Celebramos la humillación


"Eso es lo que hace el cuerpo entero de Cristo extendido por todo el orbe, es decir, la Iglesia universal, el ser único que habla en el salmo: Desde los confines de la tierra clamé a ti cuando mi corazón estaba en aprieto. De aquí aparece ya claro por qué se instituyó la cuaresma como solemnidad que celebra esta humillación. La Iglesia, que clama desde los confines de la tierra cuando su corazón está en aprieto, clama desde las cuatro partes del orbe, que también la Escritura menciona con frecuencia: oriente y accidente, norte y sur. Por todo esto fue promulgado el decálogo de la ley, que ya no ha de infundir temor por su letra, sino que ha de cumplirse mediante la gracia de la caridad. Sabemos que 4 multiplicado por 10 da 40. Pero ahora nos hallamos todavía envueltos en la fatiga de la tentación, necesitando el perdón de los pecados. ¿Quién cumplirá con perfección aquello de no tendrás deseos perversos? De aquí la necesidad de ayunar y orar, pero sin cesar de hacer el bien”
(Sermón 210, 8).

Abstenerse de iniquidades


"Nosotros observamos en este mundo como unos cuarenta días de abstinencia cuando vivimos bien, cuando nos abstenemos de las iniquidades y de los placeres ilícitos; porque esta abstinencia no será sin recompensa, esperamos aquella bienaventurada esperanza y la revelación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo"
(Comentario a Juan 17, 5).

Tiempo de fatiga


“Que dicho número es signo de este tiempo de fatiga en el que luchamos contra el diablo bajo la obediencia a Cristo lo manifiesta también el hecho de que consagraron al ayuno de cuarenta días tanto la ley y los profetas, por medio de Moisés y Elías, que ayunaron durante ese número de días, como el Evangelio, mediante los días de ayuno del Señor, durante los cuales fue tentado por el diablo… Como motivo que explique que este número significa esta vida temporal y terrena, se me ocurre de inmediato, aunque quizá haya otro más secreto, que los años transcurren divididos en cuatro estaciones y que el mundo mismo se constituye en cuatro partes que la Escritura menciona a veces con el nombre de los vientos, (que soplan) de oriente y occidente, del norte y del ser. Ahora bien, cuatro por diez dan cuarenta. Más aún, el diez se forma de la suma progresiva de los cuatro primeros números"
 (Concordancia de los evangelistas 2, 4,9).

Vivir bien el número cuarenta


"De aquí también que el pueblo de Israel fuera conducido durante cuarenta años por el desierto antes de entrar a reinar en la tierra de promisión. De idéntica manera, también nosotros, con dispensación temporal, somos llevados como por el desierto en esta vida, donde todo son preocupaciones, temores y peligros de tentaciones. Pero, una vez que hayamos pasado bien el número cuarenta, es decir, una vez que hayamos vivido bien en esta dispensación temporal, caminando en conformidad con los preceptos de Dios, recibiremos como salario aquel denario que corresponde a los fieles"
(Sermón 252, 11).

La vida murió


"Al que desde la eternidad permanece igual al Padre, le hizo igual a nosotros por la mortalidad, otorgó forma de siervo al señor del mundo, de forma que el pan sintió hambre, la saciedad sed, la fortaleza se hizo débil, la salud fue herida y la vida murió. Y todo ello para saciar nuestra hambre, regar nuestra sequedad, consolar nuestra debilidad, extinguir la iniquidad e inflamar la caridad. El creador es creado, el señor sirve, el redentor es vencido, quien exalta es humillado, quien resucita muere: ¿hay mayor misericordia?"
(Sermón 207, 1).

Estudia las letras santas


"Te exhorto con todas mis fuerzas a que no te duela entregarte de lleno al estudio de las Letras auténticas y ciertamente santas. Es una realidad auténtica y sólida, no fascina al alma con palabras seductoras ni repite una vana cantinela velada con los celajes de la lengua. Impresiona mucho al que está ávido de realidades y no de palabras. Mucho aterra al que vive seguro de su conducta. Te exhorto a que leas con preferencia las Epístolas apostólicas, pues por ellas te animarás a leer los profetas, de cuyo testimonio usan los apóstoles. Y si, cuando lees o meditas, surge algún problema para cuya solución pueda yo parecerte necesario, pídeme una contestación. Quizá, con la ayuda de Dios, podré mejor hacerlo que hablar cara a cara contigo"
 (Carta 132).

Pedir, llamar, buscar


"Me atrevo a confesar que conozco lo que atañe a mi propia salud. Mas ¿cómo he de administrarlo a los demás sin buscar mi propia utilidad, sino la salvación de los otros? Quizá haya ciertos consejos en los Sagrados Libros (y no cabe duda de que los hay), cuyo conocimiento y comprensión ayudan al hombre de Dios a tratar con más orden los asuntos eclesiásticos, o por lo menos a vivir o morir con una conciencia más tranquila entre las manos de los inicuos. Así no perderá aquella vida por la que suspiran exclusivamente los corazones cristianos, humildes y mansos. Y ¿cómo puede eso lograrse, sino pidiendo, llamando y buscando, es decir, orando, estudiando y llorando, como el mismo Señor preceptuó?"
 (Carta 21, 4).

Experiencia orante


"¡Qué voces te di, Dios mío, cuando, todavía novicio en tu verdadero amor y siendo catecúmeno, leía descansado en la quinta los salmos de David –cánticos de fe, sonidos de piedad, que excluyen todo espíritu hinchado- en compañía de Alipio, también catecúmeno, y de mi madre, que se nos había juntado con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana! ¡Qué voces, sí, te daba en aquellos salmos y cómo me inflamaba en ti con ellos y me encendía en deseos de recitarlos, si me fuera posible, al mundo entero, contra la soberbia del género humano! Aunque cierto es ya que en todo el mundo se cantan y que no hay nadie que se esconda de tu calor" (Confesiones 9, 4, 8).

