Muéstrame tu rostro

“Muéstrame, dices, a tu Dios. Vuelve los ojos por un momento, repito, a tu corazón. Quita de él lo que veas en él que desagrada a Dios. Dios quiere venir a ti. Escucha al mismo Cristo el Señor: Yo y el Padre vendremos a él y estableceremos nuestra morada en él. He aquí lo que te promete Dios. Si te prometiera venir a tu casa, la limpiarías: Dios quiere venir a tu corazón, ¿y eres perezoso para limpiarle la casa? No le gusta habitar en compañía de la avaricia, mujer inmunda e insaciable, a cuyas órdenes servías tú que buscabas ver a Dios. ¿Qué hiciste de lo que Dios te ordenó? ¿Qué no hiciste de cuanto la avaricia te mandó? ¿Cuánto hiciste de lo que Dios te ordenó? Yo te muestro lo que hay en tu corazón, en el corazón de quien quiere ver a Dios” 
(Sermón 261, 5).

Creer en Cristo

“Y ahora, ¡qué gloria la suya, la de haber ascendido al cielo, la de estar sentado a la derecha del Padre! Pero esto no lo vemos, como tampoco lo vimos colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro. Todo esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Hemos sido alabados por haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada tiene de grande ver a Cristo con los ojos de la carne; lo grandioso es creer en Cristo con los ojos del corazón” 
(Sermón 263, 3).


Resucitó a Pedro

“Ved que el Señor, apareciéndose a los discípulos por segunda vez después de la resurrección, somete al apóstol Pedro a un interrogatorio, y le obliga a confesarle su amor por triplicado a quien le negó otras tres veces. Cristo resucitó en la carne, y Pedro en el espíritu, pues como Cristo había muerto en su pasión, así Pedro en su negación. Cristo el Señor resucita de entre los muertos, y con su amor resucitó Pedro. Averiguó el amor de quien lo confesaba, y le encomendó sus ovejas. ¿Qué daba Pedro a Cristo al amarlo? Si Cristo te ama, el provecho es para ti, no para Cristo; y, si amas tú a Cristo, el provecho es también para ti, no para Cristo. No obstante, queriendo mostrar Cristo el Señor dónde han de mostrar los hombres que aman a Cristo, le encomendó sus ovejas. Esto lo dejó bastante claro: —¿Me amas? —Te amo. —Apacienta mis ovejas. Y así una, dos y tres veces. El no respondió sino que lo amaba; el Señor no le preguntaba por otra cosa sino por su amor; nada encomendó a quien le respondió sino sus ovejas. Amemos también nosotros, y así amamos a Cristo” 
(Sermón 229 N, 1).

Los encontró pescando

“El Señor se apareció a sus discípulos, después de su resurrección, junto al mar de Tiberíades, y los encontró pescando, pero sin haber capturado nada. Nada lograron en toda una noche de pesca; pero brilló el día, y entonces hicieron capturas, porque vieron al día, a Cristo, y echaron las redes en el nombre del Señor. Dos son las pescas que encontramos haber hecho los discípulos en el nombre de Cristo; la primera cuando los eligió y los constituyó apóstoles; la segunda ahora, después de su resurrección de los muertos. Comparémoslas, si os place, y consideremos atentamente las diferencias entre una y otra, pues tienen algo que ver con la edificación de nuestra fe. La primera vez, pues, que el Señor encontró a los pescadores, a los que antes nunca había visto, tampoco cogieron nada en toda la noche; en vano se fatigaron. El les mandó echar las redes; no les indicó si a la derecha o a la izquierda; solamente les dijo: Echad las redes. Las echaron... de forma que las dos barcas se llenaron, hasta el punto que casi se hundían a causa de la multitud de los peces; más aún, tan grande era la cantidad, que las redes se rompían. Esto ocurrió en la primera pesca. ¿Qué pasó en la segunda? Echad, les dijo, las redes a la derecha. Antes de la resurrección, las redes se echan según cuadre; después de la resurrección, ya se elige el lado derecho. Además, en la primera pesca las naves se hunden y las redes se rompen; en esta última, después de la resurrección, ni la nave se hunde ni la red se rompe” 
(Sermón 229 M, 1).

