Hijo de Dios y del hombre

"Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios e hijo del hombre, en cuanto
nacido del Padre sin madre, creó todos los días; en cuanto nacido de
madre sin padre, hizo sagrado este día. En su nacimiento divino es
invisible, visible en el humano, y en uno y otro admirable. En
consecuencia, es difícil afirmar a cuál de los dos nacimientos se
refiere lo predicho por el profeta: Su generación, ¿quién la narrará?:
si a aquel en que nunca estuvo sin nacer siendo coeterno al Padre, o a
éste, en el que nació en el tiempo después de haber hecho a la madre
en la que iba a ser hecho" (Sermón 195, 1).

Vino Pobre

Vino a tener hambre y a alimentar, vino a tener sed y a dar de beber, vino a vestirse de nuestra mortalidad y a vestir de inmortalidad, vino pobre para hacer ricos. Con todo, no perdió sus riquezas al tomar nuestra pobreza, porque en Él se encuentran encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Si tuviere hambre, no te lo diré, porque mío es el orbe de la tierra y cuanto contiene. No trabajes en vano buscando algo que darme, porque sin trabajo tengo todo lo que quiero
(Comentario al Salmo 49, 19).

Dame una lámpara

Dame una lámpara que dé testimonio del día; pero engrandece hasta el límite esta lámpara, de modo que quien sea más que ella sea ya día: Entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. ¡Oh Providencia inefable! A mí, hermanos, cuando pienso estas cosas, me llena más de admiración lo que afirma Juan de Cristo, según atestigua el evangelio: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Qué puede decirse que incluya mayor humildad? ¿Qué hay más excelso que Cristo? ¿Qué más humilde que un crucificado? El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo se mantiene en pie y le escucha, y se llena de gozo por la voz del esposo, no por la suya… Llegan algunos a Juan y le dicen: Aquel de quien tú diste testimonio bautiza, y todos se van a él, para que, como rival envidioso de Cristo, hablase mal de él. Pero en esa ocasión la lámpara arde más vigorosamente, resplandece con mayor claridad, se nutre mejor: a mayor distinción, mayor seguridad. Ya os he dicho, respondió, que yo no soy el Cristo. Quien tiene la esposa es el esposo; quien ha venido del cielo está por encima de todos. Los que creían en Cristo se llenaban de admiración, mientras que sus enemigos quedaban confundidos precisamente entonces, cuando se sentía impulsado a anunciarlo quien podía creerse que sintiera celos por él. El siervo se ve obligado a reconocer al Señor, y la criatura a dar testimonio del Creador; mejor, no se siente obligado, sino que lo hace libremente, pues es un amigo, no un envidioso; no mira por sí mismo, sino por el esposo”
 (Sermón 293, 6).

El Plan de Dios

“Tal es el plan de Dios. El hombre puede escrutarlo según su propia medida: unos más y otros menos; pero este plan divino encierra para nosotros un gran misterio. Cristo iba a venir a nosotros en la carne; Cristo, no un cualquiera, no un ángel ni un legado suyo; pero él, viniendo, los salvará. No había de venir un cualquiera; y, sin embargo, ¿cómo iba a venir? Iba a nacer en carne mortal; pasaría a ser un niño sin habla; sería colocado en un pesebre, envuelto en una cuna, nutrido con leche; pasaría de edad en edad, y, finalmente, perecería por obra de la muerte. Todas estas cosas son indicios de humildad y, más aún, manifestación de una gran humildad. —Humildad, ¿de quién? —Del excelso.  ¿Cuál es su excelsitud?... Ved a quiénes vino y cuan grande era quien vino. ¿Cómo vino hasta nosotros? En verdad, la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros. En efecto, si hubiera venido sólo en su divinidad, ¿quién hubiera podido soportarlo? ¿Quién lo hubiera acogido? ¿Quién lo hubiera recibido? Pero él tomó lo que éramos nosotros para que no permaneciéramos siendo lo que éramos; tomó lo que éramos por naturaleza, no por la culpa. Quien vino a los hombres en condición de hombre, no vino, sin embargo, en condición de pecador, aunque venía a pecadores. De estas dos cosas humanas, la naturaleza y la culpa, tomó la primera y sanó la segunda. Si él, en efecto, hubiese tomado nuestra iniquidad, hubiese buscado también él un salvador. No obstante, la tomó también para sobrellevarla y sanarla, no para tenerla, y apareció como un hombre entre los hombres, ocultando su divinidad”
 (Sermón 293, 5).

Disminuya el hombre

“Conviene que él crezca, dijo, y que yo mengüe. Esto nos lo han mostrado los respectivos días de nacimiento. Se trata de algo que está a la luz; testigo es el mismo sol; a partir del día de hoy disminuyen los días; a partir de la Navidad del Señor crecen. Conviene que el crezca y que yo mengüe. Jesucristo el Señor, gobernador y autor de la creación, rector del mundo, fabricador de los astros, ordenador de los tiempos, puesto que nació cuando quiso, eligió el día de su nacimiento, mediante el cual fuese bien simbolizado; él mismo asignó también el día a su precursor. Quiso que en éste viésemos a un hombre, y en él a Dios. Disminuya el hombre, crezca Dios: esto lo indican sus respectivas pasiones: Juan fue degollado, Cristo fue levantado en la cruz”
 (Sermón 293 D, 5).

Juan es el siervo

“Juan es el siervo, Cristo el Señor. Diga Juan en qué medida: De quien no soy digno de desatar la correa del calzado. ¡Cuál no hubiera sido su humildad con sólo decir que era digno! Si una persona se halla de pie o sentada y tú le desatas la correa de su calzado, advierto que él es el señor y tú el siervo. Esto es poco, dice Juan; no soy digno ni siquiera de eso… Juan, en cambio, se mantuvo en pie y le escuchó. ¿Y cómo sigue? Y exulta de gozo ante la voz del esposo. El es la Palabra, yo la voz, dice Juan. Es la voz, y exulta de gozo ante la voz del esposo. Tú, en efecto, eres la voz, él la palabra; pero él es palabra y voz. ¿Por qué es el Señor palabra y voz? Porque la Palabra se hizo carne. La palabra que genera nuestro corazón está dentro, en nuestro corazón, y se oculta a quienes están fuera de nosotros, como se os oculta a vosotros lo que ahora voy a decir, pero no a mí; la palabra está ya en mi corazón; mas para llegar a vosotros se sirve de la voz, y llega hasta ti lo que estaba oculto en mí, sin que al llegar a ti se aparte de mí. Si así es la palabra humana, ¿cómo será la Palabra de Dios
 (Sermón 293 D, 3).

Yo soy la Voz

Como era tan grande que hasta podía ser tomado por el Cristo, debió dar personalmente un testimonio en favor de Cristo. Aquel de quien da testimonio el hombre supremo es más que hombre. «No soy lo que pensáis. Es cierto que soy grande, y puede esto llevaros a pensar así, pero no soy lo que pensáis.» ¿Y quién eres tú?, se le preguntó. Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor» Ved al precursor, recibid al que señala el camino, temed al juez. Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas; todo monte y colina se abajarán y todo valle se elevará; lo torcido se volverá derecho, lo áspero llano, y toda carne verá la salud de Dios. Verá no a mí, sino la salud de Dios. La lámpara da testimonio del día, puesto que el día es Cristo. ¿Qué es Juan? La lámpara. Mas ¿por qué era necesaria la lámpara? Porque el día estaba oculto; estaba oculto hasta el momento de manifestarse, puesto que no podría manifestarse de no estar oculto. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria
 (Sermón 293 D, 2).

La lámpara es Juan

En efecto, como dijo el mismo Cristo, entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. Si ningún hombre era mayor que éste, quien sea mayor que él es más que hombre. ¡Grandioso testimonio de Cristo acerca de sí mismo! Mas para los ojos legañosos y enfermos no es grande el testimonio que de sí da el día. Los ojos enfermos temen la luz del día, a la vez que soportan la de una  lámpara… ¿Cómo han sido confundidos sus enemigos mediante esta lámpara? Examinemos el evangelio. Los judíos dijeron al Señor con ánimo de calumniar: ¿Con qué poder haces eso? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente. Buscaban no el creer en él, sino el poder acusarle; cómo tenderle asechanzas, no cómo verse liberados. Considerar lo que les respondió el que estaba viendo sus corazones, sirviéndose de la lámpara para confundirlos. También yo, les dijo, quiero haceros una pregunta. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde procede? ¿Del cielo o de los hombres?... Le respondieron: Lo desconocemos. Si lo desconocéis, estáis en las tinieblas, habéis perdido la luz. Si por casualidad las tinieblas se hallasen presentes en el corazón humano, ¡cuánto mejor sería dar acceso a la luz antes que perderla! Cuando respondieron: Lo desconocemos, les dijo el Señor: Tampoco yo os digo con qué poder hago esto. Pues sé con qué corazón habéis dicho: Lo desconocemos; no por deseos de ser instruidos, sino por temor a la confesión
(Sermón 293, 4).

