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Martes de la segunda semana

Hijo mío, atiende a mis palabras,
presta oído a mis consejos:
que no se aparten de tus ojos,
guárdalos dentro del corazón;
pues son vida para el que los consigue,
son salud para su carne.
.
(Pro 4, 20-22)




La Palabra de Dios es el papel de tornasol de tu comportamiento

El domingo pasado hablé acerca del juicio para que te juzgues a ti mismo y, al hallarte malvado, no te halagues, sino que te endereces, te hagas recto, y te agrade el Dios recto. De hecho, Dios, al ser recto, no agrada al malvado torcido. ¿Quieres que te agrade el Dios recto? Sé tú mismo recto. Júzgate a ti mismo; no te agrades. Castiga, corrige, endereza lo que justamente te desagrada en ti. Sea para ti la Sagrada Escritura como un espejo. Este espejo tiene un brillo que ni miente, ni adula ni prefiere a nadie. Eres hermoso; hermoso te ves allí; eres feo, feo te ves allí. Pero si te acercas siendo feo, y feo te ves en él, no acuses al espejo. Vuelve a tu interior; el espejo no te engaña; no te engañes a ti mismo. Júzgate, entristécete de tu fealdad, para que al marchar y alejarte triste, corregida la fealdad, puedas retornar hermoso. Pero, aunque te juzgues a ti mismo sin adulación, juzga al prójimo con amor. Para juzgar tienes ahí lo que tú ves. Puede acontecer que veas algo malo que te ensucie; puede suceder que tu mismo prójimo te confiese su mal y declare al amigo lo que había encubierto al enemigo. Juzga lo que ves; lo que no ves, déjalo a Dios. Cuando juzgues, ama al hombre, odia el vicio. No ames el vicio por el hombre ni odies al hombre por el vicio. El hombre es tu prójimo; el vicio es el enemigo de tu prójimo. Amas al amigo cuando detestas lo que le daña. Si crees, estás obrando porque el justo vive por la fe (Hab 2, 4; Rom 1, 17)..
Sé semejante al médico. El médico no ama al enfermo si no odia la enfermedad. Para librar al enfermo, persigue la fiebre. No améis los vicios de vuestros amigos si en verdad amáis a vuestros amigos
 (Serm. 49, 5-6)



EN BREVE...A nosotros se nos ha dado la dulzura de las Escrituras para resistir en este desierto de la vida humana. (Serm. 4, 10)

La Fe y la Realidad

 “Luego, a continuación, dice: Por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los muertos. En ella creyó que iba a cumplir toda justicia, es decir, que tendría la justicia plena. En comparación de aquella resurrección, toda la vida que llevamos es estiércol. Escucha todavía al Apóstol, que afirma más claramente: Por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los justos. No que ya la haya alcanzado o ya sea perfecto. Y añadió seguidamente: Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado. ¡Es de ver cómo establece comparación entre una y otra justicia, una y otra salvación, la fe y la realidad, la peregrinación y la ciudad!”
 (Sermón 170, 7). 

Eres justo si cumples la Palabra

"Bendecid al Señor todos sus ángeles, poderosos en fortaleza, ejecutores de su palabra. Luego tú sólo eres justo o fiel cuando cumples la palabra de Dios. Poderosos en fortaleza y ejecutores de su palabra a fin de que sea oída su voz" 
(Comentario al salmo 102, 27).

Retener la Palabra de Vida

"En el cuarto día fueron hechos los luminares para que el justo haga todas las cosas claramente, sin murmuraciones, reteniendo la palabra de vida en medio de una generación extraviada y perversa. Pues así como la noche no extingue el fulgor de las estrellas en el cielo, tampoco la iniquidad oscurece las mentes de los fieles afianzadas en el firmamento de la divina Escritura"
(Comentario al salmo 93, 29).

Desear la venida del Salvador

"Recibí la carta de tu veneración, en la que exhortas muy saludablemente a que se ame y se desee la  venida de nuestro Salvador. Así lo haces como buen siervo del Padre de familia, ávido de las ganancias de tu Señor, ansioso de tener muchos compañeros en el amor en que tú de un modo notable y perseverante te abrasas. Considerando que, según el pasaje que citas, dice el Apóstol que el Señor dará la corona de justicia, no sólo a él, sino a todos los que aman su divina manifestación, vivimos rectamente y en este siglo nos comportamos como peregrinos cuando nuestro corazón progresa y aumenta en ese amor, ya venga más tarde o más pronto que se piensa aquel cuya manifestación se ama con fiel caridad y se desea con piadoso afecto. Porque aquel siervo que dice: 'Tarda miSeñor', y maltrata a sus consiervos, come y bebe con los borrachos, sin duda no ama la aparición de su Señor"
(Epístola 199, 1).

