Lunes de la cuarta semana

"Y este es el juicio: la luz ha venido al mundo
pero los hombres han preferido las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malvadas".
(Jn 3, 19)






Corramos a Cristo para recibir la luz

Cristo, en efecto, vino al mundo como Salvador. En cierto lugar dice también: Pues el Hijo del hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Por tanto, si vino también para salvar, son aceptables las otras palabras en que dice haber venido para que quienes no ven vean. Pero lo otro: Para que los que ven se queden ciegos, suena muy duro. Pero, si lo entendemos, no es duro, sino puro. Para entender cuán verdadero es lo que dijo, poned vuestros ojos en aquellos dos que oraban en el templo. El fariseo veía, el publicano estaba ciego. ¿Qué significa ese «veía»? Creía que veía; se gloriaba del hecho de ver, es decir, de su justicia; el otro, en cambio, estaba ciego, puesto que confesaba sus pecados. Aquél se jactaba de sus méritos, éste reconoció sus pecados. 
Corran, pues, a Cristo los ciegos para recibir la vista. Cristo es realmente luz en el mundo, incluso en medio de hombres pésimos. Se han realizado milagros divinos, y nadie ha hecho milagros desde el comienzo del género humano sino aquel a quien dice la Escritura: El único que hace maravillas (Sal 71,18). ¿Por qué se dijo: El único que hace maravillas, sino porque, cuando él quiere hacerlas, no tiene necesidad de hombre alguno? En cambio, cuando el hombre las hace, tiene necesidad de Dios. Sólo él ha hecho maravillas. ¿Por qué? Porque el Hijo es Dios en la Trinidad con el Padre y el Espíritu Santo, ciertamente el único Dios que hace maravillas. Ahora bien, también los discípulos de Cristo hicieron obras maravillosas, pero ninguno en solitario. ¿Qué obras maravillosas hicieron también ellos? Según está escrito en los Hechos de los Apóstoles, los enfermos deseaban tocar la orla de sus vestidos, y los que la tocaban quedaban curados; los enfermos yacentes en sus lechos querían que les tocase su sombra al pasar15. ¡Qué maravillas hicieron, pero ninguno de ellos las hizo él solo! Escucha a su Señor: sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,5)
Por tanto, amadísimos, amemos al patriarca como a patriarca, al profeta como a profeta, al apóstol como a apóstol, al mártir como a mártir; a Dios, sin embargo, por encima de todas las cosas, y presumamos de que sólo él, sin duda alguna, nos salvará. Pueden ayudarnos las oraciones de los santos, que recibieron de Dios ser beneméritos, sin que antecediera mérito alguno propio, puesto que los méritos de cualquier santo son dones de Dios. Dios obra en la luz y en la oscuridad, en las cosas visibles y en los corazones. Él hace maravillas en su templo cuando las hace en los hombres santos. En efecto, todos los santos se funden en unidad gracias al fuego de la caridad y constituyen un único templo para Dios; son un único templo cada uno en particular y todos en conjunto.

 (Serm. 136/B, 2-3)

Domingo de la cuarta semana de cuaresma

"Jesús les dijo: Yo soy la luz del mundo
quien me sigue no camina en tienieblas
sino que tendrá la luz de la vida".
(Jn 8, 12)


Las obras que nuestro Señor Jesucristo hizo entonces en los cuerpos las hace ahora en los corazones. Aunque en modo alguno cesa de realizarlas también en los cuerpos, es mucho más grande lo que hace en los corazones. En efecto, si es cosa grande ver la luz del cielo, ¡cuánto más lo es ver la luz de Dios! Para esto precisamente, para ver la luz que es Dios, son sanados, abiertos y purificados los ojos del corazón. Dios —dice la Escritura— es luz y en él no hay tiniebla alguna (1Jn 1,5), y el Señor en el Evangelio: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Por tanto, quienes nos extrañamos admirados de que este ciego vea, supliquemos con cuantas fuerzas que el Señor nos otorgue, la curación y purificación de nuestros corazones. Si son buenas las costumbres, los corazones están ya purificados. Pues ¿de qué sirve el verse purificados de los pecados en la fuente sagrada, si en seguida nos manchamos con pésimas costumbres?
Los distintos momentos de esta acción del Señor por la que otorgó la vista al ciego, nos invita a considerar algo grande y obligado. En efecto, el Señor Jesucristo podía —¿quién hay que le niegue ese poder?— tocar los ojos del ciego sin saliva ni lodo y devolverle o, mejor, darle la vista al instante. Estaba en su poder. ¿Por qué digo: si le hubiese tocado con la mano? ¿Qué no hubiese podido hacer con la sola palabra si lo hubiese mandado? ¿Qué no puede hacer la Palabra con la palabra? Pues no se trata de cualquier palabra, sino de ésta: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esta Palabra, que en el principio era Dios junto a Dios, se hizo carne para habitar entre nosotros (Jn 1,1-2,14) (...)el Señor, al curar a este ciego de nacimiento, en el que se figuraba al género humano, ciego también de nacimiento, guardó un procedimiento preciso. El Señor escupió en la tierra, hizo lodo y el Señor le untó los ojos con saliva. La tierra significa a los profetas; Efectivamente, esta tierra fue enviada delante, pues ¿qué otra cosa son los profetas sino tierra? Siendo en verdad hombres hechos de tierra, recibieron el Espíritu del Señor y ungieron al pueblo de Dios. Tenían la profecía, pero aún no veían.
Pero mira ahora adónde fue enviado para que lavara su cara. A la piscina de Siloé. ¿Qué significa Siloé? Es un bien que no lo haya callado el evangelista: que significa «enviado» (Jn 9,7). ¿Quién ha sido enviado sino aquel de quien se dijo: He aquí el cordero de Dios? En él se lava la cara, y quien había sido untado adquiere la vista, porque en Cristo el Señor se ha hecho realidad toda profecía.
Quien no conoce a Cristo camina untado solamente. Ahora bien, el procedimiento seguido primeramente con relación a los ojos de este hombre, se mantuvo también con relación a su corazón.Prestad atención a la pregunta que le hicieron los judíos: ¿Qué dices de ese hombre? Digo—respondió— que es un profeta (Jn 9,17). Aún no había lavado la faz de su corazón en Siloé. Sus ojos ya estaban abiertos, pero su corazón estaba todavía untado, cuando ya había lavado la cara. Respondió como pudo, como quien está untado y aún no ve. Mostró hallarse untado, evidentemente, en su corazón, a la vez que la apertura de los ojos de su carne.

Tratemos de encontrar, pues, al ciego, con los ojos ya abiertos, pero aún no untado en su corazón, en el momento en que se lava la cara. Los furiosos judíos, vencidos y convictos, ciegos de cólera hacia el que ya veía, lo arrojaron fuera. Cuando lo arrojaron fuera, fue precisamente cuando entró allí de donde no podrían arrojarle fuera los judíos presentes en la casa de Dios. Así, pues, expulsado fuera, encontró al Señor en el templo, quien le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? —en efecto, conocía quién había dado la vista a su cuerpo, aunque aún tenía que recibirla en el corazón. Ahora lava la faz de su corazón, ahora viene a Siloé, porque ahora entiende que es el Unigénito enviado—. Como un untado que aún no ve, le respondió: ¿Quién es, Señor, para creer en él? Y el Señor a su vez:Le has visto; el que está hablando contigo, ése es. Darle estas palabras equivale a lavarle la cara. Por último, ya acabada de lavar la cara, viendo en su corazón, dijo: Creo, Señor; y, postrándose, lo adoró (Jn 9,34-38)..
(Sermo 136/C, 1-3.5)

Mirar - El signo de la cuarta semana

La imagen del ciego de nacimiento y de la ceguera de los fariseos, incapaces de reconocer la bendición de Dios en la persona de Jesús, os acompaña esta semana.

La naturaleza humana nos hace juzgar por apariencias, equivocarnos al valorar. Pero Dios sana esta ceguera de nacimiento desde nuestra propia naturaleza. No nos transforma en "super hombres", sino que se hace hombre para que seamos capaces de mirar como mira Él.