Juan hombre supremo

Juan es el hombre supremo, pero siempre hombre; en cambio, de Cristo el Señor es muy poco decir que es el hombre supremo, puesto que es Dios y hombre. He presentado el testimonio del Señor acerca de Juan; he de ofrecer ahora el testimonio de Juan acerca del Señor. Retened en la memoria, conservad en ella el testimonio antes mencionado del Señor acerca de Juan, a saber: que entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista. Eso es lo que dijo Jesús sobre Juan; ¿qué dijo Juan de Jesús? Antes que nada, ved cómo se cumplía el testimonio del Señor acerca de Juan. A éste le tenían por el Cristo; y, cuando se leyó la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, con lo allí narrado y  mencionado, oísteis que Juan dijo: ¿Quién sospecháis que soy yo? Yo no soy el Cristo. El error de los hombres sospechaba que en él había algo más, pero la humildad confesaba la realidad. Pero considerad qué fácil le hubiera sido abusar del error de los hombres v presumir de ser el Cristo. No lo hizo, y con razón es grande; es más poderoso confesando que relinchando de soberbia”
(Sermón 293 D, 1).

Jusn y los dos tesamentos

Juan, pues, parece ser una especie de límite entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Que él es, en cierta manera, un límite, como acabo de afirmar, lo atestigua el mismo Señor al decir: La ley y los profetas llegan hasta Juan Bautista. Es, pues, la personificación de la antigüedad y el anuncio de la novedad. En atención a lo primero, nace de padres ancianos, y en atención a lo segundo, se muestra como profeta ya en el seno de la madre. Aun antes de nacer exultó de gozo en el seno de su madre ante la presencia de Santa María. Ya entonces se declaró; se declaró aun antes de nacer; aparece de quien es precursor antes de que le vea. Son misterios divinos que exceden la medida de la fragilidad humana
 (Sermón 293, 2).

Nace Juan crece la noche

Por último, nace Juan cuando la luz del día comienza a disminuir y a crecer la noche; Cristo nace cuando las noches decrecen y los días se alargan. Y como si el mismo Juan hubiese advertido el simbolismo de los dos nacimientos, dijo: Conviene que él crezca y yo mengüe. He aquí lo que propuse para investigar y discutir. Os he anticipado esto; pero, si soy incapaz de escrutar toda la profundidad de tan gran misterio por falta de luces o de tiempo, mejor os enseñará quien habla dentro de vosotros incluso en ausencia mía, en quien pensáis devotamente, a quien recibisteis en el corazón, convirtiéndoos en templos suyos”
(Sermón 293, 1).

Celebremos el nacimiento de Juan

¡Cuál no será la gloria del juez si es tanta la del heraldo! ¡Cómo será el camino que ha de venir si es tal quien lo prepara! La Iglesia considera, en cierto modo, sagrado el nacimiento de Juan. No se encuentra ningún otro entre los Padres cuyo nacimiento celebremos solemnemente. Celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo, lo cual no puede carecer de significado, y, aunque quizá yo sea incapaz de explicarlo como merece la grandeza del asunto, da origen a pensamientos fructíferos y profundos. Juan nace de una anciana estéril, y Cristo de una jovencita virgen. A Juan lo da a luz la esterilidad, y a Cristo la virginidad. En el nacimiento de Juan, la edad de los padres no era la adecuada, y en el de Cristo no hubo abrazo marital. Juan es anunciado por un ángel que lo proclama; Cristo es concebido por el anuncio del ángel. No se da crédito al nacimiento de Juan, y su padre queda mudo; se cree el de Cristo, y es concebido por la fe. Primero llega la fe al corazón de la virgen; luego le sigue la fecundidad en el seno de la madre
 (Sermón 293, 1).

Reconoció quién era

Lo toman por Cristo, y dice que no es aquel por quien lo toman; no se apropia del error ajeno ni siquiera para alimentar su orgullo. Si hubiese dicho que era él, ¡qué fácilmente hubiesen creído a quien ya creían antes de decir nada él! Pero no lo dijo; reconoció quien era, se diferenció de Cristo y se humilló. Vio donde estaba su salvación; comprendió que era una lámpara, y temió que el viento de la soberbia la apagara
(Sermón 293, 3).

La Natividad del Señor

En primer lugar, debes saber que el día de la Natividad del Señor no se celebra como sacramento. Sólo se hace conmemoración del nacimiento, y para eso basta señalar, como festividad, el día correspondiente del año en que el suceso tuvo lugar. Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración se hace de modo que se sobrentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. Cuando celebramos la Pascua, no nos contentamos con traer a la memoria el suceso, esto es, que Cristo murió y resucitó. En la celebración de ese sacramento ejecutamos las demás cosas que el sacramento entraña... Lo que se celebra, pues, en la pasión y resurrección del Señor, es el tránsito de esta vida mortal a la inmortal, de la muerte a la vida
 (Epístola 55, 2).

Los profetas desearon verlo

De aquí es que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron; de suerte que también de ellos es esta voz: Mi alma desfalleció por tu salud. Luego, ni antes cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin del siglo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes, como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el Apóstol: Sólo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación o aparición. Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación de la cual dice así mismo: Cuando apareciere Cristo nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria
(Comentario al Salmo  118, s.20, 1).

Anunciemos su salvación

Y, cuando se leyó el evangelio, escuchamos que el bienaventurado anciano Simeón había recibido un oráculo divino según el cual no probaría la muerte hasta no ver al Ungido del Señor. El, tras haber tomado en sus manos a Cristo niño y haber reconocido la grandeza del pequeño, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salvación. Es cosa justa, pues, que anunciemos al día del día, su salvación. Anunciemos en los pueblos su gloria, en todas las naciones sus maravilla
 (Sermón 190, 4).

La voz y la Palabra

Por tanto, considerad ahora ya el alcance de aquellas palabras: Conviene que él crezca y que yo mengüe. Prestad atención, por si consigo expresarme; y, si eso no es posible, por si soy capaz de insinuar, o al menos de pensar, en qué modo, con qué sentido, con qué intención, por qué motivo —de acuerdo con la distinción mencionada entre la voz y la palabra —, dijo la misma voz, el mismo Juan: Conviene que él crezca y que yo mengüe. ¡Oh sacramento grande y admirable! Considerad cómo la persona de la voz, personificación misteriosa de todas las voces, dice de la persona de la Palabra: Conviene que él crezca y yo mengüe. ¿Por qué? Estad atentos
 (Sermón 288, 5).

No era hijo de la Soberbia

Ved empero cuánto se abaja el precursor de su Señor, Dios y hombre. A aquel, mayor que el cual nadie ha surgido entre los nacidos de mujeres, se interroga si es el Mesías. Tan importante era, que los hombres podían engañarse. Hubo dudas sobre él, si él sería el Mesías, y las hubo hasta el punto de que se le interrogó. Si fuese hijo de soberbia, no doctor de humildad, no se opondría a los hombres equivocados; tampoco haría porque supusieran aquello, mas aceptaría lo que suponían… La correa de cuyo calzado no soy digno de soltar. Ved cuánto menor sería si fuese digno, cuánto se abajaría si dijese esto –Mayor que yo es ese, la correa de cuyo calzado soy digno de soltar-, pues había dicho ser el digno de curvarse a sus pies. Ahora, en cambio, ¡qué altura encomió cuando se dijo indigno de los pies de él, más aún, de su calzado! Ha venido, pues, a enseñar humildad a los soberbios, a anunciar el camino de la enmienda
 (Sermón de san Agustín sobre el día del nacimiento de san Juan Bautista, 4, Sermones Nuevos).

María creyó

Este es la Palabra que existe en el principio antes del mundo; aquél es la voz que aparece al final, antes de la Palabra. La palabra sale después del entendimiento; la voz, después del silencio; así, María creyó al engendrar a Cristo, Zacarías enmudeció cuando iba a engendrar a Juan. Además, Cristo nació de una jovencita en la flor de la vida; Juan, de una anciana en declive: la palabra se multiplica en el corazón del que piensa, la voz se consume en el oído de quien la oye. Quizá se refieran también a esto las palabras: Conviene que él crezca y yo mengüe, pues todos los anuncios de la ley y los profetas enviados delante de Cristo, cual voz ante la palabra, llegan hasta Juan, en quien cesaron ya las últimas figuras; a partir de entonces fructifica y crece en todo el mundo la gracia del Evangelio y la predicación manifiesta del reino de los cielos, que no tendrá fin
(Sermón 293 C, 1).

Medida de la grandeza humana

¿Por qué, pues, vino Juan? A mostrar el camino de la humildad, para que disminuyese la presunción del hombre y se aumentara la gloria de Dios. Vino, pues, Juan, importante, encomiando al Importante; ha venido Juan, medida de hombre. ¿Qué significa medida de hombre? Ningún hombre había podido ser más que Juan; cualquier realidad que era más que Juan, era ya más que hombre. En efecto, si la medida de la grandeza humana hubiera quedado terminada en Juan, no encontrarías ya hombre mayor; y empero has encontrado uno mayor; confiesa que es Dios ese al que has podido encontrar mayor que un hombre perfecto
 (Sermón de san Agustín sobre el día del nacimiento de san Juan Bautista 3, Sermones Nuevos).

Escucha a Juan

Te será mejor escuchar a Juan, ¡oh hereje!; te será mejor retornar y escuchar al Precursor; mejor es para ti, ¡oh soberbio!, escuchar al humilde; mejor para ti, ¡oh lámpara apagada! escuchar a la lámpara encendida. Escucha a Juan. A los que se acercaban a él les decía: Yo os bautizo con agua. También tú, si te conoces, eres ministro del agua. Yo, dijo, os bautizo con agua; pero el que ha de venir es mayor que yo. ¿En qué medida? No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¡Cuánto no se habría humillado aunque se hubiese declarado digno de tal cosa! Pero ni siquiera se consideró digno de desatar la correa de su calzado. El es quien bautiza en el Espíritu Santo. ¿Por qué suplantas la persona de Cristo? El es quien bautiza en el Espíritu Santo
 (Sermón 292, 8).

