Todo viene de Dios

"Como si hubiese buscado por qué méritos alcanzó eso, y no hubiese hallado alguno antes de la gracia de Dios, dice: Dios mío, tu misericordia me previno. Como diciendo: por mucho que busqué mis méritos antecedentes, su misericordia me previno. Al guardar para Dios su fortaleza donada por Dios, guardó, porque Dios se la conservó, la fortaleza que tuvo porque Dios se la dio. Y no merece el aumento sino porque sabe piadosa y fielmente de quién vienen todos sus bienes, y que ese mismo conocimiento viene también de Dios, para que no haya nada en él que no venga de Dios… He ahí cómo el mismo mérito del hombre es un don gratuito. Nadie merece recibir ningún bien del Padre de las lumbres, de quien desciende todo don óptimo, sino quien primero recibe lo que no merece" 
(Epístola 186, 3, 10).

Den gracias a Dios

"¡Ved cuánto somos amados antes de que amásemos nosotros a Dios! Si antes de amar a Dios fuimos amados por Él de tal modo que hizo hombre a su Hijo, igual a Él, por amor a los hombres, ¿qué no reservará a los que le aman? Muchos piensan que es cosa pequeña el haberse presentado el Hijo de Dios en la tierra. Como no se hallan en el santuario, no se les manifiesta ni su poder ni su gloria; es decir, como aún no tienen santificado el corazón para que puedan comprender la excelencia de su poder, y, por tanto, den gracias a Dios, porque, siendo inmenso, nació y padeció por los hombres, no pueden ver su gloria y su poder" 
(Comentario al salmo 62, 11).

Dios es el que da

"Sobre este punto hablaron harto los filósofos. Mas no se encuentra en ellos la verdadera piedad, es decir, el veraz culto de Dios, del que es menester derivar todos los oficios de una vida recta. Y no por otro motivo, a mi juicio, sino porque quisieron fabricarse a su modo una vida bienaventurada, y estimaron que esa vida había que fabricarla más bien que pedirla, y el que la otorga no es otro que Dios. Tan sólo el que hizo al hombre hace bienaventurado al hombre. Él otorga a sus criaturas, buenas y malas, tantos bienes; el ser, el ser hombres, el sentir, la energía, la fuerza y la abundancia de riquezas, y Él se dará a sí mismo a los buenos para que sean bienaventurados, pues es ya un bien suyo el que ellos sean buenos. Mas los filósofos que en esta lamentable vida, en estos moribundos miembros, bajo la carga de esta carne corruptible, se empeñaron en ser cómplices y como fundadores de su vida bienaventurada, la apetecieron y retuvieron con sus propias virtudes; no la demandaron y esperaron de aquella fuente de las virtudes, y así no pudieron sentir a Dios, que resiste su soberbia" 
(Epístola 155, 1, 2).

Dios dulzura

"El nombre de Dios es más dulce a sus amantes que todas las dulzuras. Y esperé en tu nombre, porque es dulce. ¿A quién demuestras que es dulce? Preséntame un paladar al cual sea agradable. Alaba cuanto puedas la miel, encomia como puedas su dulzura... Si alabas la dulzura del nombre de Dios, por mucho que la ensalces, con todo, siempre son palabras. Las palabras de alabanza las oyen, asimismo, los impíos, mas sólo gustan los santos lo dulce que es Dios" 
(Comentario al salmo 51, 18).

Su felicidad no disminuye

"Si nunca hubiésemos sido malos, el provecho hubiese sido para nosotros, no para Dios, quien sabe sacar el bien hasta de los males. Más aún, aunque nuestra bondad hubiese existido siempre, ningún provecho habría aportado al Señor... Pero aunque no hubiesen existido (nuestros bienes), no le iría ni mejor ni peor a aquel a quien ningún mal le puede sobrevenir, pues su felicidad no disminuye por algún mal ni aumenta por ningún bien" 
(Epístolas 2*, 8).

Pregunta a todos los seres

"¿Cómo lo conocieron? A partir de las cosas que hizo. Pregunta a la hermosura de la tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la hermosura del aire dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo, pregunta al ritmo ordenado de los astros; pregunta al sol, que ilumina el día con fulgor; pregunta a la luna, que mitiga con su resplandor la oscuridad de la noche que sigue al día; pregunta a los animales que se mueven en el agua, que habitan la tierra y vuelan en el aire; a las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos; a los seres visibles, que necesitan quien los gobierne, y los invisibles, que lo gobiernan. Pregúntales. Todos te responderán: 'Contempla nuestra belleza' Su hermosura es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la belleza inmutable?" 
(Sermón 241, 2).

Servir a Dios es gratis

"Has de conformar tu vida y costumbres con los preceptos de Dios, pues los hemos recibido para bien obrar, empezando por un religioso temor. Porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios, por el que se quebranta y debilita la soberbia humana… Para dirigir la mirada pura y auténtica a la luz, no refiramos al fin de agradar a los hombres o de satisfacer nuestras necesidades corporales el bien que laudablemente hagamos ni la verdad que aguda y sagazmente descubramos. Dios quiere ser servido gratuitamente, pues no hay objeto alguno por el que hayamos de apetecer a Dios… Cuatro son las virtudes que también pudieron los filósofos indagar con memorable industria, a saber: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Si ahora logran perfecto culto de religión, les añadimos y unimos otras tres, a saber: fe, esperanza y caridad. Y así hallamos el número siete. Y no pueden omitirse las tres últimas virtudes, pues sabemos que sin ellas ni se puede ni servir a Dios ni agradarle"
(Epístola 171, bis).

Dios es nuestro deleite

"Poseeremos a Dios, y con Él solo estaremos contentos; más aún, tanto deleite encontraremos en Él que ninguna otra cosa buscaremos, pues gozaremos de Él en sí mismo y en nosotros mismos recíprocamente. ¿Qué somos si no tenemos a Dios? ¿O qué otra cosa podemos amar en nosotros sino a Dios o porque lo poseemos o para poseerlo? De hecho, cuando se nos dice que careceremos de todo lo demás y que solo Dios será nuestro deleite, el alma, acostumbrada al placer múltiple, se angustia por así decir. El alma carnal, ligada a la carne y atrapada en los placeres carnales y con las alas pegadas con el visco de los malos deseos que le impide volar a Dios, reflexiona para sí: ¿Qué valor tiene eso para mí si no voy a comer ni a beber...?"
 (Sermón 255, 7).

Adherirse a Dios

“El hombre siente su propia inestabilidad tanto más cuanto menos se adhiere a Dios, que es sumamente. Dios es sumamente, porque ni crece ni mengua por mutualidad alguna. El hombre, en cambio, ve que la mutación le conviene cuando le ayuda a unirse perfectamente a Dios, del mismo modo que es viciosa toda mutación que entraña defecto… Los que esto no ven y consideran las facultades del alma humana y la gran hermosura de sus hechos, colocando el sumo bien en el alma, aunque no osen ponerlo en el cuerpo, lo han puesto en lugar inferior a aquel en que por una auténtica razón hay que ponerlo" 
(Epístola 118, 3, 15).