Sábado III Semana de Cuaresma

"Os exhorto, hermanos, a presentar vuestros cuerpos
como hostia viva, santa, agradable a Dios;
este es vuestro culto espiritual".
(Rom 12, 1)






El sacrificio de la comunidad cristiana


Así, pues, el verdadero sacrificio es toda obra hecha para unirnos a Dios en santa alianza, es decir, referido a la meta de aquel bien que puede hacernos de verdad felices. Y así, aun la misericordia con que se socorre al hombre, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Pues aunque sea hecho u ofrecido por el hombre, el sacrificio es una obra divina. Tal es el significado que aun los latinos antiguos dieron a esta palabra. De ahí viene que el mismo hombre, consagrado en nombre de Dios y ofrecido a Dios, en cuanto muere para el mundo a fin de vivir para Dios, es sacrificio. Pues esto pertenece a la misericordia que cada uno practica para sí mismo. Por eso está escrito: Compadécete de tu alma haciéndola agradable a Dios (Sir 30,24).
También es sacrificio el castigo que infligimos a nuestro cuerpo por la templanza si, como debemos, lo hacemos por Dios, a fin de no usar de nuestros miembros como arma de iniquidad para el pecado, sino como arma de justicia para Dios. Exhortándonos a esto dice el Apóstol: Por ese cariño de Dios os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico (rom 12,1). Si el cuerpo, pues, de que usa el alma como un siervo inferior o como un instrumento, cuando su uso bueno y recto se refiere a Dios, es sacrificio, ¿cuánto más se hace sacrificio la misma alma cuando se refiere a Dios, para que, encendida en el fuego de su amor, pierda la forma de la concupiscencia del siglo, y se reforme como sometida a la forma inconmutable, resultándole así agradable por ser iluminada de su hermosura? Esto mismo añade el Apóstol de inmediato: Y no os amoldéis al mundo éste, sino id transformándoos con la nueva mentalidad para ser vosotros capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, conveniente y acabado (Rom 12,2).
Los verdaderos sacrificios, pues, son las obras de misericordia, sea para con nosotros mismos, sea para con el prójimo; obras de misericordia que no tienen otro fin que librarnos de la miseria y así ser felices; lo cual no se consigue sino con aquel bien, del cual está escrito: Para mí lo bueno es estar junto a Dios (Sal 72,28). De aquí ciertamente se sigue que toda la ciudad redimida, o sea, la congregación y sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un sacrificio universal por medio del gran Sacerdote, que en forma de esclavo se ofreció a sí mismo por nosotros en su pasión, para que fuéramos miembros de tal Cabeza; según ella, es nuestro Mediador, en ella es sacerdote, en ella es sacrificio.

Por eso nos exhortó el Apóstol a ofrecer nuestros propios cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como nuestro culto auténtico, y a no amoldarnos a este mundo, sino a irnos transformando con la nueva mentalidad; y para demostrarnos cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, conveniente y agradable, ya que el sacrificio total somos nosotros mismos, dice: En virtud del don que he recibido, aviso a cada uno de vosotros, sea quien sea, que no se tenga en más de lo que hay que tenerse, sino que se tenga en lo que debe tenerse, según el cupo de fe que Dios haya repartido a cada uno. Porque en el cuerpo, que es uno, tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función; lo mismo nosotros, con ser muchos, unidos a Cristo formamos un solo cuerpo, y respecto de los demás, cada uno es miembro, pero con dotes diferentes, según el regalo que Dios nos haya hecho. Éste es el sacrificio de los cristianos: unidos a Cristo formamos un solo cuerpo (Rom 12,3-5). Éste es el sacramento tan conocido de los fieles que también celebra asiduamente la Iglesia, y en él se le demuestra que es ofrecida ella misma en lo que ofrece.
(Civ Dei X, 6)

Viernes III Semana de Cuaresma

"Un espíritu humillado es sacrificio a Dios,
un corazón desgarrado y humillado, Dios no lo desprecias".
(Sal 51, 19)




Hacer el bien es el verdadero sacrificio

 Por consiguiente, hemos de estar convencidos de que Dios no necesita no sólo del ganado ni de cualquier otra cosa corruptible o terrena, sino ni siquiera de la misma justicia del hombre; y todo aquello con que se da culto a Dios cede en provecho del hombre, no de Dios. Como nadie pensará que favorece a la fuente, cuando bebe, o a la luz, cuando ve.Ni el hecho de los sacrificios hechos por los antepasados en las víctimas de los animales, que hoy lee el pueblo de Dios y ya no practica, se ha de pensar significaba otra cosa que por aquellas cosas se significaba lo que se realiza en nosotros para unirnos a Dios y conducir al mismo fin a nuestro prójimo. El sacrificio visible, pues, es el sacramento o signo sagrado del sacrificio invisible. Por eso dice el penitente en el profeta, o el mismo profeta, buscando tener propicio a Dios por sus pecados: Si hubieras querido un sacrificio, te lo hubiera ofrecido; Tú no te deleitarás con los holocaustos. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias (Sal 50,18-19) Veamos cómo donde dice que Dios no quiere sacrificio, allí muestra que sí lo quiere. No quiere el sacrificio del animal muerto, pero quiere el sacrificio del corazón contrito.
Por eso se dice en otro lugar de otro salmo: Si tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos? Como si dijera: Si me fueran ciertamente necesarios, no te pediría a ti lo que está en mi poder. Luego, añadiendo lo que significan, dice: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria (Sal 49,14-15)

.También en la epístola a los Hebreos se dice: No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios (Heb 13,16). Por eso aquel texto quiero lealtad, no sacrificios (Os 6,6) debe entenderse como la preferencia de un sacrificio sobre el otro, ya que lo que todos llaman sacrificio es el signo del verdadero sacrificio. Pero la misericordia es el verdadero sacrificio
 (Civ Dei X, 5)

Jueves III Semana de Cuaresma

"No quieres sacrificio ni ofrenda…
Por eso he dicho: Aquí estoy.
Señor, esto deseo,
tu Ley en lo profundo de mi corazón".
(Sal 40, 7.8.9)




El culto verdaderamente agradable a Dios


A éste le debemos el servicio, llamado en griego λατρεία, ya en algunos ritos sagrados, ya en nosotros mismos. Somos, en efecto, todos a la vez y cada uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar en la concordia de todos y en cada uno en particular (1Cor 3,16-17), sin ser mayor en todos que en cada uno, puesto que ni se distiende por la masa ni disminuye por la participación. Cuando nuestro corazón se levanta a Él, se hace su altar: lo aplacamos con el sacerdocio de su primogénito; le ofrecemos víctimas cruentas cuando por su verdad luchamos hasta la sangre; le ofrecemos suavísimo incienso cuando en su presencia estamos abrasados en religioso y santo amor; le ofrendamos y devolvemos sus dones en nosotros, y a nosotros mismos en ellos; en las fiestas solemnes y determinados días le dedicamos y consagramos la memoria de sus beneficios a fin de que con el paso del tiempo no se nos vaya introduciendo solapadamente el olvido; con el fuego ardiente de caridad le sacrificamos la hostia de humildad y alabanza en el ara de nuestro cuerpo. Para llegar a verlo como Él puede ser visto, y para unirnos a Él, nos purificamos de toda mancha de pecado y malos deseos, y nos consagramos en su nombre. Él es fuente de nuestra felicidad, es meta de nuestro apetito. Eligiéndolo a Él, o mejor reeligiéndolo, pues lo habíamos perdido por negligencia; reeligiéndolo a Él, de donde procede el nombre de «religión», tendemos a Él por amor para descansar cuando lleguemos; y de este modo somos felices, porque en aquella meta alcanzamos la perfección. Nuestro bien, sobre cuya meta tal debate hay entre los filósofos, no es otro que unirnos a Él: su abrazo incorpóreo, si se puede hablar así, fecunda el alma inmortal y la llena con verdaderas virtudes. Se nos manda amar este bien con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. A este bien debemos llevar a los que amamos y ser llevados por los que nos aman. Así se cumplen los dos mandamientos en que consiste la Ley y los Profetas: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda su mente, y Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,32-37) Para que el hombre supiese amarse se le puso delante la meta, adonde tenía que dirigir todo lo que hacía para ser feliz. Y esta meta es unirse a Dios (Sal 72,28). Ahora bien, cuando se manda a uno, que sabe amarse a sí mismo, que ame al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se le manda sino que le recomiende, cuando puede, que ame a Dios? Éste es el culto de Dios; ésta, la verdadera religión; ésta, la piedad recta; ésta, la servidumbre debida sólo a Dios.
(Civ Dei X, 3.2)