Humildad y Escrituras


"Os hablo yo que, engañado en otro tiempo, siendo aun jovenzuelo, quería acercarme a las divinas Escrituras con el prurito de discutir, antes que con el afán de buscar. Yo mismo cerraba contra mí la puerta de mi Señor con mis perversas costumbres: debiendo llamar para que se me abriese, empujaba la puerta para que se cerrase. Me atrevía a buscar, lleno de soberbia, lo que no se puede encontrar sino desde la humildad. ¡Cuánto más dichosos sois vosotros ahora! ¡Cuánto mayor es vuestra seguridad en aprender, cuánto mayor la protección de que gozáis quienes, aún pequeñuelos, estáis en el nido de la fe y recibís el alimento espiritual!"
(Sermón 51, 6).

La escuela de las Escrituras


"Los que conocen las Escrituras divinas, los que asiduamente concurren a esta escuela, los que no odian al maestro como alumnos desesperanzados y prestan atención a los lectores en la Iglesia y abren completamente el recipiente de su corazón a lo que fluye de la Escritura divina... Sin embargo, pensando en otros que, al menos ahora, están aquí prestando atención, aunque en otras ocasiones no estén tan atentos, o que tal vez acostumbrados a sofocar en su corazón la semilla, es decir, la palabra útil, con las espinas del siglo, o, con otras palabras, con las preocupaciones mundanas; pensando en ellos narremos también estas cosas, aunque son antiquísimas y muy conocidas para quienes suelen estar atentos y dedicarse al estudio de las letras divinas"
(Sermón 32, 2).

La fecundidad de la Palabra


"Pero los apóstoles les consolaron. Habiéndoseles prometido el perdón y la impunidad, creyeron, y, vendiendo cuanto poseían, pusieron el precio de la venta de sus cosas a los pies de los apóstoles, tanto más aterrados cuanto más buenos. Un temor mayor apagó en ellos la sed de placeres. Esto lo hicieron quienes dieron muerte al Señor. Lo hicieron y siguen haciéndolo muchos otros después. Lo sabemos; tenemos los ejemplos ante los ojos; son muchos los que producen consuelo y satisfacción, puesto que la palabra de Dios no queda infecunda en quienes la escuchan con fe"
(Sermón 301, 4).

Mirad la Palabra de Dios


"No me miréis a mí, sino mirad a la Palabra de Dios. No os enojéis con vuestros medicamentos; no hallé otro sitio por donde pasar. Llegué como hombre a la quinta cuerda al tocar el salterio de diez cuerdas. ¿Iba a pasar por alto la quinta? Por el contrario, tenía que pulsar con más fuerza; ya que veo que en ella cae casi todo el género humano, en ella veo que hay que trabajar más"
(Sermón 9,11).

Aprender en las Santas Escrituras


"En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar. Aprenda en las divinas y santas Escrituras a dirigir a ellas la vista de la fe como a una lámpara colocada en un tenebroso lugar hasta que nazca el día y el lucero brille en nuestros corazones. Como una fuente inefable de ese resplandor es aquella luz, que reluce en las tinieblas de tal modo que las tinieblas no la envuelven. Para verla hemos de limpiar nuestros corazones por medio de la fe, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, y sabemos que cuando apareciere seremos semejantes a Él, porque le veremos como El es"
 (Carta 130, 2, 5).

Oír, creer y comprender


"Porque, si oír y creer su palabra es la vida eterna, con más razón será comprenderla. Mas la fe es uno de los grados de la piedad, y el fruto de la fe es la inteligencia, que nos hace llegar a la vida eterna, donde no se nos leerá el Evangelio; sino que aquel que ahora nos lo dispensa (retiradas ya para siempre todas las páginas de las lecciones y la voz del lector y del expositor) aparecerá a todos los suyos, que con corazón limpio estarán presentes en cuerpo incorruptible para nunca más morir"
 (Comentario a Juan 22,2).

La gravedad de no entender


"Ni siquiera las Sagradas Escrituras (que imponen la fe en grandes misterios antes de que podamos entenderlos) podrán serte útiles si no las entiendes rectamente. Todos los herejes que han admitido la autoridad de las divinas Escrituras, creen haberse atenido a ellas, cuando se atuvieron más bien a sus propios errores; pero son herejes no por haberlas menospreciado, sino por no haberlas entendido. Tú, carísimo, ora intensa y fielmente para que el Señor te dé el entender, y así puedan serte fructuosos los avisos que desde fuera te ofrece la inteligencia de los maestros o doctores"
(Carta 120,13-14).

Nos enseña lo útil para el futuro


"Porque se trata de la autoridad de la divina Escritura y como quizá alguno no entienda las palabras divinas... Brevemente he de decir que nuestros autores sagrados conocieron sobre la figura del cielo lo que se conforma a la verdad, pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas que no reportaban utilidad alguna para la vida futura"
(Del Génesis a la letra 2, 9, 20).

Cada página nos invita al amor


“En cada página del Señor que se lea no encontramos sino una invitación al amor. Mas para hablar a vuestra santidad acerca del amor me ha proporcionado la ocasión el presente salmo.  Ved si las palabras divinas hacen otra cosa que exhortarnos al amor; ved si pretenden otra cosa que hacer que nos sintamos inflamados, que supliquemos, deseemos, gimamos y suspiremos hasta que lleguemos"
 (Sermón 350 A, 3).