Dios es el sumo Bien

"Quien pregunta cómo ha de llegar a la vida bienaventurada, no pregunta otra cosa sino en dónde se encuentra el fin del bien. Es decir, pregunta en dónde se halla, no por depravada y temeraria opinión, sino por cierta verdad, el sumo bien del hombre. Cualquiera ve que no puede residir sino en el cuerpo, en el alma o en Dios, en dos de estos sujetos o en todos ellos. Si descubres que ni el sumo bien ni parte alguna del sumo bien puede hallarse en el cuerpo, quedan sólo el alma y Dios como posible asiento. Si ahora sigues y averiguas que lo que se hizo del cuerpo hay que decirlo también del alma, no te quedará sino Dios como sede del sumo bien del hombre. No es que no haya otros bienes, sino que se llama bien sumo aquel al que los otros dicen referencia. Se es bienaventurado cuando se goza de ese bien, por el cual se quieren poseer las demás cosas, mientras que a ese bien ya no se le ama por otro, sino por sí mismo. Por eso se dice que el fin está en Él, ya que no se encuentra otro a quien referirlo ni a quien reducirlo. En Él está el sosiego de la apetencia, la seguridad de la fruición y el gozo serenísimo de la óptima voluntad"
(Epístola 118, 3, 13).

Tengo hambre y sed de ti

"Que cada uno de vosotros, hermanos míos, mire a su interior, se juzgue y examine sus obras, sus buenas obras; vea las que hace por amor, no esperando retribución alguna temporal, sino la promesa y el rostro de Dios. Nada de lo que Dios te prometió vale algo separado de Él mismo. Con nada me saciará mi Dios, a no ser con la promesa de sí mismo. ¿Qué es la tierra entera? ¿Qué la inmensidad del mar? ¿Qué todo el cielo? ¿Qué son todos los astros, el sol, la luna? ¿Qué el ejército de los ángeles? Tengo sed del creador de todas estas cosas; de Él tengo hambre y sed y a Él digo: En ti está la fuente de la vida, y, a su vez, me dice: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Que mi peregrinación esté marcada por el hambre y sed de ti, para que se sacie con tu presencia. El mundo se sonríe ante muchas cosas, hermosas, resistentes y variadas, pero más hermoso es quien las hizo, más resistente, más resplandeciente, más suave" 
(Sermón 158, 7).

Dios no necesita de nosotros

"Yerran los que opinan que Dios ordena esto por su propio interés o regocijo. Con motivo se extrañan de que Dios cambie estas cosas, como si por su gusto mudable ordenase que en el antiguo tiempo se le ofreciese una cosa y en el presente otra. Pero ello no es así. Por eso es verdadero Señor, porque no necesita de su siervo, y, en cambio, su siervo necesita de Él. En esa Escritura que llamamos Antiguo Testamento y en aquel tiempo en que se ofrecían aquellos sacrificios que ya no se ofrecen, se dijo: Dije al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Luego no necesitaba Dios de aquellos sacrificios, ni necesitaba jamás de nada ni de nadie. Se trata de símbolos de las realidades que Él reparte, ya infundiendo virtudes en el alma, ya para conseguir la salvación eterna. La celebración y ejecución de esas acciones simbólicas son obligaciones de piedad para utilidad nuestra y no de Dios" 
(Epístola 138, 1, 6).

Dios sabe

"Hombre soy y confieso ignorar lo que está escondido en el pensamiento de Dios. Sea lo que sea, es sin duda lo más justo, lo más sabio, lo más firmemente fundado con una incomparable excelencia sobre todos los juicios de los hombres. Porque es cierto lo que se lee en nuestros libros: Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre, pero el pensamiento de Dios permanece siempre. Dios sabe y nosotros ignoramos lo que nos traerá el tiempo, las facilidades o dificultades que surgirán entre nosotros, la decisión, en fin, que podemos tomar de pronto en conformidad con la corrección o esperanza de corrección que nos traiga el pleito actual… Dejemos a un lado por un momento este cuidado, cuya hora no ha llegado aún, y, si te place, hagamos lo que siempre urge. Porque no hay tiempo alguno en que no sea conveniente y necesario hacer obras con que podamos agradar a Dios, aunque es imposible, o por lo menos muy difícil en esta vida, cumplir eso con tal perfección que no haya en absoluto pecado alguno en el hombre. Por eso, cortando todas las dilaciones, hemos de recurrir a la gracia de Dios" 
(Epístola 104, 3, 11).

Nos conviene adorar a Dios

"Pero no porque Dios necesite de él, puestos que en estos mismos libros está claramente consignado: Dijo al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Miraba Dios el bien del hombre tanto cuando aceptaba como cuando rechazaba o contemplaba esos sacrificios. Es a nosotros a quienes nos conviene adorar a Dios, y no al mismo Dios. Cuando El nos inspira y enseña cómo le hemos de adorar, lo hace por nuestra máxima utilidad y no por indigencia alguna suya. Tales sacrificios son simbólicos y expresan la semejanza de algunas realidades. Por estos signos se nos amonesta a escudriñar, conocer o adorar esas realidades simbólicas en ellos… También los que antes de mí expusieron la palabra de Dios trataron copiosamente de los símbolos de los sacrificios del Antiguo Testamento, como sombras y figuras de lo futuro" 
(Epístola 102, 17).

Deléitate en Dios

”Cuando el alma se deleita en sí misma, no se deleita aun en una cosa inalterable; por eso es soberbia todavía, porque se tiene por lo más alto, siendo así que es más alto Dios. Pero no se la deja sin castigo en su pecado, ya que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. En cambio, cuando el alma se deleita en Dios, en El encuentra el descanso auténtico, cierto y eterno, que en otras partes buscaba y no encontraba. Por eso se la avisa en el salmo: Deléitate en el Señor, y Él satisfará las peticiones de tu corazón" 
(Epístola 55, 10, 18).

El Padre es tu herencia

"Con la vista puesta en esta esperanza se doma el hombre. ¿Hay motivo para considerar intolerable al domador? Se le doma con la mente puesta en esta esperanza. ¿Hay motivo para murmurar contra el domador si alguna vez llega a servirse del látigo?... Tu Dios, tu redentor, tu domador, castigador y padre te corrige. ¿Con qué finalidad? Para recibir una herencia; para lo cual no es preciso en este caso enterrar al padre. Para que tengas como herencia al Padre mismo. Con esta esperanza te corrige, y ¿murmuras? Y si te acaeciere algo desagradable, ¿llegarías a blasfemar? ¿A dónde irías que te alejases de su presencia? Mira; te deja tranquilo y no te azota. Aunque te deje cuando blasfemas, ¿no le oirás cuando te juzgue? ¿No es mejor que te azote y te reciba, antes que perdonándote te abandone?" 
(Sermón 55, 5).

Acercáos a Él y seréis iluminados

“Mas no es así el Dios invisible e incorruptible, quien sólo tiene la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. El hombre no puede verle mediante el órgano corpóreo con que ve los cuerpos. Pero, si fuese inaccesible a las mentes piadosas, no se nos diría Acercaos a Él y seréis iluminados; si a las mentes piadosas fuese invisible, tampoco se nos diría: Le veremos como Él es… Luego en tanto le veremos en cuanto seremos semejantes a Él, puesto que ahora en tanto no le vemos en cuanto que somos desemejantes. Nos permitirá verle aquello que nos asemeja a Él… Esta semejanza debe ponerse, pues, en el hombre interior que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que lo creó. Ahora bien, en tanto nos hacemos semejantes a Dios en cuanto progresamos más y más en su conocimiento y amor" 
(Epístola 92, 3).