Miércoles - III semana

"Buscad primero el reino de Dios y su justicia,
y todo lo demás se os dará por añadidura".
(Mt 6, 33)








Cristo habita en el hombre interior

De todos modos, este esperad en el Señor está expresado de una manera un tanto misteriosa. ¿Cuál es el objeto de la espera, sino el bien? Pero como cada cual pretende pedirle a Dios el bien que ama, y como, por otra parte, no resulta nada fácil encontrar personas que amen los bienes interiores, o sea, tocantes al hombre interior -los únicos que hay que amar, porque del resto sólo hay que hacer uso para subvenir las necesidades perentorias, no para recabar gozo-, tras haber dicho esperad en el Señor, sorprendentemente añadió: Hay muchos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Este apóstrofe y esta pregunta se la formulan a diario todos los tontos y malvados por dos motivos: primero, porque anhelan la paz y la tranquilidad de la vida mundana y no la encuentran a causa de la degeneración de la raza humana, teniendo al mismo tiempo la osadía de criticar la situación real del mundo cuando, arropados en sus propios merecimientos, estiman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Segundo, cuando dudan o desesperan de la vida futura que nos está prometida y repiten con machaconería: ¿Quién sabe si todo eso es verdad? ¿Quién ha vuelto de entre los muertos para decirnos que todo eso es así? De manera espléndida, pero en síntesis, el profeta ha puesto de relieve a los que tienen una visión interior cuáles son los bienes que deben constituir objeto de su búsqueda, dando respuesta a la pregunta de aquellos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Y sigue diciéndoles: La luz de tu rostro, Señor, está grabada en nosotros. Esta luz es el bien total y auténtico del hombre, oculta a los ojos, pero visible a la razón. Y dijo grabada en nosotros, usando el símil de las monedas, que llevan acuñada la efigie del rey. En efecto, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26), pero la echó a perder con el pecado. Por tanto, el bien verdadero y eterno del hombre es troquelar esa moneda mediante la regeneración, o sea, volviendo a nacer. (...)  Has puesto en mi corazón la alegría. No deben buscar fuera esta alegría quienes, siendo aún pesados de corazón, aman la falsedad y buscan el engaño. Deben buscarla dentro, donde está grabada la imagen de tu rostro. Cristo habita en el hombre interior (Ef 3,17), en expresión del Apóstol. Competencia de Cristo es ver la verdad, pues fue él quien dijo: Yo soy la verdad (Jn 14,6).

Pero los hombres que van en pos de las realidades temporales -y realmente son muchos-, al no ser capaces de ver dentro de sí mismos los bienes auténticos y garantizados, no saben sino repetir: ¿Quién nos hará ver el bien?
(En. in Ps. 4, 8-9)

Martes - III semana

"Venid los sedientos todos, acudid por agua
quien no tenga dinero venga igualmente,
comprad y comed sin dinero
vino y leche de balde".
(Is 55, 1)






La justa sed de Dios

Mi alma tiene sed de ti. He aquí el desierto de Idumea. Mirad cómo aquí siente sed, pero fijaos cómo esta sed es buena: Tiene sed de ti. Porque hay quienes tienen sed, pero no de Dios. Todo el que desea conseguir alguna cosa, arde en deseos de ella: este deseo es la sed del alma. Y fijaos cuántos deseos hay en el corazón de los hombres: uno desea oro, otro plata; éste desea propiedades, aquél otro herencias; uno dinero en abundancia, el otro abundantes ganados; éste desea una casa grande, el otro tener una esposa; uno honores, el otro hijos. Ya veis cómo todos estos deseos están en el corazón del hombre. Todos los hombres arden en estos deseos; y apenas se encuentra uno que diga: Mi alma tiene sed de ti. Tienen los hombres sed del mundo, sin darse cuenta de que se encuentran en el desierto, donde su alma debe sentir sed de Dios.

Debemos, pues, estar sedientos de la sabiduría, debemos estar sedientos de la justicia. Y no nos saciaremos de ella, ni sentiremos su hartura, hasta que termine esta vida, y se cumplan en nosotros las promesas de Dios. Dios nos ha prometido que seremos como los ángeles. y los ángeles no tienen sed como la sentimos nosotros ahora, ni tienen hambre como nosotros; están saciados de verdad, de luz, de sabiduría inmortal. Por eso son felices; y lo son con una tan grande felicidad porque están en aquella ciudad, la Jerusalén celestial, hacia la que nosotros vamos ahora caminando, y ellos nos ven como desterrados, se compadecen de nosotros, y por mandato del Señor nos prestan auxilio para que volvamos en algún momento a aquella patria común, y allí, junto con ellos, nos saturemos por fin de la verdad y la eternidad en la fuente que el Señor nos tiene preparada. Que ahora nuestra alma tenga sed. ¿Pero cómo tendrá sed nuestra carne, y esto de una manera ardiente y ansiosa? Y mi carne, dice, está suspirando ansiosamente por ti. Tiene esto sentido porque a nuestra carne también se le ha prometido la resurrección. Así como a nuestra alma se le promete la felicidad, así también a nuestro cuerpo se le promete la resurrección. Sí, esa resurrección de la carne se nos ha prometido; oídlo y aprendedlo, guardad en la memoria cuál es la esperanza de los cristianos, por qué somos cristianos. No somos cristianos para alcanzar con nuestras súplicas una felicidad terrena, que poseen incluso muchos ladrones y delincuentes. No, los cristianos estamos destinados a otra felicidad, que la recibirnos cuando la vida de este mundo haya pasado completamente. Así que también se nos promete la resurrección de la carne, pero una resurrección tal, que este cuerpo que ahora llevamos, al final resucitará. No, no os parezca increíble. Porque si Dios nos ha creado a nosotros, que no existíamos, ¿le será muy costoso reparar lo que éramos? […] La resurrección de la carne que se nos promete, es tal, que aunque resucite la misma carne que ahora tenemos, no va a ser corruptible como lo es ahora. 
(En. in Ps. 62, 5-6)

Lunes III semana

"¡Qué preciosa es tu gracia, oh Dios!
En ti está la fuente de la vida,
tu luz nos hace ver la luz".
(Sal 36, 8.10)




La dulzura interior por Dios


Ánimo, hermanos, tratad de comprender mi anhelo, haceos partícipes conmigo de este mi deseo; tengamos juntos este amor, juntos tengamos esta sed ardiente, corramos juntos a la fuente para comprender. Suspiremos como el ciervo por la fuente, pero no la fuente del bautismo, que los catecúmenos desean para alcanzar el perdón de sus pecados, sino como ya bautizados, suspiremos por la otra fuente de que habla la Escritura: Porque en ti está la fuente de la vida. Sí, él es la fuente, él es la luz; porque tu luz nos hace ver la luz (Sal 35,10). Si es la fuente y es la luz, con toda razón es también la sabiduría, puesto que sacia el alma ávida de saber; y todo aquel que entiende, es iluminado por una cierta luz no material, no corporal, no exterior, sino interior. Porque existe, hermanos, una luz interior que no la tienen los que no comprenden. Por eso el Apóstol, a los que anhelan esta fuente de vida, y algo perciben de ella, les dirige la palabra el Apóstol con esta recomendación: No viváis ya más como los paganos, que tienen la mente vacía, a oscuras en sus pensamientos, ajenos a la vida de Dios, por la ignorancia que hay en ellos, por la ceguera de su corazón (Ef 4,17-18). Si éstos están a oscuras en su mente, es decir, porque no entienden, andan a ciegas; y por tanto, los que entienden, son iluminados. Corre hacia las fuentes, suspira por las fuentes de agua. En Dios está la fuente de la vida, una fuente inagotable; y su luz es una luz que nunca se oscurece. Suspira por esta luz, por esa fuente y esa luz que tus ojos no conocen. Cuando se ve con esta luz, se habilita tu ojo interior; cuando bebes de esta fuente, la sed interior se inflama. Corre hacia la fuente, suspira por la fuente; pero no de cualquier modo, no corras como cualquier animal: corre como el ciervo. ¿Qué significa como el ciervo? No lo hagas con lentitud; corre veloz, anhela con prontitud la fuente.
 (En. in Ps. 41, 2)

...si por un lado me atemoriza lo que soy...