El alimento de la Palabra


"No ignoro que vuestros corazones se alimentan a diario con las exhortaciones de las lecturas divinas y con el alimento de la palabra de Dios. Mas, en atención al deseo de amor con el que nos inflamamos mutuamente, voy a decir algo a vuestra caridad. ¿De qué puedo hablaros sino del amor? Es tal el amor, que, si alguien quiere hablar de él, no ha de buscar una lectura adecuada para ello, pues cualquier página, ábrase donde se abra, no dice otra cosa. Testigo de ello es el mismo Señor y el mismo Evangelio nos lo muestra; pues, cuando le preguntaron cuáles eran los mandamientos mayores de la ley, respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu  corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo. Y para que no buscases más en las sagradas páginas, añadió y dijo: De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas. Sí toda la ley y los profetas penden de estos dos mandamientos, ¡cuánto más el Evangelio! El amor, en efecto, renueva al hombre, pues como la concupiscencia hace al hombre viejo, así el amor lo hace nuevo… Que el amor pertenece al hombre nuevo, lo indica el Señor de la siguiente manera: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Así, pues, si la ley y los profetas penden del amor, a pesar de que en la ley y los profetas parece confiársenos el Antiguo Testamento, ¡cuánto más el Evangelio, llamado clarísimamente Testamento Nuevo, no pertenecerá sino al amor, siendo así que el Señor no presentó como mandamiento suyo otro que el amor mutuo! No sólo llamó nuevo al mandamiento mismo, sino que también vino para renovarnos a nosotros, nos hizo hombres nuevos y nos prometió una herencia nueva y además eterna”
(Sermón 350 A, 1).

Las lecturas divinas son un texto


"Todas las lecturas divinas están tan relacionadas entre sí como si fueran un único texto, porque proceden en su totalidad de una misma boca. Múltiples son las bocas de los que desempeñan el servicio de la palabra, pero única es la del que llena a esos servidores"
 (Sermón 170,1).

Entender la esencia de las Escrituras


"Tanto más o menos sabiamente habla un hombre cuanto más o menos hubiere aprovechado en las santas Escrituras. No digo en tenerlas muy leídas y en saberlas de memoria, sino en calar bien su esencia y en indagar con ahínco sus sentidos. Porque hay algunos que leen y las descuidan; las leen para retenerlas de memoria, y descuidan entenderlas. A los cuales sin duda deben preferirse los que no tienen tan en la memoria sus palabras, pero ven el meollo de ellas con los ojos de su espíritu. Pero mejor que ambos es aquel que cuando quiere las expone y las entiende a perfección"
 (Sobre la doctrina cristiana 4, 5, 7).

Retener con amor lo entendido


"Si alguno de vosotros comprende que hay algo más, llame a la puerta de aquel de quien también nosotros hemos recibido lo que pudimos comprender y decir. Ante todo, quedaos con esto: aunque no comprendáis las Escrituras, no os inquietéis; si las habéis entendido, no os hinchéis; al contrario, lo que no habéis entendido diferidlo reverentemente; lo que comprendisteis, retenedlo con amor"
(Sermón 51,35).

Lo oculto de las Escrituras


"Pues ciertos sacramentos de las santas Escrituras no se hallan ocultos para que no se manifiesten, sino para que se patenticen a los que llaman. Luego, si llamáis con afecto piadoso y sincero fervor de corazón, los abrirá Aquel que ve por qué llamáis"
 (Comentario al salmo 93,1).

Orar para entender


"Hemos de advertir a los estudiosos de los Libros santos que no sólo conozcan los géneros de locuciones de la Escritura, y adviertan con cuidado de qué manera suele hablar, y lo retengan de memoria, sino también, y esto es lo principal y más necesario, que oren para que entiendan. En estos libros, a cuyo estudio se dedican, podrán leer que el Señor da la sabiduría y de su rostro procede la ciencia y el entendimiento, de quien también recibieron ese mismo deseo de saber, si es que está acompañado de piedad"
(Sobre la doctrina cristiana 3, 37, 56).

La mala inteligencia de las Escrituras


"Las herejías y dogmas de perversión, que enredan las almas y las arrojan al abismo, no se originan sino de la mala inteligencia de las buenas Escrituras y de que lo que se ha entendido mal se afirme con temeridad y audacia. Y así, carísimos, hemos de oír con mucha prudencia y con un corazón piadoso y lleno de temor santo, como lo recuerda la Escritura, todo lo que, como párvulos, todavía no podemos alcanzar. Hay que guardar, pues, estas reglas de salvación, a saber: aquello que, según la fe en la que se nos imbuyó, se haya podido alcanzar, saboréese con la misma satisfacción que un manjar; y de aquello otro que, según la sana regla de la fe, no se haya podido entender todavía, destiérrese toda duda y difiérase su inteligencia; esto es, aunque haya algo que no se entienda, no se dude, sin embargo, de que ello es verdadero y bueno"
(Comentario a Juan 18,1).

Investigar la esencia divina


"Dos son los defectos, difícilmente tolerables, en el error de los mortales: la presunción antes de conocer la verdad y la testarudez en defender el error una vez demostrada la verdad. De estos dos vicios tan opuestos a la verdad y a la reverencia debida a las Escrituras inspiradas, espero verme libre, si el Señor me defiende, como se lo suplico y espero, con el escudo de su bondad y la gracia de su misericordia; y prometo no ser indolente en la investigación de la esencia divina a través de la creación visible y de las Sagradas Escrituras"
 (La Trinidad 2, prefacio, 1).

Sed cumplidores de la Palabra


"Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismos. A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de esta frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros"
(Sermón 179,1).

Meditad la Escritura de Dios


"Por donde exhorto a vuestra prudencia, señores dilectísimos y hermanos justamente honorables, a que meditéis con un corazón totalmente cristiano la Escritura de Dios, quien anunció que nos sobrevendría todo eso y nos preparó para que lo tolerásemos con fortaleza, frente a las vanas palabras maldicientes y las sospechas temerarias de los hombres"
(Carta 77,1).

Permanezcan en nosotros sus palabras

"En nuestras peticiones no nos salgamos de las palabras y del sentido de esta oración y obtendremos cuanto pedimos. Porque sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus promesas. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento fuera de la vid, que no recibe la savia de la raíz"
 (Comentario a Juan 81, 4).