El templo de Dios es Santo

“Así, pues, como este edificio visible ha sido construido para reunirnos corporalmente, de la misma manera construimos el edificio que somos nosotros mismos para Dios, que ha de habitarlo espiritualmente. El templo de Dios es santo, dice el Apóstol, y ese templo sois vosotros. Como este lo construimos con piezas terrenas, de idéntica manera hemos de levantar el otro con costumbres bien arregladas. Este se dedica ahora, con motivo de mi visita; el otro, al final del mundo, cuando venga el Señor, cuando esto nuestro corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se revista de inmortalidad, porque nuestro cuerpo humilde se modelará según el cuerpo de su gloria. Ved, pues, lo que dice en el salmo de la dedicación: Tornaste mi llanto en gozo, rompiste mi saco y me ceñiste de alegría para que mi gloria te cante a ti y no me sienta triste. Mientras somos edificados, gime ante Él nuestra humildad; cuando seamos dedicados, le cantará a Él nuestra gloria, porque la edificación requiere fatiga y la dedicación pide alegría” (Sermón 337, 2).

Yo amo al creador

¿Qué me dice el oro? Ámame. Pero ¿qué me dice Dios? Usaré de ti y usaré de tal modo que no me poseas ni me separes de ti... Yo amo al Creador. Bueno es lo que hizo, pero ¡cuánto mayor es quien lo hizo! Aun no veo la hermosura del Creador, sino la ínfima hermosura de las criaturas. Pero creo lo que no veo, y creyendo amo, y amando veo. Callen, pues, los halagos de las cosas muertas, calle la voz del oro y de la plata, el brillo de las joyas y, en fin, el atractivo de esta luz; calle todo. Tengo una voz más clara a la que he de seguir, que me mueve más, que me excita más, que me quema más estrechamente. No escucho el estrépito de las cosas terrenas. ¿Qué diré? Calle el oro, calle la plata, calle todo lo demás de este mundo. Diga el padre: ámame. Diga la madre: ámame. A esas voces replicaré: callad. ¿Acaso es justo lo que exigen? ¿No devuelvo lo que recibí?… Respondemos al padre y a la madre, que dicen justamente: ámanos; respondemos: Os amo en Cristo, no en lugar de Cristo. Estad conmigo en Él, yo no estaré con vosotros sin Él. Pero dirán: no queremos a Cristo. Yo, en cambio, quiero más a Cristo que a vosotros. ¿Perderé a quien me creó para atender a quien me engendró?” 
(Sermón 65 A, 4-5).

Tu nombre es santo

“Por tanto, no queráis pegaros a la tierra quienes habéis encontrado un Padre en el cielo. Vais a decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Comenzasteis a pertenecer a un gran linaje. Bajo este Padre son hermanos el Señor y el siervo, el emperador y el soldado, el rico y el pobre. Todos los cristianos bautizados tienen distintos padres en la tierra, unos nobles, otros plebeyos; pero todos invocan a un mismo Padre, el que está en los cielos. Si allí habita nuestro Padre, allí se nos prepara la herencia. Es tal este Padre, que lo que nos dona hemos de poseerlo en su compañía. Nos da una herencia, pero no nos la da al morir Él. Él no se va, sino que permanece, para que nosotros nos acerquemos a Él. Habiendo oído, pues, a quién dirigimos nuestras peticiones, sepamos también qué hemos de pedir, no sea que ofendamos a tal Padre pidiendo indebidamente. ¿Qué nos enseñó nuestro Señor Jesucristo que pidiéramos al Padre que está en los cielos? Sea santificado tu nombre. ¿Qué beneficio es esto que pedimos a Dios, es decir, que sea santificado su nombre? El nombre de Dios es santo desde siempre; ¿por qué, pues, pedimos que sea santificado, sino para ser santificados nosotros por medio de él? Pedimos que sea santificado en nosotros lo que es santo desde siempre. El nombre de Dios es santificado en vosotros en el momento de ser bautizados. Y una vez que hayáis sido bautizados, ¿por qué vais a pedir eso, sino para que persevere en vosotros lo recibido?” 
(Sermón 59, 2-3).

Vivamos como hijos

“El Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, nos enseñó la oración. Y siendo el mismo Señor, como habéis recibido y proclamado en el símbolo, el Hijo único de Dios, no quiso, sin embargo, ser único. Es el único y no quiso ser único: se dignó tener hermanos. Son aquellos a quienes dijo: Decid: Padre nuestro que estás en los cielos. ¿A quién quiso que llamáramos Padre, sino a su mismo Padre? ¿Tuvo acaso celos de nosotros? A veces los padres, cuando han engendrado uno, dos o tres hijos, tienen miedo a engendrar más, no sea que obliguen a los que vengan a mendigar. Mas, puesto que la herencia que a nosotros se nos promete es tal que, aunque la posean muchos, nadie sufrirá estrecheces, por esto mismo llamó a ser hermanos suyos a los pueblos gentiles, y el que es Hijo único tiene innumerables hermanos que decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Pronunciaron estas palabras hombres que nos han precedido y las pronunciarán quienes nos sigan. Ved cuántos hermanos en su gracia tiene el que es Hijo único al hacer partícipes de su herencia a aquellos por quienes sufrió la muerte. Teníamos padre y madre en la tierra, para nacer a las fatigas y a la muerte. Hemos encontrado otros padres de quienes nacemos para la vida eterna: Dios es el Padre; la Madre, la Iglesia. Pensemos, amadísimos, de quién hemos comenzado a ser hijos y vivamos cual conviene a quienes tienen tal Padre. Ved que nuestro Creador se ha dignado ser nuestro Padre” 
(Sermón 57, 3)

Padre de Misericordia

“El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana. Lejana, es decir, hasta olvidarse de su creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente; gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices. No es de admirar que a este despilfarro siguiese el hambre. Reinaba el hambre en aquella región: no hambre de pan visible, sino hambre de la verdad invisible… Al fin se dio cuenta en qué estado se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y en manos de quién había caído. Y volvió en sí; primero el retorno a sí mismo y luego al Padre. Pues quizá se había dicho: mi corazón me abandonó, por lo cual convenía que ante todo retornase a sí mismo conociendo de este modo que se hallaba lejos del padre… Se levantó y retornó. Había permanecido o bien en tierra, o bien con caídas continuas. Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro” 
(Sermón 112 A, 2-3).

El Padre es Dios

“Esperad en Él, asamblea del nuevo pueblo, pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el Señor; esmérate para ser alumbrado con salud y evitar un aborto propio de fieras. Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para alumbrarte con la luz de la fe. No agitéis con impaciencia las entrañas maternas, estrechando así las puertas del parto. Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad. También Él aceptó la espera del parto temporal, Él que ni sufre mengua por la brevedad del tiempo, ni aumento por la amplitud del mismo, antes bien excluyó desde la eternidad todas las estrecheces y hasta el tiempo mismo. Como aconseja a un niño aquel hombre bondadoso que lo nutría: No seáis niños en vuestro pensar; sedlo en cuanto a la malicia; sed perfectos en el pensar. Como competentes, haceos adolescentes en Cristo competentemente, para crecer cual jóvenes hasta llegar a ser varones adultos. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progreso en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento. Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Suspirad por Él, que conoce quienes son los suyos… Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre. El padre es Dios; la madre, la Iglesia. Estos os engendran de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de felicidad, dicha, gozo y vida. Aquel fue un nacimiento lamentable, este deseable” 
(Sermón 216, 7-8).