Siervo que anuncia al Señor

No es necesario indicaros qué fiesta celebramos hoy, pues todos lo habéis oído al leerse el evangelio. Hoy recibimos al santo Juan, precursor del Señor, el hijo de una estéril que anunciaba al hijo de una virgen, pero siempre siervo que anuncia al Señor. Puesto que Dios hecho hombre había de venir mediante una virgen, le precedió un hombre excelente nacido de una mujer estéril para que aquél —refiriéndose al cual dice Juan que es indigno de desatar la correa de su calzado— fuera reconocido como Dios-hombre. Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha, repito, a Cristo no porque tú le ofrezcas algo a él, sino para progresar tú en él
 (Sermón 291, 1).

Juan estaba lleno de Espíritu

La virtud espiritual del sacramento es como la luz, y la reciben pura quienes han de ser iluminados y sin mancharse aunque pase por medios inmundos. Que sean ministros enteramente justos y que no busquen su gloria, sino la gloria de Aquel de quien son ministros ellos; pero que no digan: El bautismo es mío, porque no es verdad, porque no es de ellos. Fijen la mirada en Juan mismo. Mirad que Juan estaba lleno del Espíritu Santo, y el bautismo lo tenía del cielo y no de los hombres. Pero ¿hasta cuándo lo tuvo? Lo dice él mismo: preparad el camino del Señor. Mas, luego que el Señor fue conocido, él mismo vino a ser el camino
(Comentario al Evangelio de Juan 5, 17).

Bautismo de un hombre

El bautismo es tal cual es la persona por cuya autoridad se da, no cual la persona por cuyo ministerio se administra. El bautismo de Juan era como era Juan: bautismo santo, como era él; pero siempre de un hombre, que había recibido del Señor esta gracia, gracia tan grande como ser el precursor de su Juez, y de mostrarle con el dedo, y de realizar la voz de aquella profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor. El bautismo del Señor es como el Señor; luego es divino, porque el Señor es Dios
 (Comentario al Evangelio de Juan 5, 6).

Vino a bautizar con agua

Juan fue enviado a bautizar con agua. ¿Y el por qué de este bautismo? Para mostrarlo, dice, a Israel. ¿Para qué sirvió el bautismo de Juan? Si el bautismo de Juan, mis hermanos, era de alguna utilidad, subsistiría todavía hoy y seguirían bautizándose los hombres con el bautismo de Juan y se llegarían así al bautismo de Cristo. Pero ¿qué dice el Precursor? Para que se manifieste a Israel; es decir, que vino a bautizar con agua para que Cristo se mostrase a Israel, al pueblo de Israel. Juan recibió el ministerio de bautizar con agua de penitencia para preparar el camino del Señor cuando aún no había aparecido. Pero, desde el momento que el Señor fue conocido, era ya superfluo prepararle el camino. El mismo era ya el camino para quienes le conocían. Por eso no duró mucho el bautismo de Juan. ¿Cómo se mostró el Señor? Humilde; por eso recibió Juan el bautismo con el que el Señor mismo seria bautizado
(Comentario al Evangelio de Juan 4, 12).

La Palabra envió las voces

Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces, y, después de haber enviado por delante muchas voces, vino la voz; en cambio, para que tú puedas comprender llega antes la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo.  Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y resúmelas en la persona de Juan. El personifica el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces
(Sermón 288, 4).

Creció Cristo, disminuyó Juan

Mostraría ciertamente su humildad aun considerándose digno de ello; mas como no se consideró tal, fue digno de ser levantado desde su humildad. Diga con mayor claridad y mayor nitidez lo que significa: Quien viene después de mí ha sido hecho antes que yo. Adujo también el motivo: Porque existía antes que yo, puesto que en el principio existía la Palabra y, existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña el ser igual a Dios. Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. Convenía que creciera quien vino después y que disminuyera quien vino antes.  Si creció quien vino después de él, ha sido hecho antes que él al crecer. Conviene, dijo, que él crezca y que yo, en cambio, mengüe; esto significa: Ha sido hecho antes que yo. ¿Y cómo creció Cristo y disminuyó Juan? Juan precedió al Señor en el nacimiento humano; crecieron ambos, con el pasar del tiempo, en estatura, y, como hombres, llegaron a una cierta altura. Pero Juan es hombre, Cristo es Dios y hombre" 
(Sermón 380, 6). 

El mundo de los santos

Los que aman son elegidos porque aman; pero los que no aman, aunque hablen los idiomas de los hombres y de los ángeles, son como un alambre, que suena, y como un címbalo, que tañe; y aunque tengan el don de profecía, conozcan todos los secretos y posean todas las ciencias y tengan tanta fe que puedan trasladar las montañas, nada son; y aunque distribuyan toda su hacienda a los pobres y entreguen su cuerpo al fuego, no les será de ningún provecho. El amor distingue del mundo a los santos y hace que vivan juntos con una sola alma en la casa
 (Comentario a Juan 76, 2).

Amémosle desinteresadamente

Si alguno me sirve, sígame. ¿Cuál es el fruto? ¿Cuál la recompensa? ¿Cuál el premio? Y donde yo estoy, dice, allí estará también mi servidor. Amémosle desinteresadamente, para que el precio de ese servicio sea estar con Él. Porque ¿dónde se estará bien sin Él o dónde se estará mal estando con Él
(Comentario a Juan 51, 11).

Al Amar a Dios te Amas

En consecuencia, ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas. Como la avaricia es la raíz de todos los males, así la caridad lo es de todos los bienes. La plenitud de la ley es la caridad. No voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos; esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar alguna vez a la perfección, y a tal perfección que no admita adición alguna
 (Sermón 179 A, 5).

Siervo por Amor

Quien obra bien por temor al castigo, aun no ama a Dios, aun no se cuenta entre los hijos. Con todo, ¡ojalá que al menos tema el castigo! El temor es siervo, y la caridad, libre; y, para decirlo así, el temor es siervo de la caridad. No se adueñe el diablo de tu corazón; vaya el siervo delante y haga reserva del lugar de tu corazón para la dueña que ha de llegar. Haz el bien; hazlo al menos por temor del castigo, si aún no puedes hacerlo por amor a la justicia. Llegará la dueña, y entonces se retirará el esclavo, porque la caridad perfecta expulsa el temor
 (Sermón 156, 14).

Amar Siempre

 Todos, en efecto, hemos sido llamados a la misma gracia; ¿por qué, pues, se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo? Porque quizás también a ellos se les dijo la verdad, aunque a nosotros, llegado el momento, se nos dijo más claramente mediante la presencia de aquel que sabía qué y a quiénes había que ocultar o descubrir algo. Si tenemos un enemigo al que nunca se nos ordena amar, éste es el diablo: Amarás a tu prójimo, es decir, al hombre y odiarás a tu enemigo, o sea, al diablo... Aun mientras se comporta cruelmente, mientras persigue, se le ha de amar, se ha de orar por él y se le ha de hacer el bien. De esta forma cumples el primer precepto de amar al hombre, tu prójimo, y de odiar al diablo, tu enemigo, y el segundo: amar a los hombres, tus enemigos, y orar por quienes te persiguen

(Sermón 149, 16).

El Espíritu Santo

Por eso, según nuestra capacidad, y en cuanto se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a unos hombres como nosotros, se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y del Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad. Así, lo que es común al Padre y al Hijo, quisieron que estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese don nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Mediante Él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. ¿De qué nos serviría conocer algún bien si no lo amásemos? Así como entendemos mediante la verdad, amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido. Y la caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado
 (Sermón 71,18)

No te faltará Cristo como huésped

Quizá digas para ti: «¡Dichosos los que merecieron recibir a Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si hubiera sido, al menos, uno de aquellos dos a los que encontró en el camino!»
Tú sigue en el camino y no te faltará Cristo como huésped.

¿Piensas que ya no te será posible acoger a Cristo? «¿Cómo -preguntas- voy a tener esa posibilidad? Después de resucitar se apareció a los discípulos y subió al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre, y ya no volverá más que al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos; pero ha de venir revestido de gloria, no en debilidad; vendrá a otorgar el reino, no a solicitar hospitalidad». ¿Te olvidas de que, cuando venga a entregar el reino, ha de decir: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis?

Aunque rico, él sigue estando necesitado hasta el fin del mundo. Tiene necesidad, sí, pero no en la cabeza, sino en sus miembros. ¿Dónde está necesitado? En aquellos miembros por los que sintió dolor cuando dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Seamos, pues, obsequiosos con Cristo. Él está entre nosotros en sus miembros; está entre nosotros en nosotros mismos.
Sermón 239,6

Jueves de la cuarta semana


"Si un tiempo erais tinieblas,
 ahora sois luz en el Señor.
Comportáos pues como hijos de la luz".
(Ef 5, 8)


La luz de Dios

Esto es lo que os anunciamos: que Dios es luz y que en él no hay tinieblas. ¿Quién, en efecto, se atrevería a afirmar que en Dios hay tinieblas o a preguntar qué luz es ésa, o de qué tinieblas se trata? No sea que se refiera a cosas que pertenezcan al ámbito de estos ojos nuestros. Dios es luz, pero es luz el sol, y la luna y una lámpara -sostiene no sé quién-. Debe existir una realidad mayor que esos seres, mucho más excelente y elevada. Cuanto sobrepasa Dios a la criatura, el creador a su obra, la Sabiduría a lo hecho por ella, tanto debe sobrepasar esta luz a todas las demás cosas. Y quizá llegaremos a ser afines a ella si conocemos qué clase de luz es y nos aproximamos para que nos ilumine. Pues en nosotros somos tinieblas pero, iluminados por ella, podemos constituirnos en luz; entonces ella no nos avergonzará porque nos avergonzaremos nosotros mismos. ¿Quién es el que se avergüenza a sí mismo? Quien se reconoce pecador. ¿A quién no avergüenza ella? A quien ella ilumina. ¿En qué consiste ser iluminado por ella? Quien ve ya que los pecados le envuelven en tinieblas y desea ser iluminado por ella, se acerca a ella. Por eso dice el Salmo: Acercaos a él y quedáis iluminados y vuestros rostros no se cubrirán de vergüenza (Sal 33,6). Pero ella no te cubrirá de vergüenza si, cuando te descubra tu fealdad, esa misma fealdad te desagrada para percibir su belleza. Esto es lo que nos quiere enseñar.

