Mostrando entradas con la etiqueta Creer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Creer. Mostrar todas las entradas

Creer en Cristo

“Y ahora, ¡qué gloria la suya, la de haber ascendido al cielo, la de estar sentado a la derecha del Padre! Pero esto no lo vemos, como tampoco lo vimos colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro. Todo esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Hemos sido alabados por haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada tiene de grande ver a Cristo con los ojos de la carne; lo grandioso es creer en Cristo con los ojos del corazón” 
(Sermón 263, 3).


Toquémosle creyendo

“Suba, pues, Cristo para nosotros y toquémosle creyendo que es el Hijo de Dios, eterno y coeterno a él; que existe no desde que nació de la virgen María, sino desde siempre. También a nosotros nos hará eternos; no porque existamos desde siempre, sino porque existiremos por siempre. El es coeterno, igual al Padre, sin tiempo, anterior a todos los tiempos; él por quien fueron hechos todos los tiempos; es anterior al día, él el día del día que hizo el día. Creed esto de él y le habréis tocado. Tocadle de manera que os adhiráis a él; adherios a él de forma que nunca os separéis, antes bien permanezcáis en la divinidad con él, que murió por nosotros en la debilidad” 
(Sermón 229 L, 2).

No me toques

“María buscaba su cuerpo para verlo; deseemos nosotros su Espíritu para comprenderlo. No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. ¿Qué significa No me toques? No se pare ahí tu fe; no te quedes clavada en el hombre; hay algo superior que no comprendes. Me ves humilde en esta tierra, me tocas y permaneces en la tierra. Tócame más alto, cree que soy más excelso, cree en mí como en el Hijo unigénito igual al Padre; cuando hayas comprendido que soy igual a él,  entonces habré ascendido al Padre para ti. Tocar con el corazón: he aquí en qué consiste el creer. En efecto, también aquella mujer que tocó la orla lo tocó con el corazón, porque creyó. Además, él sintió a la que lo tocaba y no sentía a la multitud que lo apretujaba. Alguien me ha tocado, dice el Señor: me tocó, creyó en mí. Y los discípulos, al no entender lo que significaba ese me tocó, le dijeron: ha multitud te apretuja y dices: «¿Quién me ha tocado?» ¿No sé yo lo que digo con estas palabras: Alguien me ha tocado? La multitud apretuja, la fe toca” 
(Sermón 229 L, 2).

La vida santa y la caridad

"¿Qué decir de la fe? ¿Podemos hallar alguien que tenga la fe y no la caridad? Muchos hay que creen y no aman. Y no se trata de contar los hombres; sabemos que los demonios creyeron lo que creemos y no aman lo que amamos. En efecto, recriminando el apóstol Santiago a aquellos que pensaban que les bastaba con creer y no querían vivir santamente, cosa que no es posible si no hay caridad —pues la vida santa pertenece a la caridad y nadie que tenga caridad puede vivir perversamente, puesto que el vivir santamente no es otra cosa que sentirse llenos de la caridad—; como algunos se jactaban de que creían en Dios y no querían vivir santamente y de forma adecuada a la fe que habían recibido, los comparó a los demonios con estas palabras: Tú dices que no hay más que un Dios. Crees lo recto, pero también los demonios creen, y tiemblan. En consecuencia, si sólo crees y no amas, eso te es común con los demonios" 
(Sermón 162A, 4).

No dudó de la Promesa

"María, al decir: ¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón?, lo dijo preguntando, no porque no lo creyese. Hizo una pregunta a Dios, sin dudar de la promesa. ¡Oh llena de gracia en verdad! Así la saludó el ángel: 'Salve, llena de gracia'. ¿Quién sabrá explicar esta gracia? ¿Quién será capaz de agradecer lo suficiente esta gracia? Tiene lugar la creación del hombre; por su propia voluntad perece el hombre, y aparece hecho hombre quien creó al hombre para que no pereciera el hombre que creó. La Palabra, Dios junto a Dios desde el principio, por quien fueron hechas todas las cosas, se hace carne: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra se hace carne, pero uniéndose la carne a la Palabra, sin que desaparezca la Palabra en la carne. ¡Oh gracia! ¿Qué habíamos merecido para tener esto?"
 (Sermón 290, 5).

