Perseverar en la Fe

“No debe decirse que, perseverando en el desorden hasta el fin de su vida, han perseverado en Cristo hasta el fin, porque perseverar en Cristo es perseverar en su fe. Y esta fe, según la definición del Apóstol, obra por la caridad. Y la caridad, como dice en otra parte, no obra mal”
 (La ciudad de Dios 21, 25, 4).

Ordena la Fe

“Así vino a los afligidos y fatigados el médico Cristo, que dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Convoca a los pecadores a la paz, y a los enfermos a la curación. Ordena la fe, la continencia, la templanza, la sobriedad; refrena el deseo de dinero; nos dice qué hemos de hacer, qué hemos de observar” 
(Sermón 278, 5).

Firmísimos en la fe

“Se poseerá otra salud; otra es la que se espera, y por eso los mártires se mantenían firmísimos en la fe, puesto que despreciaron lo que tenían para recibir lo que esperaban. Hay salud y salud; una la conocían y en la otra creían; una la veían, otra no la veían. ¡Qué fe, amadísimos, qué fe! Desprecia lo que ves; llegará lo que crees”
 (Sermón 396 D).

La Fe Espiritual

"Donde estaba ausente el dolor, estaba presente la fe. La fe espiritual había arrojado del corazón el dolor carnal. Veías que no perdías al hijo, sino que lo enviabas por delante. Todo tu gozo era el deseo de seguirlo” 
(Sermón 284, 2).

Camino con vosotros en la Fe

 “Si es posible que, aun conociendo alguna cosa, sea incapaz de exponérosla, ¡cuánto más difícil será para mí el hablar, si también yo, hermanos, camino con vosotros en la fe y no en la visión! Esto por lo que se refiere a mí. ¿Qué decir del Apóstol? El consuela nuestra ignorancia y edifica nuestra fe al afirmar: Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado. Pero una sola cosa persigo: olvidando lo de atrás y en tensión hacia lo que está delante, persigo la palma de la suprema vocación;palabras con las que demuestra que aún se encuentra en el camino. Y en otro lugar dice: Mientras vivimos en este cuerpo somos peregrinos lejos del Señor, pues caminamos por la fe, no por la visión. Y también: En esperanza hemos sido salvados” 
(Sermón 362, 4).

La Unidad de la Fe

 “Como cada año, celebramos hoy la festividad de la venida del Espíritu Santo, que merece una afluencia masiva, a la vez que gran solemnidad en las lecturas y en el sermón. Las dos primeras cosas son ya una realidad, puesto que os habéis reunido muchísimos y habéis escuchado las lecturas cuando se leyeron. Vayamos adelante con la tercera; no falte el obsequio de nuestra lengua a quien concedió a unos  ignorantes el hablar todas las lenguas, sometió las lenguas de los hombres cultos en todos los pueblos y congregó las distintas lenguas de los pueblos en la unidad de la fe” 
(Sermón 269, 1).

´Seguir con Fe íntegra

“Sigamos sus huellas con la fe, y sigámosle también en el desprecio del mundo. Los premios celestiales no se prometen solamente a los mártires, sino también a quienes siguen a Cristo con fe íntegra y perfecto amor… Y, si es llamada por Dios antes de llegar al combate, la fe dispuesta para el martirio recibirá, sin pérdida de tiempo, la recompensa de manos del juez divino. En tiempos de persecución se corona la milicia; en tiempos de paz, la constancia”
 (Sermón 303, 2).

Si tuvierais Fe

“¿No es un hortelano quien sembró el grano de mostaza, esa semilla pequeñísima y llena de vigor? Semilla que creció, se elevó y se convirtió en un árbol tan grande que hasta las aves del cielo reposan en sus ramas. Si tuvierais fe, dice el mismo Señor, como un grano de mostaza... Poca cosa parece el grano de mostaza; nada es más despreciable a la vista, y, sin embargo, nada tiene más vigor. Todo lo cual, ¿qué otra cosa significa sino el entusiasmo extraordinario y la fuerza íntima de la fe en la Iglesia?” 
(Sermón 246, 3).