Subiré a mi Padre

“¿Qué significa lo que viene a continuación: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre? Ve y di a mis discípulos: «Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.» Estas últimas palabras no ofrecen dificultad. Subiré a mi Padre, puesto que soy el Hijo unigénito, y a vuestro Padre, puesto que habéis sido adoptados y decís todos juntos: Padre nuestro que estás en los cielos. Es Dios mío y Dios vuestro. Pero no es mío como es vuestro; es mi Dios porque me he hecho hombre, es Dios vuestro porque siempre sois hombres. Dios es Padre de Cristo en cuanto que se ha hecho hombre, y por eso es su Dios, Dios de la creatura, de la Palabra unigénita. Pregunta al salmo: Tú eres mi Dios desde el seno de mi madre. Desde antes de entrar en el seno de mi madre eres mi Padre; desde el seno de mi madre eres mi Dios. Así, pues, esto no ofrece dificultad. Lo que causa un poco de turbación a quienes no lo han entendido bien es el significado de No me toques, pues aún no he subido a mi Padre” 
(Sermón 229 L, 2).

Toquémosle creyendo

“Suba, pues, Cristo para nosotros y toquémosle creyendo que es el Hijo de Dios, eterno y coeterno a él; que existe no desde que nació de la virgen María, sino desde siempre. También a nosotros nos hará eternos; no porque existamos desde siempre, sino porque existiremos por siempre. El es coeterno, igual al Padre, sin tiempo, anterior a todos los tiempos; él por quien fueron hechos todos los tiempos; es anterior al día, él el día del día que hizo el día. Creed esto de él y le habréis tocado. Tocadle de manera que os adhiráis a él; adherios a él de forma que nunca os separéis, antes bien permanezcáis en la divinidad con él, que murió por nosotros en la debilidad” 
(Sermón 229 L, 2).

No me toques

“María buscaba su cuerpo para verlo; deseemos nosotros su Espíritu para comprenderlo. No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. ¿Qué significa No me toques? No se pare ahí tu fe; no te quedes clavada en el hombre; hay algo superior que no comprendes. Me ves humilde en esta tierra, me tocas y permaneces en la tierra. Tócame más alto, cree que soy más excelso, cree en mí como en el Hijo unigénito igual al Padre; cuando hayas comprendido que soy igual a él,  entonces habré ascendido al Padre para ti. Tocar con el corazón: he aquí en qué consiste el creer. En efecto, también aquella mujer que tocó la orla lo tocó con el corazón, porque creyó. Además, él sintió a la que lo tocaba y no sentía a la multitud que lo apretujaba. Alguien me ha tocado, dice el Señor: me tocó, creyó en mí. Y los discípulos, al no entender lo que significaba ese me tocó, le dijeron: ha multitud te apretuja y dices: «¿Quién me ha tocado?» ¿No sé yo lo que digo con estas palabras: Alguien me ha tocado? La multitud apretuja, la fe toca” 
(Sermón 229 L, 2).

La llama por su nombre

“Todavía se mantiene en pie y llora; aún no cree; pensaba que el Señor había desaparecido del sepulcro. Vio también a Jesús, pero no lo toma por quien era, sino por el hortelano; todavía exige el cuerpo del muerto. Si tú, le dice, lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. ¿Qué necesidad tienes de algo que no amas? «Dámelo», le dice. La que así le buscaba muerto, ¿cómo creyó que estaba vivo? A  continuación, el Señor la llama por su nombre. María reconoció la voz, y volvió su mirada al Salvador y le responde ya sabiendo quién era: Rabí, que quiere decir «Señor»”
 (Sermón 229 L, 1).