Afirmas estar en comunión con Dios, pero caminas en tinieblas; por otra parte, Dios es luz y en él no hay tinieblas, ¿cómo entonces están en comunión la luz y las tinieblas? Es el momento de que el hombre se interrogue: «¿qué he de hacer, cómo puedo llegar a ser luz? Vivo envuelto en pecados e iniquidades». Parece que se le infiltra cierta desesperación y tristeza. No hay salvación más que estando en comunión con Dios. Pero Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna; los pecados, en cambio, son tinieblas como lo dice el Apóstol al afirmar que el diablo y sus ángeles son los que dirigen estas tinieblas (Ef 6,12). No diría de ellos que dirigen las tinieblas si no dirigiesen a los pecadores y dominasen sobre los inicuos.

¿Qué hacemos, hermanos míos? Hay que estar en comunión con Dios, pues, de lo contrario, no cabe esperanza alguna de vida eterna. Mas, por un lado, Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna; por otro, las iniquidades son tinieblas. Las iniquidades nos oprimen, de modo que no podemos estar en comunión con Dios. ¿Qué esperanza nos queda? ¿No os había prometido que estos días iba a hablar de algo que produjese gozo? Si no muestro ese algo gozoso, esto es sólo tristeza. De un lado, Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna; de otro los pecados son tinieblas, ¿qué será de nosotros?

Escuchemos por si acaso nos consuela, levanta nuestro ánimo y nos da esperanza que nos evite desfallecer en el camino. Pues sostenemos una carrera y una carrera hacia la patria, y, si perdemos la esperanza de llegar, la misma falta de esperanza nos hace desfallecer. Pero Dios que quiere que lleguemos a la patria para retenernos en ella, nos alimenta en el camino. Escuchemos, pues: Porque si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. No afirmemos que estamos en comunión con Dios si caminamos en tinieblas. Porque si caminamos en la luz, como también él está en la luz, estamos en comunión los unos con los otros (1Jn 1,7). Caminemos en la luz como también él está en la luz para que podamos estar en comunión con él. 

Miércoles de la cuarta semana

"Mientras tengáis luz, creed en la luz,
para ser hijos de la luz".
(Jn 12, 36)





Seguir a Cristo, camino, verdad y vida

Y los libres y erguidos, ¿qué siguen sino la luz a la que, porque el Señor ilumina a los ciegos, oyen: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas? Somos, pues, iluminados ahora, hermanos, pues tenemos el colirio de la fe, ya que precedió su saliva con tierra para ungir a quien nació ciego (Jn 9,6). También nosotros hemos nacido de Adán ciegos y necesitamos que aquél nos ilumine. Mezcló saliva con tierra: La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Mezcló saliva con tierra; por eso está predicho: La verdad ha brotado de la tierra (Sal 84,12); por su parte, él mismo dijo: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Disfrutaremos de la verdad cuando la veamos cara a cara, porque también esto se nos promete. De hecho, ¿quién osaría esperar lo que Dios no se ha dignado prometer ni dar? Veremos cara a cara. Dice el Apóstol: Ahora conozco en parte, ahora enigmáticamente mediante espejo; en cambio, entonces cara a cara (1Cor 13,12). Y el apóstol Juan en su carta: Queridísimos, ahora somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es (1Jn 3,2). Ésta es una gran promesa. Si lo amas, síguelo. «Lo amo, afirmas; pero ¿por dónde lo sigo?». Si el Señor tu Dios te hubiera dicho: «Yo soy la verdad y la vida», deseoso tú de la verdad, anhelante de la vida, buscarías el camino por el que pudieras llegar a éstas y te dirías: «¡Gran cosa es la verdad, gran cosa la vida! ¡Si hubiera cómo mi alma llegase allá!». ¿Buscas por dónde? Primero óyelo decir: Yo soy el Camino. Antes de decirte a dónde, ha presentado por dónde: Yo soy el Camino, afirma. El camino ¿a dónde?Y la Verdad y la Vida. Primero dijo por dónde puedes venir, después a dónde puedes venir. Yo soy el Camino, yo soy la Verdad, yo soy la Vida. Porque permanece en el Padre es la Verdad y la Vida; por haberse vestido la carne, se hizo Camino. No se te dice: «Fatígate buscando el camino para llegar a la verdad y a la vida»; no se te dice esto. ¡Perezoso, levántate! El Camino en persona ha venido a ti y, a ti que estabas durmiendo, te ha despertado del sueño, si empero te ha despertado; ¡levántate y anda! Quizá intentas andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Por qué te duelen los pies? ¿No habrán corrido por asperezas, a las órdenes de la avaricia? Pero la Palabra de Dios sanó también a cojos. Afirmas: «He aquí que tengo sanos los pies, pero no veo el camino mismo». También iluminó a ciegos.


  (In Io. Ev. tr. 34, 9)


Martes de la cuarta semana

"Señor, escucha mi voz
que te grito, ten piedad de mí, respóndeme".
(Sal 26, 7)








Dios escucha al pecador que se reconoce como tal

Ignoro qué puede turbar en las palabras de aquel ciego, y tal vez a algunos que no las entienden les haga perder la esperanza. En efecto, el mismo al que se restituyó la vista, dice entre otras cosas: Nosotros sabemos que Dios no escucha a los pecadores (Jn 9,31). ¿Qué hacemos, si Dios no escucha a los pecadores? ¿Osaremos suplicar a Dios, si no escucha a los pecadores? Presentadme uno que suplique: ved que hay quien le escuche. Tráeme a aquel publicano. Acércate, publicano, acércate, ponte en el medio, muestra tu esperanza a fin de que no pierdan la esperanza los débiles. He aquí que un publicano subió con un fariseo a orar, y, con el rostro mirando al suelo, manteniéndose de pie a distancia y golpeándose el pecho, decía: ¡Señor!, ten compasión de mí, que soy pecador. Y descendió del templo hecho justo él, y no el fariseo (Lc 18,10ss.). El que dijo: ten compasión de mí, que soy pecador, ¿dijo algo verdadero o algo falso? Si dijo verdad, era pecador, y fue escuchado y fue hecho justo. Entonces, ¿qué significa lo que dijiste tú, a quien el Señor abrió los ojos, esto es: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores? Ya estás viendo que los escucha. Pero lava tu faz interior; tenga lugar en tu corazón lo que tuvo lugar en tu cara, y verás que Dios escucha a los pecadores. Te engañó tu corazón, llevado por la fantasía. El Señor aún tiene algo que hacer en ti. Ciertamente el ciego fue excluido de la sinagoga; llegó a oídos del Señor, se acercó a él y le dijo: «¿Crees en el Hijo de Dios?»17 A lo que replicó él: —«¿Quién es, Señor, para que yo crea en él?» Veía y no veía; veía con los ojos, pero aún no en su corazón. El Señor le dice: «Le estás viendo —entiéndase con los ojos—; el que está hablando contigo, ése es». Entonces, postrándose, le adoró (Jn 0,35-38). Entonces le lavó la faz de su corazón.

Aplicaos, pues, ¡oh pecadores!, a la oración; confesad vuestros pecados; orad para que desaparezcan, orad para que disminuyan, orad para que, yendo vosotros a más, vayan ellos a menos; en todo caso, no perdáis la esperanza y, aun siendo pecadores, orad. Pues ¿quién no ha pecado? Empieza por los sacerdotes. A los sacerdotes se les dijo: Ofreced primero sacrificios por vuestros pecados, luego por el pueblo (Lev 16,6). Los sacrificios dejaban a los sacerdotes convictos de pecado, de modo que si alguno sostenía ser justo y carecer de pecado, se le respondía: «No me fijo en lo que dices sino en lo que haces; tu víctima te deja convicto: ¿por qué la ofreces por tus pecados, si no tienes ninguno? ¿O acaso mientes a Dios hasta en el sacrificio?» —«Pero tal vez eran pecadores los sacerdotes del antiguo pueblo, pero no los del nuevo». Sin duda, hermanos, porque Dios lo quiso soy sacerdote suyo, soy pecador, con vosotros me golpeo el pecho, con vosotros pido perdón, con vosotros espero tener a Dios propicio. —«Pero, tal vez los apóstoles santos, los primeros y supremos carneros del rebaño, los pastores miembros del Pastor, tal vez ellos no tenían pecado». A la verdad, también ellos lo tenían; ¡claro que lo tenían!; no les molesta que lo diga, pues ellos mismos lo confiesan. Personalmente no me atrevería a decirlo. En primer lugar, escucha al mismo Señor que dice a los apóstoles: Orad así. Igual que a los sacerdotes antiguos los dejaban convictos los sacrificios, así a estos su oración. Orad así. Y entre las otras cosas que les mandó pedir, incluyó también esta: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,9.12). ¿Qué dicen los apóstoles? A diario piden se les perdonen sus deudas. Entran deudores, salen absueltos, y vuelven de nuevo a la oración con deudas. Esta vida no está exenta de pecado, de modo que cuantas veces se ora, tantas otras se perdonan los pecados.
  (Serm 135, 5.6-6.7)