En el evangelio consta nuestra compra


"Juntamente hemos sido comprados, por ambos se ha pagado el mismo precio. Se lean las tablas en que consta nuestro precio, el Evangelio, documento santo de nuestra compra. Lo abro y leo. ¿Qué abro? ¿Qué leo? El documento donde consta que hemos sido comprados, que somos hermanos y consiervos, que hemos sido constituidos en unidad. No calló lo que compró Cristo, no sucediera que alguien le quitara su propiedad y pusiese en su lugar otra. En ningún modo calló el objeto de su compra. Abre las tablillas y lee; se legalizaron los documentos, no compró sin hacer escrituras, previó que en el futuro iban a aparecer calumniadores"
(Sermón 340 A, 11).

Por la Palabra somos dioses


"Si la palabra de Dios en los hombres pudo hacer que se llamasen dioses, ¿cómo no ha de ser Dios el Verbo de Dios, que está en Dios? Si por la palabra de Dios son dioses los hombres, si son dioses por participación, ¿no será Dios aquel de quien participan? Si las luces encendidas son dioses, ¿no será Dios la luz que las enciende? Si los calentados con el fuego de salud se convierten en dioses, ¿no será Dios el fuego que les da el calor? Si te acercas a la luz eres iluminado y te cuentas entre los hijos de Dios; se te apartas de la luz, te oscureces y te hallas en tinieblas; pero aquella luz no se acerca a sí, porque no se aparta de sí misma. Si, pues, a vosotros os convierte en dioses la palabra de Dios, ¿cómo no ha de ser Dios el Verbo de Dios?"
 (Comentario a Juan 48, 9).

La Palabra de Dios es Pan


"Pan es también la palabra de Dios que cada día se nos predica. No deja de ser pan por el hecho de que no lo sea para el vientre. Una vez pasada esta vida, no buscaremos el pan que busca quien tiene hambre, ni recibiremos tampoco el sacramento del altar, porque allí estaremos con Cristo, cuyo cuerpo recibimos; ni tampoco se nos dirán estas palabras que yo estoy diciéndoos, ni se leerá el códice cuando veamos a la misma Palabra, al Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, de quien se alimentan los ángeles, por quien son iluminados. El hace sabios a los ángeles, quienes no buscan palabras que solo expresan sus significados mediante rodeos, sino que beben la única Palabra, el único Verbo, del cual una vez llenos, rompen en alabanzas, en alabanzas que no cesarán"
 (Sermón 59,6).

La Escritura es para todos


"En cuanto al estilo de expresión con que la Sagrada Escritura se trama, cuán asequible es a todos, aunque para pocos es diáfana. Como un amigo familiar, expresa sin rodeos al corazón de doctos e indoctos las verdades manifiestas que contiene. Pero aun esos misterios que oculta no los enreda con lenguaje orgulloso, para que no se atreva a acercarse el entendimiento algo torpe o falto de preparación, como un pobre que se acerca a un rico. Por el contrario, invita a todos con humilde palabra, no sólo para nutrirlos con verdades manifiestas, sino también para ejercitarlos con verdades ocultas. Lo mismo nos dice en las expresiones claras que en las obscuras. Mas para que las verdades claras no engendren fastidio, las  encubre, y así excita nuestro deseo. Así con el deseo se renuevan en cierto modo, y por la renovación nos resultan más íntimas y suaves. Por este medio, los ingenios malos se corrigen, los modestos se nutren, los grandes se deleitan y todo se hace saludablemente. Sólo es enemiga de esta doctrina aquella alma que por error ignora que esta es la doctrina salvadora o por enfermedad odia la medicina"
(Carta 137, 5, 18).

Avanza con la Escritura


"Mas si aun tú no puedes comprenderlo, deja estas cosas para que las contemplen otros más capaces, y tú sigue avanzando con la Escritura, que no te abandona en tu debilidad, y que con paso materno anda contigo más lentamente, la cual habla de este modo para reírse de la hinchazón de los soberbios, para atemorizar a los observadores con su profundidad, para saciar a los doctores con la verdad y para alimentar a los niños con su afabilidad"
(Del Génesis a la letra 5, 3, 6).

La Escritura explica la Escritura


“En todos estos libros, los que temen a Dios y los mansos por la piedad buscan la voluntad de Dios. Lo primero que se ha de procurar en esta empresa es, como dijimos, conocer los libros, si no de suerte que se entiendan, a lo menos leyéndolos y aprendiéndolos de memoria o no ignorándolos por completo. Después se han de investigar con gran cuidado y diligencia aquellos preceptos de bien vivir y reglas de fe que propone con claridad la Escritura, los cuales serán encontrados en tanto mayor número en cuanto sea la capacidad del que busca. En estos pasajes que con claridad ofrece la Escritura se encuentran todos aquellos preceptos pertenecientes a la fe y a las costumbres, a la esperanza y a la caridad, de las cuales hemos tratado en el libro anterior. Después, habiendo adquirido ya cierta familiaridad con la lengua de las divinas Escrituras, se ha de pasar a declarar y explicar los preceptos que en ellas hay obscuros, tomando ejemplos de las locuciones claras con el fin de ilustrar las expresiones obscuras, y así los testimonios de las sentencias evidentes harán desaparecer la duda de las inciertas”
 (Sobre la doctrina cristiana 2, 9, 14).

La Palabra de Dios es tu amiga


"La palabra de Dios es tu adversaria, si tú eres amigo de tu perversidad. Por el contrario, si tú te opones a tu iniquidad, la palabra de Dios es tu amiga, y adversaria de tu iniquidad. Luego si odiaste tu iniquidad, te unes a la palabra de Dios, y así seréis dos los que lucháis contra ella para aniquilarla: tú y la palabra de Dios. Tú, por tus fuerzas, no puedes nada, pero te ayuda aquel que te entregó su palabra, y de este modo la iniquidad es vencida"
(Comentario al Salmo 35, 1).

