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El mundo de los santos

Los que aman son elegidos porque aman; pero los que no aman, aunque hablen los idiomas de los hombres y de los ángeles, son como un alambre, que suena, y como un címbalo, que tañe; y aunque tengan el don de profecía, conozcan todos los secretos y posean todas las ciencias y tengan tanta fe que puedan trasladar las montañas, nada son; y aunque distribuyan toda su hacienda a los pobres y entreguen su cuerpo al fuego, no les será de ningún provecho. El amor distingue del mundo a los santos y hace que vivan juntos con una sola alma en la casa
 (Comentario a Juan 76, 2).

La Unidad de la Fe

 “Como cada año, celebramos hoy la festividad de la venida del Espíritu Santo, que merece una afluencia masiva, a la vez que gran solemnidad en las lecturas y en el sermón. Las dos primeras cosas son ya una realidad, puesto que os habéis reunido muchísimos y habéis escuchado las lecturas cuando se leyeron. Vayamos adelante con la tercera; no falte el obsequio de nuestra lengua a quien concedió a unos  ignorantes el hablar todas las lenguas, sometió las lenguas de los hombres cultos en todos los pueblos y congregó las distintas lenguas de los pueblos en la unidad de la fe” 
(Sermón 269, 1).

La mano del Señor lo escribió


"Todo el que entienda este consorcio de unidad y el ministerio, en los diversos oficios, de los miembros concordes bajo una única cabeza, no entenderá lo que lea en el Evangelio, siendo los narradores los discípulos de Cristo, distintamente que si viese que lo escribía la misma mano del Señor, que llevaba en el propio cuerpo. Por lo cual, veamos ya cuáles son aquellos puntos que piensan que escribieron los evangelistas en desacuerdo entre sí, como pudiera parecer a los romos de inteligencia, a fin de que, resuelta la cuestión, de aquí mismo aparezca que los miembros de aquella cabeza conservaron la concordia fraterna en la unidad de su cuerpo, no sólo pensando lo mismo, sino también escribiendo en armonía"
 (Concordancia de los evangelistas 1, 35, 54).

Es lo que tiene

"Pero aquella divina sustancia es lo que tiene, yde tal manera tiene la ciencia, que la ciencia, por la cual sabe, no es distinta de la esencia desu ser: ambas cosas son una sola; ni siquiera debe decirse ambas cosas, donde no hay más que una simplicísima unidad. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, y Él no es distinto dela vida que tiene, y dio al Hijo tener la vida en sí mismo, es decir, engendró un Hijo, que también Él fuese la vida, así también lo dicho del Espíritu Santo: No dirá nada por sí mismo, sino dirá lo que ha oído, debemos entenderlo en el sentido de que no procede de sí mismo. Solamente el Padre no procede de otro. El Hijo nació del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre; mas el Padre no ha nacido ni procedede otro. Y no se le ocurra al humano pensamiento imaginar alguna desigualdad en aquella Trinidad augusta: porque el Hijo es igual a Aquel de quien nació, y el Espíritu Santo es igual a Aquel de quien procede… Para Él oír es saber, y el saber es el ser, como hemos explicado. Pero, por no tener el ser de sí mismo, sino de Aquel de quien procede, de Él tiene la esencia, de Él tiene la ciencia, de Él tiene asimismo la audición, que no es otra cosa que la misma ciencia"


(Comentario a Juan 99, 4).

La unidad de la Trinidad

“En consecuencia, quien esto lea, si tiene certeza, avance en mi compañía; indague conmigo, si duda; pase a mi campo cuando reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así marcharemos, con paso igual, por las sendas de la caridad en busca de aquel de quien está escrito: Buscad siempre su rostro. Esta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia del Señor, nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende la unidad en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe materia donde con mayor peligro se desbarre ni se investigue con más fatiga, o se encuentre con mayor fruto… Mas, si alguien se lamenta de no entender mi lenguaje porque nunca fue capaz de comprender tales cosas, aunque estén expuestas con agudeza y diligencia, trate consigo de adelantar en los deseos y estudios, pero no pretenda hacerme enmudecer con sus lamentos y ultrajes”
(La Trinidad 1, 3, 5).