Buscaba el cuerpo

“Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo, y creyeron no que había resucitado, sino que había desaparecido. Lo vieron ausente del sepulcro, creyeron que había sido sustraído y se fueron. La mujer se quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de Jesús con lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por su sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La mujer buscaba más insistentemente a Jesús, porque ella fue la primera que en el paraíso lo había perdido; como por ella había entrado la muerte, por eso buscaba más la vida. Y, sin embargo, ¿cómo la buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la incorrupción del Dios vivo, pues tampoco ella creía que la causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que había resucitado el Señor. Entrando dentro, vio unos ángeles. Observad que los ángeles no se hicieron presentes a Pedro y a Juan, y sí, en cambio, a esta mujer. Lo que, amadísimos, se pone de relieve, porque el sexo más débil buscó más lo que, como dijimos, fue el primero en perder. Los ángeles la ven y le dicen: No está aquí, ha resucitado” 
(Sermón 229 L, 1).

Estaba predicho

“Ved realizado lo escrito, cumplido lo predicho, a la vista lo leído. Escucha las palabras y mira los hechos; plena es la verdad, cierta la fe; perezca ya la incredulidad herética. Ved que está escrito: Así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera: he aquí la predicción. Que resucitara de entre los muertos al tercer día: estaba predicho. Estas cosas las habían leído los judíos; las leían y no las veían, y para que los otros creyesen tropezaban ellos contra la piedra yacente. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, y, si nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, los pueblos no hubiesen creído en él, que nació y sufrió la pasión… Ved la gracia; ved que resucita, que se muestra a los ojos de los apóstoles, él que no se dignó mostrarse a los ojos de los judíos. Se da a ver a los ojos, y a tocar a las manos. Poco es esto: lee, saca a colación las Escrituras. También esto es poco: abre la inteligencia para comprender lo que lees” 
(Sermón 229 J, 4).

Era un hombre verdadero

“Cristo el Señor se dignó convencernos de la verdad y certeza de su resurrección mediante muchas y variadas pruebas para edificar la fe, ahuyentar del corazón la incredulidad y eliminar toda duda acerca de su resurrección. Poca cosa hubiese sido mostrarse a sus ojos si no se hubiese dado a tocar también por sus manos. Muchos maniqueos, impíos y herejes suponen y creen que Cristo no tenía carne verdadera, sino que era un espíritu con apariencia de carne con el fin de engañar a los ojos, no de edificar la fe; aunque no era carne, así parecía que era. Esto que creen los maniqueos… Así, pues, ellos nunca creyeron que nuestro Señor Jesucristo haya sido hombre; pero los discípulos reconocieron como hombre a aquel en cuya compañía vivieron tanto tiempo. Le vieron caminar, sentarse, dormir, comer y beber; conocieron su ser íntegro, supieron que se sentó fatigado sobre el brocal de un pozo. De este largo trato con él conocieron que era un hombre verdadero; pero, una vez que murió lo conocido por ellos, ¿cómo podían creer que iba a resucitar lo que pudo morir? Se les apareció ante sus ojos tal cual le habían conocido, y, al no creer que hubiera podido resucitar al tercer día del sepulcro la carne verdadera, pensaron que estaban viendo un espíritu” 
(Sermón 229 J, 1).

Ellos veían a Cristo

“Ved que los discípulos no sólo vieron a Cristo después de la resurrección, sino que también oyeron de su boca que, según la Sagrada Escritura, así tenía que suceder. Nosotros no hemos visto a Cristo presente en su carne, pero escuchamos a diario las Escrituras, con las que también ellos fueron fortalecidos. ¿Qué les dijo a propósito de las Escrituras? Que se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los  pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esto no lo veían los discípulos; sólo veían a Cristo, que hablaba de la Iglesia futura. Mas por la palabra de Cristo creían lo que no veían. Veían la cabeza, pero aún no el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo, pero creemos lo que se refiere a la cabeza. Son dos: el esposo y la esposa, la cabeza y el cuerpo, Cristo y la Iglesia. Se manifestó personalmente a los discípulos y les prometió la Iglesia; a nosotros nos mostró la Iglesia y nos ordenó creer lo que se refiere a él” 
(Sermón 229 I, 2).