Alegrarse en la Palabra de Dios


“Pero ¿de dónde les vienen estos goces a los que se hallan aún en la tierra si no es de los divinos discursos, de las palabras de Dios, de alguna parábola inquirida e investigada de la Escritura, de la dulzura del hallazgo, al cual precede el trabajo de la investigación? En los libros se encuentran ciertas alegrías santas y buenas, mas no en el oro, ni en la plata, ni en los banquetes, ni en la molicie, ni en la pesca, ni en la caza, ni en el juego, ni en la danza, ni en los teatros frívolos, ni en la búsqueda y consecución de los honores ruinosos. En estas cosas y en esta clase de libros no hay gozos verdaderos. Por tanto, si el alma atravesó estas hondonadas, deleitada por haber atravesado estas cosas, diga, porque lo dice segura y con verdad: Me contaron los impíos sus deleites, pero no son como tu ley, ¡oh Señor! Venga aún este Idito y atraviese a los que se gozan en las cosas deleznables, y se deleite en estos preceptos, y se alegre en la palabra del Señor, en el goce de la ley del Altísimo"
(Comentario al salmo 38,2).

Tus Escrituras son mi delicia


"Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas engañe a otro... Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien? ¡Oh, Señor!, perfeccióname y revélamelos. Ved que tu voz es mi gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, porque yo amo, y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te confesaré cuanto descubriere en tus libros y oiré la voz de la alabanza, y beberé de ti, y consideraré las maravillas de tu ley desde el principio, en el que hiciste el cielo y la tierra, hasta el reino de la santa ciudad, contigo perdurable"
(Confesiones 11, 2, 3).

El deleite de la divina palabra


"El deleite de la divina palabra y la dulzura que se percibe al entender la palabra de Dios nos impele, ayudando  Aquel que da la suavidad para que produzca su fruto nuestra tierra, a mí a hablar, y a vosotros, a oír. Veo que oís sin hastío, y me alegro del paladar de vuestro corazón, que no desecha lo que es saludable, sino que lo toma con avidez y lo retiene con provecho"
 (Comentario al salmo 61, 1).

La Escritura es santa


“La Escritura es santa, es veraz, es irreprensible. Toda Escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para argüir: útil para la exhortación, para la doctrina. De nada hay que acusar a la Escritura si, tal vez nosotros, no habiéndola entendido, nos desviamos en algo. Cuando la comprendemos, somos rectos; cuando, no entendiéndola, somos malos, es porque la abandonamos a ella, que es recta. Aunque nosotros nos corrompamos, no la corrompemos a ella, que se mantiene recta, para que volvamos a ella para ser corregidos"
(Sermón 23,3).

Las Escrituras son la Verdad


"Confieso a tu caridad que sólo en aquellos libros de las Escrituras que se llaman canónicos he aprendido a ofrendar esa reverencia y acatamiento, hasta el punto de creer con absoluta certidumbre que ninguno de sus autores se equivocó al escribir. Si algo me ofende en tales escritos, porque me parece contrario a la verdad, no dudo en afirmar o que el códice tiene una errata, o que el traductor no ha comprendido lo que estaba escrito, o que yo no lo entiendo. Mas, cuando leo a los demás autores, aunque se destaquen por la mayor santidad y sabiduría, no admito que su opinión sea verdadera porque ellos la exponen, sino porque lograron convencerme, recurriendo a los autores canónicos o a una razón probable que sea compatible con la verdad"
 (Carta 82,3).

El salmo se aplica a Cristo


"Todo él (el salmo) se le apliquemos a Cristo si queremos retener el camino del recto entender. No nos alejemos de la piedra angular para que nuestro entendimiento no desbarre y vaya a la ruina. Afiáncese en ella lo que con inestable movimiento se bambolea, apóyese en ella lo vacilante. Por grande que sea la duda que pueda suscitarse en el ánimo del hombre al oír la Escritura de Dios, no se aleje de Cristo. Cuando le hubiese sido revelado Cristo en las palabras de ella, comprenda que entendió, pues antes de llegar al entendimiento de Cristo no presuma haber entendido"
 (Comentario al salmo 96,2).

El evangelio es la boca de Cristo


"Lo que escuchó él, lo hemos escuchado también nosotros. El Evangelio es la boca de Cristo; está sentado en el cielo, pero no cesa de hablar en la tierra. No seamos, pues, sordos, dado que Él clama. No seamos muertos, pues Él atruena. Si no quieres hacer lo más, haz lo menos. Si es excesivo para ti el peso de lo mayor, toma lo menor al  menos. ¿Por qué eres perezoso para lo uno y lo otro? ¿Por qué te opones a ambas cosas? Las mayores son: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y sígueme. Las menores: No matarás, no adulterarás, no buscarás un falso testimonio, no robarás, honra a tu padre y a tu madre, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Haz esto"
 (Sermón 85,1).

Dios acomodó su mensaje


“Se elevó tu majestad sobre los cielos, puesto que tu majestad excede a la elocuencia de todas las santas Escrituras. Por la boca de los niños y lactantes llevaste a cabo la alabanza para que comiencen por la fe de la Escritura quienes desean llegar al conocimiento de tu majestad, la cual se elevó sobre la Escritura, porque traspasa y supera los elogios de todas las palabras humanas. Dios rebajó las Escrituras hasta la capacidad de los niños y lactantes, conforme se canta en otro salmo: Inclinó el cielo y descendió… Estos cielos ciertamente, es decir, estos libros, son obras de los dedos de Dios, puesto que fueron compuestos obrando el Espíritu Santo en sus santos, ya que quienes más bien atendieron a su propia gloria que a la salud de los hombres hablaron sin tener el Espíritu Santo, en quien se halla la sublime liberalidad de la misericordia de Dios"
(Comentario al Salmo 8,8).