Cree en tu protector

“Así, pues, cuanto de malo e ilícito se sugiera a tu corazón, cuantos malos deseos surjan de tu carne contra tu alma, son dardos de aquel enemigo que te reta a un combate singular. Acuérdate de luchar. Tu enemigo es invisible, pero invisible es también tu protector. No ves a aquel contra quien lucha, pero crees en aquel que te protege. Y, si tienes los ojos de la fe, hasta lo ves, pues todo fiel ve con los ojos de la fe al adversario que lo reta día a día” 
(Sermón 335 K, 3).

La Palabra escuchada con Fe

“Habiéndoseles prometido el perdón y la impunidad, creyeron, y, vendiendo cuanto poseían, pusieron el precio de la venta de sus cosas a los pies de los apóstoles, tanto más aterrados cuanto más buenos. Un temor mayor apagó en ellos la sed de placeres. Esto lo hicieron quienes dieron muerte al Señor. Lo hicieron y siguen haciéndolo muchos otros después. Lo sabemos; tenemos los ejemplos ante los ojos; son muchos los que nos producen consuelo y satisfacción, puesto que la palabra de Dios no queda infecunda en quienes la escuchan con fe”
 (Sermón 301 A, 4).

Encomendarnos la Fe

“¿Crees tú, le dice, en el Hijo de Dios? A lo cual él, aún untado del barro, respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? El Señor: Acabas de verlo; el que habla contigo, ése es. Le lavó el rostro. Y, viendo ya con el corazón, adoró a su Salvador. Esto que Jesús hizo corporalmente con el ciego de nacimiento, lo hace con el género humano de una manera milagrosa; pero hizo este prodigio para encomendarnos la fe; aquella fe que todos los días abre los ojos del humano linaje, como abrió los del mismo ciego”
 (Sermón 136 A, 4).

A Cristo se le toca con la Fe

“Los hechos pasados, al ser narrados, son luz para la mente y encienden la esperanza en las cosas futuras.  Iba Jesús a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, cuya muerte le había sido ya anunciada. Y, estando él de camino, como de través, se cruza una mujer aquejada de enfermedad, llena de fe, con flujos de sangre, que había de ser redimida de la sangre. Dijo en su corazón: Si tocare aunque sólo fuera la orla de su vestido, quedaré sana. Cuando lo dijo, tocó. A Cristo se le toca con la fe. Se acercó, tocó y se hizo lo que creyó” 
(Sermón 63 B, 1).

Adhiérete por la Fe

“Primeramente adhiérete mediante la fe; luego te unirás a él en la realidad. Por el momento, en calidad de peregrino, caminas por la fe y la esperanza. Cuando hayas llegado, gozarás de aquel a quien, mientras eres peregrino, amaste. El mismo fundó la patria, para que te dieses prisa en llegar a ella. Desde ella te envió cartas, para que no difieras regresar de tu peregrinación” 
(Sermón 22 A, 4).

Invocar al que creímos

“Fueron enviados, pues, los predicadores y predicaron a Cristo. Con su predicación los pueblos creyeron; oyendo, creyeron; creyendo, le invocaron. Puesto que se dijo con toda razón y verdad: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído?, por esto mismo habéis aprendido antes lo que debéis creer y hoy habéis aprendido a invocar a aquel en quien habéis creído” 
(Sermón 57, 1).

Recta fe y obras

“Poned vuestra esperanza en el Señor y añadid las buenas obras a la recta fe. Confesad que Cristo vino en la carne, con la fe y con una vida santa; considerad que una y otra cosa la habéis recibido de Dios y esperad que él os las aumente y perfeccione. Pues maldito es el hombre que pone su esperanza en el hombre y buena cosa es para el hombre que el que se gloríe, se gloríe en el Señor” 
(Sermón 183, 15).