19 de marzo de 2014.
Solemnidad de san José.
Día del Seminario.
Estimado amigo:
Recibí con agrado tu correo electrónico. Mil gracias por tus amables palabras y tu invitación a escribir en el blog del Centro de Espiritualidad Agustiniana Monasterio de la Vid: la Vid digital. 
Hablar de la propia experiencia vocacional y lo que ha supuesto en la vida no es un tema nada fácil. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir y cómo?... Muchas preguntas que responder. Opino que, aún siendo un tema rico – la vida de cualquier persona lo es, de hecho, en cualquier lugar y tiempo-, el contenido en sí es complejo. Un buen resumen, compartido por quienes juntos respondimos hace bastantes años con un «Heme aquí», sería el siguiente: a lo largo de estos años, cada uno de nosotros, en parroquias, colegios, en el servicio a Dios y a los hermanos, hemos tratado de ser fieles al Señor, a pesar de nuestra torpeza e indignidad. En la escuela de san Agustín hemos vivido la gracia de la fraternidad y la entrega sacerdotal. ¡Buen resumen!, ¿no te parece?
Es verdad. Tienes razón. Demasiado conciso. Quizás  en este párrafo hay algunas expresiones que necesitan ser explicadas. Por ejemplo, la palabra ‘hermanos’, ‘Escuela de san Agustín’, ‘fraternidad’,… Conviene precisarlas más. 
Te invito a «dar un paso adelante» juntos. Podemos comenzar por aclarar qué se entiende por ‘cristiano’. A continuación debemos precisar de qué estamos hablando cuando hablamos sobre el ‘sacerdocio ordenado’ o ‘sacerdocio ministerial’. Y, finalmente, ...
 El sacerdote es un cristiano. Y eso significa mucho. San Agustín (354-430), obispo de Hipona, hablando a sus feligreses lo resume en la conocida frase: «mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro lado me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo [sacerdote] para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo [sacerdote] connota una obligación, la de cristiano un don» (Serm. 340,1). Somos cristianos. Y, no hay que olvidar que «en la escuela del Señor todos somos condiscípulos» (Serm. 242, 1), hermanos.
Me dices: «De acuerdo, OK» (¡veo que dominas el inglés, felicidades!). Pero al mismo tiempo te cuestionas y me preguntas: «¿Qué entendemos por ser cristiano?» ¡Buena demanda!
Escucha las palabras de Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, n. 1). ¿Podrías decirme de quién estamos hablando? Perfecto. Veo que nos entendemos. Avancemos y demos un paso más.
Si preguntamos a un teólogo qué es un católico nos hablará seguramente de una persona que cree, celebra y vive el misterio de Jesucristo en el seno de una Iglesia local que está en comunión con la Iglesia de Roma.  
Nosotros debemos estar agradecidos a nuestros padres porque un día se preocuparon por acercarnos a Jesús, a la parroquia y/o al colegio, para vivir la fe en el seno de la comunidad cristiana. Un servidor lo está. Es en el regazo de una familia cristiana y en los brazos de la Iglesia local, es decir, en la parroquia/colegio, donde nace la vocación al sacerdocio o la vida religiosa. También otras. Tienes razón. No me olvido de ellas. Todas tienen en común que responden a una invitación del Señor: «¡Ven y sígueme!» (Mt. 19, 21). Por ese motivo, es importante cooperar con los dones recibidos al bien común. 
Tracemos un surco más. La solemnidad de San José, día del Seminario, es una buena ocasión para fijar la atención y reflexionar sobre la especificidad del religioso sacerdote. 
Los presbíteros, escribe san Agustín, son «los servidores de Cristo, los ministros de su palabra y sacramento» (Ep. 228,2). Y los religiosos sacerdotes aportan, además, en la acción pastoral de la Iglesia lo específico de su carisma. ¿Cuál es lo específico de los agustinos? Como agustinos manifestamos la consagración a Dios por los votos religiosos. San Agustín enseña que nuestra castidad, pobreza y obediencia están especialmente marcados por la vida común: «En primer término, ya que con este fin os habéis congregado en comunidad […], tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios» (Regla I,3; I,1). Este signo confiere a nuestra profesión su carácter específico (Cfr. Const. 59). Por ser la Orden de San Agustín una Orden mendicante, el religioso, presbítero o no, se entrega al servicio de la sociedad, conviviendo con ella y proponiéndole un estilo de vida en que sobresale la fraternidad. ¿Qué te parece? ¡Apasionante! En el monasterio de Santa María de la Vid, aprendimos las primeras letras de este NUEVO ABECEDARIO: «...No es los mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no hacerlo. No es  lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón» (Evangelii Gaudium, 266). 
Porque no es lo mismo, pongámonos de nuevo en camino como los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35). Seguro que sale el Señor a nuestro encuentro. ¡Genial! Que así sea. Amén.
A lo largo de estos años uno descubre, al ver a sus propios hermanos y amigos, que el sacerdote y los religiosos sacerdotes «siguen con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y la inclemencia del tiempo» (Mensaje de la XCIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, 27-11-2009). Comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal en la Iglesia particular. 
Estimado amigo: creo que, como cada año, la celebración del Día del Seminario es una buena ocasión para dar un gran salto que permita quitarse el polvo del camino, recoger lo bueno de la vida y lanzarse con ilusión renovada al seguimiento de Jesús con un «Aquí estoy, mándame» (Is. 6, 8) como respuesta. El modelo a seguir, sin duda, es María, Santa María de la Vid: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38).  
Ojalá, que las tareas que fueron, las que son y las que vendrán, si Dios quiere, sean un grano que fructifique en la Nueva Evangelización marcada por esa alegría del Evangelio «que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii Gaudium, 1) y que nos propone la Iglesia.
Un abrazo.
DC 

Me invita a salir de la mediocridad

Confieso que El ha sido y está siendo muy "elocuente" conmigo. Aunque no siempre le escucho, casi continuamente le oigo. Me ha hablado cada vez que el dolor, el limite, la enfermedad, el fracaso... han llamado a mi puerta ("estoy a tu puerta y llamo"). Llega para cambiar mis planes y llamarme al desprendimiento.
Me habla dentro, "dentro", en lo interior, y me invita a huir de la mediocridad, a no caer en el juicio y el chisme,  a quitarme el plomo de las alas, a orar mejor, a acudir al sacramento del perdón. 
La Vid es todavía el remanso donde El me habla: a la orilla del rio, a la sombra de las choperas, a los pies de la Virgen...
Me habló siempre por el superior. 