Padeció y Resucitó

“Las lecturas evangélicas sobre la resurrección de nuestro Señor Jesucristo se leen de forma solemne y en cierto orden. Hoy hemos escuchado que Cristo el Señor mostró a sus discípulos la verdadera carne en que había padecido y resucitado. Le oían hablar, le veían presente, y, sin embargo, aún tenían que tocarle tras decirles él: Tocad, palpad, y ved que los espíritus no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo. Pero ellos, al verlo, dudaron y creyeron estar ante un espíritu, no ante un cuerpo. Quien aún piense que la resurrección del Señor no fue corporal, sino sólo espiritual, ¡que Dios le perdone, como perdonó también a sus apóstoles!; pero sólo si no se mantienen en el error y cambian de opinión, como también ellos lo oyeron y cambiaron. ¡Y cuan grande fue su benevolencia! No sólo se les mostró presente en su cuerpo, sino que también los robusteció con la verdad de la Sagrada Escritura” 
(Sermón 229 I, 1).

Da vida eterna y feliz

"Considerad, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo. Esta vida es, evidentemente, miserable; ¿quién lo ignora, quién no lo confiesa? ¡Cuántas cosas nos suceden en esta vida; cuántas tenemos que soportar sin desearlo! Riñas, disensiones, pruebas, la ignorancia recíproca de nuestro corazón, de forma que a veces abrazamos sin querer a un enemigo y sentimos temor de un amigo; hambre, desnudez, frío, calor, cansancio, enfermedades, celos. Evidentemente, esta vida es miserable. Y, con todo, si, aunque miserable, nos la concedieran para siempre, ¿quién no se felicitaría? ¿Quién no diría: «Quiero ser como soy; morir es lo único que no quiero»? Si quieres poseer esta mala vida, ¿cómo será quien te la dé eterna y feliz? Pero, si quieres llegar a la vida eterna y feliz, sea buena la temporal. Será buena en el momento de obrar, y feliz en el momento de la recompensa. Si te niegas a trabajar, ¿con qué cara vas a pedir el salario? Si no has de poder decir a Cristo: «Hice lo que me mandaste», ¿cómo te atreverás a decirle: «Dame lo que me prometiste»?"
(Sermón 229 H, 3).

Ved que muero yo

"Pero vino nuestro Señor Jesucristo y, por así decir, se dirigió a nosotros: «¿Por qué teméis, ¡oh hombres!,  a quienes creé y no abandoné? ¡Oh hombres!, la ruina vino de vosotros, la creación de mí; ¿por qué temíais, ¡oh hombres!, morir? Ved que muero yo, que sufro la pasión; no temáis lo que temíais, puesto que os muestro qué habéis de esperar.» Así lo hizo; nos mostró la resurrección para toda la eternidad; los evangelistas dejaron constancia de ella en sus escritos y los apóstoles la predicaron por el orbe de la tierra. La fe en su resurrección hizo que los mártires no temieran morir, y, sin embargo, temieron la muerte; pero mayor hubiese sido la muerte si hubieran temido morir, y por temor a la muerte hubieran negado a Cristo. ¿Qué otra cosa es negar a Cristo sino negar la vida? ¡Qué locura negar la vida por amor a la vida! La resurrección de Cristo marca los límites de nuestra fe" 
(Sermón 229 H, 2).

El nacer y el morir

"Cristo el Señor, en el hecho de nacer y de morir, tenía la mirada puesta en la resurrección; en ella estableció los límites de nuestra fe. Nuestra raza, es decir, la raza humana, conocía dos cosas: el nacer y el morir. Para enseñarnos lo que no conocíamos, tomó lo que conocíamos. En la región de la tierra, en nuestra condición mortal, era habitual, absolutamente habitual el nacer y el morir; tan habitual que, así como en el cielo no puede darse, así en la tierra no cesa de existir. En cambio, ¿quién conocía el resucitar y el vivir perpetuamente? Esta es la novedad que trajo a nuestra región quien vino de Dios. ¡Gran acto de misericordia!: se hizo hombre por el hombre; se hizo hombre el creador del hombre! Nada extraordinario era para Cristo el ser lo que era, pero quiso que fuera grande el hacerse él lo que había hecho" 
(Sermón 220 H, 1).

