de la misma manera. Es más nuestro, porque vivimos de Él como de nuestro pan. Él es nuestra heredad, es nuestra posesión. ¿O es que quizá hablamos temerariamente al hacernos a Dios nuestra posesión, siendo así que es Señor, que es Creador? No es una temeridad; es efecto del deseo y dulzura de la esperanza. Diga el alma y con toda seguridad diga: Tú eres mi Dios, puesto que tú dices a mi alma: Yo soy tu salud. ¿Querías poseer en arbolado con el que fueses feliz? Oye a la Escritura, que dice acerca de la sabiduría: Es árbol de vida para todos los que la poseen. Ve que dijo que nuestra posesión es la sabiduría. Para que no pienses que la Sabiduría de la cual afirma la Escritura que es tu posesión, era una cosa inferior a ti, prosiguiendo añade: Para los que se apoyan en ella como en el Señor. He aquí  que tu Señor se hizo para ti como bastón; apóyase el hombre seguro, porque Dios no sucumbe"
 (Comentario al Salmo 32, II, s.2, 17).

Su gozo nos hace dichosos

"No, hermanos, la felicidad de Dios no era menor sin nosotros ni recibe aumento de nosotros. Pero ese gozo suyo de nuestra salvación, que Él tuvo siempre desde que nos previó y predestinó, comenzó a estar en nosotros cuando nos llamó; y con razón llamamos nuestro a este gozo, que nos ha de hacer dichosos a nosotros, y este gozo nuestro crece y se va perfeccionando hasta llegar a su perfección con la perseverancia. Se incoa con la fe de los que renacen y se colma con el premio de los que resucitan. Aquí creo hallar la explicación de estas palabras: Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y el vuestro sea colmado; esté en vosotros el mío, sea colmado el vuestro. Porque el mío fue siempre pleno, aun antes de ser vosotros llamados, en presencia de vuestro llamamiento; pero nace en vosotros al realizar en vosotros lo que de vosotros había yo previsto. Sea el vuestro colmado, porque seréis bienaventurados, lo cual aun no sois, así como fuisteis creados vosotros, que antes no erais"
 (Comentario a Juan 83, 1).

Eres hijo de Dios por Gracia

"Estos, pues, no han nacido de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Mas para que nazcan los hombres de Dios fue preciso naciese Dios primero de los hombres. Cristo es Dios, y Cristo ha nacido de los hombres. Sólo se procuró madre en la tierra quien tenía ya Padre en los cielos. El mismo que, nacido de Dios, es nuestro Creador, es también nuestro Reparador, nacido de una mujer. No te extrañe, ¡oh hombre!, ser hijo de Dios por la gracia, no te extrañe tu nacimiento de Dios a semejanza de su Verbo. Es el mismo Verbo quien consintió nacer primero del hombre con el fin de cerciorarte más de tu divino nacimiento. Ahora sí que puedes preguntarte a ti mismo por qué razón quiso Dios nacer del hombre. Es que fue tanto lo que me amó que, para hacerme inmortal, quiso nacer El mismo por mí a una vida mortal"
(Comentario a Juan 2, 15).

Dios es la vida

"Dios es su vida. Y así como, cuando ella está en el cuerpo, la comunica vigor, y fuerza, y movimiento y actividad a todos los miembros, lo mismo Dios, que es su vida, cuando está en ella, le comunica la sabiduría, y la piedad, y la justicia, y la caridad. Una cosa es lo que el alma comunica al cuerpo, y otra muy distinta, lo que al alma comunica Dios. El alma vivifica y es vivificada. Vivifica muerta, aunque ella no sea vivificada. Cuando viene, pues, la palabra y se introduce en los oyentes y llegan éstos no sólo a oírla, sino también a obedecerla, entonces se levanta el alma de la propia muerte a su propia vida, esto es, de la iniquidad, de la insipiencia y de la impiedad a su Dios, que es para ella sabiduría, y justicia, y claridad. Que vuele a Dios y que sea por Él iluminada. Acercaos, pues, a Él. ¿De qué nos servirá? Y seréis iluminados. Sí, pues, cuando os acercáis, sois iluminados y, cuando os alejáis, os entenebrecéis, luego vuestra luz no está en vosotros mismos, sino en vuestro Dios. Acercaos si queréis resucitar; porque, si os alejáis, moriréis. Si, pues, cuando os acercáis, tenéis vida y, cuando os alejáis, caéis en la muerte, luego vuestra vida no está en vosotros mismos, porque vuestra vida es vuestra luz. Porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz"
(Comentario a Juan 19, 12).

Dios hace al alma feliz

"La bienaventuranza, sin embargo, del alma, por la que ella es dichosa, no se logra sino por la participación de aquella vida que está viva siempre y que es inmutable y eterna sustancia; es decir, de Dios. Y así como el alma, que es inferior a Dios, comunica la vida a lo que es inferior a ella, es decir, al cuerpo, de igual modo la misma alma no puede recibir la vida que le hace feliz sino de lo que es superior a la misma alma. El alma es superior al cuerpo, y Dios es superior al alma. El alma da algo al inferior, y ella lo recibe del superior. Que ella sea fiel servidora de su Señor, con el fin de que su esclavo no la pisotee a ella… Esta es la religión cristiana: la adoración de un solo Dios, no la adoración de muchos dioses. No hay más que un solo Dios que hace al alma feliz. Es bienaventurada por la participación de Dios. No es feliz el alma enferma por la participación de un alma santa, ni es feliz tampoco el alma santa por la participación del ángel, sino que, si desea el alma enferma ser feliz, que investigue de donde le viene al alma santa su felicidad. No serás tú jamás feliz por el ángel, sino que, por lo mismo que el ángel es feliz, lo serás tú también"
(Comentario a Juan 23, 5).

En tu luz veremos la luz

"La paciencia desciende desde la fuente inmutable hasta las mudables mentes humanas, para hacerlas también inmutables. ¿De dónde le viene al hombre el agradar a Dios sino de Dios mismo? ¿De dónde le llega al hombre la buena vida sino de la fuente de la vida? ¿De dónde la iluminación sino de la luz eterna? Porque en ti está, dijo, la fuente de la vida. En ti está, dijo. Podía decir: procede de mí; pero, si digo que procede de mí, me aparto de ti. En ti está, pues, la fuente de la vida. En tu luz, no en la nuestra; en tu luz veremos la luz. Por tanto, acercaos a Él y seréis iluminados. Él es la fuente de la vida: acércate, bebe y vive; es la luz: acércate, posesiónate de ella y ve. Si él no te inunda, te secarás"
(Sermón 284, 1).

Mi fortaleza es el Señor

"Bebió del pecho divino el agua que nos ha dado a beber. Pero solamente nos dio la palabra. La intelección hay que beberla en la fuente misma en que él la bebió. Levanta, pues, los ojos a la montaña, de donde te vendrá el auxilio y de donde recibirás la copa, que es la palabra que se te ofrece. Pero como el auxilio nos viene del Señor, que ha hecho el cielo y la tierra, llena tu corazón en la fuente donde el evangelista llenó el suyo: pues por eso dices: Mi fortaleza es del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Que te lo llene, pues, el que puede hacerlo. Lo que he dicho, hermanos, significa que cada uno levante su corazón hasta donde vea llega su capacidad y entienda lo que se le dice. Alguno tal vez dirá que mi presencia está más próxima que la de Dios. No es verdad. Es mucho más íntima la presencia de Dios. Mi persona sólo está delante de vuestros ojos de carne. Dios rige vuestras conciencias. Oídme a mí con atención, pero vuestro corazón levantadle a Él: llenaréis así el vacío de ambos. Ahora tenéis fijos en mí vuestros ojos y los sentidos de la carne, mejor dicho, no en mí (yo no soy una de aquellas montañas), sino en el Evangelio, en el evangelista. El corazón ponedlo en el Señor; sólo Él puede llenarlo. Y elévelo cada uno al Señor, como quien ve con claridad qué es lo que dirige y adónde lo dirige"
(Comentario a Juan 1, 7).

Su presencia es presencia de Creador

"En el mundo estaba, y por Él fue hecho el mundo. No se te ocurra pensar que estaba en el mundo al modo como lo están la tierra, el cielo, el sol, la luna, las estrellas, los árboles, los animales y los hombres. No es así como estaba Él. ¿Cómo era, pues, su modo de estar en el mundo? Como está el artífice que rige lo que ha hecho. No hizo su obra como hace el artífice la suya. La obra que hace el artesano, por ejemplo, una caja, está fuera de él, ocupa lugar distinto cuando la está haciendo, y, aunque la tenga muy cerca, él se sienta en otro lugar y siempre fuera de la caja que está fabricando. Dios, en cambio, está dentro del mundo que crea, y su presencia llena toda su obra, sin ocupar lugar distinto de ella ni estar fuera de ella, como lo está el que da vueltas a la mesa que trata de moldear. Con la presencia de su majestad crea su obra, y en esa misma presencia la rige. Su presencia en el mundo es presencia de Creador"
 (Comentario a Juan 2, 10).