Padre de todos los hombres

“Puesto que ya recibisteis, aprendisteis de memoria y recitasteis en público cómo ha de creerse en Dios, recibid hoy cómo se ha de invocar. Cuando se leyó el Evangelio, oísteis de fue el Hijo mismo quien enseñó a sus discípulos y a quienes creen en Él esta oración. Habiéndonos compuesto tales preces tan gran jurista, tenemos esperanza de ganar la causa. Es el asesor del Padre, pues está sentado a su derecha como habéis confesado. Quien ha de ser nuestro juez, ese es nuestro abogado. De allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Retened, pues, esta oración que habéis de proclamar en público dentro de ocho días. Quienes de vosotros no supieron bien el Símbolo, apréndanlo, tienen tiempo todavía. El sábado tendréis que darlo de memoria en presencia de todos los asistentes; es el último sábado, aquel en que vais a ser bautizados. Dentro de ocho días a partir de hoy tendréis que recitar de memoria esta oración que hay habéis recibido. La oración empieza así: Padre nuestro que estás en los cielos. Hemos hallado un Padre en los cielos, veamos cómo hemos de vivir en la tierra. Quien ha hallado tal Padre debe vivir de manera tal que sea digno de llegar a su herencia. Todos juntos decimos: Padre nuestro. ¡Cuánta bondad! Lo dice el emperador y lo dice el mendigo; lo dice tanto el siervo como su señor. Uno y otro dices: Padre nuestro que estás en los cielos. Reconocen que son hermanos cuando tienen un mismo Padre. No considere el señor indigno de su persona el tener como hermano a su siervo, a quien quiso tener como hermano Cristo el Señor” 
(Sermón 58, 1, 2).

Padre, centro de la vida fraterna

“Os exhortamos en el Señor, hermanos, a que os mantengáis en vuestros compromisos y perseveréis hasta el fin. Si la Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo con torpe desidia. Obedeced a Dios con humilde corazón, llevando con mansedumbre a quien os gobierna a vosotros. El dirige a los mansos en el juicio y enseña a los humildes sus caminos. No antepongáis vuestro ocio a las necesidades de la Iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinasen a asistirla, cuando ella da a luz, no hubiésemos encontrado medio de nacer. Como entre el fuego y el agua hay que caminar sin ahogarse ni abrasarse, del mismo modo hemos de gobernar nuestros pasos entre la cima del orgullo y el abismo de la pereza, como está escrito, no declinando ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Porque hay quienes, por excesivo temor de verse arrebatados hacia la cumbre de los soberbios, van a sumergirse en la sima de la izquierda. Y hay asimismo quienes se apartan con exceso de la izquierda, para no verse absorbido por la torpe blandura de la inacción, y se desvanecen en pavesas y en humo, corrompidos y consumidos de la parte contraria, por el fasto de la jactancia. Amad vuestro ocio, carísimos, de modo que os moderéis en toda terrena satisfacción, recordando que no existe lugar alguno donde no pueda tender sus lazos el diablo, que teme vernos volar a Dios. Juzguemos al enemigo de todos los buenos, cuyos cautivos fuimos, pensando que no habrá para nosotros tranquilidad perfecta hasta que pase la iniquidad y el juicio se convierta en justicia” 
(Epístola 48, 2).

Orar sin interrupción

“En la fe, esperanza y caridad oremos siempre con un continuo deseo. Pero a ciertos intervalos de horas y tiempos oramos también vocalmente al Señor, para amonestarnos a nosotros mismos con los símbolos de aquellas realidades, para adquirir conciencia de los progresos que realizamos en nuestro deseo, y de este modo nos animamos con mayor entusiasmo a acrecentarlo. Porque ha de seguirse más abundoso efecto cuanto precediere más fervoroso afecto. Por eso dijo el Apóstol: Orad sin interrupción. ¿Qué significa eso sino desead sin interrupción la vida bienaventurada, que es la eterna, y que os ha de venir del favor del único que os la puede dar? Deseémosla, pues, siempre de parte de nuestro Señor y oremos siempre. Pero a ciertas horas sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por no renovar el fervor con frecuencia…” 
(Epístola 130, 19-20).

Dios es algo íntimo

“Por lo cual, quienes buscan a Dios por intermedio de las potestades rectoras del mundo o de alguna de sus partes, se distancian y son lejos de Dios arrojados, no por intervalos espaciales, sino por diversidad de afecto; se empeñan en caminar por sendas exteriores y abandonan su interior, siendo Dios algo íntimo. Y si oyen hablar y piensan en alguna potestad celeste y santa es para ambicionar su poder, admirable siempre a la flaqueza humana, no para imitar su piedad, medio para conseguir el reposo en Dios. Prefieren, en su orgullo, poder lo que puede el ángel, a ser por la piedad lo que el ángel es… La caridad no infla, y Dios es caridad; y los fieles en el amor descansarán en Él, llamados del estrépito exterior a los gozos recatados. Si Dios es caridad, ¿para qué andar corriendo desolados por las alturas de los cielos y las hondonadas de la tierra en busca de aquel que mora en nosotros, si nosotros queremos estar junto a Él?”
 (La Trinidad 8, 7, 11).

Al Padre le alabaremos siempre

“Leemos en la Escritura: Esto diréis confesando: Todas las obras de Dios son buenas. Luego esta confesión es de alabanza. En otro lugar también dice el mismo Señor: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra. ¿Qué confesaba? ¿Por ventura pecados? El confesar de Cristo era alabar. Oye la alabanza hecha al Padre: Te alabo –dice- porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las revelaste a los párvulos. Luego como después de estas angustias debidas a la corrupción hemos de habitar en la casa de Dios, toda nuestra vida no será más que alabanza de Dios. Se os dijo ya muchas veces que, desaparecida la necesidad, todos los ejercicios u ocupaciones de la necesidad caen por su base, porque no habrá allí otra cosa que hacer. No digo en el día y en la noche, porque allí no hay noche, sino en el día, y, puesto que solo hay día, no habrá otra cosa que hacer si no es alabar a quien amamos, porque entonces también le veremos. Ahora deseamos al que no vemos; entonces ¿de qué modo alabaremos al que vemos y amamos? La alabanza no tendrá fin, porque no lo tiene el amor” 
(Comentario al salmo 141, 19).

Todas las cosas son buenas

“Te desagrada el Creador y Ordenador del mundo. Entonces que no hubiera hecho el sol, puesto que muchos pleitean en sus observaciones sobre las estrellas. ¡Oh si reprimiésemos nuestros vicios! Todas las cosas son buenas, porque es bueno Dios, que hizo todas las cosas. Quien tiene espíritu de investigación, espíritu de sabiduría y piedad, al considerar que todas las cosas son buenas, ve que todas sus obras le alaban. En todo lugar alaban sus obras a Dios. ¡Cómo le alaban todas sus obras por la boca de los tres jóvenes! ¿Qué se omitió en su cántico? Le alaban los cielos, le alaban los ángeles, le alaban los astros, el sol y la luna, el día y la noche; le alaba todo lo que germina en la tierra, todo lo que nada en el mar, todo lo que vuela en el aire; le alaban los montes y los collados, le alaban el calor y el frío; y todas las cosas que hizo Dios oís que alaban a Dios. ¿Por ventura oísteis allí que alaba a Dios la avaricia, que alaba a Dios la lujuria? Estas no alaban, porque Él nos las hizo. Allí alaban a Dios los hombres; Dios es creador del hombre. La avaricia es obra del hombre perverso, el hombre es obra de Dios. ¿Y qué quiere Dios? Destruir lo que tú hiciste en ti y salvar lo que Él hizo” 
(Comentario al salmo 125, 5).

