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Se hizo para vosotros Camino


"Entonces les abrió las Escrituras, pensando en las cuales habían dicho llenos de desesperación: Nosotros esperábamos que Él redimiera a Israel. ¡Lo esperabais, oh discípulos; ya no lo esperáis!

Ven tú, ladrón, amonesta a los discípulos.
¿Por qué habéis perdido la esperanza por haberle visto crucificado, por haberle contemplado colgado, por haberle considerado débil? Así lo reconoció el ladrón, pendiente de la cruz también, creyendo al instante en aquel compañero de suplicio; vosotros, en cambio, habéis olvidado al autor de la vida. Llámalos, ¡oh ladrón!, desde la cruz; tú, criminal, convence a los santos. ¿Por qué a ellos? Nosotros esperábamos que iba a redimir a Israel. ¿Por qué el ladrón? Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Esperabais, pues, que Él iba a redimir a Israel. Si Él va a redimir a Israel, vosotros habéis caído; pero Él levanta, no abandona.
Quien se convirtió en vuestro compañero de camino, se hizo para vosotros camino"
(Sermón 236A, 4).

Iban conversando

“He aquí que otros dos se encontraban de camino y hablaban entre sí de lo que había acaecido en Jerusalén, de la maldad de los judíos y de la muerte de Cristo. Iban conversando, llorándole como si estuviera muerto, ignorando que había resucitado. Se les apareció, se convirtió en un tercer caminante y se mezcló con ellos en amigable charla. Sus ojos seguían enturbiados, lo que les impedía reconocerlo; como convenía que su corazón fuese mejor instruido, retrasa el darse a conocer. Les pregunta sobre qué estaban hablando, para que le relatasen lo que él ya sabía. ¿Qué oísteis? Comenzaron a extrañarse de que les preguntase, como si nada supiese, de una cosa tan clara y tan pública. ¿Sólo tú eres peregrino en Jerusalén, y no sabes lo que allí ha sucedido? Y él dijo:¿Qué? Lo referente a Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras”
(Sermón 232, 3).

Les abrió las Escrituras

"Esta esperanza, este don, esta promesa, esta gracia tan grande, la vieron desaparecer de su alma los discípulos cuando murió Cristo; con su muerte se les vino abajo toda esperanza. 
Se les anunciaba que había resucitado, y les parecía un delirio las palabras de quienes lo anunciaban.
¡La verdad se había convertido en un delirio!... 
Comenzó, pues, a exponerles las Escrituras para que reconociesen a Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Porque lo vieron muerto, perdieron la esperanza en Él. 
Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria.
Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente" 
(Sermón 236, 2).