Domingo III semana

"Si alguno tiene sed, que venga
y beba quien cree en mí".
(Jn 7, 37-38)





Jesús y la Samaritana

Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado así sobre la fuente. Era como la hora sexta (Jn 4,6). Ya comienzan los misterios, pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fuerza de Dios; no en vano se fatiga quien reanima a los fatigados; no en vano se fatiga quien, si nos abandona, nos fatigamos; si está presente, nos afianzamos. Se fatiga empero Jesús y se fatiga del viaje, se sienta; se sienta junto al pozo, y fatigado se sienta a la hora sexta. Todo eso insinúa algo, quiere indicar algo, llama nuestra atención, nos exhorta a aldabear. Abra, pues, a mí y a vosotros quien se dignó exhortar, diciendo: Aldabead y se os abrirá (Mt 7,7). Por ti está Jesús fatigado del viaje. Hallamos a Jesús fuerte y hallamos a Jesús débil; a Jesús fuerte y débil: fuerte porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ésta existía al principio en Dios. ¿Quieres ver cuán fuerte es ese Hijo de Dios? Todo se hizo mediante ella, y sin ella no se hizo nada todo se hizo sin esfuerzo. ¿Qué, pues, más fuerte que ese mediante quien todo se hizo sin esfuerzo? ¿Quieres conocer que es débil? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La fortaleza de Cristo te creó y la debilidad de Cristo te reanimó. La fortaleza de Cristo hizo que existiera lo que no existía; la debilidad de Cristo hizo que lo que existía no pereciese. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó.
llega una mujer, forma de la Iglesia, no ya justificada, sino por justificar ya, porque de ello trata la conversación. Viene ignorante, lo halla y con ella se desarrolla algo. Veamos qué, veamos por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua (Jn 4,7).
Le dice Jesús: Dame de beber. Por cierto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Le dice, pues, la mujer samaritana: ¿Cómo tú, aunque eres judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana? Los judíos, en efecto, no se tratan con samaritanos (Jn 4,7-9). Veis que son extranjeros: en absoluto usaban sus recipientes los judíos. Y, precisamente porque la mujer llevaba un recipiente con que sacar agua, se extrañó de que un judío le pedía de beber, cosa que no solían hacer los judíos. Ahora bien, quien pedía de beber, tenía sed de la fe de esa misma mujer.
Finalmente oye quién pide de beber. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero a la mujer habla todavía veladamente y poco a poco entra en su corazón. Tal vez instruye ya, pues ¿qué más suave y amable que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva.
Sin embargo, la mujer afirma indecisa: Señor, no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo (Jn 4,11). Ved cómo entendió ella el agua viva, o sea, el agua que había en aquella fuente: «Tú quieres darme agua viva y yo llevo con qué sacar, mas tú no llevas. El agua viva está ahí; ¿cómo vas a dármela?». Porque entiende y saborea carnalmente otra cosa, aldabea en cierto modo, para que el Maestro abra lo que está cerrado. Aldabeaba con ignorancia, no con afán; todavía es digna de lástima, aún no ha de instruírsela.
Sin embargo, la mujer está aún centrada en la carne. Le complació no tener sed y suponía que el Señor le había prometido esto según la carne. 
Prometía, pues, cierta comida sustanciosa y la saciedad del Espíritu Santo, y ella no entendía aún y, al no entender, ¿qué respondía? Le dice la mujer: Señor, dame esta agua para que no tenga sed ni venga acá a sacar (Jn 4,15). La carencia forzaba al esfuerzo y la debilidad rehusaba el esfuerzo. ¡Ojalá oyera: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os devolveré las fuerzas! De hecho, se lo decía Jesús para que ya no se fatigase. Pero ella no entendía aún.
(In Io. Ev. tr. 15, 6.10-17)



Beber - El signo de la tercera semana

 El agua es la vida. Más de la mitad de nuestro cuerpo es agua y sin ella no sobreviviríamos ni una semana. Y sin embargo, para muchos de nosotros - sobre todo en el norte - es algo tan fácil de tener, tan cercano, que perdemos la atención a su importancia.

La experiencia de la sed nos recuerda lo que necesitamos el agua. Y es una experiencia que nos va haciendo perder el control de nuestra humanidad. Cuando falta el agua la mente razona peor y llega a ver visiones, nuestro organismo se atrofia y dejamos de comportarnos como querríamos. Cuando encontramos la fuente del agua, la vida regresa.
El bautismo es la fuente de un agua y una vida renovada en el Espíritu, la que nos da la nueva identidad y dignidad de hijos de Dios. La fuente a la que beber este agua es el mismo Cristo.

Viernes de la segunda semana

Jesús respondió: Dichosos más bien
los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen
.
(Lc 11, 28)







Que tu alegría sea escuchar a Dios que te habla

El bienaventurado apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la palabra de Dios diciéndoles: Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismo (Sant 1,22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de esa frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en lugar más seguro que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice: Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar (Sant 1,19).
Pensando en esta frase, en la que se nos amonesta a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar, hablaré en primer lugar de este mi ministerio; luego, después de haber justificado el ministerio de quienes hablamos con frecuencia, volveré a lo que había propuesto en primer lugar.
Es conveniente que os exhorte a no ser sólo oyentes de la palabra, sino también cumplidores. Así, pues, ¿quién, por el hecho de que os hablo frecuentemente, sin parar mientes en mi obligación, no me juzga cuando lee: Sea todo hombre rápido para escuchar y lento para hablar? Ved que la preocupación por vosotros no me permite cumplir esta norma. Debéis, pues, orar y levantar a quien obligáis a ponerse en peligro. Con todo, hermanos míos, voy a deciros algo a lo que quiero que deis crédito, porque no podéis verlo en mi corazón. Yo, que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo exigís, sólo disfruto verdaderamente cuando escucho. Mi gozo —repito— sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No se teme el precipicio de la soberbia allí donde está la piedra sólida de la verdad. Y para que sepáis que así es en verdad, escuchad lo que está dicho: Darás regocijo y alegría a mi oído. Entonces es cuando gozo, cuando escucho. A continuación añadió: Se regocijarán los huesos humillados (Sal 50, 10). Así, pues, mientras escuchamos somos humildes; en cambio, cuando predicamos, aun cuando no nos ponga en peligro la soberbia, al menos nos sentimos frenados. Y si no me enorgullezco, corro peligro de enorgullecerme. Sin embargo, cuando escucho, me deleito sin nadie que me engañe, disfruto sin testigos.
 (Serm. 179, 1-2)




EN BREVE...Sean tus Escrituras mis castas delicias; en ellas encuentro mi gozo. (Conf. 11, 25)

Escuchar en el ruido

El encuentro verdadero y auténtico con Jesucristo remueve el corazón y desestabiliza la vida. La experiencia de recibir un amor tan grande, que no eres capaz de explicar, te lleva a plantear la vida desde ese mismo encuentro: un discernimiento a dos.
El ejercicio de escuchar al Señor se da mediante un proceso, que requiere perseverancia y decisión, confianza y amor recíproco. Escuchar a Cristo es ver la vida desde sus ojos y adherirse a Él es luchar por la verdadera felicidad. Además, Jesús no pedirá jamás algo que supere tus fuerzas. Él es el maestro interior, más íntimo que tu misma intimidad.
Por ello, al escuchar su voz en mi interior y al reconocer su rostro en tantos y tantos hermanos, decidí, con 18 años, entregarme en sus manos, bajo la mirada dulce y siempre atenta María, nuestra Señora de La Vid. Le agradezco a Dios el don de haber podido cobijarme bajo esa mirada.
Ante un mundo con tanto ruido, escuchar la voz de Cristo no es tarea fácil, aunque esté gritando en la inquietud de cada corazón humano. Yo lo escuchado, y no me arrepiento de haberle dicho sí y adherido a su proyecto. ¡Ánimo, "levantaos, no temáis"!

Jueves de la II semana

Uno solo es vuestro Maestro, el Cristo.
(Mt 23, 10)
Que Cristo habite por la fe en vuestrso corazones.
(Ef 3, 17)