Concibió creyendo

"Pues también la misma bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró creyendo. Después de habérsele prometido el hijo, preguntó cómo podía suceder eso, puesto que no conocía varón… El ángel le dio por respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios. Tras estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en la mente que en su seno, dijo: 'He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tú palabra'. Cúmplase, dijo, el que una virgen conciba sin semen de varón; nazca del Espíritu Santo y de una mujer virgen aquel en quien renacerá del Espíritu Santo la Iglesia, virgen también... Estas cosas son maravillosas, porque son divinas; son inefables, porque son también inescrutables; la boca del hombre no es suficiente para explicarlas porque tampoco lo es el corazón para investigarlas. Creyó María y se cumplió en ella lo que creyó"
 (Sermón 215, 4).

Cree en tu protector

“Así, pues, cuanto de malo e ilícito se sugiera a tu corazón, cuantos malos deseos surjan de tu carne contra tu alma, son dardos de aquel enemigo que te reta a un combate singular. Acuérdate de luchar. Tu enemigo es invisible, pero invisible es también tu protector. No ves a aquel contra quien lucha, pero crees en aquel que te protege. Y, si tienes los ojos de la fe, hasta lo ves, pues todo fiel ve con los ojos de la fe al adversario que lo reta día a día” 
(Sermón 335 K, 3).

La Palabra escuchada con Fe

“Habiéndoseles prometido el perdón y la impunidad, creyeron, y, vendiendo cuanto poseían, pusieron el precio de la venta de sus cosas a los pies de los apóstoles, tanto más aterrados cuanto más buenos. Un temor mayor apagó en ellos la sed de placeres. Esto lo hicieron quienes dieron muerte al Señor. Lo hicieron y siguen haciéndolo muchos otros después. Lo sabemos; tenemos los ejemplos ante los ojos; son muchos los que nos producen consuelo y satisfacción, puesto que la palabra de Dios no queda infecunda en quienes la escuchan con fe”
 (Sermón 301 A, 4).

Encomendarnos la Fe

“¿Crees tú, le dice, en el Hijo de Dios? A lo cual él, aún untado del barro, respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? El Señor: Acabas de verlo; el que habla contigo, ése es. Le lavó el rostro. Y, viendo ya con el corazón, adoró a su Salvador. Esto que Jesús hizo corporalmente con el ciego de nacimiento, lo hace con el género humano de una manera milagrosa; pero hizo este prodigio para encomendarnos la fe; aquella fe que todos los días abre los ojos del humano linaje, como abrió los del mismo ciego”
 (Sermón 136 A, 4).

Invocar al que creímos

“Fueron enviados, pues, los predicadores y predicaron a Cristo. Con su predicación los pueblos creyeron; oyendo, creyeron; creyendo, le invocaron. Puesto que se dijo con toda razón y verdad: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído?, por esto mismo habéis aprendido antes lo que debéis creer y hoy habéis aprendido a invocar a aquel en quien habéis creído” 
(Sermón 57, 1).

Todo es fruto de la gracia

“Habiendo sido todo esto fruto de la gracia, o sea, don del Espíritu Santo, se ve la razón de convencer el Espíritu Santo al mundo de pecado, por no haber creído en Cristo, y de justicia, porque los de buena voluntad creyeron, aun sin ver, a aquel en quien creyeron, y esperaron que, por su resurrección, también ellos habían de resucitar plenamente; y de condena, porque, si los que no creyeron hubiesen tenido voluntad de hacerlo, nadie se lo habría impedido, pues el príncipe de este mundo ya fue sentenciado” 
(Sermón 143, 5).