Tú eres mi protector

"Dame, si quieres darme aún en esta vida, lo que busco; si no quieres, sé tú mi vida, pues es siempre a quien busco. ¿Saldré de este mundo dirigiéndome a ti con la frente erguida si hubiera adorado a otro y te hubiera ofendido a ti? Quizá moriré mañana; ¿con qué cara me presentaré a ti? Grande es su misericordia, puesto que amonesta que vivamos bien y nos oculta el día de nuestra muerte… ¿Quién es tu apoyo si no es el Señor, a quien dices: Señor, tú eres mi ayudador y mi protector? Si quieres presumir de tus fuerzas, caerás en lo que presumiste. Si no quieres recibir ayuda de otro, pretende dominar. Uno solo debe ser buscado: aquel que rescató y libertó y dio su sangre para comprar y hacer a sus siervos hermanos"
(Comentario al Salmo 34, s.1, 14-15).

El médico odia la enfermedad

"La primera libertad es estar exento de delitos. Atended, hermanos, atended, para que pueda llevar a vuestro conocimiento en qué consiste ahora esta libertad y en qué consistirá en el futuro. Por justo que creas a uno en esta vida, y aunque ya sea digno de este apelativo, sin embargo, no está exento de pecado… No condena Dios ciertos pecados ni justifica y alaba otros: no alaba a ninguno, a todos los odia. Del modo que el médico odia la enfermedad del enfermo y con las curas intenta alejar a la enfermedad y aliviar al enfermo, así Dios obra en nosotros con su gracia para destruir el pecado y libertar al hombre. Pero dirás: ¿cuándo se destruye? Si se mengua, ¿por qué no se destruye? Disminuye en la vida de los proficientes y queda destruido en la vida de los perfectos"
 (Comentario a Juan 41, 9).

Dios es la vida de tu alma

"Muere tu alma perdiendo su vida. Tu alma es la vida de tu cuerpo, y Dios es la vida de tu alma. Al modo que muere el cuerpo cuando pierde el alma, que es su vida, así muere el alma cuando pierde a Dios, que es su vida. Ciertamente el alma es inmortal, y de tal forma es inmortal, que vive aún estando muerta. Lo que dijo el Apóstol de la viuda que vivía en deleites, puede también decirse del alma que ha perdido a su Dios: que viviendo está muerta"
(Comentario a Juan 47, 8).

¿Qué bien mejor que Dios?

"Elegido es nombre laudatorio. ¿O es que puede llamarse elegido también uno que, sin quererlo ni saberlo él, es utilizado para realizar una gran obra de bondad? Porque, así como los malos hacen mal uso de las obras buenas de Dios, así Dios, por el contrario, hace buen uso de las malas obras de los impíos ¡Qué bueno es que los miembros del cuerpo estén tan bien dispuestos como sólo el artífice Dios lo puede hacer!... Los malos usan mal de la luz, ya que, viviendo mal, utilizan la misma luz como instrumento de sus crímenes. El malo que va a hacer algún mal, quiere la luz para no tropezar, él, que ya dentro tropezó y cayó. En lo mismo que teme para su cuerpo, cayó ya su corazón. Luego de todos los bienes de Dios (recorrerlos uno por uno sería demasiado largo) usa mal el que es malo; el bueno, al contrario, usa bien de las maldades de los hombres impíos. ¿Qué bien mejor que Dios? En una ocasión dijo el mismo Señor: Nadie es bueno sino Dios. Luego, cuanto es mejor Él, tanto mejor usa de nuestras maldades"
(Comentario a Juan 27, 10).

Él nos restaura

"Decid siempre: Deo gratias. Aquí hay una gran multitud, y los que no suelen venir acudieron; a todos digo que el cristiano colocado en la tribulación es probado si no abandona a Dios. Cuando al hombre le va bien, se olvida que es cristiano. Se prendió fuego en el horno, y el horno del artífice es un gran misterio; allí hay oro, hay paja; allí el fuego obra en lo interior. Aquel fuego no es distinto y obra de distinto modo; convierte la paja en ceniza y despoja el oro de impureza. En quienes habita Dios, sin duda en la tribulación se hacen mejores al ser probados como el oro. Si acaso el diablo enemigo pide probar a algún hombre y se le concede probarle o con algún dolor corporal, o con algún daño terreno, o con pérdida de los suyos, tenga el corazón fijo el probado en Aquel que no se aparta de él, pues si parece que aparta su oído del que llora, sin embargo ofrece su misericordia al que suplica. El que nos hizo, sabe lo que debe hacer; lo sabe y nos restaura. El arquitecto que edificó la casa es excelente; si algo se hubiere derruido allí, sabe repararlo"
 (Comentario al Salmo 21, 2, 5).

Elévate a Él, no desesperes

"Contempla ahora el cielo y la tierra; no te agraden los cuerpos hermosos de tal modo que quieras hacerte feliz con ellos. En tu alma está lo que buscas. Quieres ser feliz, busca en tu misma alma qué cosa haya mejor... Luego ya sólo resta que busques lo que es mejor que tu alma. ¿Y qué cosa habrá, si no es tu Dios? No encontrarás cosa mejor para tu alma, porque, al hacerse naturaleza perfecta, se igualará a los ángeles. Y ya sobre ella no hay otra cosa, a no ser el Creador. Elévate a Él; no desesperes, no digas: Dista mucho de mí. Mucho más dista el oro que quizá pretendes conseguir. Pues, aunque anheles el oro, quizá no lo adquirirás; pero, cuando anhelas a Dios, le tendrás, porque aun antes de que le quieras, viene a ti; aún más, teniendo la voluntad apartada de Él, te llamó; y al dirigirte a Él, te amedrentó; y al confesarle atemorizado, te consoló”
(Comentario al Salmo 32, II, s.2, 16).

Dios de todo lo creado

"Veamos ahora lo que dice de aquellos discípulos suyos que entonces le escuchaban. He manifestado, dice, tu nombre a los hombres que me has dado. Siendo ellos judíos, ¿no habían conocido el nombre de Dios? Entonces, ¿dónde se queda aquello del salmo: Dios es conocido en Judea, y su nombre es grande en Israel? Luego ha manifestado su nombre a los hombres que del mundo me has dado, y que están escuchando lo que digo, no tu nombre, Dios, con que eres llamado, sino tu nombre de Padre mío, cuyo nombre no fuera conocido si el propio Hijo no lo hubiese manifestado. Porque el nombre con que es llamado Dios de todo lo creado, bien puede ser conocido de todas las gentes antes de creer en Cristo. Y este es el poder de la divinidad verdadera, que no puede ocultarse enteramente a la criatura racional en el uso de la razón... Y así, por el hecho de haber creado este mundo visible en el cielo y en la tierra, Dios es conocido en todos los pueblos antes de abrazar la fe en Cristo. Era Dios conocido en la Judea, en cuanto que allí era honrado sin injurias y sin dioses falsos. Pero, como Padre de Cristo, por quien borra los pecados del mundo, este nombre suyo, antes desconocido de todos, lo manifestó ahora a quienes el Padre le había dado del mundo"
(Comentario a Juan 106, 4).

Hemos sido adoptados

"Dios no obra así. A su mismo único Hijo, de Él engendrado y por quien todo lo creó, envió a este mundo, para que no fuese solo, sino que tuviera otros hermanos por adopción. No nacemos nosotros de Dios como el Unigénito. Hemos sido adoptados por su gracia. Es el mismo Unigénito quien rompe las cadenas de quienes quiere sean hermanos suyos y coherederos. Es lo que dice el Apóstol: Si es hijo, es heredero por la gracia de Dios. Y otra vez: Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. No teme tener coherederos. No disminuye su herencia con los muchos poseedores. Dueño Él, pasan ellos mismos a ser herencia suya, y, a su vez, Él es herencia de ellos… ¡Ojalá sea Dios nuestra posesión y nosotros seamos la suya! Que Él nos posea como Señor y que le poseamos nosotros a Él como salud y luz nuestra. ¿Qué dio a quienes lo recibieron? A quienes creen en Él les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Esto es abrazarse al madero para pasar el mar" (Comentario a Juan 2, 13).