Que sea Cristo a hablar dentro de vosotros

El sonido de nuestras palabras golpea vuestros oídos, pero el maestro está dentro. No penséis que alguien aprende algo de otro hombre. Podemos poner alerta mediante el sonido de nuestra voz, pero si no se halla dentro alguien que enseñe, el sonido que emitimos sobra. ¿Queréis una prueba, hermanos? ¿Acaso no habéis oído todos este sermón? ¡Cuántos no van a salir de aquí sin haber aprendido nada! En lo que de mí depende, he hablado a todos, pero aquellos a quienes no habla interiormente la Unción, a los que no enseña interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma ignorancia. El magisterio exterior no es más que una cierta ayuda, un poner alerta. Quien tiene su cátedra en el cielo es quien instruye los corazones. Por eso dice también él mismo en el evangelio: No permitáis que os llamen maestros en la tierra; único es vuestro maestro, Cristo (Mt 23, 8-9). Así, pues, que él os hable interiormente, cuando no está presente ningún hombre. Porque aunque haya alguien a tu lado, nadie hay en tu corazón. Que no haya nadie en tu corazón, que esté sólo Cristo; esté en tu corazón su Unción, para que no se halle como corazón sediento en el desierto y sin fuentes que lo rieguen. Quien instruye, pues, es el maestro interior; quien instruye es Cristo, quien instruye es su Inspiración. Donde falta su Inspiración y su Unción, en vano suenan exteriormente las palabras, por alto que suenen. Las palabras que emitimos al exterior son, hermanos, lo mismo que el agricultor respecto del árbol: actúa exteriormente, le aporta el agua y el cultivo esmerado. Pero ¿acaso lo que aporta él desde el exterior origina el fruto? ¿Acaso viste la desnudez de los troncos con el sombrío follaje? ¿Acaso su actuar obra algo en el interior del árbol? ¿A quién se debe? Escuchad al Apóstol en condición de agricultor y ved lo que somos; escuchad quién es el maestro interior: Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento; ni el que planta ni el que riega es algo, sino quien da el crecimiento, Dios (1 Cor 3, 6-7). He aquí, pues, lo que os decimos: ya plantemos, ya reguemos al hablar, no somos nada; quien da el crecimiento es Dios, es decir, su Unción que os instruye sobre todas las cosas.
 (In 1 Io. Ep. tr. 3, 13)




EN BREVE...Entrrad en vuestros corazones, vosotros que estáis lejos de Dios, y adheriros a Dios que os ha creado. Permaneced estables con Él y estaréis seguros, reposad en Él y tendréis Paz. ¿A dónde queréis ir? ¿En busca de sufrimientos? ¿A dónde queréis ir? El bien que desideráis viene de Él. (Conf. 4, 12, 18)

...para hacer tu voluntad


¡Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad!

Hace 7 años que estaba haciendo un año en La Vid, un año lleno de experiencias y de momentos profundos donde podía escuchar mejor la voz del Señor. Durante este año he dejado la voz del Señor entrando en mi corazón. Aparte de la oración que era muy esencial en aquel año, seguí las clases sobre algunos aspectos de la Orden, S. Agustín, la vida de comunidad etc… Otro deber fue el trabajo en el jardín del monasterio, un trabajo que me ayudé para discernir esta voz en el silencio de la natura.

Esta voz que escuché en La Vid, ha sido mi compañera en mi vida hasta hoy. Después de este año, en 2008 he hecho la profesión Simple, un momento en mi vida donde comprometí para vivir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.  En los año siguientes, he continuado mis estudios en teología y en febrero 2012 he hecho la profesión solemne, esta vez quería seguir esta voz para siempre atreves los consejos evangélicos.  En el verano siguiente he ido para una experiencia en Argentina, una experiencia misionera donde podía sentir la voz del Señor en la gente pobre e las personas que trabajan allí como misioneros.

En octubre de aquel año, he empezado mi especialización en teología bíblica, en Roma. En este tiempo de estudio hasta hoy, la voz del Señor me acompañe en la búsqueda de la verdad y también atreves de mis hermanos de la comunidad.


En noviembre del 2012 he sido ordenado diacono y después en julio del 2013 me ordenaron sacerdote. En estas dos etapas grandes de mi vida, la voz del Señor no me ha dejado nunca y esta llamada ha sido tan grande hasta que podía aceptar esta invitación para dejar todo y seguir Cristo, humilde y pobre. El año del noviciado che viví en La Vid, no lo olvido porque ha sido año donde la voz del Señor estaba entrando en mi vida. 

Escuchando el susurro de Dios

El modo en que Dios me llamó a la vida religiosa, como casi todas las cosas verdaderamente importantes de mi vida, tuvo muy poco que ver con acontecimientos fuera de lo común. Fue un susurro más que un grito. La idea de ser agustino me pareció aceptable, aunque sin exageraciones, y decidí probar. Nunca me he arrepentido de una decisión que me ha conducido a muchos lugares del mundo, pero sobre todo a mí mismo. Mi primera estancia en la Vid, que duró casi un año, constituye sin duda el periodo más feliz de toda mi vida.
Es más, a pesar de que nada lo hacía prever, las cosas discurrieron de tal manera que no fui ordenado en Roma, sino en la Iglesia de la Santa María de la Vid, ante su incomparable Señora, y con mis compañeros de curso. He vuelto desde entonces a La Vid con regularidad, unas veces como profesor y otras como simple miembro de la Comunidad. Pero siempre me he sentido subyugado por un algo que no sabría describir. Algo que me hace ser más piadoso y reflexivo.

P. Marceliano Arranz

Rector Emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca

La Escucha del Maestro interior

La escucha es un ingrediente imprescindible en la vida. No se puede andar por el mundo SIN ESCUCHAR. 
Hoy se escucha poco. Todos andamos frenéticos, sin tiempo para escuchar. Y sin una escucha  valiente y crítica ni la sociedad, ni la Iglesia funcionan.

Pero en mi vida ha contado más la escucha al “maestro interior”. Desde que me inicié en el camino agustiniano, aprendí de S. Agustín, que sólo enseña el “maestro interior”. Y en mi vida de agustino, presbítero, Provincial de los agustinos, Obispo de Palencia y ahora misionero en el camino de los pobres en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), he permanecido a la escucha de Jesús de Nazaret. Y SOY FELIZ, y, como Jesús, sólo quiero hacer felices a los demás.

Miércoles de la II Semana




Reposa en el Señor y espera en Él
(Sal 37, 7)






Dios habla en el silencio del corazón

Mas son muchas las maneras como Dios habla con nosotros. Alguna vez nos habla sirviéndose de un instrumento, por ejemplo, el códice de las divinas Escrituras; habla mediante algún elemento del mundo, como habló mediante la estrella de los magos (cfrMt 2, 2). ¿En qué consiste el hablar, sino en manifestar la voluntad? Habla mediante la suerte, como cuando ordenó sustituir a Judas con Matías 17; habla mediante un alma humana, como por el profeta; habla mediante un ángel, como aceptamos que habló a algunos patriarcas (cfr. Gn 22, 11), profetas (cfr. Dan 14,33) y apóstoles (cfr. Act 5,19-20); habla mediante alguna criatura hablante y sonante, como leemos y retenemos que se produjeron voces en el cielo, aunque no se veía a nadie con los ojos (cfr. Mt 3,17). Por último, al hombre Dios no le habla de una sola manera; no me refiero al habla exterior, haciéndose percibir por los oídos y por los ojos, sino a la interior, en el corazón: le habla o en sueños, como se mostró a Labán el sirio, para que no hiciera mal alguno a su siervo Jacob (Gn 31,24), y al faraón a propósito de los siete años de opulencia y otros tantos de carestía (cfr. Gn 41,1-7); o posesionándose del espíritu de un hombre, a lo que los griegos llaman «éxtasis», como cuando Pedro en oración vio un recipiente bajado del cielo, lleno de semejanzas de los gentiles que habían de creer (cfr. Act 10,10-16); o en la mente cuando, sea quien sea, descubre su majestad y su voluntad, como en el caso de Pedro mismo, que, en aquella visión conoció, pensando en su interior, qué quería el Señor que hiciese (cfr. Act 10,19). Pues esto nadie puede conocerlo, a no ser que sea capaz de reconocer un cierto clamor silencioso de la verdad que resuena en su interior. Dios habla también a la conciencia de los buenos y de los malos; ya que nadie puede, rectamente, aprobar la obra buena y desaprobar el pecado, sino en presencia de la voz de la verdad que alaba o acusa en el silencio del corazón. Mas la verdad es Dios. Dado que ella habla de tantas maneras a los hombres, a los buenos como a los malos -aunque no todos a los que habla de tantas maneras puedan ver también su sustancia y naturaleza- ¿qué hombre puede, conjeturando o pensando, abarcar de cuántas y de qué maneras habla la misma verdad a los ángeles, sea a los buenos que gozan de su inefable fulgor y hermosura, contemplándola por medio de su admirable caridad, sea a los malos, que, depravados en su soberbia y ubicados por la verdad misma en los lugares inferiores, pueden oír su voz de ciertas maneras ocultas, aunque no son dignos de ver su rostro?
Por lo tanto, amadísimos hermanos, fieles de Dios e hijos verdaderos de nuestra madre la Iglesia católica, que nadie os engañe con alimentos envenenados, aun en el caso de que todavía os alimentéis con leche (cfr. 1Cor 3,2; Heb 5,12-14). Caminad con perseverancia en la fe de la verdad (cfr. 1Tes 2,12) para que podáis llegar en el tiempo oportuno a la visión clara de la misma verdad (cfr. Tit 1,1-2). Pues, según dice el Apóstol, Aún aquí en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor; caminamos en la fe, no en la visión (2Cor 5,6-7). La fe cristiana nos conduce a la realidad, esto es, a la visión del Padre. Por eso dice el Señor: Nadie viene al Padre si no es por mí (Jn 14,6-10)
 (Serm. 12, 4-5)