Para conocer a Dios

“Buscas división entre el Padre y el Hijo y no la hallas. Pero ¿cuándo no la hallas? Cuando te elevas sobre ti mismo. Cuando te pones en contacto con algo que es superior a tu mente, entonces es cuando no hallas división. Porque, si alternas con lo que el ánimo extraviado construye, alternas con tus fantasmas, no con el Verbo de Dios: esos tus fantasmas te engañan. Alza tu vuelo sobre el cuerpo y experimenta el sabor del alma; eleva tu vuelo después sobre el alma y experimenta y gusta a Dios. No puedes tocar a Dios si no pasas del alma. ¿Cuánto menos, pues, lo tocarás si permaneces en la carne? Aquellos que gustan de la carne, ¡cuán lejos están de gustar lo que es Dios, cuando ni tendrían ese sabor aunque gustaran ya del alma! Es mucha la separación entre Dios y el hombre cuando gusta de la carne; hay una gran distancia entre la carne y el alma, pero la hay todavía mucho mayor entre el alma y Dios. Si tú estás en el centro de tu alma, estás como en medio. ¿Miras abajo? Cuerpo es lo que ves. ¿Miras arriba? Lo que ves es Dios. Álzate sobre tu cuerpo y también sobre ti mismo. Atiende a lo que el Salmo dice y cómo te enseña a gustar a Dios: Mis lágrimas son, dice, mi alimento de día y de noche, mientras oigo que se me dice: ¿Dónde está tu Dios?” 
(Comentario a Juan 20, 11).

Padre justo

“Lo que consigna este salmo centésimo en el primer versillo es lo que debemos investigar en todo el texto. Misericordia y juicio te cantaré, ¡oh Señor! Nadie se prometa la impunidad por la misericordia de Dios, porque hay también juicio, y nadie, cambiado en mejor, tema el juicio de Dios, puesto que antecedió la misericordia… Dios, por el contrario, en la bondad de la misericordia no abandona el juicio, ni al juzgar con severidad abandona la bondad de la misericordia. Ved que, si distinguimos el tiempo de estas dos cosas: de la misericordia y del juicio, pues quizás no sin motivo guardan cierto orden de prelación en el texto, puesto que no se dijo juicio y misericordia, sino misericordia y juicio, quizás, si distinguimos, repito, el tiempo de estas dos cosas, tal vez hallamos que ahora es el tiempo de la misericordia y el venidero el del juicio. ¿Cómo antecede el tiempo de la misericordia? Ante todo, pon la mirada en Dios para que tú imites al Padre en cuanto Él te conceda. No decimos soberbiamente que nosotros debemos imitar a nuestro Padre, puesto que el mismo Señor, único Hijo de Dios, nos exhorta a esto, diciendo: Sed como vuestro Padre celestial. Cuando dice: Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen, añade: para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre los buenos y los malos y llueve sobre los justos y los impíos. Aquí tenéis la misericordia. Cuando ves a los justos y a los inicuos que contemplan el mismo sol, que perciben la misma luz, que beben de las mismas fuentes, que se sacian con la misma lluvia, que se hartan con los mismos frutos de la tierra, que respiran el mismo aire, que poseen idénticos bienes mundanos, no tengas por injusto a Dios, que da igualmente estas cosas a los justos y a los impíos. Es el tiempo de la misericordia; aún no del juicio. Pues, si primeramente Dios no nos perdonase por la misericordia, no encontraría que coronar por el juicio. Luego, cuando la paciencia de Dios arrastra a los pecadores a penitencia, es el tiempo de la misericordia” 
 (Comentario al salmo 100, 1).

Padre rico en misericordia

“Si buscáis la salvación, poned vuestra esperanza en quien salva a los que esperan en Él. Si deseáis la embriaguez y las delicias, tampoco os las negará. Sólo es preciso que vengáis, lo adoréis, os prosternéis y lloréis en presencia de quien os hizo, y Él os embriagará de la abundancia de su casa y os dará a beber del torrente de sus delicias. Pero estad atentos, no entre a vosotros el pie de la soberbia; vigilad para que no os arrastren las manos de los pecadores. A fin de que no acontezca lo primero, orad para que purifique cuanto oculto hay en vosotros; para que no sobrevenga lo segundo y os tire por tierra, pedid que os libre de los males ajenos. Si estáis tumbados, levantaos; una vez levantados, poneos de pie; puestos de pie, quedad firmes y manteneos en esa postura… El Padre misericordioso saldrá a vuestro encuentro con el vestido originario, Él que no dudó en inmolar el becerro cebado para que desapareciera vuestra pestífera hambre. Comed su carne, bebed su sangre; con su derramamiento se perdonan los pecados, se anulan las deudas y se quitan las manchas. Comed como pobres que sois y quedaréis saciados; entonces os contaréis también vosotros entre aquellos de quienes se dice: Comerán los pobres, y serán saciados. Una vez que estéis saludablemente saciados, eructad su pan y su gloria. Corred a Él y os hará volver; Él es, en efecto, quien hace volver a los alejados, persigue a los fugitivos, encuentra a los perdidos, humilla a los soberbios, alimenta a los hambrientos, suelta a los encarcelados, ilumina a los ciegos, limpia a los inmundos, reconforta a los cansados, resucita a los muertos y libera a los poseídos y cautivos de los espíritus perversos. Os he demostrado que vosotros estáis ahora libres de ellos; al mismo tiempo que os felicito, os exhorto a conservar también en vuestros corazones la salud que se ha manifestado en vuestro corazón”
(Sermón 216, 9-11).

Amar a Dios por Dios

“En cuanto más inmunizados estemos contra el hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor ¿de qué está lleno sino de Dios?...Notad con cuánto encarecimiento encomienda el apóstol san Juan la caridad fraterna: El que ama a su hermano, dice, está en la luz, y escándalo no hay en él. Es evidente que la perfección para el Apóstol radica en el amor al hermano; porque aquel en quien no hay escándalo es, sin duda, perfecto. Parece, no obstante, silenciar el amor de Dios, cosa que jamás haría si en la misma caridad fraterna no se incluyese el amor de Dios. Lo dice con toda claridad poco después en la misma Carta: Carísimos, amémonos mutuamente, porque la caridad procede de Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad… Quien no ama al hermano, que ve, ¿cómo amará a Dios, a quien no ve, pues es amor, del que está ayuno el que no ama al hermano? A Dios hemos de amarle incomparablemente más que a nosotros mismos; al hermano, como nos amamos a nosotros; y cuanto más amemos a Dios, más nos amamos a nosotros mismos. Con un mismo amor de caridad amamos a Dios y al prójimo, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios”
(La Trinidad 8, 8, 12).