Mi juez es el Señor

"Pero aún en el caso de que yo fuera justo, no me escuchará suplicándole y a la vez alardeando de mi justicia. Al sentar un paralelo entre aquellas realidades y las realidades inmutables y duraderas de Dios, Dios no me dará oídos, ya que soy injusto. Luego tengo la imperiosa necesidad de su misericordia. Recabaré su juicio, porque no puedo juzgar personalmente si soy justo. Así se explica el pasaje: ni siquiera me juzgo a mí mismo. Mi juez es el Señor. Pero si le llamo y no me responde, no creo que haya escuchado mi voz. Cuando acudo en demanda de su juicio, si es que no me escucha, no creeré que haya atendido ni una sola vez a mi ruego. Porque me ha oído en causas ocultas, y no precisamente porque mi demanda sea acreedora de su miramiento... En efecto, el ser poderoso, siempre se sale con la suya. Sale victorioso para que yo haga su voluntad, no la mía. Porque, aunque yo sea justo, mi boca proferirá impiedades, si me creo justo"
 (Anotaciones a Job, 9).

Siento sed de Aquel que hizo todo

"Sin embargo, oyendo todos los días: ¿Dónde está tu Dios?, y alimentado cotidianamente con mis lágrimas, pensé día y noche lo que oí: ¿Dónde está tu Dios?; y busqué yo también a mi Dios, para que, a ser posible, no solamente creyese en Él, sino que asimismo lo viese. Veo, pues, las cosas que hizo mi Dios, pero a Él, que las hizo, no le veo. Mas como deseo, como el ciervo, el manantial de las aguas, y en él hay fuente de vida..., y como asimismo las cosas invisibles de Dios se patentizan por las que han sido hechas, ¿qué haré para ver a mi Dios? Pondré la mirada en la tierra; ella fue hecha. Grande es la hermosura de la tierra, pero tiene su artífice. Portentosas son las maravillas de las semillas y de todos los seres que engendran, pero todas estas cosas tienen su Creador. Contemplo la amplitud del dilatado mar; me aturdo, me admiro, yo busco al Artífice. Miro al cielo, y veo la belleza de las estrellas; contemplo el esplendor del sol ejerciendo señorío del día y observo la luna atemperando la oscuridad de la noche. Maravillosas son estas cosas; son dignas de ser alabadas o de ser admiradas; no son terrenas, sino celestes. Con todo allí no está el anhelo de mi sed. Admiro estas cosas, las alabo, pero siento sed de Aquel que las hizo. Entro en mi interior y sondeo quién sea yo que indago estas cosas"
(Comentario al salmo 41, 7).

No lleves la contraria a Dios

"En los dos versos siguientes hay una invitación del Señor a que Job le conteste. ¿Puede callar el que discute con el Todopoderoso? Es decir, ¿por qué te callas, si estás discutiendo con el Todopoderoso? El que pretende replicar a Dios, ¿puede responder así? Convirtiendo la frase totalmente en estilo interrogativo, viene a ser así: ¿Replica a Dios el que responde así en su discusión con Dios? El discutir con el Todopoderoso tiene en este pasaje un matiz de búsqueda, no de réplica. Porque para polemizar con Dios no se exige como requisito previo nada que venga de Él en el curso de una disputa razonada, como si dimanara de la verdad misma. Existe otra explicación. Puede ser esta: ¿Descansa el que discute con el Señor? Es decir, puesto que no descansa el que discute con el Todopoderoso, no hay que discutir con Él para descansar. El que discute suele llevar la contraria, y el que lleva la contraria a Dios no puede descansar, es decir, no halla descanso, a no ser que se conforme sin la mínima contradicción con la voluntad de Dios" 
(Anotaciones a Job, 39).

Él nos restaurará

"Decid siempre: Deo gratias. Aquí hay una gran multitud, y los que no suelen venir acudieron; a todos digo que el cristiano colocado en la tribulación es probado si no abandona a Dios. Cuando al hombre le va bien, se olvida que es cristiano. Se prendió fuego en el horno, y el horno del artífice es un gran misterio; allí hay oro, hay paja; allí el fuego obra en lo interior. Aquel fuego no es distinto y obra de distinto modo; convierte la paja en ceniza y despoja el oro de impureza. En quienes habita Dios, sin duda en la tribulación se hacen mejores al ser probados como el oro. Si acaso el diablo enemigo pide probar a algún hombre y se le concede probarle o con algún dolor corporal, o con algún daño terreno, o con pérdida de los suyos, tenga el corazón fijo el probado en Aquel que no se aparta de él, pues si parece que aparta su oído del que llora, sin embargo ofrece su misericordia al que suplica. El que nos hizo, sabe lo que debe hacer; lo sabe y nos restaura. El arquitecto que edificó la casa es excelente; si algo se hubiere derruido allí, sabe repararlo" 
(Comentario al Salmo 21, 2, 5).

No repliques a Dios

"Cuando aquellos varones santos y veraces atribuyeron al oculto poder de Dios, en cuanto al orden de la narración, las cosas casi fortuitas de sus recuerdos, no es conveniente que ningún hombre muy alejado de los ojos de Dios y peregrinando lejos de Él diga: En este lugar debió poner esto, porque ignora en absoluto por qué quiso Dios que lo pusiera en aquel sitio. Porque dice el Apóstol: Y si nuestro evangelio está velado, lo está para los que se pierden; y tras escribir: Para unos somos olor de vida que lleva a la vida, para otros olor de muerte que lleva a la muerte, añadió a continuación: Y ¿quién es idóneo para esto?, es decir, ¿quién es capaz de entender cuán justamente se hace? Lo mismo dice el Señor: Yo he venido para que quienes no ven vean, y quienes ven se vuelvan ciegos. Es esa la profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios que, de la misma masa, hizo una vasija para usos nobles y otra para usos despreciables, y por la que se dice a la carne y a la sangre: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios?" 
(Concordancia de los evangelistas 3, 13, 48).

El Padre nos ama en el Hijo

"Por este motivo continúa diciendo: Y tú los has amado, como me has amado a mí. El Padre nos ama en el Hijo, porque en Él nos ha elegido antes de la formación del mundo. El que ama al Unigénito, ama también a sus miembros, adoptados en Él y por Él. Pero no vayamos a creernos iguales al Hijo unigénito, que nos creó y nos conserva, por haber dicho: Los has amado como a mí… Los has amado a ellos, como me has amado a mí, quiere decir: los has amado a ellos porque me has amado a mí. Pues, amando al Hijo, no podía dejar de amar a sus miembros, ni tener otra razón para amarlos sino la de amarle a Él. Ama al Hijo según la divinidad, por haberle engendrado igual a Sí mismo, y lo ama también en cuanto hombre, porque el mismo Verbo unigénito se hizo carne, y por el Verbo le es muy cara la carne del Verbo; más a nosotros nos ama porque somos miembros de su Amado, y para que lo fuésemos nos amó antes de que existiésemos" 
(Comentario a Juan 110, 5).

La vida es lucha

"¿No es una prueba la vida del hombre sobre la tierra? Aquí comienza a mostrarnos el sentido de las palabras anteriores. Presenta estas pruebas como una especie de estadio donde se lucha y donde el hombre vence o es vencido. Y su vida es como la de un jornalero, que espera la paga temporal, de modo que aquellos que esperan para el futuro el fruto de la justicia no tienen ya vida sobre la tierra… ¿Es que te molestan los hombres cuando hablan? Tú, pues, que conoces la sensatez, ¿por qué creaste al hombre para que hablara en contra tuya y para que te fuera una carga? Pero si el pecado del hombre no te perjudica ni en dicho ni en hecho, ¿por qué no te olvidas de su pecado, sino que lo castigas? A no ser que todo cuanto hemos dicho constituya una referencia a tu bondad. ¿Qué es el hombre que tanto le has exaltado? Al no entenderlo sus amigos, lo consideraron como una reprensión de Dios a Job" 
(Anotaciones a Job, 7).

Termerán también los sabios

"Como está seguro de la justicia de Dios, bajo la cual no puede quedar impune, así Dios juzga justamente hasta el punto de que escucha también a los que suplican perdón, y tanto más cuanto más justamente juzga. Porque no se aviene con un juicio justo mezclar las súplicas de arrepentimiento con los que rechazan la humildad y la satisfacción del arrepentimiento. Por eso le temerán los hombres, si es que se acuerdan de que son hombres cuando confiesan sus pecados. Y también le temerán los sabios de corazón, no sea que, atribuyéndose a sí mismos lo que recibieron y alardeando de sabios, terminen siendo necios. Porque a los orgullosos se les puede quitar lo que se da a los humildes. En consecuencia, los sabios, aunque lo sean por la iluminación del corazón y no por la jactancia de la lengua, que sean sabios y reyes que juzguen espiritualmente la tierra y que no haya nadie que los juzgue a ellos… Dios sabía cuánto le faltaba para la perfección y adónde llevaban los azotes paternales a hombres incluso recomendables según esta vida y ya agradables a Dios" 
(Anotaciones a Job, 37 y 38).