La obra de la fe

“¿Y cuál es ahora la obra de la fe? Con tantos testimonios de las Escrituras, con tan múltiples lecturas, con tan variadas y abundantes exhortaciones, ¿qué es lo que hace la fe, sino que ahora veamos, aunque oscuramente, como en un espejo, y después cara a cara?”
 (Sermón 53, 12).

Anticipado con su fe

“Estas palabras se refieren a la resurrección en el espíritu, que tiene lugar ahora por la fe. Mas para no dar la impresión de que la propone como para un futuro todavía lejano, a pesar de no haber dicho: «Pasará de la muerte a la vida», sino: Ha pasado de la muerte a la vida; para que no pareciese que se sirve del tiempo en pasado en forma simbólica… Quienes escuchen esa voz vivirán, es decir, vivirán con la vida que indicó antes al decir: Ha pasado de la muerte a la vida. En estas palabras ha mencionado a los que se verán libres del tormento del juicio, porque lo han anticipado con su fe, y pasan de la muerte a la vida”
 (Sermón 362, 25).

Una resurrección en la Fe

“Hay, en efecto, una resurrección en la fe, según la cual todo el que cree resucita en el espíritu. Y resucitará para su bien en el cuerpo aquel que haya resucitado antes en el espíritu, pues quienes no hayan resucitado antes en el espíritu por la fe no resucitarán en el cuerpo para aquella transformación en que será asumida y absorbida toda corrupción, sino que resucitarán íntegros para el castigo… La muerte según el espíritu consiste en no creer las vanidades que se creían y en no hacer el mal que se hacía, y la resurrección según el espíritu, en creer las cosas saludables que no se creían y en hacer el bien que no se hacía” 
(Sermón 362, 23).

Al tocarle lo reconoció

“Escuchasteis cómo a los que creen sin haber visto los alaba el Señor por encima de los que creen porque han visto y hasta han podido tocar. Cuando el Señor se apareció a sus discípulos, el apóstol Tomás estaba
ausente; habiéndole dicho ellos que Cristo había resucitado, les contestó: Si no meto mi mano en su costado, no creeré. ¿Qué hubiera pasado si el Señor hubiese resucitado sin las cicatrices? ¿O es que no
podía haber resucitado su carne sin que quedaran en ella rastros de las heridas? Lo podía; pero, si no hubiese conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas en nuestro corazón. Al
tocarle, lo reconoció. Le parecía poco el ver con los ojos; quería creer con los dedos”
(Sermón 145 A).

Todo es fruto de la gracia

“Habiendo sido todo esto fruto de la gracia, o sea, don del Espíritu Santo, se ve la razón de convencer el Espíritu Santo al mundo de pecado, por no haber creído en Cristo, y de justicia, porque los de buena voluntad creyeron, aun sin ver, a aquel en quien creyeron, y esperaron que, por su resurrección, también ellos habían de resucitar plenamente; y de condena, porque, si los que no creyeron hubiesen tenido voluntad de hacerlo, nadie se lo habría impedido, pues el príncipe de este mundo ya fue sentenciado” 
(Sermón 143, 5).

Creer en mí

“Por su divinidad está siempre con nosotros; pero, de no alejársenos corporalmente, veríamos siempre su cuerpo con ojos carnales y no llegaríamos a creer espiritualmente; y esta fe es necesaria, para que, justificados y beatificados por ella y limpio el corazón, merezcamos contemplar a este mismo Verbo Dios en Dios, por cuyas manos fueron hechas todas las cosas y se hizo carne para morar entre nosotros. Y si no es tocando con la mano, sino con el corazón, como se cree para justificarse, con razón ha de ser culpado de injusticia el mundo, que no quiere creer si no ve. Y para que nosotros tuviésemos la justicia de la fe, de la que será culpado el mundo incrédulo, dijo el Señor: De justicia, porque voy al Padre, y no me veréis. En otros términos: Esta es vuestra justificación: creer en mí, vuestro mediador”
 (Sermón 143, 4).