EN BREVE...El Señor no hace que las orejas del cuerpo le oigan más fuerte que en el secreto del pensamiento, donde sólo él escucha, donde sólo Él es oído (Serm 12,3)

Los crucificados de la historia

Hay muchas palabras de Jesús que impresionan. Pero como siempre impresionan más los silencios. De chaval una vez me dijeron que en la cruz de Jesús donde está la Palabra y el silencio locuaz de Dios existía el reverso y que ese estaba ahí para subir y ayudar a desclavar a los crucificados de la historia. Me impresionó y quise apuntarme. Confieso que no lo he logrado pero me sigue impresionando y me invito e invito a intentar desclavar tantos rostros, tantos hermanos… para ello evidentemente no hace falta ser religioso ni sacerdote, pero este ser ayuda a intentarlo. Doy fe.



Otra palabra a escuchar de Jesús es: “no tires piedras”. Yo no he roto muchas farolas, y solo recuerdo haber participado ocasionalmente en unas pandillas de esas de puños, piedras y descalabros. Pero fue suficiente para pensar en la angustia y en la liberación del Señor Jesús sobre la delicada mujer que iba a ser apedreada. Me conmovió. Y quiero y quise estar en el bando de los que no tiran piedras, ni juzgan, y se callan y escriben en el suelo, y miran a los ojos y quieren, porque al hombre hay que quererle. Eso me llevó a estudiar y a acercarme a esos mundos. La familia de Agustín me lo pareció. Es un lugar donde no se tiran piedras, es más siempre hay un hermano que para las que vienen. Y aquí estoy parando y evitando tirar piedras o ponerlas en los caminos.

Fr. José Luis del Castillo

Martes de la segunda semana

Hijo mío, atiende a mis palabras,
presta oído a mis consejos:
que no se aparten de tus ojos,
guárdalos dentro del corazón;
pues son vida para el que los consigue,
son salud para su carne.
.
(Pro 4, 20-22)




La Palabra de Dios es el papel de tornasol de tu comportamiento

El domingo pasado hablé acerca del juicio para que te juzgues a ti mismo y, al hallarte malvado, no te halagues, sino que te endereces, te hagas recto, y te agrade el Dios recto. De hecho, Dios, al ser recto, no agrada al malvado torcido. ¿Quieres que te agrade el Dios recto? Sé tú mismo recto. Júzgate a ti mismo; no te agrades. Castiga, corrige, endereza lo que justamente te desagrada en ti. Sea para ti la Sagrada Escritura como un espejo. Este espejo tiene un brillo que ni miente, ni adula ni prefiere a nadie. Eres hermoso; hermoso te ves allí; eres feo, feo te ves allí. Pero si te acercas siendo feo, y feo te ves en él, no acuses al espejo. Vuelve a tu interior; el espejo no te engaña; no te engañes a ti mismo. Júzgate, entristécete de tu fealdad, para que al marchar y alejarte triste, corregida la fealdad, puedas retornar hermoso. Pero, aunque te juzgues a ti mismo sin adulación, juzga al prójimo con amor. Para juzgar tienes ahí lo que tú ves. Puede acontecer que veas algo malo que te ensucie; puede suceder que tu mismo prójimo te confiese su mal y declare al amigo lo que había encubierto al enemigo. Juzga lo que ves; lo que no ves, déjalo a Dios. Cuando juzgues, ama al hombre, odia el vicio. No ames el vicio por el hombre ni odies al hombre por el vicio. El hombre es tu prójimo; el vicio es el enemigo de tu prójimo. Amas al amigo cuando detestas lo que le daña. Si crees, estás obrando porque el justo vive por la fe (Hab 2, 4; Rom 1, 17)..
Sé semejante al médico. El médico no ama al enfermo si no odia la enfermedad. Para librar al enfermo, persigue la fiebre. No améis los vicios de vuestros amigos si en verdad amáis a vuestros amigos
 (Serm. 49, 5-6)



EN BREVE...A nosotros se nos ha dado la dulzura de las Escrituras para resistir en este desierto de la vida humana. (Serm. 4, 10)

Dejarse llevar por la "Voz del Hijo"

Responder a la llamada de Dios lleva en si una paradoja: por un lado, la promesa de realización y liberación, poder hacer cosas nuevas, hacer lo que querría: el que hacer; por otro lado, es una vocación que lleva en si un proyecto de vida teniendo en cuenta que el llamado no tiene el dominio de su propia vida sino que debe dejarse llevar por ‘la Voz del Hijo’. Es una experiencia de verdadera libertad. Sólo eres libre si elijes, si tomas decisiones, decisiones que determinaran tu vida y tu identidad. Es una llamada que tansforma toda una historia. La ‘Voz del Hijo’ en mi caso no me ha forzado a decir ‘si’. Al contrario me dejó libre sin dejar de llamarme. Yo tenía que eligir.
Todo empezó durante la catequesis en preparación para la primera comunión. Seguí una catequesis pre-bautismal cuando tenía yo doce años. No era cosa fácil empezar esta catequesis ya que mis padres no eran cristianos. Mi vocación a la vida religiosa y al sacerdocio complicaron todo. Ya no había otra manera que de dejar por un lado aquella llamada. Gracias a Dios pude continuar el curso del catecismo hasta al final. Después del bautismo y de la primera comunión, ya no hablé de vocación hasta que tuve el bachillerato en 2006. Este tiempo de silencio vocación llevó consigo muchos obstáculos o mejor dicho unos desafíos. No era fácil tomar ciertas decisiones. Durante ese tiempo de silencio vocacional, la llamada de Dios no abandonó mi corazón, por el contrario, se hizo más ardiente. El ‘si’ decisivo me dio la paz (interior). Fue – y sigue siendo – la experiencia de la primera comunidad cristiana la fuente de inspiración que refuerza mi vocación en todas las circunstancias. La Voz del Hijo no ha dejado de llamarme. Por eso  tengo que responder. Esta Voz no me obliga sino que me deja eligir. Nada más he de hacer que de dejarme llevar por El, decir que ‘si’ todos los días, en todas las circunstancias. Entiendo mi vocación como una acción de gracias a Dios que me ha dado la vida sin que yo la haya pedido. A través del sacrificio de mi vida a su servicio, quiero decirle ¡gracias por todo!

      Fr. Martin Davakan, O.S.A

Lunes de la Segunda Semana

Con quien tienes pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él.
Si no, te entregará al juez, el juez al alguacil y te meterán en la cárcel.
.
(Mt 5, 25)






¡La Palabra es tu adversario!

Mas, si hay que estar a la espera de ese día incierto como si llegase cada día, arréglate con el adversario mientras va contigo de camino 4. Pues se llama camino a esta vida, por el que todos pasan. Y ese adversario no se aleja.
Pero ¿quién es ese adversario? No es el diablo, pues la Escritura nunca te exhortaría a ponerte de acuerdo con él. Es, pues, otro el adversario, a quien el hombre mismo convierte en su propio adversario,
Chi è dunque l'avversario? La Parola di Dio. La Parola di Dio è il tuo avversario. Perché è avversario? Perché comanda cose contrarie a quelle che fai tu. Ti dice: Unico è il tuo Dio (Dt 6, 4; cf. Es 20, 2-3), adora l'unico Dio. Tu invece, abbandonato l'unico Dio, che è come il legittimo sposo della tua anima vuoi fornicare con molti demoni e, ciò che è più grave, non lo lasci e non lo ripudi apertamente come fanno gli apostati, ma rimanendo nella casa del tuo sposo, fai entrare gli adulteri. Cioè, come cristiano non abbandoni la Chiesa, ma consulti gli astrologi o gli aruspici o gli indovini o i maghi. Da anima adultera, non abbandoni la casa dello sposo, ma ti dai all'adulterio, pur rimanendo sposata con lui. Ti si dice: Non assumere invano il nome del Signore Dio tuo (Es 20, 7), perché non pensi che sia creatura Cristo, per il fatto che per te ha assunto la creatura. E tu disprezzi lui che è uguale al Padre e una sola cosa con il Padre (cf. Gv 10, 30).