Tienes mi manuscrito


"Esto viene a ser como si tú dijeses a alguno a quien algo prometes: No me crees; te lo consigno por escrito. Como pasa una generación y viene otra, y así transcurren estos siglos cediendo los mortales el paso a los que les suceden, por lo mismo, debió permanecer la Escritura de Dios y cierto manuscrito suyo para que cuantos pasasen lo leyesen y retuviesen el salvoconducto de su promesa. Dudan los hombres creerle sobre la resurrección de los muertos y el siglo futuro, lo que sólo falta ya de cumplirse. ¿Cuándo, tratando esto con los infieles, se avergüenzan los infieles? Dios te dice: Tienes mi manuscrito; prometí el juicio, la separación de los buenos y los malos, el reino eterno a los creyentes, ¿y no quieres creerme? Pues bien, lee en mi manuscrito todas las cosas que prometí; ven a cuentas conmigo, y, contando con lo que cumplí, puedes creerme que he de dar lo que debo. En el mismo manuscrito encuentras prometido a mi único Hijo, a quien no perdoné, sino que lo entregué por todos vosotros; cuéntalo ya entre lo dado. Prosigue leyendo el manuscrito; allí prometí que daría por mi Hijo la prenda del Espíritu Santo; cuéntalo ya entre lo dado"
(Comentario al salmo 144,17).

¡Qué grandeza de Palabra!


"Yo soy un hombre, un pobre hombre que habla a hombres más pobres hombres aún. Y, con todo, hermanos míos, oso decir y digo que también yo veo dentro de mí, algo así como en espejo y enigma, una palabra semejante. Mas, si quiere pasar a vosotros, no hay vehículo apropiado. El vehículo de esta palabra mía es el sonido vocal. Esto que me digo dentro de mí, si quiero decíroslo a vosotros, no hallo palabras adecuadas. Y ¡quiero hablar de la Palabra de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas! ¡Qué  grandeza de Palabra! ¡Qué Palabra tan especial! Ved sus obras y temblad ante su Hacedor. ¡Todas las cosas fueron hechas por medio de ella!"
(Sermón 120,2).

La medicina de la Palabra


"Sé de cierto que debo estudiar todas las medicinas contenidas en sus Escrituras y dedicarme a la oración y a la lectura. Debo adquirir para tan peligroso puesto la oportuna salud del alma mía. No la adquirí antes porque no tuve tiempo para ello. Fui ordenado justamente cuando buscaba ocasión y espacio para meditar la Sagrada Escritura; ya me estaba dando traza para buscarme el ocio con esa finalidad. Aun no conocía bastante mi deficiencia en ese aspecto, y ahora me atormenta y aterra. Mas, ya que los hechos me han dado experiencia de lo que necesita un hombre para distribuir al pueblo el sacramento y la palabra de Dios, no me es posible en la actualidad adquirir lo que reconozco que me falta. ¿Quieres, pues, que yo perezca, padre Valerio? ¿En dónde está tu caridad? ¿De cierto me amas? ¿De cierto amas a la Iglesia, a cuyo ministerio me has dedicado? Seguro estoy de que nos amas a mí y a ella. Pero me juzgas preparado. Yo, sin embargo, me conozco mejor"
(Carta 21,3).

Estudiar la Palabra con pasión


"Así, pues, cogí avidísimamente las venerables Escrituras de tu Espíritu, y con preferencia a todos, al apóstol Pablo. Y perecieron todas aquellas cuestiones en las cuales me pareció algún tiempo que se contradecía a sí mismo y que el texto de sus discursos no concordaba con el testimonio de la Ley y de los Profetas, y apareció uno a mis ojos el rostro de los castos oráculos y aprendí a alegrarme con temblor... Mas una cosa es ver desde una cima agreste la patria de la paz, y no hallar el camino que conduce a ella, y fatigarse en balde por lugares sin camino, cercados por todas partes y rodeados de las asechanzas de los fugitivos desertores con su jefe o príncipe el león y el dragón y otra poseer la senda que conduce allí, defendida por los cuidados del celestial Emperador, en donde no latrocinan los desertores de la celestial milicia, antes la evitan como un suplicio"
(Confesiones 7, 21, 27).

Atesorar la Palabra


"Traté de consolarle con la palabra de Dios; pero él no era del número de las sabias hormigas, que recogen durante el verano para tener de qué vivir en el invierno. Cuando reina la tranquilidad, entonces debe el hombre recoger para sí la palabra y esconderla en el interior de su corazón, conforme oculta la hormiga en socavadas estancias los trabajos del verano. Durante el verano se dedica a hacer esto; llega el invierno, es decir, se presenta la tribulación, y si no encontrase interiormente comida, necesariamente perecería de hambre. Este no había atesorado la palabra de Dios; sobrevino el invierno, y no encontró aquí, de donde sólo podía recibir consuelo, lo que buscaba, puesto que tampoco podía recibir de la palabra de Dios, que no atesoró"
(Comentario al Salmo 36, s.2, 11).

Escudriñar la Palabra


"Esto nos llena de turbación; mas con esta nuestra turbación no dejemos de sudar y de trabajar, y con el sudor llegaremos a purificarnos. Esforcémonos, cuanto con el socorro de Dios podamos, en penetrar en el abismo profundo de estas palabras. Tal vez sea temeridad querer discutir y escudriñar las palabras de Dios. Pero ¿para qué se dicen sino para que se sepan? Y ¿para qué han sonado sino para que se oigan? Y ¿para qué se oyen sino para que se entiendan? Que nos dé, pues, Él fuerzas y que nos conceda algo, cuanto Él se digne, y si aun con esto llegamos a la fuente, bebamos de los riachuelos"
 (Comentario al evangelio de Juan 21,12).  