Creyó lo que oyó

“Para daros cuenta de que aún no veía, considerad que, cuando el Señor le preguntó: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?, respondió de esta manera: ¿Quién es ése, Señor, para que crea en él? Y el Señor: Lo has visto; el que está hablando contigo, ése es; lo has visto con los ojos de la carne; vele también con los ojos del corazón. ¿Cuándo lo vio con los ojos del corazón? Cuando le escuchó y creyó lo que oyó”
 (Sermón 136 B).

Nos manda creer

“Dios no manifiesta ahora lo que nos manda creer; y no lo manifiesta para que sea recompensa de la fe. Si te lo manifestase, ¿qué mérito tendrías en creerlo? No se trataría de creer, sino de ver. Dios no te lo manifiesta por este motivo principal: para que creas. Te manda que creas y te pospone el ver; pero si no crees cuando te ordena creer, no te reserva la realidad de aquello en que crees; al contrario, te reserva aquello con lo que el rico era atormentado”
 (Sermón 113, 4).

Que esta fe os empape

“Cada uno es Dios, y la misma Trinidad es un solo Dios. Que esta fe empape vuestros corazones y dirija vuestra confesión. Cuando escuchéis el símbolo, creedlo para entenderlo, para que, a medida que progresáis, podáis comprender lo que creéis”
 (Sermón 214, 10).

Ensanchaos por la fe

“Creed, pues, que el precepto del Padre es la vida eterna y que el Hijo en sí mismo es la vida eterna; admitidlo así, creedlo así para que lo entendáis; porque, según el profeta, si no creéis, no entenderéis. Si no podéis abarcarlo, ensanchaos. Oíd al Apóstol: Dilataos; no os juntéis bajo un mismo yugo con los  infieles, que os son tan desiguales. Quienes rehúsan creer esto sin haberlo antes entendido, son infieles, y por haber querido ser infieles quedarán sin entenderlo. Crean, pues, para comprenderlo”
 (Sermón 140, 6).

La fe en lo invisible

“Así, pues, como se define en otro lugar, es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven. Si no se ven, ¿cómo persuadir su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Sí, en efecto; tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves”
 (Sermón 126, 3).

La fe, peldaño de intelección

“Las recónditas honduras del divino reino demandaban su creencia antes de llevarnos a su inteligencia; la fe, en efecto, es el peldaño de la intelección, y la intelección es la recompensa de la fe. Un profeta se lo dice abiertamente a todos los que, debiendo ser al revés, se precipitan a la búsqueda de la inteligencia sin dárseles nada por la creencia. Dice: Si no creéis, no entenderéis. Porque también la fe tiene una suerte de luz propia en las Escrituras, en la profecía, en el Evangelio, en los escritos de los apóstoles”
(Sermón 126, 1).

Si no entiendes, cree.

“Nosotros confesamos al Hijo coeterno al Padre y lo creemos así… Quien lo entienda, gócese; quien no lo entienda, crea, porque la palabra del profeta no puede ser anulada: Si no creéis, no entenderéis”
 (Sermón 118, 2).

La fe precede

 “Luego, para hacerse a sí mismo, ya existía antes de existir. No; si todas las cosas fueron hechas por él, persuádete que no fue hecho; si no puedes comprenderlo, cree para conseguirlo. La fe precede al entendimiento, según aquello del profeta: Si no creéis, no entenderéis”
 (Sermón 118, 1).

Adquirir capacidad

“¿Qué ha de hacer la Iglesia de Dios para poder comprender lo que antes mereció creer? Haga a su alma capaz de recibir lo que se le va a dar. Para que esto sea una realidad, es decir, para que el alma adquiera capacidad, Dios nuestro Señor aplazó, no anuló sus promesas. Las aplazó para que nosotros nos extendamos; nos extendemos para crecer; crecemos para alcanzarlas” 
(Sermón 91, 6).