Lunes de la cuarta semana

"Y este es el juicio: la luz ha venido al mundo
pero los hombres han preferido las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malvadas".
(Jn 3, 19)






Corramos a Cristo para recibir la luz

Cristo, en efecto, vino al mundo como Salvador. En cierto lugar dice también: Pues el Hijo del hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Por tanto, si vino también para salvar, son aceptables las otras palabras en que dice haber venido para que quienes no ven vean. Pero lo otro: Para que los que ven se queden ciegos, suena muy duro. Pero, si lo entendemos, no es duro, sino puro. Para entender cuán verdadero es lo que dijo, poned vuestros ojos en aquellos dos que oraban en el templo. El fariseo veía, el publicano estaba ciego. ¿Qué significa ese «veía»? Creía que veía; se gloriaba del hecho de ver, es decir, de su justicia; el otro, en cambio, estaba ciego, puesto que confesaba sus pecados. Aquél se jactaba de sus méritos, éste reconoció sus pecados. 
Corran, pues, a Cristo los ciegos para recibir la vista. Cristo es realmente luz en el mundo, incluso en medio de hombres pésimos. Se han realizado milagros divinos, y nadie ha hecho milagros desde el comienzo del género humano sino aquel a quien dice la Escritura: El único que hace maravillas (Sal 71,18). ¿Por qué se dijo: El único que hace maravillas, sino porque, cuando él quiere hacerlas, no tiene necesidad de hombre alguno? En cambio, cuando el hombre las hace, tiene necesidad de Dios. Sólo él ha hecho maravillas. ¿Por qué? Porque el Hijo es Dios en la Trinidad con el Padre y el Espíritu Santo, ciertamente el único Dios que hace maravillas. Ahora bien, también los discípulos de Cristo hicieron obras maravillosas, pero ninguno en solitario. ¿Qué obras maravillosas hicieron también ellos? Según está escrito en los Hechos de los Apóstoles, los enfermos deseaban tocar la orla de sus vestidos, y los que la tocaban quedaban curados; los enfermos yacentes en sus lechos querían que les tocase su sombra al pasar15. ¡Qué maravillas hicieron, pero ninguno de ellos las hizo él solo! Escucha a su Señor: sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,5)
Por tanto, amadísimos, amemos al patriarca como a patriarca, al profeta como a profeta, al apóstol como a apóstol, al mártir como a mártir; a Dios, sin embargo, por encima de todas las cosas, y presumamos de que sólo él, sin duda alguna, nos salvará. Pueden ayudarnos las oraciones de los santos, que recibieron de Dios ser beneméritos, sin que antecediera mérito alguno propio, puesto que los méritos de cualquier santo son dones de Dios. Dios obra en la luz y en la oscuridad, en las cosas visibles y en los corazones. Él hace maravillas en su templo cuando las hace en los hombres santos. En efecto, todos los santos se funden en unidad gracias al fuego de la caridad y constituyen un único templo para Dios; son un único templo cada uno en particular y todos en conjunto.

 (Serm. 136/B, 2-3)

Domingo de la cuarta semana de cuaresma

"Jesús les dijo: Yo soy la luz del mundo
quien me sigue no camina en tienieblas
sino que tendrá la luz de la vida".
(Jn 8, 12)


Las obras que nuestro Señor Jesucristo hizo entonces en los cuerpos las hace ahora en los corazones. Aunque en modo alguno cesa de realizarlas también en los cuerpos, es mucho más grande lo que hace en los corazones. En efecto, si es cosa grande ver la luz del cielo, ¡cuánto más lo es ver la luz de Dios! Para esto precisamente, para ver la luz que es Dios, son sanados, abiertos y purificados los ojos del corazón. Dios —dice la Escritura— es luz y en él no hay tiniebla alguna (1Jn 1,5), y el Señor en el Evangelio: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Por tanto, quienes nos extrañamos admirados de que este ciego vea, supliquemos con cuantas fuerzas que el Señor nos otorgue, la curación y purificación de nuestros corazones. Si son buenas las costumbres, los corazones están ya purificados. Pues ¿de qué sirve el verse purificados de los pecados en la fuente sagrada, si en seguida nos manchamos con pésimas costumbres?
Los distintos momentos de esta acción del Señor por la que otorgó la vista al ciego, nos invita a considerar algo grande y obligado. En efecto, el Señor Jesucristo podía —¿quién hay que le niegue ese poder?— tocar los ojos del ciego sin saliva ni lodo y devolverle o, mejor, darle la vista al instante. Estaba en su poder. ¿Por qué digo: si le hubiese tocado con la mano? ¿Qué no hubiese podido hacer con la sola palabra si lo hubiese mandado? ¿Qué no puede hacer la Palabra con la palabra? Pues no se trata de cualquier palabra, sino de ésta: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esta Palabra, que en el principio era Dios junto a Dios, se hizo carne para habitar entre nosotros (Jn 1,1-2,14) (...)el Señor, al curar a este ciego de nacimiento, en el que se figuraba al género humano, ciego también de nacimiento, guardó un procedimiento preciso. El Señor escupió en la tierra, hizo lodo y el Señor le untó los ojos con saliva. La tierra significa a los profetas; Efectivamente, esta tierra fue enviada delante, pues ¿qué otra cosa son los profetas sino tierra? Siendo en verdad hombres hechos de tierra, recibieron el Espíritu del Señor y ungieron al pueblo de Dios. Tenían la profecía, pero aún no veían.
Pero mira ahora adónde fue enviado para que lavara su cara. A la piscina de Siloé. ¿Qué significa Siloé? Es un bien que no lo haya callado el evangelista: que significa «enviado» (Jn 9,7). ¿Quién ha sido enviado sino aquel de quien se dijo: He aquí el cordero de Dios? En él se lava la cara, y quien había sido untado adquiere la vista, porque en Cristo el Señor se ha hecho realidad toda profecía.
Quien no conoce a Cristo camina untado solamente. Ahora bien, el procedimiento seguido primeramente con relación a los ojos de este hombre, se mantuvo también con relación a su corazón.Prestad atención a la pregunta que le hicieron los judíos: ¿Qué dices de ese hombre? Digo—respondió— que es un profeta (Jn 9,17). Aún no había lavado la faz de su corazón en Siloé. Sus ojos ya estaban abiertos, pero su corazón estaba todavía untado, cuando ya había lavado la cara. Respondió como pudo, como quien está untado y aún no ve. Mostró hallarse untado, evidentemente, en su corazón, a la vez que la apertura de los ojos de su carne.

Tratemos de encontrar, pues, al ciego, con los ojos ya abiertos, pero aún no untado en su corazón, en el momento en que se lava la cara. Los furiosos judíos, vencidos y convictos, ciegos de cólera hacia el que ya veía, lo arrojaron fuera. Cuando lo arrojaron fuera, fue precisamente cuando entró allí de donde no podrían arrojarle fuera los judíos presentes en la casa de Dios. Así, pues, expulsado fuera, encontró al Señor en el templo, quien le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? —en efecto, conocía quién había dado la vista a su cuerpo, aunque aún tenía que recibirla en el corazón. Ahora lava la faz de su corazón, ahora viene a Siloé, porque ahora entiende que es el Unigénito enviado—. Como un untado que aún no ve, le respondió: ¿Quién es, Señor, para creer en él? Y el Señor a su vez:Le has visto; el que está hablando contigo, ése es. Darle estas palabras equivale a lavarle la cara. Por último, ya acabada de lavar la cara, viendo en su corazón, dijo: Creo, Señor; y, postrándose, lo adoró (Jn 9,34-38)..
(Sermo 136/C, 1-3.5)

Mirar - El signo de la cuarta semana

La imagen del ciego de nacimiento y de la ceguera de los fariseos, incapaces de reconocer la bendición de Dios en la persona de Jesús, os acompaña esta semana.

La naturaleza humana nos hace juzgar por apariencias, equivocarnos al valorar. Pero Dios sana esta ceguera de nacimiento desde nuestra propia naturaleza. No nos transforma en "super hombres", sino que se hace hombre para que seamos capaces de mirar como mira Él.