. ¿Quién es, entonces, el adversario? La palabra de Dios. La palabra de Dios es tu adversario. ¿Por qué es tu adversario? Porque prescribe lo contrario de lo que haces. Ella te dice: Tu Dios es único (Dy 6,4; Ex 20,2-3), adora a un único Dios. Tú, abandonando a tu único Dios, que es como el marido legítimo del alma, quieres fornicar con muchos demonios y, lo que es más grave, no abandonándolo y repudiándolo abiertamente, como hacen los apóstatas; lo que haces es permanecer en la casa de tu marido y admitir en ella a los adúlteros. Con otras palabras: como cristiano, no abandonas la Iglesia, consultas a los astrólogos, o a los arúspices, o a los augures o a los hechiceros. Como alma adúltera, no dejas la casa de tu marido y, sin romper el matrimonio con él, te entregas al adulterio. Se te dice: No tomes en vano el nombre del Señor tu Dios (Ex 20,7). No pienses que Cristo es una criatura, porque tomó por ti una criatura. Y tú desprecias al que es igual al Padre y una sola cosa con el Padre (cfr. Jn 10,30)..
Se te dice que guardes espiritualmente el sábado (cfr. Ex 20,8), no como lo observan los judíos, evitando todo trabajo físico, pues quieren quedar libres para ocuparse en sus bagatelas y lujurias. Mejor estaría el judío haciendo algo útil en su campo que alborotando en el teatro. Y mejor estarían sus mujeres trabajando la lana en sábado que danzando impúdicamente todo el día en sus balcones.
A ti, en cambio, se te ordena que guardes espiritualmente el sábado: en la esperanza del futuro descanso que el Señor te promete. Pues todo el que hace lo que puede en pro de ese descanso futuro, aunque parezca trabajoso lo que hace, si lo refiere a la fe del descanso prometido, todavía no goza el sábado en la realidad, pero lo posee en la esperanza. En cambio, tú quieres descansar para sufrir fatiga, siendo así que deberías sufrir fatiga para descansar. Se te dice: Honra a tu padre y a tu madre (Ex 20,12); tú, en cambio, haces a tus padres la afrenta que no quieres sufrir de tus hijos. Se te dice: No matarás (Ex 20,13); tú, sin embargo, quieres matar a tu enemigo, y quizá tal vez no lo haces por temor al juez humano, no porque pienses en Dios. ¿Ignoras que él es testigo de tus pensamientos? Aunque siga en vida el que tú quieres que muera, Dios te considera homicida en tu corazón (1Jn 3,15). Se te dice: No cometerás adulterio (Ex 20,14), esto es, no te acercarás a otra mujer que no sea la tuya. En cambio tú exiges eso de tu mujer y no quieres corresponderle con lo mismo, y, no obstante, que debas ir por delante de tu mujer en la virtud, puesto que la castidad es una virtud, caes a la primera acometida de la pasión, y queriendo que tu mujer salga vencedora, tú yaces por tierra derrotado.
Cuando ordena esto, la palabra de Dios es el adversario. Pues los hombres no quieren hacer lo que quiere la palabra de Dios. Y ¿qué diré? ¿Qué es adversario la palabra de Dios porque manda? Yo mismo temo convertirme en adversario de algunos por decir estas cosas. ¿Y qué me importa? Hágame fuerte aquel que me infunde temor para que hable sin temer las lamentaciones de los hombres. Los que no quieren ser fieles a sus mujeres -y abundan los tales- no quieren que yo diga esto. Pero he de decirlo, lo quieran o no. Porque, si no os exhorto a poneros de acuerdo con el adversario, entraré yo en conflicto con él. Quien os manda a vosotros que seáis fieles a vuestras mujeres es el que me manda a mí hablar. Si vosotros os convertís en adversario suyo cuando no hacéis lo que os manda, yo me constituiré en adversario suyo si no digo lo que me manda decir.
   (Serm. 9, 2-3)




EN BREVE...Preocupáos ante todo de no dejaros tentar si no entendéis aún las Escrituras santas; si las entendéis, de no ensoberbeceros; lo que no entendéis dejadlo para otro momento con respeto, y lo que entendéis, acogedlo con sentimientos de caridad. (Serm. 51, 35)

II Domingo de Cuaresma

De la nube salió una voz que decía:
Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadle.
(Mt 17, 5)
(Jesucristo) quien ha destruido la muerte
e iluminado la vida inmortal
por medio del Evangelio.
(2 Tim 1, 10)



Dios no te reserva algo suyo, sino a sí mismo
Así, pues, al cubrirlos a todos la nube y haciendo en cierto modo una sola tienda para ellos, sonó también desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías. No se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Hijo único, y otra los adoptados. Se encarecía a aquel de quien se gloriaban la Ley y los Profetas. Este es —dice— mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle(Mt 17,5; Lc 9,35), puesto que es él a quien habéis escuchado en los Profetas y en la Ley. Y ¿dónde no 1e oísteis a él? Al oír esto, ellos cayeron a tierra18. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. Aquí está el Señor, aquí la Ley y los Profetas; el Señor, en cuanto Señor; la Ley, personificada en Moisés, la Profecía, personificada en Elías. Pero estos en condición de siervos, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
Por tanto, el que ellos cayeran a tierra simbolizó nuestra muerte, puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás (Jn 3,19) . A su vez, el que el Señor los levantase simbolizó nuestra resurrección. Una vez que esta haya tenido lugar, ¿de qué te sirve la Ley? ¿De qué te sirve la Profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Te queda el que en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Te queda el que Dios es todo en todo (cfr. 1Cor 15,28). Allí estará Moisés, pero no ya la Ley. Allí veremos también a Elías, pero ya no al profeta. Pues la Ley y los Profetas dieron testimonio de Cristo, esto es, que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria (cfr. Lc 24,44-47). Tras la resurrección tendrá lugar lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ame será amado de mi Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me manifestaré a él (Jn 14,21). ¡Gran don, gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo promete? Te crees rico; pero si no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro es pobre pero, si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña: desciende, predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina (cfr. 2Tim 4,2). Fatígate, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por la blancura y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. En efecto, cuando se leyó al Apóstol, le oímos decir en elogio de la caridad: No busca sus cosas (1Cor 13,5)No busca sus cosas, puesto que dona las que posee. Lo mismo dice en otro lugar pero en términos más peligrosos, si no los entiendes bien. Pues, siempre con referencia a la caridad misma, el Apóstol, dando órdenes a los fieles, los miembros de Cristo, dice: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro. Efectivamente, nada más oír esto, el avaro, como buscando lo ajeno en actitud de negociante, maquina fraudes para así embaucar a quien sea y buscar, en vez de lo propio, lo ajeno. Eche el freno la avaricia y suéltelo la justicia; escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo del otro. Pero si tú, avaro, te opones a este precepto y prefieres ampararte en él para desear lo ajeno, renuncia a lo tuyo. Mas como te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo. No quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro pasaje te expone el Apóstol con más claridad el texto: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven (1Cor 10,33). Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Lo que te dice ahora es: «Desciende a fatigarte en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el trayecto; descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».
 (Serm. 78, 3-6)




EN BREVE...No te quedes vacía, alma mía, no endurezcas el oído del corazón con el tumulto de tus vanidades. Escucha también tú: la Palabra misma te grita que vuelvas.... Pon, pues, en Él tu morada, alma mía, confía en Él todo lo que de Él recibes (Conf. 4,11)