Epifanía


"El término 'epifanía' se traduce en nuestra lengua por manifestación. Hace pocos días, Cristo el Señor se manifestó, mediante su nacimiento, a los judíos; pero hoy se reveló a los gentiles sirviéndose de una estrella... Los magos que vinieron a adorar a Cristo y simbolizan las primicias de los gentiles, ni recibieron la ley ni escucharon a los profetas: la lengua del cielo fue una estrella... Mientras los magos se marcharon a adorarlo, ellos (los judíos) permanecieron inmóviles. Son piedras en el campo: indican el camino, pero ellas no caminan. Los magos, en cambio, se dirigieron a Belén; mas localizada la ciudad, ¿cómo podrán encontrar la casa? He aquí que la estrella que había resplandecido en el cielo descendió a la tierra y se paró sobre el lugar donde estaba el Señor"
 (Sermón 375).

Vinieron para adorar


"Hoy, el Salvador condujo a sí a los magos, originarios de un pueblo tan lejano. Vinieron para adorar a un niño aún sin habla, la Palabra de Dios. ¿Por qué vinieron? Porque vieron una estrella nueva. ¿Y cómo reconocieron que era la estrella de Cristo? Ellos, en efecto, pudieron ver la estrella; mas ¿acaso pudo ella hablarles y decirles: Soy la estrella de Cristo? Sin duda, les fue revelado de otra forma mediante alguna revelación. Lo cierto es que, de forma desacostumbrada, había nacido un rey que iba a ser adorado también por gente extraña... Cuando nació, lo adoraron los pastores israelitas, avisados por los ángeles. Pero los magos no pertenecían al pueblo de Israel... Vieron, pues, cierta estrella desconocida y se llenaron de admiración: sin duda preguntaron de quién era señal aquello que estaban viendo, tan nuevo e insólito. Y oyeron la respuesta, ciertamente de los ángeles, mediante algún aviso revelador. Preguntarás acaso: ¿De qué ángeles, de los buenos o de los malos? Efectivamente, que Cristo es Hijo de Dios lo confesaron hasta los ángeles malos, es decir, los demonios. Mas ¿por qué no oírlo también de boca de los ángeles buenos, si al adorar a Cristo lo hacían buscando su salvación y no dominados por la maldad?"
 (Sermón 374, 1).

Los magos partieron


"¿Qué decir de los desdichados judíos que mostraron el testimonio de la profecía a los magos, que preguntaban por Cristo, y les indicaron la ciudad de Belén? Fueron semejantes a los constructores del arca de Noé: dieron a los otros con qué escapar del diluvio y ellos perecieron en él; semejantes a las piedras miliarias: mostraron el camino sin poder andarlo ellos. Les preguntaron dónde tenía que nacer Cristo, y respondieron: En Belén de Judá, pues así está escrito en el profeta: «Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los jefes de Judá. De ti saldrá un rey que ha de regir a mi pueblo de Israel».  Los que preguntaron, lo oyeron y se fueron; los doctores lo dijeron, y se quedaron; separados por los distintos afectos, unos se convirtieron en adoradores y otros en perseguidores"
(Sermón 373, 4).

Él permaneció inmutable


"El Hijo único de Dios por naturaleza se ha hecho Hijo del hombre por amor misericordioso hacia nosotros, a fin de que nosotros, hijos de hombre por naturaleza, lleguemos a ser en Él, por gracia, hijos de Dios. Él permaneció, de hecho, inmutable y asumió nuestra naturaleza, y en ella a nosotros. Sin perder nada de su divinidad, se hizo partícipe de nuestra debilidad. Así nosotros podremos ser transformados, mejorando por la participación de su ser inmortal y santo; podremos ir perdiendo nuestro ser pecador y mortal y mantener el bien que en nuestra naturaleza Él ha hecho"
(La ciudad de Dios 21, 15).

El hacedor del hombre se hizo hombre


"La Palabra del Padre, por la que fueron hechos los tiempos, al hacerse carne nos regaló el día de su nacimiento en el tiempo; en su origen humano quiso tener también un día aquel sin cuya anuencia divina no transcurre ni un día. Estando junto al Padre, precede a todos los siglos; naciendo de la madre, se introdujo en este día en el curso de los años. El hacedor del hombre se hizo hombre, de forma que tomó el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan; sed la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; la verdad es acusada por falsos testigos; el juez de vivos y muertos es juzgado por un juez mortal; la justicia, condenada por gente injusta; la disciplina, castigada con azotes; el racimo, coronado de espinas; la base, colgada de un madero; la fortaleza, debilitada; la salud, herida; la vida muere"
 (Sermón 191,1).

Celebremos con gozo este día


"En este día de hoy, celebrad con gozo y solemnidad el parto de la virgen, vosotras las vírgenes santas, nacidas de la virginidad inviolada; vosotras que, despreciando las nupcias terrenas, elegisteis ser vírgenes también en el cuerpo. Ha nacido de mujer quien en ningún modo fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo lo que ibais a amar, no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotras lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María!"
(Sermón 191, 3).

Se hizo una madre


"Gocémonos, hermanos; alégrense y exulten los pueblos. Este día lo ha hecho sagrado para nosotros no el sol visible, sino su creador invisible, cuando, de sus entrañas fecundas y en la integridad de sus miembros, una virgen madre trajo al mundo, hecho visible por nosotros, a su creador invisible… ¿Por qué te maravilla esto, oh hombre? Una vez que Dios se dignó ser hombre, convenía que naciera así. Así la hizo a ella quien por ella fue hecho. Antes de ser hecho, ya existía, y, puesto que era omnipotente, pudo ser hecho permaneciendo lo que era. Estando junto al Padre, se hizo una madre, y, una vez hecho de la madre, permaneció en el Padre"
(Sermón 186, 1).

Quiso ser hombre


"Considera, ¡oh hombre!, lo que vino a ser Dios por ti; aprende la doctrina de tan gran humildad de la boca del doctor que aun no habla. En otro tiempo, en el paraíso fuiste tan fecundo que impusiste el nombre a todo ser viviente; a pesar de ello, por ti yacía en el pesebre, sin hablar, tu creador; sin llamar por su nombre ni siquiera a su madre. Tú, descuidando la obediencia, te perdiste en el ancho jardín de árboles fructíferos; él, por obediencia, vino en condición mortal a un establo estrechísimo, para buscar, mediante la muerte, al que estaba muerto. Tú, siendo hombre, quisiste ser Dios, para tu perdición; él, siendo Dios, quiso ser hombre, para hallar lo que estaba perdido. Tanto te oprimía la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podía levantar"
(Sermón 188, 3).