La unicidad e igualdad de substanca

“Así, ciertos pasajes de la Escritura hablan del Padre y del Hijo para indicar unicidad e igualdad de sustancia... Algunos, por el contrario, hablan del Hijo como inferior al Padre, a causa de su forma servil, es decir, por la criatura que Él asumió de humana y mudable sustancia... Otros, finalmente, no indican ni inferioridad ni igualdad, sino simplemente procedencia... Esta regla de la Escritura no significa inferioridad de uno de ellos con relación al otro, sino que da a entender que uno procede del otro. Regla que algunos han interpretado como si el Hijo fuera inferior al Padre. Ciertos escritores de los nuestros, asaz ignorantes y poco versados en estas materias, se afanan por entender dichas expresiones según la forma de siervo, y como la sana razón rehúsa su asentimiento, se turban. Para que esto no suceda es preciso seguir esta regla, según la cual el Hijo de Dios, si bien procede del Padre, no es inferior al Padre; y en los mencionados testimonios se demuestra no su desemejanza, sino su nacimiento” (La Trinidad 2, 1, 3).

Los tres pertenecen a la unidad trina

“Cuantos intérpretes católicos de los libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento he podido leer, anteriores a mí en la especulación sobre la Trinidad, que es Dios, enseñan, al tenor de las Escrituras, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de una misma e idéntica sustancia, insinúan, en inseparable igualdad, la unicidad divina, y, en consecuencia, no son tres dioses, sino un solo Dios. Y aunque el Padre engendró al Hijo, el Hijo no es el Padre; y aunque el Hijo es engendrado por el Padre, el Padre no es el Hijo; y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo, al Padre y al Hijo coigual y perteneciente a la unidad trina. Sin embargo, la Trinidad no nació de María Virgen, ni fue crucificada y sepultada bajo Poncio Pilatos, ni resucitó al tercer día, ni subió a los cielos, sino el Hijo solo; ni descendió la Trinidad en figura de paloma sobre Jesús el día de su bautismo; ni en la solemnidad de Pentecostés, después de la ascensión del Señor, entre viento huracanado y fragores del cielo, vino a posarse, en forma de lenguas de fuego, sobre los apóstoles, sino sólo el Espíritu Santo. Finalmente, no dijo la Trinidad desde el cielo: Tú eres mi Hijo, cuando Jesús fue bautizado por Juan, o en el monte cuando estaba en compañía de sus tres discípulos, ni al resonar aquella voz: Le he glorificado y volveré a glorificar, sino que era únicamente la voz del Padre, que hablaba a su Hijo, si bien el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean inseparables en su esencia y en sus operaciones. Y esta es mi fe, pues es la fe católica” (La Trinidad 1, 4, 7).