Eres recompensa de los humildes

“El salmo 104 es el primero entre los que llevan por título Aleluya. La significación de esta palabra, o más bien de estas dos palabras, es alabar al Señor. De aquí que comience el salmo diciendo: Confesad o alabad al Señor e invocad su nombre. Esta confesión ha de entenderse que es de alabanza, así como aquella: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra. A la alabanza suele seguir la invocación o petición, en donde el que ruega expresa el deseo. De aquí que también la oración dominical tiene en su comienzo una brevísima alabanza, la cual es: Padre nuestro, que estás en los cielos; y a continuación se expresan las cosas que se piden. De aquí que también se dice en otro lugar en un salmo: Te confesamos, ¡oh Dios!, te confesamos e invocamos tu nombre. Esto se expresa más claro en otro salmo: Invocaré al Señor alabando, y me veré libre de mis enemigos. De igual modo, también dice aquí: Confesad al Señor e invocad su nombre, lo cual es como si dijera: Alabad al Señor e invocad su nombre. Sin duda, oye el que invoca quien ve al que alaba y ve al que alaba aquel que percibe al amante. ¿En qué quiso demostrar el Señor de manera especial el amor para con el buen siervo sino en lo que le dijo: Apacienta mis ovejas? De aquí que también continúa diciendo este salmo: Anunciad entre las naciones sus obras. O más bien, consignando la palabra griega, que muchos códices latinos conservan, evangelizad entre las gentes sus obras. ¿A quiénes se dice esto? Proféticamente a los evangelistas” 
(Comentario al salmo 104, 1).

Todo confiesa tus maravillas

“Los cielos confesarán tus maravillas, ¡oh Señor! Los cielos no confesarán sus méritos, sino tus maravillas, ¡oh Señor! En toda misericordia a favor de los criminales, en toda justificación de los impíos, ¿qué alabamos sino las maravillas de Dios? Alabas porque resucitaron los muertos; alaba todavía más, porque fueron redimidos los inicuos. ¡Cuán inmensa es la gracia, cuán inmensa es la misericordia de Dios! Ves a un hombre entregado ayer a la vorágine de la embriaguez, hoy lo vemos adornado de la sobriedad. Ves a un hombre que ayer blasfemaba de Dios, hoy le contemplamos alabándole. Ves a un hombre que ayer adoraba a la criatura, hoy adora al Creador. Así desisten los hombres de todas estas incredulidades; no miren sus méritos; se hagan cielos; cielos que confiesen las maravillas de Aquel por quien fueron hechos los cielos. Porque veré –dice- los cielos, obra de tus dedos. Los cielos confesarán tus maravillas, ¡oh Señor! Para que conozcáis que los cielos han de confesar, ved en dónde confiesan, pues prosigue: Y tu verdad en la Iglesia de los santos. No hay duda que los cielos son los predicadores de la verdad. Pero ¿en dónde han de confesar tus maravillas y verdad? En la Iglesia de los santos. Reciba la Iglesia el rocío de los cielos; lluevan los cielos en la tierra sedienta, y produzca, al recibir la lluvia, frutos buenos, obras buenas; no produzca espinas en recompensa de la buena lluvia para que así no espere el fuego en lugar del granero. Confesarán los cielos tus maravillas, ¡oh Señor!, y tu verdad en la Iglesia de los santos. Luego los cielos confesarán tus maravillas y verdad. Todo lo que anuncian de ti procede y tuyo es; por lo mismo, predican seguros. Conocen, pues, a quien predican; por eso no pueden avergonzarse de lo que predican”
(Comentario al salmo 88, 1, 6).

Tu Hijo nos lleva en brazos

“Como se prometió el reino de los cielos a los pecadores que no permanecen en pecado, sino que se libran de él y obran la justicia, lo cual no lo consiguen si no es, como dije, por la ayuda de la gracia y mediante Aquel que siempre es justo, parecía increíble que Dios se preocupase de tal manera de los hombres. Quienes al presente desconfían de la gracia divina y no quieren convertirse a Dios alejándose de las malas costumbres para ser justificados por Él, y así comiencen, borrados todos sus pecados por el perdón de Dios, a vivir justamente en Aquel que jamás vivió injustamente, tienen grabado en sí mismos el pensamiento pernicioso de que Dios no se preocupa de las cosas humanas, y, por tanto, dicen que el Creador y gobernador de este mundo no puede pensar cómo viva cada uno de los mortales en la tierra. Así el hombre, que fue hecho por Dios, no cree que Dios se preocupa de él. A este hombre, si podemos hablarle, si nos atiende primero y después nos da cabida en su corazón, si no nos rechaza al buscarle, prefiriendo ser encontrado estando perdido, podríamos decirle: ¡Oh hombre!, ¿cómo no te ha de tener Dios en cuenta después de creado siendo así que se preocupó antes de ti para hacerte? ¿Por qué piensas que no has de ser contado en el gobierno de las cosas creadas? No creas al seductor; tus cabellos están contados por el Creador. Esto dijo el Señor a sus discípulos en el Evangelio para que no temiesen la muerte ni creyesen que con la muerte había de perecer algo suyo. Ellos temían sobremanera por la muerte del alma, pero Él les aseguró también los cabellos. Por tanto, ¿perecerá el alma de aquel que no perece el cabello? Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo que Dios prometía, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, partiendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo hizo escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fe; y no a cualquier príncipe o a un ángel o arcángel, sino a su único Hijo, para que por medio de Él nos mostrase y ofreciese el camino por el que nos había de conducir al fin que nos prometió. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino, por eso le hizo camino, para que anduviésemos mediante Él, dirigiéndonos y caminando por Él”
(Comentario al salmo 109, 2).

Tú creaste todo

“He aquí que ante mí aparece como en enigma la Trinidad, que eres tú, Dios mío. Porque tú, Padre, en el principio de nuestra Sabiduría, que es tu Sabiduría, nacida de ti y coeterna contigo, esto es, en tu Hijo, hiciste el cielo y la tierra. Muchas cosas hemos dicho ya del cielo del cielo, y de la tierra invisible e incompuesta, y del abismo tenebroso según la defectibilidad vagarosa de la informidad espiritual en que hubiera permanecido si no se hubiese convertido a aquel que la había dado aquella especie de vida y mediante la iluminación se hubiese hecho vida hermosa y llegado a ser cielo del cielo de aquel que después fue hecho entre agua y agua. Ya tenía, pues, al Padre, en el nombre de Dios, que hizo estas cosas; y al Hijo, en el nombre del principio, en el cual las hizo; y creyendo en mi Dios Trinidad, como le creía, tal yo le buscaba en sus sagrados oráculos; y vez que tu Espíritu era sobrellevado sobre las aguas. He aquí a mi Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas”
(Confesiones 13, 5, 6).