Dios es tu todo

"Ábranse los ojos para que vean la luz; ábranse las fauces del corazón para que beban de la fuente. Lo que bebes es lo mismo que lo que ves, es lo mismo que lo que entiendes. Dios es tu todo, es todas las cosas que amas. Si miras a las cosas visibles, ni el pan es Dios, ni el agua, ni la luz esta, ni el vestido, ni la casa; todas estas cosas son visibles y distintas unas de otras; ni el pan es el agua, ni el vestido es la casa, ni nada de esto es Dios; esto es visible. Dios es tu todo: si tienes hambres, es tu pan; y si tienes sed, es tu agua; y si estás en la oscuridad, es tu luz, que permanece siempre incorruptible; y si estás desnudo, será tu vestido de inmortalidad, cuando todo lo que es corruptible se vista de incorruptibilidad y lo que es mortal se vista de inmortalidad. De Dios todo se puede decir, pero es imposible decir nada de Él dignamente. Nada tan vasto como esta pobreza. Quieres buscar un nombre que le cuadre, y no lo hallas; y quieres decir de Él cualquier cosa, y todos los nombres sirven" 
(Comentario a Juan 13, 5).

Busca a tu hacedor

"¿Por qué pensaste eso? ¿Por qué has juzgado así ¿Quién eres tú para decir: soy justo en la presencia del Señor? En presencia del Señor dijiste: soy justo. Dos cosas son reprensibles en el hombre: una, afirmar tanto orgullosa como falsamente que uno es justo, incluso según los criterios humanos de justicia; otra: nunca puede decirse con verdad, por parte del hombre, que es justo en presencia de Dios, en cuya comparación cualquiera es malo… La finalidad de estos sufrimientos es la búsqueda de Dios, para que los gritos no caigan en el vacío. Las palabras me hizo son toda una afirmación de que nunca abandonará Dios al que busca a su Hacedor… Claman a voz en grito porque no son felices entre las maldades de este mundo. Pero el Todopoderoso en persona no pierde de vista a los que obran la justicia, y me salvará. Al igual que el que sondea las intimidades del corazón se fija en los que obran, así también salva con la salvación que él ve en la intimidad. Cosa que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene reservado para quienes le aman. Por eso aunque sufra quebranto la vana salud de los hombres, el Padre que ve en lo escondido acude a ampararlos en su angustia" 
(Anotaciones a Job, 35).

Dios te basta

"Luego, hermanos, amemos a Dios pura y castamente. No es casto el corazón que ama a Dios por la recompensa. ¿Pues qué, no hemos de recibir recompensa por el culto que damos a Dios? La recibiremos ciertamente, pero ella será el mismo Dios a quien adoramos. El será nuestra paga, porque le veremos como es. Ve qué paga has de recibir. ¿Qué dice nuestro Señor Jesucristo a sus amadores? El que ama guarda mis mandamientos, y el que me ama será amado de mi Padre y yo le amaré. ¿Pero qué le has de dar? Me mostraré yo mismo a él. Poco es si no amas; pero, si amas, si suspiras, si adoras gratis a Dios, por quien fuiste gratuitamente redimido, pues no habías merecido que te redimiese; si suspiras por Él con ardor al considerar en ti sus beneficios y se inquieta tu corazón por el deseo de Él, no busques cosa alguna fuera de Él; con Él tienes bastante. Por avaro que tú seas, Dios te basta. Efectivamente, la avaricia se esforzaba en poseer toda la tierra; añade, si quieres, el cielo; más que todo esto es el que hizo el cielo y la tierra"
(Comentario al salmo 55, 17).

Dios goza de estabilidad

"No debes increpar a aquel cuyas obras no comprendes. ¿Quién se atreve a decirle: qué has hecho? También esto está bien hecho si es que lo ha hecho Dios, porque Dios no puede hacer cosas si no las hace bien. Él conoce a fondo las obras de los malvados, su obrar no es fruto de la maldad. Por eso, pretende que se entienda que este, a quien considera malvado, reprendió a Dios de manera insensata, pues pensó que él hablaba así. Pero el hombre actúa de manera distinta, con palabras de duda y vacilación: unas veces le satisface Dios, otras le resulta algo desabrido, como si Dios no gozara de estabilidad. Y el hombre nacido de mujer será como el asno salvaje en el desierto: respirando ansias de libertad, incapaz de aguantar al que trata de dominarle o domarle" 
(Anotaciones a Job, 11).

Dios ha ablandado mi corazón

"Para que mi santidad sea lo suficientemente grande como para acercarme a quienes son asiento de Dios. Entonces podré decir y escuchar verdades. Razón por la que a los santos se les llama cielos… Por lo demás, cuando me llegue a Él: en aquella libertad con que me acercaré a su trono, lo amaré todo, y su poder no será impedimento, aunque ahora pueda abusar de mí, pecador como soy. Es decir, que haga de mí lo que quiera, incluso castigándome, aunque justamente… Y Dios ha ablandado mi corazón: atribuye a la misericordia de Dios ese mismo temor con que evita los castigos futuros. Porque desconocería los castigos y tinieblas que caerán sobre los malvados si Dios no hubiera ablandado su corazón con el sufrimiento actual" (Anotaciones a Job, 23).

La manifestación de Dios

"Aquí se manifiesta que el Dios de Israel, el Dios único, el que hizo el cielo y la tierra y cuida con justicia y misericordia de los asuntos humanos, de manera que ni la justicia cierra el camino de la misericordia, ni la misericordia es impedimento para la justicia, no fue vencido personalmente en su pueblo hebreo, al permitir que los romanos atacasen e hiciesen desaparecer su reino y sacerdocio. En efecto, ese mismo Dios de Israel, cuyo culto no quisieron aceptar los romanos como aceptaron el de los dioses de otros pueblos a los que vencieron, precisamente para que no hiciese desaparecer a este último, destruye ahora por doquier los ídolos de los gentiles por medio del Evangelio de Cristo, verdadero rey y sacerdote, realidad prefigurada como futura en aquel reino y sacerdocio"
 (Concordancia de los evangelistas 1, 14, 21).

Ver a Dios

"A Dios nadie le ha visto jamás, porque nadie contempló la plenitud de la divinidad que en Dios habita, nadie la abarcó con sus ojos ni con su mente, pues la palabra vio se ha de referir a ambas cosas… ¿Por qué maravillarse de que no podamos ver a Dios en este siglo sino cuando Él quiere? En la misma resurrección no será fácil ver a Dios sino para aquellos que son limpios de corazón; los demás no lo verán sin duda. Ni los indignos verán a Dios, ni podrá verle quien no quiera verle. A Dios no se le ve en un lugar, sino con un corazón limpio; no se le busca con los ojos corporales, ni se le circunscribe con la vista, ni se le sujeta con el tacto, ni se oye su voz, ni se siente cuando pasa. Es visto cuando se le cree ausente, y no es visto cuando está presente"
(Epístola 147, 6, 18).

Amo lo que alabo

"Porque gratuitamente amo lo que alabo. Alabo a Dios y me gozo en la misma alabanza. Me gozo con la alabanza de aquel con que alabado no me avergüenzo... No sucede esto con Dios nuestro Señor. Se le alabe voluntariamente y se le ame con ternura; gratuitamente se le ame y se le alabe. ¿Qué quiere decir gratuitamente? Por Él, no por otra cosa. Si alabas a Dios para que te dé algo, ya no le amas gratis... Queriendo ser amado tú gratuitamente por tu esposa, ¿desearás tú amar a Dios por otra cosa? Avaro, ¿qué premio has de recibir de Dios? No te reserva la tierra, sino a sí mismo, el que hizo el cielo y la tierra. Te ofreceré un sacrificio voluntario, no forzado por la necesidad. Si por otra cosa alabas a Dios, le alabas por la necesidad, pues si tuvieses lo que anhelas, no le alabarías. Entiende lo que digo; alabas, por ejemplo, a Dios para que se te dé mucho dinero; si de otra parte, no de Dios, entrase la riqueza por tu casa, ¿alabarías por ventura a Dios? Luego si por la riqueza alabas a Dios, no le sacrificas voluntariamente, sino por la necesidad, ya que amas fuera de Él no sé qué otra cosa. Desprecia todas las cosas y mira sólo a Dios" 
(Comentario al salmo 53, 10).