Creer en mí

“Por su divinidad está siempre con nosotros; pero, de no alejársenos corporalmente, veríamos siempre su cuerpo con ojos carnales y no llegaríamos a creer espiritualmente; y esta fe es necesaria, para que, justificados y beatificados por ella y limpio el corazón, merezcamos contemplar a este mismo Verbo Dios en Dios, por cuyas manos fueron hechas todas las cosas y se hizo carne para morar entre nosotros. Y si no es tocando con la mano, sino con el corazón, como se cree para justificarse, con razón ha de ser culpado de injusticia el mundo, que no quiere creer si no ve. Y para que nosotros tuviésemos la justicia de la fe, de la que será culpado el mundo incrédulo, dijo el Señor: De justicia, porque voy al Padre, y no me veréis. En otros términos: Esta es vuestra justificación: creer en mí, vuestro mediador”
 (Sermón 143, 4).

Creyó lo que oyó

“Para daros cuenta de que aún no veía, considerad que, cuando el Señor le preguntó: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?, respondió de esta manera: ¿Quién es ése, Señor, para que crea en él? Y el Señor: Lo has visto; el que está hablando contigo, ése es; lo has visto con los ojos de la carne; vele también con los ojos del corazón. ¿Cuándo lo vio con los ojos del corazón? Cuando le escuchó y creyó lo que oyó”
 (Sermón 136 B).

Nos manda creer

“Dios no manifiesta ahora lo que nos manda creer; y no lo manifiesta para que sea recompensa de la fe. Si te lo manifestase, ¿qué mérito tendrías en creerlo? No se trataría de creer, sino de ver. Dios no te lo manifiesta por este motivo principal: para que creas. Te manda que creas y te pospone el ver; pero si no crees cuando te ordena creer, no te reserva la realidad de aquello en que crees; al contrario, te reserva aquello con lo que el rico era atormentado”
 (Sermón 113, 4).

Ensanchaos por la fe

“Creed, pues, que el precepto del Padre es la vida eterna y que el Hijo en sí mismo es la vida eterna; admitidlo así, creedlo así para que lo entendáis; porque, según el profeta, si no creéis, no entenderéis. Si no podéis abarcarlo, ensanchaos. Oíd al Apóstol: Dilataos; no os juntéis bajo un mismo yugo con los  infieles, que os son tan desiguales. Quienes rehúsan creer esto sin haberlo antes entendido, son infieles, y por haber querido ser infieles quedarán sin entenderlo. Crean, pues, para comprenderlo”
 (Sermón 140, 6).

La fe en lo invisible

“Así, pues, como se define en otro lugar, es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven. Si no se ven, ¿cómo persuadir su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Sí, en efecto; tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves”
 (Sermón 126, 3).

La fe, peldaño de intelección

“Las recónditas honduras del divino reino demandaban su creencia antes de llevarnos a su inteligencia; la fe, en efecto, es el peldaño de la intelección, y la intelección es la recompensa de la fe. Un profeta se lo dice abiertamente a todos los que, debiendo ser al revés, se precipitan a la búsqueda de la inteligencia sin dárseles nada por la creencia. Dice: Si no creéis, no entenderéis. Porque también la fe tiene una suerte de luz propia en las Escrituras, en la profecía, en el Evangelio, en los escritos de los apóstoles”
(Sermón 126, 1).

Si no entiendes, cree.

“Nosotros confesamos al Hijo coeterno al Padre y lo creemos así… Quien lo entienda, gócese; quien no lo entienda, crea, porque la palabra del profeta no puede ser anulada: Si no creéis, no entenderéis”
 (Sermón 118, 2).

Adquirir capacidad

“¿Qué ha de hacer la Iglesia de Dios para poder comprender lo que antes mereció creer? Haga a su alma capaz de recibir lo que se le va a dar. Para que esto sea una realidad, es decir, para que el alma adquiera capacidad, Dios nuestro Señor aplazó, no anuló sus promesas. Las aplazó para que nosotros nos extendamos; nos extendemos para crecer; crecemos para alcanzarlas” 
(Sermón 91, 6).

Entra la fe en el Santuario

“Ha de creerse con fe certísima que Dios no puede ser ni perverso ni malvado. De este modo, entrando con la fe en el santuario de Dios, entrando creyendo, aprendes comprendiendo. Pues así dice: Hasta que entre en el santuario de Dios, adonde entra la fe. Y después de la fe, ¿qué? Lo comprenderé en los últimos días” 
(Sermón 48, 7).