Todo para la resurrección

"La resurrección de Jesucristo el Señor es lo que caracteriza a la fe cristiana. El nacer hombre de hombre en un momento del tiempo quien era Dios de Dios, Dios con exclusión de todo tiempo; el haber nacido en carne mortal, en la semejanza de la carne de pecado; el hecho de haber pasado por la infancia, haber superado la niñez y haber llegado a la madurez y haberla conducido a la muerte, todo ello estaba al servicio de la resurrección. Pues no hubiese resucitado de no haber muerto, y no hubiese muerto si no hubiese nacido; por esto, el hecho de nacer y morir existió en función de la resurrección" 
(Sermón 229 H, 1).

Un solo Dios

"¿Por qué un solo Dios? Porque allí es tan grande el amor, tan grande la paz, tan grande la concordia, que no hay disonancia en ninguno. Ahora te voy a dar una razón para que creas lo que no puedes comprender si no lo crees. Dime: ¿cuántas almas eran las que, según los Hechos de los Apóstoles, creyeron cuando vieron los milagros de los apóstoles? Me refiero a los judíos que habían crucificado al Señor, que llevaban sus manos ensangrentadas, que tenían oídos sacrilegos, cuya lengua fue comparada a una espada: Sus dientes son armas y saetas, y su lengua, una espada afilada. Con todo, puesto que no en vano había orado Cristo por ellos, ni en vano había dicho: Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen, muchos de entre ellos creyeron. Así leemos que está escrito: Creyeron tres mil almas aquel día. Ve que se trata de millares de almas; advierte cuántos millares son; sobre ellos vino el Espíritu Santo que derrama la caridad en nuestros corazones. ¿Y qué se dijo referente a ese número de almas? Tenían un alma sola y un solo corazón. Muchas almas: un alma sola; no por naturaleza, sino por gracia. Si mediante la gracia procedente de lo alto se convirtió en un alma sola aquel número de almas, ¿te extrañas de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios? Por tanto, hermanos míos, conservad la fe fortísima, integrísima y católica" 
(Sermón 229 G, 5).

Vino a sanar y a limpiar

"Y ahora, ¿poseen, acaso, todos la fe? Como entonces de entre los judíos unos creyeron y otros no, así sucede ahora con los gentiles: unos han creído, otros no. No todos poseen ta fe. Quienes la poseen, la poseen por gracia; no se jacten, pues es un don de Dios. ¿Acaso nos eligió el Señor porque éramos buenos? No eligió a quienes eran buenos, sino a quienes quiso hacer buenos. Todos estuvimos en las sombras de la muerte, todos nos encontrábamos unidos y apresados en la masa de pecado procedente de Adán. Si la raíz estaba dañada, ¿qué fruto podía producir el árbol de la raza humana? Pero el que iba a sanar los males, vino sin mal alguno, y quien vino a limpiar los pecados, vino también sin pecado" 
(Sermón 229 F, 1).

Le vieron resucitar

"La resurrección del Señor, unos la vieron y otros no la creyeron cuando les fue anunciada, y el mismo Señor ya presente les reprochó el que no hubieran creído a quienes lo habían visto y anunciado. ¡Qué bondad la de los gentiles y la de quienes nacieron mucho después! ¿Qué concedió Dios a quienes llenan ahora las iglesias de Cristo? Los santos apóstoles caminaron en compañía del Señor, escucharon de su boca la palabra de la verdad y le vieron resucitar a los muertos, pero no creyeron que había resucitado de entre los muertos. En cambio, nosotros, nacidos mucho después, nunca vimos su presencia corporal, no escuchamos ninguna palabra de su boca de carne ni presenciamos con estos ojos ningún milagro hecho por él; y, no obstante, creímos con sólo escuchar las cartas de quienes entonces no quisieron creer. No creyeron un hecho recentísimo que se les acababa de anunciar; lo escribieron para que lo leyéramos; lo escuchamos y lo hemos creído. El Señor Jesús no quiso aparecerse a los judíos porque no los juzgó dignos de ver a Cristo el Señor después de la resurrección; se manifestó a los suyos, no a los extraños" 
(Sermón 229 F, 1).