Sábado III Semana de Cuaresma

"Os exhorto, hermanos, a presentar vuestros cuerpos
como hostia viva, santa, agradable a Dios;
este es vuestro culto espiritual".
(Rom 12, 1)






El sacrificio de la comunidad cristiana


Así, pues, el verdadero sacrificio es toda obra hecha para unirnos a Dios en santa alianza, es decir, referido a la meta de aquel bien que puede hacernos de verdad felices. Y así, aun la misericordia con que se socorre al hombre, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Pues aunque sea hecho u ofrecido por el hombre, el sacrificio es una obra divina. Tal es el significado que aun los latinos antiguos dieron a esta palabra. De ahí viene que el mismo hombre, consagrado en nombre de Dios y ofrecido a Dios, en cuanto muere para el mundo a fin de vivir para Dios, es sacrificio. Pues esto pertenece a la misericordia que cada uno practica para sí mismo. Por eso está escrito: Compadécete de tu alma haciéndola agradable a Dios (Sir 30,24).
También es sacrificio el castigo que infligimos a nuestro cuerpo por la templanza si, como debemos, lo hacemos por Dios, a fin de no usar de nuestros miembros como arma de iniquidad para el pecado, sino como arma de justicia para Dios. Exhortándonos a esto dice el Apóstol: Por ese cariño de Dios os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico (rom 12,1). Si el cuerpo, pues, de que usa el alma como un siervo inferior o como un instrumento, cuando su uso bueno y recto se refiere a Dios, es sacrificio, ¿cuánto más se hace sacrificio la misma alma cuando se refiere a Dios, para que, encendida en el fuego de su amor, pierda la forma de la concupiscencia del siglo, y se reforme como sometida a la forma inconmutable, resultándole así agradable por ser iluminada de su hermosura? Esto mismo añade el Apóstol de inmediato: Y no os amoldéis al mundo éste, sino id transformándoos con la nueva mentalidad para ser vosotros capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, conveniente y acabado (Rom 12,2).
Los verdaderos sacrificios, pues, son las obras de misericordia, sea para con nosotros mismos, sea para con el prójimo; obras de misericordia que no tienen otro fin que librarnos de la miseria y así ser felices; lo cual no se consigue sino con aquel bien, del cual está escrito: Para mí lo bueno es estar junto a Dios (Sal 72,28). De aquí ciertamente se sigue que toda la ciudad redimida, o sea, la congregación y sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un sacrificio universal por medio del gran Sacerdote, que en forma de esclavo se ofreció a sí mismo por nosotros en su pasión, para que fuéramos miembros de tal Cabeza; según ella, es nuestro Mediador, en ella es sacerdote, en ella es sacrificio.

Por eso nos exhortó el Apóstol a ofrecer nuestros propios cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como nuestro culto auténtico, y a no amoldarnos a este mundo, sino a irnos transformando con la nueva mentalidad; y para demostrarnos cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, conveniente y agradable, ya que el sacrificio total somos nosotros mismos, dice: En virtud del don que he recibido, aviso a cada uno de vosotros, sea quien sea, que no se tenga en más de lo que hay que tenerse, sino que se tenga en lo que debe tenerse, según el cupo de fe que Dios haya repartido a cada uno. Porque en el cuerpo, que es uno, tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función; lo mismo nosotros, con ser muchos, unidos a Cristo formamos un solo cuerpo, y respecto de los demás, cada uno es miembro, pero con dotes diferentes, según el regalo que Dios nos haya hecho. Éste es el sacrificio de los cristianos: unidos a Cristo formamos un solo cuerpo (Rom 12,3-5). Éste es el sacramento tan conocido de los fieles que también celebra asiduamente la Iglesia, y en él se le demuestra que es ofrecida ella misma en lo que ofrece.
(Civ Dei X, 6)

Viernes III Semana de Cuaresma

"Un espíritu humillado es sacrificio a Dios,
un corazón desgarrado y humillado, Dios no lo desprecias".
(Sal 51, 19)




Hacer el bien es el verdadero sacrificio

 Por consiguiente, hemos de estar convencidos de que Dios no necesita no sólo del ganado ni de cualquier otra cosa corruptible o terrena, sino ni siquiera de la misma justicia del hombre; y todo aquello con que se da culto a Dios cede en provecho del hombre, no de Dios. Como nadie pensará que favorece a la fuente, cuando bebe, o a la luz, cuando ve.Ni el hecho de los sacrificios hechos por los antepasados en las víctimas de los animales, que hoy lee el pueblo de Dios y ya no practica, se ha de pensar significaba otra cosa que por aquellas cosas se significaba lo que se realiza en nosotros para unirnos a Dios y conducir al mismo fin a nuestro prójimo. El sacrificio visible, pues, es el sacramento o signo sagrado del sacrificio invisible. Por eso dice el penitente en el profeta, o el mismo profeta, buscando tener propicio a Dios por sus pecados: Si hubieras querido un sacrificio, te lo hubiera ofrecido; Tú no te deleitarás con los holocaustos. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias (Sal 50,18-19) Veamos cómo donde dice que Dios no quiere sacrificio, allí muestra que sí lo quiere. No quiere el sacrificio del animal muerto, pero quiere el sacrificio del corazón contrito.
Por eso se dice en otro lugar de otro salmo: Si tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos? Como si dijera: Si me fueran ciertamente necesarios, no te pediría a ti lo que está en mi poder. Luego, añadiendo lo que significan, dice: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria (Sal 49,14-15)

.También en la epístola a los Hebreos se dice: No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios (Heb 13,16). Por eso aquel texto quiero lealtad, no sacrificios (Os 6,6) debe entenderse como la preferencia de un sacrificio sobre el otro, ya que lo que todos llaman sacrificio es el signo del verdadero sacrificio. Pero la misericordia es el verdadero sacrificio
 (Civ Dei X, 5)

Jueves III Semana de Cuaresma

"No quieres sacrificio ni ofrenda…
Por eso he dicho: Aquí estoy.
Señor, esto deseo,
tu Ley en lo profundo de mi corazón".
(Sal 40, 7.8.9)




El culto verdaderamente agradable a Dios


A éste le debemos el servicio, llamado en griego λατρεία, ya en algunos ritos sagrados, ya en nosotros mismos. Somos, en efecto, todos a la vez y cada uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar en la concordia de todos y en cada uno en particular (1Cor 3,16-17), sin ser mayor en todos que en cada uno, puesto que ni se distiende por la masa ni disminuye por la participación. Cuando nuestro corazón se levanta a Él, se hace su altar: lo aplacamos con el sacerdocio de su primogénito; le ofrecemos víctimas cruentas cuando por su verdad luchamos hasta la sangre; le ofrecemos suavísimo incienso cuando en su presencia estamos abrasados en religioso y santo amor; le ofrendamos y devolvemos sus dones en nosotros, y a nosotros mismos en ellos; en las fiestas solemnes y determinados días le dedicamos y consagramos la memoria de sus beneficios a fin de que con el paso del tiempo no se nos vaya introduciendo solapadamente el olvido; con el fuego ardiente de caridad le sacrificamos la hostia de humildad y alabanza en el ara de nuestro cuerpo. Para llegar a verlo como Él puede ser visto, y para unirnos a Él, nos purificamos de toda mancha de pecado y malos deseos, y nos consagramos en su nombre. Él es fuente de nuestra felicidad, es meta de nuestro apetito. Eligiéndolo a Él, o mejor reeligiéndolo, pues lo habíamos perdido por negligencia; reeligiéndolo a Él, de donde procede el nombre de «religión», tendemos a Él por amor para descansar cuando lleguemos; y de este modo somos felices, porque en aquella meta alcanzamos la perfección. Nuestro bien, sobre cuya meta tal debate hay entre los filósofos, no es otro que unirnos a Él: su abrazo incorpóreo, si se puede hablar así, fecunda el alma inmortal y la llena con verdaderas virtudes. Se nos manda amar este bien con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. A este bien debemos llevar a los que amamos y ser llevados por los que nos aman. Así se cumplen los dos mandamientos en que consiste la Ley y los Profetas: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda su mente, y Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,32-37) Para que el hombre supiese amarse se le puso delante la meta, adonde tenía que dirigir todo lo que hacía para ser feliz. Y esta meta es unirse a Dios (Sal 72,28). Ahora bien, cuando se manda a uno, que sabe amarse a sí mismo, que ame al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se le manda sino que le recomiende, cuando puede, que ame a Dios? Éste es el culto de Dios; ésta, la verdadera religión; ésta, la piedad recta; ésta, la servidumbre debida sólo a Dios.
(Civ Dei X, 3.2)

Miércoles - III semana

"Buscad primero el reino de Dios y su justicia,
y todo lo demás se os dará por añadidura".
(Mt 6, 33)








Cristo habita en el hombre interior

De todos modos, este esperad en el Señor está expresado de una manera un tanto misteriosa. ¿Cuál es el objeto de la espera, sino el bien? Pero como cada cual pretende pedirle a Dios el bien que ama, y como, por otra parte, no resulta nada fácil encontrar personas que amen los bienes interiores, o sea, tocantes al hombre interior -los únicos que hay que amar, porque del resto sólo hay que hacer uso para subvenir las necesidades perentorias, no para recabar gozo-, tras haber dicho esperad en el Señor, sorprendentemente añadió: Hay muchos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Este apóstrofe y esta pregunta se la formulan a diario todos los tontos y malvados por dos motivos: primero, porque anhelan la paz y la tranquilidad de la vida mundana y no la encuentran a causa de la degeneración de la raza humana, teniendo al mismo tiempo la osadía de criticar la situación real del mundo cuando, arropados en sus propios merecimientos, estiman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Segundo, cuando dudan o desesperan de la vida futura que nos está prometida y repiten con machaconería: ¿Quién sabe si todo eso es verdad? ¿Quién ha vuelto de entre los muertos para decirnos que todo eso es así? De manera espléndida, pero en síntesis, el profeta ha puesto de relieve a los que tienen una visión interior cuáles son los bienes que deben constituir objeto de su búsqueda, dando respuesta a la pregunta de aquellos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Y sigue diciéndoles: La luz de tu rostro, Señor, está grabada en nosotros. Esta luz es el bien total y auténtico del hombre, oculta a los ojos, pero visible a la razón. Y dijo grabada en nosotros, usando el símil de las monedas, que llevan acuñada la efigie del rey. En efecto, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26), pero la echó a perder con el pecado. Por tanto, el bien verdadero y eterno del hombre es troquelar esa moneda mediante la regeneración, o sea, volviendo a nacer. (...)  Has puesto en mi corazón la alegría. No deben buscar fuera esta alegría quienes, siendo aún pesados de corazón, aman la falsedad y buscan el engaño. Deben buscarla dentro, donde está grabada la imagen de tu rostro. Cristo habita en el hombre interior (Ef 3,17), en expresión del Apóstol. Competencia de Cristo es ver la verdad, pues fue él quien dijo: Yo soy la verdad (Jn 14,6).