Todo viene de Dios

"Como si hubiese buscado por qué méritos alcanzó eso, y no hubiese hallado alguno antes de la gracia de Dios, dice: Dios mío, tu misericordia me previno. Como diciendo: por mucho que busqué mis méritos antecedentes, su misericordia me previno. Al guardar para Dios su fortaleza donada por Dios, guardó, porque Dios se la conservó, la fortaleza que tuvo porque Dios se la dio. Y no merece el aumento sino porque sabe piadosa y fielmente de quién vienen todos sus bienes, y que ese mismo conocimiento viene también de Dios, para que no haya nada en él que no venga de Dios… He ahí cómo el mismo mérito del hombre es un don gratuito. Nadie merece recibir ningún bien del Padre de las lumbres, de quien desciende todo don óptimo, sino quien primero recibe lo que no merece" 
(Epístola 186, 3, 10).

Den gracias a Dios

"¡Ved cuánto somos amados antes de que amásemos nosotros a Dios! Si antes de amar a Dios fuimos amados por Él de tal modo que hizo hombre a su Hijo, igual a Él, por amor a los hombres, ¿qué no reservará a los que le aman? Muchos piensan que es cosa pequeña el haberse presentado el Hijo de Dios en la tierra. Como no se hallan en el santuario, no se les manifiesta ni su poder ni su gloria; es decir, como aún no tienen santificado el corazón para que puedan comprender la excelencia de su poder, y, por tanto, den gracias a Dios, porque, siendo inmenso, nació y padeció por los hombres, no pueden ver su gloria y su poder" 
(Comentario al salmo 62, 11).

Dios es el que da

"Sobre este punto hablaron harto los filósofos. Mas no se encuentra en ellos la verdadera piedad, es decir, el veraz culto de Dios, del que es menester derivar todos los oficios de una vida recta. Y no por otro motivo, a mi juicio, sino porque quisieron fabricarse a su modo una vida bienaventurada, y estimaron que esa vida había que fabricarla más bien que pedirla, y el que la otorga no es otro que Dios. Tan sólo el que hizo al hombre hace bienaventurado al hombre. Él otorga a sus criaturas, buenas y malas, tantos bienes; el ser, el ser hombres, el sentir, la energía, la fuerza y la abundancia de riquezas, y Él se dará a sí mismo a los buenos para que sean bienaventurados, pues es ya un bien suyo el que ellos sean buenos. Mas los filósofos que en esta lamentable vida, en estos moribundos miembros, bajo la carga de esta carne corruptible, se empeñaron en ser cómplices y como fundadores de su vida bienaventurada, la apetecieron y retuvieron con sus propias virtudes; no la demandaron y esperaron de aquella fuente de las virtudes, y así no pudieron sentir a Dios, que resiste su soberbia" 
(Epístola 155, 1, 2).

Dios dulzura

"El nombre de Dios es más dulce a sus amantes que todas las dulzuras. Y esperé en tu nombre, porque es dulce. ¿A quién demuestras que es dulce? Preséntame un paladar al cual sea agradable. Alaba cuanto puedas la miel, encomia como puedas su dulzura... Si alabas la dulzura del nombre de Dios, por mucho que la ensalces, con todo, siempre son palabras. Las palabras de alabanza las oyen, asimismo, los impíos, mas sólo gustan los santos lo dulce que es Dios" 
(Comentario al salmo 51, 18).

Su felicidad no disminuye

"Si nunca hubiésemos sido malos, el provecho hubiese sido para nosotros, no para Dios, quien sabe sacar el bien hasta de los males. Más aún, aunque nuestra bondad hubiese existido siempre, ningún provecho habría aportado al Señor... Pero aunque no hubiesen existido (nuestros bienes), no le iría ni mejor ni peor a aquel a quien ningún mal le puede sobrevenir, pues su felicidad no disminuye por algún mal ni aumenta por ningún bien" 
(Epístolas 2*, 8).

Pregunta a todos los seres

"¿Cómo lo conocieron? A partir de las cosas que hizo. Pregunta a la hermosura de la tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la hermosura del aire dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo, pregunta al ritmo ordenado de los astros; pregunta al sol, que ilumina el día con fulgor; pregunta a la luna, que mitiga con su resplandor la oscuridad de la noche que sigue al día; pregunta a los animales que se mueven en el agua, que habitan la tierra y vuelan en el aire; a las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos; a los seres visibles, que necesitan quien los gobierne, y los invisibles, que lo gobiernan. Pregúntales. Todos te responderán: 'Contempla nuestra belleza' Su hermosura es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la belleza inmutable?" 
(Sermón 241, 2).

Servir a Dios es gratis

"Has de conformar tu vida y costumbres con los preceptos de Dios, pues los hemos recibido para bien obrar, empezando por un religioso temor. Porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios, por el que se quebranta y debilita la soberbia humana… Para dirigir la mirada pura y auténtica a la luz, no refiramos al fin de agradar a los hombres o de satisfacer nuestras necesidades corporales el bien que laudablemente hagamos ni la verdad que aguda y sagazmente descubramos. Dios quiere ser servido gratuitamente, pues no hay objeto alguno por el que hayamos de apetecer a Dios… Cuatro son las virtudes que también pudieron los filósofos indagar con memorable industria, a saber: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Si ahora logran perfecto culto de religión, les añadimos y unimos otras tres, a saber: fe, esperanza y caridad. Y así hallamos el número siete. Y no pueden omitirse las tres últimas virtudes, pues sabemos que sin ellas ni se puede ni servir a Dios ni agradarle"
(Epístola 171, bis).

Dios es nuestro deleite

"Poseeremos a Dios, y con Él solo estaremos contentos; más aún, tanto deleite encontraremos en Él que ninguna otra cosa buscaremos, pues gozaremos de Él en sí mismo y en nosotros mismos recíprocamente. ¿Qué somos si no tenemos a Dios? ¿O qué otra cosa podemos amar en nosotros sino a Dios o porque lo poseemos o para poseerlo? De hecho, cuando se nos dice que careceremos de todo lo demás y que solo Dios será nuestro deleite, el alma, acostumbrada al placer múltiple, se angustia por así decir. El alma carnal, ligada a la carne y atrapada en los placeres carnales y con las alas pegadas con el visco de los malos deseos que le impide volar a Dios, reflexiona para sí: ¿Qué valor tiene eso para mí si no voy a comer ni a beber...?"
 (Sermón 255, 7).

Adherirse a Dios

“El hombre siente su propia inestabilidad tanto más cuanto menos se adhiere a Dios, que es sumamente. Dios es sumamente, porque ni crece ni mengua por mutualidad alguna. El hombre, en cambio, ve que la mutación le conviene cuando le ayuda a unirse perfectamente a Dios, del mismo modo que es viciosa toda mutación que entraña defecto… Los que esto no ven y consideran las facultades del alma humana y la gran hermosura de sus hechos, colocando el sumo bien en el alma, aunque no osen ponerlo en el cuerpo, lo han puesto en lugar inferior a aquel en que por una auténtica razón hay que ponerlo" 
(Epístola 118, 3, 15).

Dios es el sumo Bien

"Quien pregunta cómo ha de llegar a la vida bienaventurada, no pregunta otra cosa sino en dónde se encuentra el fin del bien. Es decir, pregunta en dónde se halla, no por depravada y temeraria opinión, sino por cierta verdad, el sumo bien del hombre. Cualquiera ve que no puede residir sino en el cuerpo, en el alma o en Dios, en dos de estos sujetos o en todos ellos. Si descubres que ni el sumo bien ni parte alguna del sumo bien puede hallarse en el cuerpo, quedan sólo el alma y Dios como posible asiento. Si ahora sigues y averiguas que lo que se hizo del cuerpo hay que decirlo también del alma, no te quedará sino Dios como sede del sumo bien del hombre. No es que no haya otros bienes, sino que se llama bien sumo aquel al que los otros dicen referencia. Se es bienaventurado cuando se goza de ese bien, por el cual se quieren poseer las demás cosas, mientras que a ese bien ya no se le ama por otro, sino por sí mismo. Por eso se dice que el fin está en Él, ya que no se encuentra otro a quien referirlo ni a quien reducirlo. En Él está el sosiego de la apetencia, la seguridad de la fruición y el gozo serenísimo de la óptima voluntad"
(Epístola 118, 3, 13).

Tengo hambre y sed de ti

"Que cada uno de vosotros, hermanos míos, mire a su interior, se juzgue y examine sus obras, sus buenas obras; vea las que hace por amor, no esperando retribución alguna temporal, sino la promesa y el rostro de Dios. Nada de lo que Dios te prometió vale algo separado de Él mismo. Con nada me saciará mi Dios, a no ser con la promesa de sí mismo. ¿Qué es la tierra entera? ¿Qué la inmensidad del mar? ¿Qué todo el cielo? ¿Qué son todos los astros, el sol, la luna? ¿Qué el ejército de los ángeles? Tengo sed del creador de todas estas cosas; de Él tengo hambre y sed y a Él digo: En ti está la fuente de la vida, y, a su vez, me dice: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Que mi peregrinación esté marcada por el hambre y sed de ti, para que se sacie con tu presencia. El mundo se sonríe ante muchas cosas, hermosas, resistentes y variadas, pero más hermoso es quien las hizo, más resistente, más resplandeciente, más suave" 
(Sermón 158, 7).

