(Sermón 277, 15).
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No regatees esfuerzos
"Nosotros entreguémonos por todos los medios a purificar el corazón y estemos atentos a ello sin regatear esfuerzos; en cuanto podamos, todas nuestras oraciones han de pedir eso: la purificación del corazón"
Humíllate
"Purifica, pues, tu corazón, en cuanto te sea posible; sea ésta tu tarea y tu trabajo. Ruégale, suplícale y humíllate para que limpie Él su morada"
(Sermón 261, 6).
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Limpia el corazón
"Piensa primero en purificar el corazón; sea ésta tu ocupación, convócate a esta tarea, aplícate a esta obra. Lo que quieres ver es puro, e impuro aquello con que quieres verlo. Consideras a Dios como una luz apta para estos ojos, inmensa y múltiple; aumentas las distancias a placer; donde no quieres no pones límites y donde quieres los pones. Estas fantasías son la impureza de tu corazón. Quítala, elimínala. Si te cayera tierra en el ojo y quisieras que te mostrase la luz, tus ojos buscarían, antes de nada, quien los limpiase. Muchas son las impurezas que hay en tu corazón"
(Sermón 261, 4).
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El mundo es un crisol
"El mundo es como un crisol de orífice, los justos como el oro, los malvados como la paja, la tribulación como el fuego. ¿Acaso se purificaría el oro sin que se quemase la paja? Acontece que los malvados se convierten en cenizas. Allí mismo el oro purificado -los justos que con paciencia soportan todas las molestias de este mundo y alaban a Dios en medio de sus tribulaciones-, el oro purificado, repito, pasa a los tesoros de Dios"
(Sermón 113A, 11).
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Sana el ojo del corazón
"Todo nuestro esfuerzo, hermanos, en esta vida ha de consistir en sanar el ojo del corazón con que ver a Dios… Dios te hizo a ti, ¡oh hombre!, a su imagen. Dándote con qué ver el sol que Él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro. Pero si mucho es lo que amas estos ojos exteriores, mucho también lo que descuidas aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; es un tormento para tu ojo, antes de ser sanado y curado. Pues hasta en el paraíso pecó Adán y se escondió de la presencia de Dios. Mientras tenía el corazón sano por la pureza de conciencia, se gozaba con la presencia de Dios; después que, por el pecado, su ojo quedó dañado, comenzó a temer la luz divina, se refugió en las tinieblas y en la densidad del bosque, huyendo de la verdad y ansiando la oscuridad"
(Sermón 88, 5-6).
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Purifica el corazón
"Purificad vuestro corazón para que El lo ilumine y entre aquel a quien invocáis. Sé tú su casa, y El será la tuya; habite en ti, y tú habitarás en El. Si lo recibes en este mundo en tu corazón, El te recibirá en su presencia después de esta vida"
(Comentario al Salmo 30, 2, s.3, 8).
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Quita lo que te impide ver
"Lo que pasa, hermanos, al ciego colocado frente al sol, a saber: que el sol está presente a él, pero es como si lo tuviera ausente, eso mismo es lo que sucede al que está ciego en el corazón, como lo está todo necio, todo inicuo y todo impío. Presente está la Sabiduría; pero para uno que es ciego dista mucho de sus ojos; no que ella esté distante de él, sino que es él quien está lejos de ella. ¿Qué tiene, pues, que hacer este? Purificar lo que tiene poder de contemplar a Dios. A un hombre que no puede ver por la enfermedad y suciedad de sus ojos, debido al polvo, humor, y humo que en ellos ha caído, le dice el médico que haga desaparecer del ojo todo obstáculo que le impida ver la luz de sus ojos. El polvo, la pituita y el humo son los pecados y las inquietudes. Quita de tu corazón todo esto y gozarás entonces de la presencia de la Sabiduría, que es Dios"
(Comentario a Juan 1, 19).
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