Dios Padre Todopoderoso

“Creo en Dios Padre todopoderoso. Ved cuán pronto se dice y cuál es su valor. Es Dios y es Padre: Dios por la potestad, Padre por la bondad. ¡Qué dichosos somos los que hemos encontrado a Dios como nuestro Padre! Creamos, pues, en Él y esperémoslo todo de su misericordia, puesto que es todopoderoso; por eso creemos en Dios Padre todopoderoso. Que nadie diga: No puede perdonarme mis pecados. ¿Cómo no va a poderlo el todopoderoso? Pero insistes: Es mucho lo que he pecado. Yo insisto también: Pero Él es todopoderoso. Y tú: Son tales los pecados que he cometido, que no puedo ser liberado ni purificado de ellos. Te respondo: Pero Él es todopoderoso. Ved lo que le cantáis en el salmo: Bendice, alma mía, al Señor y no olvides los beneficios de quien es misericordioso con todas tus iniquidades y sana todas tus enfermedades. Para esto no es necesaria su omnipotencia. Era necesaria a toda la creación para ser creada: Él es todopoderoso para hacer lo mayor y lo menor, lo celeste y lo terrestre, lo inmortal y lo mortal, lo espiritual y lo corporal, lo visible y lo invisible; es grande en las cosas grandes, sin ser pequeño en las pequeñas; para acabar, es todopoderoso para hacer cuanto quiera. Digo también las cosas que no puede: no puede morir, no puede pecar, mentir, ser engañado; son tantas las cosas que no puede, que, si estuviesen en su posibilidad, dejaría de ser todopoderoso. Creed, pues, en Él y confesadlo: pues con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salvación. Por tanto, una vez que hayáis creído, es preciso que confeséis la fe, recitando el símbolo. Recibid ahora lo que debéis retener, luego recitar y nunca olvidar”
(Sermón 213, 2).

Manjar soy de Grandes

“Quien conoce la verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la eternidad. La Caridad es quien la conoce. ¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad! Tú eres mi Dios; por ti suspiro día y noche, y cuando por vez primera te conocí, tú me tomaste para que viese que existía lo que había de ver y que aun no estaba en condiciones de ver. Y reverberaste la debilidad de mi vista, dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de horror. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de la desemejanza, como si oyera tu voz de lo alto: Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí. Y conocí que por causa de la iniquidad corregiste al hombre e hiciste que se secara mi alma como una tela de araña, y dije: ¿Por ventura no es nada la verdad, porque no se halla difundida por los espacios materiales finitos e infinitos? Y tú me gritaste de lejos: Al contrario. Yo soy el que soy, y lo oí como se oye interiormente en el corazón, sin quedarme lugar a duda, antes más fácilmente dudaría de que vivo, que no de que no existe la verdad, que se percibe por la inteligencia de las cosas creadas”
(Confesiones 7, 10, 16).

Somos su heredad

"¡Oh Señor, Dios mío!; para que lleguemos a ti, haznos felices con tu felicidad. No queremos la que procede del oro, ni de la plata, ni de las fincas; no queremos la que procede de estas cosas terrenas, vanísimas y pasajeras, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Haznos dichosos de no perderte a ti. Si te poseemos a ti, ni te perdemos, ni perecemos. Haznos dichosos con la dicha que procede de ti, porque dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Tampoco Él se aíra si llegamos a decir que Él es nuestra finca, nuestra posesión. Leemos que Dios es la parte de mi heredad. Cosa sublime, hermanos; somos su heredad y es nuestra heredad, porque nosotros le adoramos a Él y Él nos cultiva a nosotros. No significa para Él ninguna afrenta el cultivarnos, porque si nosotros le adoramos a Él como nuestro Dios, Él nos cultiva a nosotros como campo suyo. Y para que sepáis que Él nos cultiva, escuchad a aquel que nos envió: Yo soy, dijo, la vid y vosotros los sarmientos; mi padre es el agricultor. Luego nos cultiva. Si damos fruto, prepara el hórreo; si, por el contrario, quisiéramos permanecer estériles con tan experto agricultor, y en lugar de trigo produjéramos espinas... No quiero decir lo que sigue" 
(Sermón 113, 6)

Padre Salvador

“¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que le entregaste por nosotros, impíos! ¡Oh cómo nos amaste, haciéndose por nosotros, quien no tenía por usurpación ser igual a ti, obediente hasta la muerte de cruz, siendo el único libre entre los muertos, teniendo potestad para dar su vida y para nuevamente recobrarla! Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima, y por eso vencedor, por ser víctima; por nosotros sacerdote y sacrificio ante ti, y por eso sacerdote, por ser sacrificio, haciéndonos para ti de esclavos hijos, y naciendo de ti para servirnos a nosotros. Con razón tengo yo gran esperanza en Él de que sanarás todas mis languores por su medio, porque el que está sentado a tu diestra te suplica por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son las dolencias, sí; muchas y grandes son, aunque más grande es tu Medicina. De no haberse hecho tu Verbo carne y habitado entre nosotros, con razón hubiéramos podido juzgarle apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros”
(Confesiones 10, 43, 69).

Padre invocado por sus hijos

“Narrad todas sus maravillas, puede referirse a lo que se consignó: cantadle; y lo siguiente: Gloriaros en su santo nombre, a salmodiarle. Es decir, lo primero a la provechosa palabra, con la cual se cantan y se narran todas sus maravillas; y lo segundo, a la buena obra con la que se salmea, sin querer nadie ser alabado por la buena obra, como si lo ejecutara por sus propios méritos. Por esto, como dijo gloriaros, lo que ciertamente pueden con razón hacer los que obran bien, añadió en su santo nombre, para que quien se gloría, se gloríe en el Señor. Luego los que quieren salmear, no a sí sino a Él, eviten obrar la justicia delante de los hombres para que los vean; de otro modo, no tendrán recompensa delante del Padre, que está en los cielos. No obstante, hagan brillar sus obras ante los hombres; pero no con el fin de ser vistos por ellos, sino para que, viendo sus obras buenas, glorifiquen a su Padre, que está en los cielos. Esto es gloriarse en su santo nombre. De aquí que se lee en otro salmo: Mi alma se gloría en el Señor; lo oigan los mansos y se regocijen. Esto mismo se dice aquí al añadir: Alégrese el corazón de los que buscan al Señor. Así se regocijan los mansos, que no imitan con celo mordaz a los que obran bien” 
(Comentario al salmo 104, 2).

Os manifestaré al Padre

“Cuando Cristo haya consignado el reino al Padre, es decir, cuando haya conducido los creyentes, que viven ahora de fe, por los cuales intercede como mediador, a la contemplación, por la cual gemimos y suspiramos; pues pasado el trabajo y terminada la fatiga, ya no intercederá por nosotros. Tal es el sentido de las palabras que siguen: Esto os lo he dicho en parábolas; llegará la hora en que ya no os hablaré más en enigmas, antes claramente os hablaré del Padre. Que fue decir: cesarán las semejanzas cuando la visión sea cara a cara. Cuando dice: Claramente os hablaré del Padre, es como si dijera: Os manifestaré claramente al Padre. Y dice: hablará, porque es su Verbo. Sigue el texto: Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me amáis y creéis que yo he salido de Dios. Salí del Padre y vine al mundo, de nuevo dejo el mundo y voy al Padre…Los que esto creen, dignos son de pasar de las sombras de la fe a las claridades de la visión, cuando el Hijo consigne el reino al Padre. Los fieles redimidos con su sangre son este reino de Cristo, por los cuales ahora intercede; pero al arribar a la etapa final, donde es igual al Padre, les hará adherirse a Él y no intercederá por ellos. El mismo Dios, dice, os ama. Intercede ahora como inferior, entonces escuchará con el Padre en cuanto igual… La fe nos conducirá a la visión, porque nos amará tales como quiere que seamos” 
(La Trinidad 1, 10, 21).