Dios no necesita de nosotros

"Yerran los que opinan que Dios ordena esto por su propio interés o regocijo. Con motivo se extrañan de que Dios cambie estas cosas, como si por su gusto mudable ordenase que en el antiguo tiempo se le ofreciese una cosa y en el presente otra. Pero ello no es así. Por eso es verdadero Señor, porque no necesita de su siervo, y, en cambio, su siervo necesita de Él. En esa Escritura que llamamos Antiguo Testamento y en aquel tiempo en que se ofrecían aquellos sacrificios que ya no se ofrecen, se dijo: Dije al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Luego no necesitaba Dios de aquellos sacrificios, ni necesitaba jamás de nada ni de nadie. Se trata de símbolos de las realidades que Él reparte, ya infundiendo virtudes en el alma, ya para conseguir la salvación eterna. La celebración y ejecución de esas acciones simbólicas son obligaciones de piedad para utilidad nuestra y no de Dios" 
(Epístola 138, 1, 6).

Dios sabe

"Hombre soy y confieso ignorar lo que está escondido en el pensamiento de Dios. Sea lo que sea, es sin duda lo más justo, lo más sabio, lo más firmemente fundado con una incomparable excelencia sobre todos los juicios de los hombres. Porque es cierto lo que se lee en nuestros libros: Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre, pero el pensamiento de Dios permanece siempre. Dios sabe y nosotros ignoramos lo que nos traerá el tiempo, las facilidades o dificultades que surgirán entre nosotros, la decisión, en fin, que podemos tomar de pronto en conformidad con la corrección o esperanza de corrección que nos traiga el pleito actual… Dejemos a un lado por un momento este cuidado, cuya hora no ha llegado aún, y, si te place, hagamos lo que siempre urge. Porque no hay tiempo alguno en que no sea conveniente y necesario hacer obras con que podamos agradar a Dios, aunque es imposible, o por lo menos muy difícil en esta vida, cumplir eso con tal perfección que no haya en absoluto pecado alguno en el hombre. Por eso, cortando todas las dilaciones, hemos de recurrir a la gracia de Dios" 
(Epístola 104, 3, 11).

Nos conviene adorar a Dios

"Pero no porque Dios necesite de él, puestos que en estos mismos libros está claramente consignado: Dijo al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Miraba Dios el bien del hombre tanto cuando aceptaba como cuando rechazaba o contemplaba esos sacrificios. Es a nosotros a quienes nos conviene adorar a Dios, y no al mismo Dios. Cuando El nos inspira y enseña cómo le hemos de adorar, lo hace por nuestra máxima utilidad y no por indigencia alguna suya. Tales sacrificios son simbólicos y expresan la semejanza de algunas realidades. Por estos signos se nos amonesta a escudriñar, conocer o adorar esas realidades simbólicas en ellos… También los que antes de mí expusieron la palabra de Dios trataron copiosamente de los símbolos de los sacrificios del Antiguo Testamento, como sombras y figuras de lo futuro" 
(Epístola 102, 17).

Deléitate en Dios

”Cuando el alma se deleita en sí misma, no se deleita aun en una cosa inalterable; por eso es soberbia todavía, porque se tiene por lo más alto, siendo así que es más alto Dios. Pero no se la deja sin castigo en su pecado, ya que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. En cambio, cuando el alma se deleita en Dios, en El encuentra el descanso auténtico, cierto y eterno, que en otras partes buscaba y no encontraba. Por eso se la avisa en el salmo: Deléitate en el Señor, y Él satisfará las peticiones de tu corazón" 
(Epístola 55, 10, 18).

El Padre es tu herencia

"Con la vista puesta en esta esperanza se doma el hombre. ¿Hay motivo para considerar intolerable al domador? Se le doma con la mente puesta en esta esperanza. ¿Hay motivo para murmurar contra el domador si alguna vez llega a servirse del látigo?... Tu Dios, tu redentor, tu domador, castigador y padre te corrige. ¿Con qué finalidad? Para recibir una herencia; para lo cual no es preciso en este caso enterrar al padre. Para que tengas como herencia al Padre mismo. Con esta esperanza te corrige, y ¿murmuras? Y si te acaeciere algo desagradable, ¿llegarías a blasfemar? ¿A dónde irías que te alejases de su presencia? Mira; te deja tranquilo y no te azota. Aunque te deje cuando blasfemas, ¿no le oirás cuando te juzgue? ¿No es mejor que te azote y te reciba, antes que perdonándote te abandone?" 
(Sermón 55, 5).

Acercáos a Él y seréis iluminados

“Mas no es así el Dios invisible e incorruptible, quien sólo tiene la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. El hombre no puede verle mediante el órgano corpóreo con que ve los cuerpos. Pero, si fuese inaccesible a las mentes piadosas, no se nos diría Acercaos a Él y seréis iluminados; si a las mentes piadosas fuese invisible, tampoco se nos diría: Le veremos como Él es… Luego en tanto le veremos en cuanto seremos semejantes a Él, puesto que ahora en tanto no le vemos en cuanto que somos desemejantes. Nos permitirá verle aquello que nos asemeja a Él… Esta semejanza debe ponerse, pues, en el hombre interior que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que lo creó. Ahora bien, en tanto nos hacemos semejantes a Dios en cuanto progresamos más y más en su conocimiento y amor" 
(Epístola 92, 3).

El templo de Dios es Santo

“Así, pues, como este edificio visible ha sido construido para reunirnos corporalmente, de la misma manera construimos el edificio que somos nosotros mismos para Dios, que ha de habitarlo espiritualmente. El templo de Dios es santo, dice el Apóstol, y ese templo sois vosotros. Como este lo construimos con piezas terrenas, de idéntica manera hemos de levantar el otro con costumbres bien arregladas. Este se dedica ahora, con motivo de mi visita; el otro, al final del mundo, cuando venga el Señor, cuando esto nuestro corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se revista de inmortalidad, porque nuestro cuerpo humilde se modelará según el cuerpo de su gloria. Ved, pues, lo que dice en el salmo de la dedicación: Tornaste mi llanto en gozo, rompiste mi saco y me ceñiste de alegría para que mi gloria te cante a ti y no me sienta triste. Mientras somos edificados, gime ante Él nuestra humildad; cuando seamos dedicados, le cantará a Él nuestra gloria, porque la edificación requiere fatiga y la dedicación pide alegría” (Sermón 337, 2).

Yo amo al creador

¿Qué me dice el oro? Ámame. Pero ¿qué me dice Dios? Usaré de ti y usaré de tal modo que no me poseas ni me separes de ti... Yo amo al Creador. Bueno es lo que hizo, pero ¡cuánto mayor es quien lo hizo! Aun no veo la hermosura del Creador, sino la ínfima hermosura de las criaturas. Pero creo lo que no veo, y creyendo amo, y amando veo. Callen, pues, los halagos de las cosas muertas, calle la voz del oro y de la plata, el brillo de las joyas y, en fin, el atractivo de esta luz; calle todo. Tengo una voz más clara a la que he de seguir, que me mueve más, que me excita más, que me quema más estrechamente. No escucho el estrépito de las cosas terrenas. ¿Qué diré? Calle el oro, calle la plata, calle todo lo demás de este mundo. Diga el padre: ámame. Diga la madre: ámame. A esas voces replicaré: callad. ¿Acaso es justo lo que exigen? ¿No devuelvo lo que recibí?… Respondemos al padre y a la madre, que dicen justamente: ámanos; respondemos: Os amo en Cristo, no en lugar de Cristo. Estad conmigo en Él, yo no estaré con vosotros sin Él. Pero dirán: no queremos a Cristo. Yo, en cambio, quiero más a Cristo que a vosotros. ¿Perderé a quien me creó para atender a quien me engendró?” 
(Sermón 65 A, 4-5).