Pero los hombres que van en pos de las realidades temporales -y realmente son muchos-, al no ser capaces de ver dentro de sí mismos los bienes auténticos y garantizados, no saben sino repetir: ¿Quién nos hará ver el bien?
(En. in Ps. 4, 8-9)

Martes - III semana

"Venid los sedientos todos, acudid por agua
quien no tenga dinero venga igualmente,
comprad y comed sin dinero
vino y leche de balde".
(Is 55, 1)






La justa sed de Dios

Mi alma tiene sed de ti. He aquí el desierto de Idumea. Mirad cómo aquí siente sed, pero fijaos cómo esta sed es buena: Tiene sed de ti. Porque hay quienes tienen sed, pero no de Dios. Todo el que desea conseguir alguna cosa, arde en deseos de ella: este deseo es la sed del alma. Y fijaos cuántos deseos hay en el corazón de los hombres: uno desea oro, otro plata; éste desea propiedades, aquél otro herencias; uno dinero en abundancia, el otro abundantes ganados; éste desea una casa grande, el otro tener una esposa; uno honores, el otro hijos. Ya veis cómo todos estos deseos están en el corazón del hombre. Todos los hombres arden en estos deseos; y apenas se encuentra uno que diga: Mi alma tiene sed de ti. Tienen los hombres sed del mundo, sin darse cuenta de que se encuentran en el desierto, donde su alma debe sentir sed de Dios.

Debemos, pues, estar sedientos de la sabiduría, debemos estar sedientos de la justicia. Y no nos saciaremos de ella, ni sentiremos su hartura, hasta que termine esta vida, y se cumplan en nosotros las promesas de Dios. Dios nos ha prometido que seremos como los ángeles. y los ángeles no tienen sed como la sentimos nosotros ahora, ni tienen hambre como nosotros; están saciados de verdad, de luz, de sabiduría inmortal. Por eso son felices; y lo son con una tan grande felicidad porque están en aquella ciudad, la Jerusalén celestial, hacia la que nosotros vamos ahora caminando, y ellos nos ven como desterrados, se compadecen de nosotros, y por mandato del Señor nos prestan auxilio para que volvamos en algún momento a aquella patria común, y allí, junto con ellos, nos saturemos por fin de la verdad y la eternidad en la fuente que el Señor nos tiene preparada. Que ahora nuestra alma tenga sed. ¿Pero cómo tendrá sed nuestra carne, y esto de una manera ardiente y ansiosa? Y mi carne, dice, está suspirando ansiosamente por ti. Tiene esto sentido porque a nuestra carne también se le ha prometido la resurrección. Así como a nuestra alma se le promete la felicidad, así también a nuestro cuerpo se le promete la resurrección. Sí, esa resurrección de la carne se nos ha prometido; oídlo y aprendedlo, guardad en la memoria cuál es la esperanza de los cristianos, por qué somos cristianos. No somos cristianos para alcanzar con nuestras súplicas una felicidad terrena, que poseen incluso muchos ladrones y delincuentes. No, los cristianos estamos destinados a otra felicidad, que la recibirnos cuando la vida de este mundo haya pasado completamente. Así que también se nos promete la resurrección de la carne, pero una resurrección tal, que este cuerpo que ahora llevamos, al final resucitará. No, no os parezca increíble. Porque si Dios nos ha creado a nosotros, que no existíamos, ¿le será muy costoso reparar lo que éramos? […] La resurrección de la carne que se nos promete, es tal, que aunque resucite la misma carne que ahora tenemos, no va a ser corruptible como lo es ahora. 
(En. in Ps. 62, 5-6)

Lunes III semana

"¡Qué preciosa es tu gracia, oh Dios!
En ti está la fuente de la vida,
tu luz nos hace ver la luz".
(Sal 36, 8.10)




La dulzura interior por Dios


Ánimo, hermanos, tratad de comprender mi anhelo, haceos partícipes conmigo de este mi deseo; tengamos juntos este amor, juntos tengamos esta sed ardiente, corramos juntos a la fuente para comprender. Suspiremos como el ciervo por la fuente, pero no la fuente del bautismo, que los catecúmenos desean para alcanzar el perdón de sus pecados, sino como ya bautizados, suspiremos por la otra fuente de que habla la Escritura: Porque en ti está la fuente de la vida. Sí, él es la fuente, él es la luz; porque tu luz nos hace ver la luz (Sal 35,10). Si es la fuente y es la luz, con toda razón es también la sabiduría, puesto que sacia el alma ávida de saber; y todo aquel que entiende, es iluminado por una cierta luz no material, no corporal, no exterior, sino interior. Porque existe, hermanos, una luz interior que no la tienen los que no comprenden. Por eso el Apóstol, a los que anhelan esta fuente de vida, y algo perciben de ella, les dirige la palabra el Apóstol con esta recomendación: No viváis ya más como los paganos, que tienen la mente vacía, a oscuras en sus pensamientos, ajenos a la vida de Dios, por la ignorancia que hay en ellos, por la ceguera de su corazón (Ef 4,17-18). Si éstos están a oscuras en su mente, es decir, porque no entienden, andan a ciegas; y por tanto, los que entienden, son iluminados. Corre hacia las fuentes, suspira por las fuentes de agua. En Dios está la fuente de la vida, una fuente inagotable; y su luz es una luz que nunca se oscurece. Suspira por esta luz, por esa fuente y esa luz que tus ojos no conocen. Cuando se ve con esta luz, se habilita tu ojo interior; cuando bebes de esta fuente, la sed interior se inflama. Corre hacia la fuente, suspira por la fuente; pero no de cualquier modo, no corras como cualquier animal: corre como el ciervo. ¿Qué significa como el ciervo? No lo hagas con lentitud; corre veloz, anhela con prontitud la fuente.
 (En. in Ps. 41, 2)

...si por un lado me atemoriza lo que soy...


19 de marzo de 2014.
Solemnidad de san José.
Día del Seminario.
Estimado amigo:
Recibí con agrado tu correo electrónico. Mil gracias por tus amables palabras y tu invitación a escribir en el blog del Centro de Espiritualidad Agustiniana Monasterio de la Vid: la Vid digital. 
Hablar de la propia experiencia vocacional y lo que ha supuesto en la vida no es un tema nada fácil. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir y cómo?... Muchas preguntas que responder. Opino que, aún siendo un tema rico – la vida de cualquier persona lo es, de hecho, en cualquier lugar y tiempo-, el contenido en sí es complejo. Un buen resumen, compartido por quienes juntos respondimos hace bastantes años con un «Heme aquí», sería el siguiente: a lo largo de estos años, cada uno de nosotros, en parroquias, colegios, en el servicio a Dios y a los hermanos, hemos tratado de ser fieles al Señor, a pesar de nuestra torpeza e indignidad. En la escuela de san Agustín hemos vivido la gracia de la fraternidad y la entrega sacerdotal. ¡Buen resumen!, ¿no te parece?
Es verdad. Tienes razón. Demasiado conciso. Quizás  en este párrafo hay algunas expresiones que necesitan ser explicadas. Por ejemplo, la palabra ‘hermanos’, ‘Escuela de san Agustín’, ‘fraternidad’,… Conviene precisarlas más. 
Te invito a «dar un paso adelante» juntos. Podemos comenzar por aclarar qué se entiende por ‘cristiano’. A continuación debemos precisar de qué estamos hablando cuando hablamos sobre el ‘sacerdocio ordenado’ o ‘sacerdocio ministerial’. Y, finalmente, ...
 El sacerdote es un cristiano. Y eso significa mucho. San Agustín (354-430), obispo de Hipona, hablando a sus feligreses lo resume en la conocida frase: «mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro lado me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo [sacerdote] para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo [sacerdote] connota una obligación, la de cristiano un don» (Serm. 340,1). Somos cristianos. Y, no hay que olvidar que «en la escuela del Señor todos somos condiscípulos» (Serm. 242, 1), hermanos.
Me dices: «De acuerdo, OK» (¡veo que dominas el inglés, felicidades!). Pero al mismo tiempo te cuestionas y me preguntas: «¿Qué entendemos por ser cristiano?» ¡Buena demanda!
Escucha las palabras de Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, n. 1). ¿Podrías decirme de quién estamos hablando? Perfecto. Veo que nos entendemos. Avancemos y demos un paso más.
Si preguntamos a un teólogo qué es un católico nos hablará seguramente de una persona que cree, celebra y vive el misterio de Jesucristo en el seno de una Iglesia local que está en comunión con la Iglesia de Roma.  
Nosotros debemos estar agradecidos a nuestros padres porque un día se preocuparon por acercarnos a Jesús, a la parroquia y/o al colegio, para vivir la fe en el seno de la comunidad cristiana. Un servidor lo está. Es en el regazo de una familia cristiana y en los brazos de la Iglesia local, es decir, en la parroquia/colegio, donde nace la vocación al sacerdocio o la vida religiosa. También otras. Tienes razón. No me olvido de ellas. Todas tienen en común que responden a una invitación del Señor: «¡Ven y sígueme!» (Mt. 19, 21). Por ese motivo, es importante cooperar con los dones recibidos al bien común. 
Tracemos un surco más. La solemnidad de San José, día del Seminario, es una buena ocasión para fijar la atención y reflexionar sobre la especificidad del religioso sacerdote. 
Los presbíteros, escribe san Agustín, son «los servidores de Cristo, los ministros de su palabra y sacramento» (Ep. 228,2). Y los religiosos sacerdotes aportan, además, en la acción pastoral de la Iglesia lo específico de su carisma. ¿Cuál es lo específico de los agustinos? Como agustinos manifestamos la consagración a Dios por los votos religiosos. San Agustín enseña que nuestra castidad, pobreza y obediencia están especialmente marcados por la vida común: «En primer término, ya que con este fin os habéis congregado en comunidad […], tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios» (Regla I,3; I,1). Este signo confiere a nuestra profesión su carácter específico (Cfr. Const. 59). Por ser la Orden de San Agustín una Orden mendicante, el religioso, presbítero o no, se entrega al servicio de la sociedad, conviviendo con ella y proponiéndole un estilo de vida en que sobresale la fraternidad. ¿Qué te parece? ¡Apasionante! En el monasterio de Santa María de la Vid, aprendimos las primeras letras de este NUEVO ABECEDARIO: «...No es los mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no hacerlo. No es  lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón» (Evangelii Gaudium, 266). 
Porque no es lo mismo, pongámonos de nuevo en camino como los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35). Seguro que sale el Señor a nuestro encuentro. ¡Genial! Que así sea. Amén.
A lo largo de estos años uno descubre, al ver a sus propios hermanos y amigos, que el sacerdote y los religiosos sacerdotes «siguen con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y la inclemencia del tiempo» (Mensaje de la XCIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, 27-11-2009). Comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal en la Iglesia particular. 
Estimado amigo: creo que, como cada año, la celebración del Día del Seminario es una buena ocasión para dar un gran salto que permita quitarse el polvo del camino, recoger lo bueno de la vida y lanzarse con ilusión renovada al seguimiento de Jesús con un «Aquí estoy, mándame» (Is. 6, 8) como respuesta. El modelo a seguir, sin duda, es María, Santa María de la Vid: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38).  
Ojalá, que las tareas que fueron, las que son y las que vendrán, si Dios quiere, sean un grano que fructifique en la Nueva Evangelización marcada por esa alegría del Evangelio «que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii Gaudium, 1) y que nos propone la Iglesia.
Un abrazo.
DC 