Mi juez es el Señor

"Pero aún en el caso de que yo fuera justo, no me escuchará suplicándole y a la vez alardeando de mi justicia. Al sentar un paralelo entre aquellas realidades y las realidades inmutables y duraderas de Dios, Dios no me dará oídos, ya que soy injusto. Luego tengo la imperiosa necesidad de su misericordia. Recabaré su juicio, porque no puedo juzgar personalmente si soy justo. Así se explica el pasaje: ni siquiera me juzgo a mí mismo. Mi juez es el Señor. Pero si le llamo y no me responde, no creo que haya escuchado mi voz. Cuando acudo en demanda de su juicio, si es que no me escucha, no creeré que haya atendido ni una sola vez a mi ruego. Porque me ha oído en causas ocultas, y no precisamente porque mi demanda sea acreedora de su miramiento... En efecto, el ser poderoso, siempre se sale con la suya. Sale victorioso para que yo haga su voluntad, no la mía. Porque, aunque yo sea justo, mi boca proferirá impiedades, si me creo justo"
 (Anotaciones a Job, 9).

Padre justo

“Lo que consigna este salmo centésimo en el primer versillo es lo que debemos investigar en todo el texto. Misericordia y juicio te cantaré, ¡oh Señor! Nadie se prometa la impunidad por la misericordia de Dios, porque hay también juicio, y nadie, cambiado en mejor, tema el juicio de Dios, puesto que antecedió la misericordia… Dios, por el contrario, en la bondad de la misericordia no abandona el juicio, ni al juzgar con severidad abandona la bondad de la misericordia. Ved que, si distinguimos el tiempo de estas dos cosas: de la misericordia y del juicio, pues quizás no sin motivo guardan cierto orden de prelación en el texto, puesto que no se dijo juicio y misericordia, sino misericordia y juicio, quizás, si distinguimos, repito, el tiempo de estas dos cosas, tal vez hallamos que ahora es el tiempo de la misericordia y el venidero el del juicio. ¿Cómo antecede el tiempo de la misericordia? Ante todo, pon la mirada en Dios para que tú imites al Padre en cuanto Él te conceda. No decimos soberbiamente que nosotros debemos imitar a nuestro Padre, puesto que el mismo Señor, único Hijo de Dios, nos exhorta a esto, diciendo: Sed como vuestro Padre celestial. Cuando dice: Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen, añade: para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre los buenos y los malos y llueve sobre los justos y los impíos. Aquí tenéis la misericordia. Cuando ves a los justos y a los inicuos que contemplan el mismo sol, que perciben la misma luz, que beben de las mismas fuentes, que se sacian con la misma lluvia, que se hartan con los mismos frutos de la tierra, que respiran el mismo aire, que poseen idénticos bienes mundanos, no tengas por injusto a Dios, que da igualmente estas cosas a los justos y a los impíos. Es el tiempo de la misericordia; aún no del juicio. Pues, si primeramente Dios no nos perdonase por la misericordia, no encontraría que coronar por el juicio. Luego, cuando la paciencia de Dios arrastra a los pecadores a penitencia, es el tiempo de la misericordia” 
 (Comentario al salmo 100, 1).

Obra la Justicia y tendrás Paz

"Obra justicia y tendrás la paz, para que así se besen la paz y la justicia. Si no amas la justicia, te faltará la paz. Estas dos virtudes: la paz y la justicia se aman y besas mutuamente, de tal modo, que quien obrase justicia encontrará la paz que abraza la justicia. Son dos amigas. Tú tal vez quieres tener una, y, sin embargo, no ejecutas la otra. Nadie hay que no anhele la paz, pero no todos ejecutan la justicia. Pregunta a cualquier hombre: ¿Quieres la paz? A una te responde todo el género humano: La deseo, la anhelo, la quiero, la amo. Ama también la justicia, porque la justicia y la paz son dos amigas inseparables; se besan entre sí. Si no amas a la amiga de la paz, no te amará la misma paz ni se acercará a ti. ¿Qué es de extrañar que se desee la paz? Cualquier malo la desea. Ella es una buena cosa. Pero obra justicia, porque la paz y la justicia se besan, no litigan. ¿Por qué pleiteas tú con la justicia? Ve que la justicia te dice: no robes, y no la oyes; no adulteres, y no le haces caso; no hagas a otro lo que tú no quieres soportar; no digas a nadie lo que a ti no quieres que te digan. La paz te dice: Eres enemigo de mi amiga, ¿a qué me buscas? Soy amiga de la justicia; no me acerco a cualquiera que encuentre enemigo de mi amiga. ¿Quieres poseer la paz? Obra la justicia. De aquí que otro salmo dice: Apártate del mal y obra el bien; esto es amar la justicia; y cuando te hubieres apartado ya del aml y hubieres hecho el bien, busca la paz y vete en pos de ella. Una vez ejecutado esto, no la buscarás por mucho tiempo, porque ella misma saldrá a tu encuentro para besar a la justicia" (Comentario al salmo 84, 12).