Tu nombre es santo

“Por tanto, no queráis pegaros a la tierra quienes habéis encontrado un Padre en el cielo. Vais a decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Comenzasteis a pertenecer a un gran linaje. Bajo este Padre son hermanos el Señor y el siervo, el emperador y el soldado, el rico y el pobre. Todos los cristianos bautizados tienen distintos padres en la tierra, unos nobles, otros plebeyos; pero todos invocan a un mismo Padre, el que está en los cielos. Si allí habita nuestro Padre, allí se nos prepara la herencia. Es tal este Padre, que lo que nos dona hemos de poseerlo en su compañía. Nos da una herencia, pero no nos la da al morir Él. Él no se va, sino que permanece, para que nosotros nos acerquemos a Él. Habiendo oído, pues, a quién dirigimos nuestras peticiones, sepamos también qué hemos de pedir, no sea que ofendamos a tal Padre pidiendo indebidamente. ¿Qué nos enseñó nuestro Señor Jesucristo que pidiéramos al Padre que está en los cielos? Sea santificado tu nombre. ¿Qué beneficio es esto que pedimos a Dios, es decir, que sea santificado su nombre? El nombre de Dios es santo desde siempre; ¿por qué, pues, pedimos que sea santificado, sino para ser santificados nosotros por medio de él? Pedimos que sea santificado en nosotros lo que es santo desde siempre. El nombre de Dios es santificado en vosotros en el momento de ser bautizados. Y una vez que hayáis sido bautizados, ¿por qué vais a pedir eso, sino para que persevere en vosotros lo recibido?” 
(Sermón 59, 2-3).

Vivamos como hijos

“El Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, nos enseñó la oración. Y siendo el mismo Señor, como habéis recibido y proclamado en el símbolo, el Hijo único de Dios, no quiso, sin embargo, ser único. Es el único y no quiso ser único: se dignó tener hermanos. Son aquellos a quienes dijo: Decid: Padre nuestro que estás en los cielos. ¿A quién quiso que llamáramos Padre, sino a su mismo Padre? ¿Tuvo acaso celos de nosotros? A veces los padres, cuando han engendrado uno, dos o tres hijos, tienen miedo a engendrar más, no sea que obliguen a los que vengan a mendigar. Mas, puesto que la herencia que a nosotros se nos promete es tal que, aunque la posean muchos, nadie sufrirá estrecheces, por esto mismo llamó a ser hermanos suyos a los pueblos gentiles, y el que es Hijo único tiene innumerables hermanos que decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Pronunciaron estas palabras hombres que nos han precedido y las pronunciarán quienes nos sigan. Ved cuántos hermanos en su gracia tiene el que es Hijo único al hacer partícipes de su herencia a aquellos por quienes sufrió la muerte. Teníamos padre y madre en la tierra, para nacer a las fatigas y a la muerte. Hemos encontrado otros padres de quienes nacemos para la vida eterna: Dios es el Padre; la Madre, la Iglesia. Pensemos, amadísimos, de quién hemos comenzado a ser hijos y vivamos cual conviene a quienes tienen tal Padre. Ved que nuestro Creador se ha dignado ser nuestro Padre” 
(Sermón 57, 3)

Padre de Misericordia

“El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana. Lejana, es decir, hasta olvidarse de su creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente; gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices. No es de admirar que a este despilfarro siguiese el hambre. Reinaba el hambre en aquella región: no hambre de pan visible, sino hambre de la verdad invisible… Al fin se dio cuenta en qué estado se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y en manos de quién había caído. Y volvió en sí; primero el retorno a sí mismo y luego al Padre. Pues quizá se había dicho: mi corazón me abandonó, por lo cual convenía que ante todo retornase a sí mismo conociendo de este modo que se hallaba lejos del padre… Se levantó y retornó. Había permanecido o bien en tierra, o bien con caídas continuas. Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro” 
(Sermón 112 A, 2-3).

El Padre es Dios

“Esperad en Él, asamblea del nuevo pueblo, pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el Señor; esmérate para ser alumbrado con salud y evitar un aborto propio de fieras. Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para alumbrarte con la luz de la fe. No agitéis con impaciencia las entrañas maternas, estrechando así las puertas del parto. Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad. También Él aceptó la espera del parto temporal, Él que ni sufre mengua por la brevedad del tiempo, ni aumento por la amplitud del mismo, antes bien excluyó desde la eternidad todas las estrecheces y hasta el tiempo mismo. Como aconseja a un niño aquel hombre bondadoso que lo nutría: No seáis niños en vuestro pensar; sedlo en cuanto a la malicia; sed perfectos en el pensar. Como competentes, haceos adolescentes en Cristo competentemente, para crecer cual jóvenes hasta llegar a ser varones adultos. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progreso en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento. Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Suspirad por Él, que conoce quienes son los suyos… Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre. El padre es Dios; la madre, la Iglesia. Estos os engendran de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de felicidad, dicha, gozo y vida. Aquel fue un nacimiento lamentable, este deseable” 
(Sermón 216, 7-8).

Padre de todos los hombres

“Puesto que ya recibisteis, aprendisteis de memoria y recitasteis en público cómo ha de creerse en Dios, recibid hoy cómo se ha de invocar. Cuando se leyó el Evangelio, oísteis de fue el Hijo mismo quien enseñó a sus discípulos y a quienes creen en Él esta oración. Habiéndonos compuesto tales preces tan gran jurista, tenemos esperanza de ganar la causa. Es el asesor del Padre, pues está sentado a su derecha como habéis confesado. Quien ha de ser nuestro juez, ese es nuestro abogado. De allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Retened, pues, esta oración que habéis de proclamar en público dentro de ocho días. Quienes de vosotros no supieron bien el Símbolo, apréndanlo, tienen tiempo todavía. El sábado tendréis que darlo de memoria en presencia de todos los asistentes; es el último sábado, aquel en que vais a ser bautizados. Dentro de ocho días a partir de hoy tendréis que recitar de memoria esta oración que hay habéis recibido. La oración empieza así: Padre nuestro que estás en los cielos. Hemos hallado un Padre en los cielos, veamos cómo hemos de vivir en la tierra. Quien ha hallado tal Padre debe vivir de manera tal que sea digno de llegar a su herencia. Todos juntos decimos: Padre nuestro. ¡Cuánta bondad! Lo dice el emperador y lo dice el mendigo; lo dice tanto el siervo como su señor. Uno y otro dices: Padre nuestro que estás en los cielos. Reconocen que son hermanos cuando tienen un mismo Padre. No considere el señor indigno de su persona el tener como hermano a su siervo, a quien quiso tener como hermano Cristo el Señor” 
(Sermón 58, 1, 2).

Padre, centro de la vida fraterna

“Os exhortamos en el Señor, hermanos, a que os mantengáis en vuestros compromisos y perseveréis hasta el fin. Si la Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo con torpe desidia. Obedeced a Dios con humilde corazón, llevando con mansedumbre a quien os gobierna a vosotros. El dirige a los mansos en el juicio y enseña a los humildes sus caminos. No antepongáis vuestro ocio a las necesidades de la Iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinasen a asistirla, cuando ella da a luz, no hubiésemos encontrado medio de nacer. Como entre el fuego y el agua hay que caminar sin ahogarse ni abrasarse, del mismo modo hemos de gobernar nuestros pasos entre la cima del orgullo y el abismo de la pereza, como está escrito, no declinando ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Porque hay quienes, por excesivo temor de verse arrebatados hacia la cumbre de los soberbios, van a sumergirse en la sima de la izquierda. Y hay asimismo quienes se apartan con exceso de la izquierda, para no verse absorbido por la torpe blandura de la inacción, y se desvanecen en pavesas y en humo, corrompidos y consumidos de la parte contraria, por el fasto de la jactancia. Amad vuestro ocio, carísimos, de modo que os moderéis en toda terrena satisfacción, recordando que no existe lugar alguno donde no pueda tender sus lazos el diablo, que teme vernos volar a Dios. Juzguemos al enemigo de todos los buenos, cuyos cautivos fuimos, pensando que no habrá para nosotros tranquilidad perfecta hasta que pase la iniquidad y el juicio se convierta en justicia” 
(Epístola 48, 2).

Orar sin interrupción

“En la fe, esperanza y caridad oremos siempre con un continuo deseo. Pero a ciertos intervalos de horas y tiempos oramos también vocalmente al Señor, para amonestarnos a nosotros mismos con los símbolos de aquellas realidades, para adquirir conciencia de los progresos que realizamos en nuestro deseo, y de este modo nos animamos con mayor entusiasmo a acrecentarlo. Porque ha de seguirse más abundoso efecto cuanto precediere más fervoroso afecto. Por eso dijo el Apóstol: Orad sin interrupción. ¿Qué significa eso sino desead sin interrupción la vida bienaventurada, que es la eterna, y que os ha de venir del favor del único que os la puede dar? Deseémosla, pues, siempre de parte de nuestro Señor y oremos siempre. Pero a ciertas horas sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por no renovar el fervor con frecuencia…” 
(Epístola 130, 19-20).