Trabajemos

"Mientras tanto trabajemos en la viña a la espera de que concluya; quien nos condujo al trabajo no nos abandonará, para evitar que desfallezcamos. El que se dispone a darle su salario al acabar la jornada, alimenta al obrero mientras trabaja; de idéntica manera, el Señor nos alimenta ahora a quienes trabajamos en este mundo no sólo con el alimento para el vientre, sino también para la mente… Cristo se da a sí mismo a sus obreros; se da a sí mismo en el pan y se reserva a sí mismo como salario. No hay motivo para decir: «Si lo comemos ahora, ¿qué tendremos al final?» Nosotros lo comemos, pero él no se acaba; alimenta a los hambrientos, pero él no mengua. Alimenta ahora a quienes trabajan y les queda íntegro el salario. ¿Qué vamos a recibir mejor que él mismo? Si tuviese algo mejor que sí mismo, lo daría, pero nada hay mejor que Dios, y Cristo es Dios. Pon atención: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra estaba en el principio junto a Dios. ¿Quién entiende esta Palabra? ¿Quién la comprende? ¿Quién la ve y la contempla? ¿Quién la piensa dignamente? Nadie. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" 
(Sermón 229 E, 4).

Dan muerte al médico

"Ellos daban muerte al médico, y el médico hacía de su sangre una medicina para sus asesinos. ¡Grande misericordia y gloria! ¿Qué no se les iba a perdonar, si se les perdonaba hasta el haber dado muerte a Cristo? Por tanto, amadísimos, nadie debe dudar de que en el baño de la regeneración se perdonan absolutamente todos los pecados, tanto los leves como los graves. Hay, en efecto, un ejemplo o prueba extraordinaria. No hay pecado mayor que el dar muerte a Cristo; si hasta éste ha sido perdonado, ¿cuál quedará sin perdón en el creyente que ha sido bautizado?" 
(Sermón 229 E, 2).

La vida deseada

"La pasión y la resurrección del Señor nos muestran dos vidas: una, la que soportamos, y otra, la que deseamos. Quien se dignó soportar la primera en beneficio nuestro, tiene poder para otorgarnos la segunda. De esta forma nos mostró lo mucho que nos ama y quiso que confiáramos en que nos concedería sus propios bienes, puesto que quiso tener parte a nuestro lado en nuestros males. Nacimos nosotros, y nació él; como nosotros hemos de morir, también él murió. Son estas dos cosas que el hombre conocía bien en su vida: el comienzo y el fin, el nacer y el morir; conocía también que el nacimiento es el comienzo de las fatigas, y la muerte un viaje a lo desconocido. Estas dos cosas conocíamos: nacer y morir; es lo que abunda en nuestra región. Nuestra región es esta tierra; la región de los ángeles, el cielo. Nuestro Señor vino a esta región desde aquélla; vino a la región de la muerte desde la región de la vida; a la región de la fatiga, desde la región de la felicidad. Vino a traernos sus bienes y soportó pacientemente nuestros males" 
(Sermón 229 E, 1).

Regenerada por Cristo

"¡Qué gozo otorgará a su Iglesia, a la que, regenerada por Cristo, quita el prepucio —por hablar así— de su naturaleza carnal, es decir, el oprobio de su nacimiento! Por eso se dijo: Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y el prepucio de vuestra carne, os vivificó con él perdonándoos todos los pecados. Pues como todos mueren en Adán, así también serán todos vivificados en Cristo. Por lo cual en el bautismo de Cristo se manifiesta lo que estaba oculto bajo la sombra de la antigua circuncisión; y el mismo quitar la piel de la ignorancia carnal pertenece ya a esa circuncisión no efectuada por mano humana. Pero cuando te vuelvas al Señor, dijo, desaparecerá el velo" 
(Sermón 229 D, 2).