Todos, en efecto, hemos sido llamados a la misma gracia; ¿por qué, pues, se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo? Porque quizás también a ellos se les dijo la verdad, aunque a nosotros, llegado el momento, se nos dijo más claramente mediante la presencia de aquel que sabía qué y a quiénes había que ocultar o descubrir algo. Si tenemos un enemigo al que nunca se nos ordena amar, éste es el diablo: Amarás a tu prójimo, es decir, al hombre y odiarás a tu enemigo, o sea, al diablo... Aun mientras se comporta cruelmente, mientras persigue, se le ha de amar, se ha de orar por él y se le ha de hacer el bien. De esta forma cumples el primer precepto de amar al hombre, tu prójimo, y de odiar al diablo, tu enemigo, y el segundo: amar a los hombres, tus enemigos, y orar por quienes te persiguen
(Sermón 149, 16).
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