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Fija la raíz en la Palabra

"Escuchen el salmo y sean felices. Instrúyalos el Señor en su ley. Dígales con las palabras de otro salmo: No tengas celos de los malvados ni envidies a los que obran la maldad. Puesto que tú, que sentías celos de ellos y les envidiabas, sólo preguntabas «¿por qué florecen?», escucha lo dicho en la ley de Dios: Porque, como el heno, pronto se secarán. Florece el heno. ¿Hay motivo para que alabes su verdor? Pregunta al verano: Pronto se secarán. Toda carne es heno: el heno se seca, la flor se cae. Mira tú y ve dónde tienes la raíz: La palabra del Señor permanece para siempre. Aquellos impíos florecen como el heno: en invierno está verde, seco en verano. Tú, sin embargo, fija la raíz en la palabra de Dios, que permanece para siempre; sé un árbol verde aunque no lo manifiestes"
 (Sermón 25 A, 1).

Allí el tiempo no existe

“Si cuanto el Hijo tiene, del Padre lo recibe, del Padre recibe el que proceda de Él el Espíritu Santo. Pero nadie imagine aquí noción alguna del tiempo. Antes o después, porque allí el tiempo no existe… Sólo el Padre no procede de otro; por eso es el único que se denomina ingénito, no en las Escrituras, sino en el lenguaje usual de los que tratan de tan encumbrado misterio y se expresan como pueden. El Hijo es nacido del Padre, y el Espíritu Santo procede originariamente del Padre, y por don del Padre, sin intervalo de tiempo, procede de los dos como de un principio común. Se le podría llamar hijo del Padre y del Hijo si, lo que el buen sentido rechaza con horror, ambos lo hubieran engendrado. De los dos procede el Espíritu de ambos, pero por ninguno de ellos fue engendrado” (La Trinidad 15, 26, 47).

El bien simple

“Hay sólo un bien simple, y por esto un solo bien inmutable, que es Dios. Por Él fueron creados todos los bienes, pero no simples, y, por tanto, mudables. El decir creados quiere decir hechos, no engendrados. Pues lo que es engendrado del bien simple, es simple también y es lo mismo que aquel de quien fue engendrado. A estos dos seres los llamamos Padre e Hijo; y uno y otro con el Espíritu Santo son un solo Dios. Este Espíritu del Padre y del Hijo recibe en las Sagradas Escrituras el nombre de Espíritu Santo con un valor propio de este nombre. Es distinto del Padre y del Hijo, porque no es ni el Padre ni el Hijo. He dicho que es distinto, no que es otra cosa; porque Él es igualmente un bien simple, inmutable y coeterno. Y esta Trinidad es un solo Dios; no deja de ser simple por ser Trinidad… Se llama simple porque lo que ella tiene eso es, si exceptuamos la relación que cada persona dice con respecto a las otras. Pues ciertamente el Padre tiene un Hijo, pero Él no es el Hijo; y el Hijo tiene un Padre, pero Él no es Padre. Por tanto, en lo que dice relación a sí mismo y no a otro, eso es lo que tiene” (La Ciudad de Dios 11, 10, 1).

Todo será eterno

 “El tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días (del tiempo pascual), lo hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque suspires ahora por elAleluya. ¿Qué significa Aleluya? Alabad al Señor. Por eso en estos días posteriores a la resurrección se repiten en la Iglesia  las alabanzas de Dios: porque después de nuestra resurrección también será perpetua nuestra alabanza... Alabemos, pues, amadísimos, al Señor que está en los cielos. Alabemos a Dios. Digamos el aleluya. Hagamos de estos días un símbolo del día sin fin. Hagamos del lugar de lo mortal un símbolo del tiempo de la inmortalidad. Apresurémonos a llegar a la casa eterna. Dichosos lo que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos. Allí alabaremos a Dios no cincuenta días, sino por lo siglos de los siglos. Lo veremos, lo amaremos y lo alabaremos; ni desaparecerá el ver, ni se agotará el amar, ni callará el alabar; todo será eterno, nada tendrá fin. Alabémoslo, alabémoslo; pero no sólo con la voz; alabémoslo también con las costumbres. Alábelo la lengua, alábelo la vida; no vaya en desacuerdo la lengua con la vida, antes bien tengan un amor infinito”  
(Sermón 254, 5. 8).

Alabar sin cansancio

“En este mundo todas las cosas producen hastío; sólo la salud está excluida de ello. Si la salud no causa tedio, ¿va a causarlo la inmortalidad? ¿Cuál será entonces nuestra ocupación? Decir: Amén Aleluya.  Una cosa es la que hacemos aquí otra la que haremos allí; no digo día y noche, sino en el día sin fin: repetir lo que ya ahora dicen sin cansarse las potestades del cielo, los serafines: Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Esto lo repiten sin cansarse. ¿Se fatiga, acaso, ahora el latir de tu pulso? Mientras vives, tu pulso sigue latiendo. Trabajas, te fatigas, descansas, vuelves a tu tarea, pero tu pulso no se fatiga. Como tu pulso no se cansa mientras estás sano, tampoco tu lengua y tu corazón se cansarán de alabar a Dios cuando goces de la inmortalidad. ¿Cuál será? Esa actividad será un ocio. Actividad ociosa: ¿en qué consistirá? En alabar al Señor. Escuchad la sentencia: Dichosos los que habitan en tu casa. Y por si buscamos la causa de esta dicha: ¿Tendrán mucho oro? Quienes tienen mucho oro son, en igual medida, miserables. Dichosos son los que habitan en tu casa. Dichosos, ¿por qué? En esto consiste su dicha: Te alabarán por lo siglos de los siglos.
(Sermón 211 A).