El día eterno


"Por esto celebramos también este día en que se dignó nacer de una virgen, permitiendo que, de algún modo, su generación fuera narrada por los hombres. Mas ¿quién narrará su generación, es decir, aquella que tuvo lugar en la eternidad, por la que nació Dios de Dios…? Así, pues, la Palabra única de Dios, la vida y luz de los hombres, es el día eterno; en cambio, a éste, en que, unido a la carne humana, se hizo como esposo que sale de su lecho nupcial, ahora le llamamos hoy, pero mañana le llamaremos ayer. No obstante, el día de hoy nos lleva al día eterno, porque el día eterno, al nacer de la virgen, hizo sagrado el día de hoy. ¡Qué alabanzas proclamaremos, pues, al amor de Dios! ¡Cuántas gracias hemos de darle! Tanto nos amó que por nosotros fue hecho en el tiempo aquel por quien fueron hechos los tiempos, y en este mundo fue en edad menor que muchos de sus siervos el que era más antiguo que el mundo por su eternidad; tanto nos amó que se hizo hombre el que hizo al hombre, fue creado de una madre a la que él creó, fue llevado en las manos que él formó, tomó el pecho que él llenó y lloró en el pesebre la infancia muda, la Palabra sin la que es muda la elocuencia humana"
(Sermón 188, 2).

Yace en un pesebre


"Yace en un pesebre, pero contiene al mundo; toma el pecho, pero alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, pero nos reviste de inmortalidad; es amamantado, pero adorado; no encuentra lugar en el establo, pero se constituye un templo en los corazones de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, se hizo débil la fortaleza. Sea objeto de admiración, antes que de desprecio, su nacimiento de la carne y reconozcamos en ella la humildad de tan magna excelsitud por causa nuestra. Encendamos en ella nuestra caridad para llegar a su eternidad"
(Sermón 190, 4).

Vino a su casa


"Este es el día en que vino al mundo el creador del mundo; en que se hizo presente en la carne quien nunca está ausente por su poder. En efecto, estaba en el mundo y vino a su casa. Estaba en el mundo, pero oculto al mundo, pues la luz brillaba en las tinieblas, y las tinieblas no la acogían. Vino, pues, en la carne para limpiar los vicios de la carne; vino en tierra medicinal para curar con ella nuestros ojos interiores, que había cegado nuestra tierra exterior; de modo que, una vez sanados, quienes antes fuimos tinieblas seamos luz en el Señor, y la luz presente no luzca ya en las tinieblas para los ausentes, sino que se manifieste clara a quienes la miran"
 (Sermón 195, 3).

La verdad está con nosotros


"Se llama día del nacimiento del Señor a la fecha en que la Sabiduría de Dios se manifestó como niño y la Palabra de Dios, sin palabras, emitió la voz de la carne. La divinidad oculta fue anunciada a los pastores por la voz de los ángeles e indicada a los magos por el testimonio del firmamento. Con esta festividad anual celebramos, pues, el día en que se cumplió la profecía: La verdad ha brotado de la tierra y la justicia ha mirado desde el cielo. La verdad que mora en el seno del Padre ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una madre. La verdad que contiene al mundo, ha brotado de la tierra para ser llevada por manos de mujer. La verdad que alimenta de forma incorruptible la   bienaventuranza de los ángeles, ha brotado de la tierra para ser amamantada por pechos de carne. La verdad a la que no le basta el cielo, ha brotado de la  tierra para ser colocada en un pesebre. ¿En bien de quién vino con tanta humildad tan grande excelsitud? Ciertamente, no vino para bien suyo, sino nuestro, a condición de que creamos. ¡Despierta, hombre; por ti, Dios se hizo hombre!"
(Sermón 185, 1).

Exultad todos


"Por tanto, celebremos el nacimiento del Señor con la asistencia y aire de fiesta que merece. Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres: Cristo nació varón, pero nació de mujer; ambos sexos quedan  honrados. Pase, pues, ya al segundo hombre quien había sido condenado con anterioridad en el primero. Una mujer nos indujo a la muerte: una mujer nos alumbró la vida… Exultad, vírgenes santas: la virgen  os parió a aquel con quien podéis casaros sin corrupción alguna, vosotras que no podéis perder lo que amáis ni concibiendo ni pariendo. Exultad, justos: ha nacido el justificador. Exultad, débiles y enfermos: ha nacido el salvador. Exultad, cautivos: ha nacido el redentor. Exultad, siervos: ha nacido el señor. Exultad, hombres libres: ha nacido el libertador. Exultad todos los cristianos: ha nacido Cristo"
 (Sermón 184, 2).

Dios se hizo hombre

"Puesto que la Palabra de Dios que permanece por siempre se hizo carne para habitar en medio de nosotros, dada la forma de Dios, oculta, pero estable, le ponemos por nombre Enmanuel, como lo anunció Gabriel. Permaneciendo en su ser, Dios se hizo hombre, para que justamente se llame al hijo del hombre Dios con nosotros; no es Dios uno y hombre otro. Regocíjese, pues, el mundo en las personas de los creyentes, por cuya salvación vino el salvador del mundo. El creador de María nació de María; es hijo de David el señor de David; del linaje de Abrahán quien existe antes que Abrahán. El creador de la tierra fue hecho en la tierra; el creador del cielo fue creado bajo el cielo. Él es el día que hizo el Señor, y el Señor mismo es el día de nuestro corazón. Caminemos en su luz, exultemos y gocémonos en Él"
 (Sermón 187, 4).