Me invita a salir de la mediocridad

Confieso que El ha sido y está siendo muy "elocuente" conmigo. Aunque no siempre le escucho, casi continuamente le oigo. Me ha hablado cada vez que el dolor, el limite, la enfermedad, el fracaso... han llamado a mi puerta ("estoy a tu puerta y llamo"). Llega para cambiar mis planes y llamarme al desprendimiento.
Me habla dentro, "dentro", en lo interior, y me invita a huir de la mediocridad, a no caer en el juicio y el chisme,  a quitarme el plomo de las alas, a orar mejor, a acudir al sacramento del perdón. 
La Vid es todavía el remanso donde El me habla: a la orilla del rio, a la sombra de las choperas, a los pies de la Virgen...
Me habló siempre por el superior. 

Domingo III semana

"Si alguno tiene sed, que venga
y beba quien cree en mí".
(Jn 7, 37-38)





Jesús y la Samaritana

Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado así sobre la fuente. Era como la hora sexta (Jn 4,6). Ya comienzan los misterios, pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fuerza de Dios; no en vano se fatiga quien reanima a los fatigados; no en vano se fatiga quien, si nos abandona, nos fatigamos; si está presente, nos afianzamos. Se fatiga empero Jesús y se fatiga del viaje, se sienta; se sienta junto al pozo, y fatigado se sienta a la hora sexta. Todo eso insinúa algo, quiere indicar algo, llama nuestra atención, nos exhorta a aldabear. Abra, pues, a mí y a vosotros quien se dignó exhortar, diciendo: Aldabead y se os abrirá (Mt 7,7). Por ti está Jesús fatigado del viaje. Hallamos a Jesús fuerte y hallamos a Jesús débil; a Jesús fuerte y débil: fuerte porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ésta existía al principio en Dios. ¿Quieres ver cuán fuerte es ese Hijo de Dios? Todo se hizo mediante ella, y sin ella no se hizo nada todo se hizo sin esfuerzo. ¿Qué, pues, más fuerte que ese mediante quien todo se hizo sin esfuerzo? ¿Quieres conocer que es débil? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La fortaleza de Cristo te creó y la debilidad de Cristo te reanimó. La fortaleza de Cristo hizo que existiera lo que no existía; la debilidad de Cristo hizo que lo que existía no pereciese. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó.
llega una mujer, forma de la Iglesia, no ya justificada, sino por justificar ya, porque de ello trata la conversación. Viene ignorante, lo halla y con ella se desarrolla algo. Veamos qué, veamos por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua (Jn 4,7).
Le dice Jesús: Dame de beber. Por cierto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Le dice, pues, la mujer samaritana: ¿Cómo tú, aunque eres judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana? Los judíos, en efecto, no se tratan con samaritanos (Jn 4,7-9). Veis que son extranjeros: en absoluto usaban sus recipientes los judíos. Y, precisamente porque la mujer llevaba un recipiente con que sacar agua, se extrañó de que un judío le pedía de beber, cosa que no solían hacer los judíos. Ahora bien, quien pedía de beber, tenía sed de la fe de esa misma mujer.
Finalmente oye quién pide de beber. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero a la mujer habla todavía veladamente y poco a poco entra en su corazón. Tal vez instruye ya, pues ¿qué más suave y amable que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva.
Sin embargo, la mujer afirma indecisa: Señor, no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo (Jn 4,11). Ved cómo entendió ella el agua viva, o sea, el agua que había en aquella fuente: «Tú quieres darme agua viva y yo llevo con qué sacar, mas tú no llevas. El agua viva está ahí; ¿cómo vas a dármela?». Porque entiende y saborea carnalmente otra cosa, aldabea en cierto modo, para que el Maestro abra lo que está cerrado. Aldabeaba con ignorancia, no con afán; todavía es digna de lástima, aún no ha de instruírsela.
Sin embargo, la mujer está aún centrada en la carne. Le complació no tener sed y suponía que el Señor le había prometido esto según la carne. 
Prometía, pues, cierta comida sustanciosa y la saciedad del Espíritu Santo, y ella no entendía aún y, al no entender, ¿qué respondía? Le dice la mujer: Señor, dame esta agua para que no tenga sed ni venga acá a sacar (Jn 4,15). La carencia forzaba al esfuerzo y la debilidad rehusaba el esfuerzo. ¡Ojalá oyera: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os devolveré las fuerzas! De hecho, se lo decía Jesús para que ya no se fatigase. Pero ella no entendía aún.
(In Io. Ev. tr. 15, 6.10-17)



Beber - El signo de la tercera semana

 El agua es la vida. Más de la mitad de nuestro cuerpo es agua y sin ella no sobreviviríamos ni una semana. Y sin embargo, para muchos de nosotros - sobre todo en el norte - es algo tan fácil de tener, tan cercano, que perdemos la atención a su importancia.

La experiencia de la sed nos recuerda lo que necesitamos el agua. Y es una experiencia que nos va haciendo perder el control de nuestra humanidad. Cuando falta el agua la mente razona peor y llega a ver visiones, nuestro organismo se atrofia y dejamos de comportarnos como querríamos. Cuando encontramos la fuente del agua, la vida regresa.
El bautismo es la fuente de un agua y una vida renovada en el Espíritu, la que nos da la nueva identidad y dignidad de hijos de Dios. La fuente a la que beber este agua es el mismo Cristo.

Viernes de la segunda semana

Jesús respondió: Dichosos más bien
los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen
.
(Lc 11, 28)







Que tu alegría sea escuchar a Dios que te habla

El bienaventurado apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la palabra de Dios diciéndoles: Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismo (Sant 1,22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de esa frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en lugar más seguro que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice: Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar (Sant 1,19).
Pensando en esta frase, en la que se nos amonesta a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar, hablaré en primer lugar de este mi ministerio; luego, después de haber justificado el ministerio de quienes hablamos con frecuencia, volveré a lo que había propuesto en primer lugar.
Es conveniente que os exhorte a no ser sólo oyentes de la palabra, sino también cumplidores. Así, pues, ¿quién, por el hecho de que os hablo frecuentemente, sin parar mientes en mi obligación, no me juzga cuando lee: Sea todo hombre rápido para escuchar y lento para hablar? Ved que la preocupación por vosotros no me permite cumplir esta norma. Debéis, pues, orar y levantar a quien obligáis a ponerse en peligro. Con todo, hermanos míos, voy a deciros algo a lo que quiero que deis crédito, porque no podéis verlo en mi corazón. Yo, que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo exigís, sólo disfruto verdaderamente cuando escucho. Mi gozo —repito— sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No se teme el precipicio de la soberbia allí donde está la piedra sólida de la verdad. Y para que sepáis que así es en verdad, escuchad lo que está dicho: Darás regocijo y alegría a mi oído. Entonces es cuando gozo, cuando escucho. A continuación añadió: Se regocijarán los huesos humillados (Sal 50, 10). Así, pues, mientras escuchamos somos humildes; en cambio, cuando predicamos, aun cuando no nos ponga en peligro la soberbia, al menos nos sentimos frenados. Y si no me enorgullezco, corro peligro de enorgullecerme. Sin embargo, cuando escucho, me deleito sin nadie que me engañe, disfruto sin testigos.
 (Serm. 179, 1-2)




EN BREVE...Sean tus Escrituras mis castas delicias; en ellas encuentro mi gozo. (Conf. 11, 25)