¿Quién es el que ama a Dios?

“Pero en aquel día en que vivamos con la vida, que absorbe a la muerte, veremos que Él está en el Padre, nosotros en Él y Él en nosotros; porque entonces llegará a la perfección lo que ahora Él tiene ya comenzado, es decir, su morada en nosotros y la nuestra en Él. El que recibe mis mandamientos y los guarda, este es el que me ama. El que los conserva en su memoria y los guarda en su vida; el que los conserva en sus conversaciones y los refleja en sus costumbres; el que los conserva en sus oídos y los guarda en sus obras; el que los guarda en sus obras y los conserva con perseverancia, este es el que verdaderamente me ama. El amor debe manifestarse en las obras para que no sea una palabra infructuosa. Y añade que el que me ama, será amado por mi Padre, y yo también le amaré y me manifestaré a él. ¿Dice acaso que lo amará porque ahora no le ame? No. ¿Cómo nos ha de amar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre? ¿Han de ser independientes en el amor siendo inseparables en sus operaciones? Pero dijo: Yo le amaré, para concluir: Y me manifestaré a él. Le amaré y manifestaré, es decir, le amaré para manifestarme. Ahora nos ama para que creamos y guardemos el precepto de la fe; entonces nos amará para que le veamos y recibamos esta visión como premio de la fe. También nosotros amamos ahora creyendo lo que entonces veremos, y entonces amaremos viendo lo que ahora creemos” 
(Comentario a Juan 75, 4-5).

Te invoco

“Grande eres, Señor, y laudable sobremanera; grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene número. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña partede tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás deser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que lo buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador” 
(Confesiones 1, 1, 1).

Te Alabo

“¡Dios bueno!, ¿qué es lo que pasa en el hombre para que se alegre más de la salud de un alma desahuciada y salvada del mayor peligro que si siempre hubiera ofrecido esperanzas o no hubiera sido tanto el peligro? También Tú, Padre misericordioso, te gozas más de un penitente que denoventa y nueve justos que no tiene necesidad depenitencia; y nosotros oímos con grande alegría el relato de la oveja descarriada, que es devuelta al redil en los alegres hombros del Buen Pastor, y el de la dracma, que es repuesta en tus tesoros después delos parabienes de las vecinas a la mujer que la halló. Y lágrimas arranca de nuestros ojos el júbilo de la solemnidad de tu casa cuando se lee en ella de tu hijo menor que era muerto y revivió, había perecido y fue hallado. Y es que tú te gozas en nosotros y en tus ángeles, santos por la santa caridad, pues tú eres siempre el mismo, por conocer del mismo modo y siempre las cosas que no son siempre ni del mismo modo”


(Confesiones 8, 3, 6).

El sumo Bien

“Pero me objetas: ¿Por qué desfallecen? Porque son mudables. ¿Por qué son mudables? Porque no poseen el ser perfecto. ¿Por qué no poseen la suma perfección del ser? Por ser inferiores al que las crió. ¿Quién las crió? El ser absolutamente perfecto. ¿Quién es él? Dios, inmutable Trinidad, pues con infinita sabiduría las hizo y con suma benignidad las conserva. ¿Para qué las hizo? Para que fuesen. Todo ser, en cualquier grado que se halle, es bueno, porque el sumo Bien es el sumo Ser”
 (La verdadera religión 18, 35)

Es lo que tiene

"Pero aquella divina sustancia es lo que tiene, yde tal manera tiene la ciencia, que la ciencia, por la cual sabe, no es distinta de la esencia desu ser: ambas cosas son una sola; ni siquiera debe decirse ambas cosas, donde no hay más que una simplicísima unidad. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, y Él no es distinto dela vida que tiene, y dio al Hijo tener la vida en sí mismo, es decir, engendró un Hijo, que también Él fuese la vida, así también lo dicho del Espíritu Santo: No dirá nada por sí mismo, sino dirá lo que ha oído, debemos entenderlo en el sentido de que no procede de sí mismo. Solamente el Padre no procede de otro. El Hijo nació del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre; mas el Padre no ha nacido ni procedede otro. Y no se le ocurra al humano pensamiento imaginar alguna desigualdad en aquella Trinidad augusta: porque el Hijo es igual a Aquel de quien nació, y el Espíritu Santo es igual a Aquel de quien procede… Para Él oír es saber, y el saber es el ser, como hemos explicado. Pero, por no tener el ser de sí mismo, sino de Aquel de quien procede, de Él tiene la esencia, de Él tiene la ciencia, de Él tiene asimismo la audición, que no es otra cosa que la misma ciencia"


(Comentario a Juan 99, 4).

La unidad de la Trinidad

“En consecuencia, quien esto lea, si tiene certeza, avance en mi compañía; indague conmigo, si duda; pase a mi campo cuando reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así marcharemos, con paso igual, por las sendas de la caridad en busca de aquel de quien está escrito: Buscad siempre su rostro. Esta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia del Señor, nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende la unidad en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe materia donde con mayor peligro se desbarre ni se investigue con más fatiga, o se encuentre con mayor fruto… Mas, si alguien se lamenta de no entender mi lenguaje porque nunca fue capaz de comprender tales cosas, aunque estén expuestas con agudeza y diligencia, trate consigo de adelantar en los deseos y estudios, pero no pretenda hacerme enmudecer con sus lamentos y ultrajes”
(La Trinidad 1, 3, 5).

Adeliciarnos en el Dios Trinidad

“A causa de esta inseparable unidad, basta, a veces, nombrar al Padre solo, o al Hijo solo, para significar que su rostro nos abastecerá dealegrías. No podrá ser excluido de esta unidad el Espíritu de ambos, es decir, el Espíritu del Padre y del Hijo. Este Espíritu Santo se dice Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir. Nuestro gozo será plenitud al adeliciarnos en el Dios Trinidad, a cuya imagen hemos sido creados. Por eso se habla, alguna vez, del Espíritu Santo como si bastase para nuestra bienandanza, y basta porque es inseparable del Padre y del Hijo; como también es suficiente el Padre, pues no puede existir separado del Hijo y del Espíritu Santo; como asimismo es suficiente el Hijo, por estar inseparablemente unido al Padre y al Espíritu Santo”


(La Trinidad 1, 8, 18).

Honra al Dios increado

“Esta trinidad del alma no es imagen de Dios por el hecho de conocerse el alma, recordarse y amarse, sino porque puede recordar, conocer y amar a su Hacedor. Si esto hace, vive en ella la sabiduría; de lo contrario, aunque se recuerde a sí misma, se comprenda y se ame, es una ignorante. Acuérdese, pues, de su Dios, a cuya imagen ha sido creada; conózcale y ámele. Y para decirlo más brevemente: honre al Dios increado, que le hizo capaz de Él y a quien puede poseer por participación; por esto está escrito: ¡Mira! El culto de Dios es sabiduría. Y no lo es por su luz propia, sino por participaciónde la luz suprema, do reinará eternamente feliz. Y, en este sentido, la sabiduría del hombre es también sabiduría de Dios. Sólo entonces es verdadera; porque, si es humana, es vanidad”
(La trinidad 14, 12, 15).