Dios es algo íntimo

“Por lo cual, quienes buscan a Dios por intermedio de las potestades rectoras del mundo o de alguna de sus partes, se distancian y son lejos de Dios arrojados, no por intervalos espaciales, sino por diversidad de afecto; se empeñan en caminar por sendas exteriores y abandonan su interior, siendo Dios algo íntimo. Y si oyen hablar y piensan en alguna potestad celeste y santa es para ambicionar su poder, admirable siempre a la flaqueza humana, no para imitar su piedad, medio para conseguir el reposo en Dios. Prefieren, en su orgullo, poder lo que puede el ángel, a ser por la piedad lo que el ángel es… La caridad no infla, y Dios es caridad; y los fieles en el amor descansarán en Él, llamados del estrépito exterior a los gozos recatados. Si Dios es caridad, ¿para qué andar corriendo desolados por las alturas de los cielos y las hondonadas de la tierra en busca de aquel que mora en nosotros, si nosotros queremos estar junto a Él?”
 (La Trinidad 8, 7, 11).

Al Padre le alabaremos siempre

“Leemos en la Escritura: Esto diréis confesando: Todas las obras de Dios son buenas. Luego esta confesión es de alabanza. En otro lugar también dice el mismo Señor: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra. ¿Qué confesaba? ¿Por ventura pecados? El confesar de Cristo era alabar. Oye la alabanza hecha al Padre: Te alabo –dice- porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las revelaste a los párvulos. Luego como después de estas angustias debidas a la corrupción hemos de habitar en la casa de Dios, toda nuestra vida no será más que alabanza de Dios. Se os dijo ya muchas veces que, desaparecida la necesidad, todos los ejercicios u ocupaciones de la necesidad caen por su base, porque no habrá allí otra cosa que hacer. No digo en el día y en la noche, porque allí no hay noche, sino en el día, y, puesto que solo hay día, no habrá otra cosa que hacer si no es alabar a quien amamos, porque entonces también le veremos. Ahora deseamos al que no vemos; entonces ¿de qué modo alabaremos al que vemos y amamos? La alabanza no tendrá fin, porque no lo tiene el amor” 
(Comentario al salmo 141, 19).

Todas las cosas son buenas

“Te desagrada el Creador y Ordenador del mundo. Entonces que no hubiera hecho el sol, puesto que muchos pleitean en sus observaciones sobre las estrellas. ¡Oh si reprimiésemos nuestros vicios! Todas las cosas son buenas, porque es bueno Dios, que hizo todas las cosas. Quien tiene espíritu de investigación, espíritu de sabiduría y piedad, al considerar que todas las cosas son buenas, ve que todas sus obras le alaban. En todo lugar alaban sus obras a Dios. ¡Cómo le alaban todas sus obras por la boca de los tres jóvenes! ¿Qué se omitió en su cántico? Le alaban los cielos, le alaban los ángeles, le alaban los astros, el sol y la luna, el día y la noche; le alaba todo lo que germina en la tierra, todo lo que nada en el mar, todo lo que vuela en el aire; le alaban los montes y los collados, le alaban el calor y el frío; y todas las cosas que hizo Dios oís que alaban a Dios. ¿Por ventura oísteis allí que alaba a Dios la avaricia, que alaba a Dios la lujuria? Estas no alaban, porque Él nos las hizo. Allí alaban a Dios los hombres; Dios es creador del hombre. La avaricia es obra del hombre perverso, el hombre es obra de Dios. ¿Y qué quiere Dios? Destruir lo que tú hiciste en ti y salvar lo que Él hizo” 
(Comentario al salmo 125, 5).

Para conocer a Dios

“Buscas división entre el Padre y el Hijo y no la hallas. Pero ¿cuándo no la hallas? Cuando te elevas sobre ti mismo. Cuando te pones en contacto con algo que es superior a tu mente, entonces es cuando no hallas división. Porque, si alternas con lo que el ánimo extraviado construye, alternas con tus fantasmas, no con el Verbo de Dios: esos tus fantasmas te engañan. Alza tu vuelo sobre el cuerpo y experimenta el sabor del alma; eleva tu vuelo después sobre el alma y experimenta y gusta a Dios. No puedes tocar a Dios si no pasas del alma. ¿Cuánto menos, pues, lo tocarás si permaneces en la carne? Aquellos que gustan de la carne, ¡cuán lejos están de gustar lo que es Dios, cuando ni tendrían ese sabor aunque gustaran ya del alma! Es mucha la separación entre Dios y el hombre cuando gusta de la carne; hay una gran distancia entre la carne y el alma, pero la hay todavía mucho mayor entre el alma y Dios. Si tú estás en el centro de tu alma, estás como en medio. ¿Miras abajo? Cuerpo es lo que ves. ¿Miras arriba? Lo que ves es Dios. Álzate sobre tu cuerpo y también sobre ti mismo. Atiende a lo que el Salmo dice y cómo te enseña a gustar a Dios: Mis lágrimas son, dice, mi alimento de día y de noche, mientras oigo que se me dice: ¿Dónde está tu Dios?” 
(Comentario a Juan 20, 11).

Padre justo

“Lo que consigna este salmo centésimo en el primer versillo es lo que debemos investigar en todo el texto. Misericordia y juicio te cantaré, ¡oh Señor! Nadie se prometa la impunidad por la misericordia de Dios, porque hay también juicio, y nadie, cambiado en mejor, tema el juicio de Dios, puesto que antecedió la misericordia… Dios, por el contrario, en la bondad de la misericordia no abandona el juicio, ni al juzgar con severidad abandona la bondad de la misericordia. Ved que, si distinguimos el tiempo de estas dos cosas: de la misericordia y del juicio, pues quizás no sin motivo guardan cierto orden de prelación en el texto, puesto que no se dijo juicio y misericordia, sino misericordia y juicio, quizás, si distinguimos, repito, el tiempo de estas dos cosas, tal vez hallamos que ahora es el tiempo de la misericordia y el venidero el del juicio. ¿Cómo antecede el tiempo de la misericordia? Ante todo, pon la mirada en Dios para que tú imites al Padre en cuanto Él te conceda. No decimos soberbiamente que nosotros debemos imitar a nuestro Padre, puesto que el mismo Señor, único Hijo de Dios, nos exhorta a esto, diciendo: Sed como vuestro Padre celestial. Cuando dice: Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen, añade: para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre los buenos y los malos y llueve sobre los justos y los impíos. Aquí tenéis la misericordia. Cuando ves a los justos y a los inicuos que contemplan el mismo sol, que perciben la misma luz, que beben de las mismas fuentes, que se sacian con la misma lluvia, que se hartan con los mismos frutos de la tierra, que respiran el mismo aire, que poseen idénticos bienes mundanos, no tengas por injusto a Dios, que da igualmente estas cosas a los justos y a los impíos. Es el tiempo de la misericordia; aún no del juicio. Pues, si primeramente Dios no nos perdonase por la misericordia, no encontraría que coronar por el juicio. Luego, cuando la paciencia de Dios arrastra a los pecadores a penitencia, es el tiempo de la misericordia” 
 (Comentario al salmo 100, 1).

Padre rico en misericordia

“Si buscáis la salvación, poned vuestra esperanza en quien salva a los que esperan en Él. Si deseáis la embriaguez y las delicias, tampoco os las negará. Sólo es preciso que vengáis, lo adoréis, os prosternéis y lloréis en presencia de quien os hizo, y Él os embriagará de la abundancia de su casa y os dará a beber del torrente de sus delicias. Pero estad atentos, no entre a vosotros el pie de la soberbia; vigilad para que no os arrastren las manos de los pecadores. A fin de que no acontezca lo primero, orad para que purifique cuanto oculto hay en vosotros; para que no sobrevenga lo segundo y os tire por tierra, pedid que os libre de los males ajenos. Si estáis tumbados, levantaos; una vez levantados, poneos de pie; puestos de pie, quedad firmes y manteneos en esa postura… El Padre misericordioso saldrá a vuestro encuentro con el vestido originario, Él que no dudó en inmolar el becerro cebado para que desapareciera vuestra pestífera hambre. Comed su carne, bebed su sangre; con su derramamiento se perdonan los pecados, se anulan las deudas y se quitan las manchas. Comed como pobres que sois y quedaréis saciados; entonces os contaréis también vosotros entre aquellos de quienes se dice: Comerán los pobres, y serán saciados. Una vez que estéis saludablemente saciados, eructad su pan y su gloria. Corred a Él y os hará volver; Él es, en efecto, quien hace volver a los alejados, persigue a los fugitivos, encuentra a los perdidos, humilla a los soberbios, alimenta a los hambrientos, suelta a los encarcelados, ilumina a los ciegos, limpia a los inmundos, reconforta a los cansados, resucita a los muertos y libera a los poseídos y cautivos de los espíritus perversos. Os he demostrado que vosotros estáis ahora libres de ellos; al mismo tiempo que os felicito, os exhorto a conservar también en vuestros corazones la salud que se ha manifestado en vuestro corazón”
(Sermón 216, 9-11).