Entra la fe en el Santuario

“Ha de creerse con fe certísima que Dios no puede ser ni perverso ni malvado. De este modo, entrando con la fe en el santuario de Dios, entrando creyendo, aprendes comprendiendo. Pues así dice: Hasta que entre en el santuario de Dios, adonde entra la fe. Y después de la fe, ¿qué? Lo comprenderé en los últimos días” 
(Sermón 48, 7).

Creo pero ayúdame

“Cuando hace poco se os leía el Evangelio, oísteis: Si te es posible creer, dice el Señor Jesús al padre del niño, si te es posible creer, todo es posible para quien cree. El, mirándose a sí mismo y puesto en presencia de sí mismo, sin confiar temerariamente, sino examinando antes su conciencia, observó en sí mismo algo de fe, pero vio también la duda. Vio una y otra cosa. Confesó tener una y pidió ayuda para la otra. Creo, Señor, dijo. ¿Qué debía añadir si no: «Ayuda mi fe»? Pero no dijo esto. Creo, Señor. Veo aquí algo, y por eso no estoy mintiendo. Creo, digo la verdad. Pero veo también no sé qué cosa que me desagrada” 
(Sermón 43, 9).

Entiende y cree

“Tú decías: «Entienda yo y creeré». Yo, en cambio, decía: «Cree para entender». Surgió la controversia; vengamos al juez, juzgue el profeta; mejor, juzgue Dios por medio del profeta. Callemos ambos. Ya se ha oído lo que decimos uno y otro. «Entienda yo, dices, y creeré». «Cree, digo yo, para entender». Responde el profeta: Si no creyereis, no entenderéis”
(Sermón 43, 7).

Agarraos a Cristo

“Tú avanza por el camino, pues llegarás a la patria si no lo abandonas. Agarraos, pues, a Cristo, hermanos; agarraos a la fe, manteneos en el camino; el mismo camino os conducirá a aquello que no podéis ver ahora. En la cabeza se manifestó lo que han de esperar los miembros; en el fundamento se mostró lo que se edifica en la fe, para ser terminado luego en la visión, no sea que, cuando pensáis estar viendo, se os esté manifestando la falsa imagen de algo que aparenta lo que no es, y, abandonando el camino, os desviéis al error y no lleguéis a la patria a la que conduce el camino, es decir, a la visión a que lleva la fe” 

(Sermón 362, 27).

Nos estimula a creer

“Que existe la resurrección de los muertos, ya lo he tratado; así lo creemos, así debemos creerlo, y así hablamos, porque así hemos creído, si es que somos cristianos, al contemplar la potencia del brazo del Señor, que humilla por doquier la soberbia de los pueblos y edifica esta fe por el orbe de la tierra con tanta amplitud cuanta se había prometido antes de ser una realidad. Viendo esto, se nos estimula a creer lo que aún no hemos visto para recibir la visión misma como recompensa de la fe. Siendo, pues, evidente para nuestra fe que existe la resurrección de los muertos, y tan evidente que quien lo dude comete una gran imprudencia al llamarse cristiano”
 (Sermón 362, 6).

La fe no desfallece

      “La fe no desfallece, porque la sostiene la esperanza. Elimina la esperanza, y desfallecerá la fe. ¿Cómo va a mover, aunque sólo sea los pies, para caminar quien no tiene esperanzas de poder llegar? Si, por el contrario, a la fe y a la esperanza les quitas el amor, ¿de qué aprovecha el creer, de qué sirve el esperar, si no hay amor? Mejor dicho, tampoco puede esperar lo que no ama. El amor enciende la esperanza, y la esperanza brilla gracias al amor. Pero ¿qué fe habrá que elogiar cuando lleguemos a la posesión de aquellas cosas que hemos esperado creyendo en ellas sin haberlas visto? Porque la fe es la prueba de lo que no se ve. Cuando veamos, ya no se hablará de fe” 
(Sermón 359 A, 4).