La Trinidad obra inseparblemente

“Pero algunos se turban cuando oyen decir que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no hay tres dioses en la Trinidad, sino un solo Dios; y tratan de entender cómo puede ser esto: especialmente cuando se dice que la Trinidad actúa inseparablemente en todas las operaciones de Dios; con todo, no fue la voz del Hijo, sino la voz del Padre, la que resonó; sólo el Hijo se apareció en carne mortal, padeció, resucitó y subió al cielo; y sólo el Espíritu Santo vino en figura de paloma. Y quieren entender cómo aquella voz del Padre es obra de la Trinidad, y cómo aquella carne en la que sólo el Hijo nació de una Virgen es obra de la misma Trinidad, y cómo pudo la Trinidad actuar en la figura de paloma, pues únicamente en ella se apareció el Espíritu Santo. Pues de no ser así, la Trinidad no obraría inseparablemente, y entonces el Padre sería autor de unas cosas, el Hijo de otras y el Espíritu Santo de otras; o si ciertas operaciones son comunes y algunas privativas de una persona determinada, ya no es inseparable la Trinidad. Les preocupa también saber cómo el Espíritu Santo pertenece a dicha Trinidad no siendo engendrado por el Padre, ni por el Hijo, ni por ambos a una, aunque es Espíritu del Padre y del Hijo. Estas son, pues, las cuestiones que hasta cansarnos nos proponen; y si Dios se complace en ayudar nuestra pequeñez, ensayaremos responderles, evitando caminar con aquel que de envidia se consume. Si afirmo que no suelen venirme al pensamiento tales problemas, mentiría; y si confieso que estas cosas tienen holgada dimensión en mi entendimiento, pues me inflamo en el amor de la verdad a indagar, me asedian, con el derecho de la caridad, para que les indique las soluciones encontradas. No es que haya alcanzado la meta, o sea ya perfecto (si el apóstol San Pablo no se atrevió a decirlo de sí, ¿cómo osaré yo pregonarlo, estando tan distanciado de él y bajo sus pies?); mas olvido lo que atrás queda y me lanzo, según mi capacidad, a la conquista de lo que tengo delante y corro, con la intención, hacia la recompensa de la vocación suprema. Dónde me encuentro en este caminar, y dónde he llegado y cuánto me falta para alcanzar el fin, es lo que desean saber de mí aquellos de quienes la caridad libre me hace humilde servidor. Es menester, y Dios me lo otorgará, que yo mismo aprenda enseñando a mis lectores, y al desear responder a otros, yo mismo encontraré lo que buscando voy. Tomo sobre mí este trabajo por mandato y con el auxilio del Señor, nuestro Dios, no con el afán de discutir autoritariamente, sino con el anhelo de conocer lo que ignoro discurriendo con piedad” (La Trinidad 1, 5, 8).

La incorruptible Trinidad

“Sabéis, hermanos, que en la invisible e incorruptible Trinidad, que mantienen y predican la fe verdadera y la Iglesia católica, Dios Padre no es padre del Espíritu Santo, sino del Hijo; y Dios Hijo no es hijo del Espíritu Santo, sino del Padre; y Dios Espíritu Santo no es espíritu de sólo el Padre o de sólo el Hijo, sino del Padre y del Hijo; y esta Trinidad, aun mantenida la propiedad y sustancia de las personas singulares, no es tres dioses, sino un solo Dios por la esencia o naturaleza individida e inseparable de eternidad, verdad, bondad. Por eso, según nuestra capacidad, y en cuanto se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a hombres como nosotros, se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y del Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad. Así, lo que es común al Padre y al Hijo, quisieron que estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese don nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Mediante Él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. ¿De qué nos serviría conocer algún bien si no lo amásemos? Así como entendemos mediante la verdad, amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido. Y la caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha donado” (Sermón 71, 18).

Dios es prncipio único

“Se dice, pues, en sentido relativo, Padre, y en sentido relativo se dice también principio, y quizá alguna otra expresión. Padre se dice con relación al Hijo; empero, principio dice habitud a cuantas criaturas por Él existen… Y cuando llamamos principio al Padre, y al Hijo también principio, no queremos decir que sean dos los principios de la criatura, porque el Padre y el Hijo, en orden a la creación, son un solo principio, como son un solo Creador y un solo Dios. Y si cuanto, permaneciendo en sí, actúa y engendra, es principio de la cosa engendrada y hecha, no podemos negar al Espíritu Santo esta propiedad de principio, pues no lo excluimos de la apelación de creador; está escrito que obra y permanece en sí mientras actúa, sin convertirse o transformarse en las cosas que ejecuta… Si, en concreto, se nos pregunta sobre el Espíritu Santo, respondemos con toda verdad que es Dios. Y un solo Dios juntamente con el Padre y el Hijo. Luego Dios es principio único con relación a la criatura, y no pueden ser dos o tres principios” (La Trinidad 5, 13, 14).

La unidad sustantiva

“Sentemos como fundamental que todo cuanto en aquella divina y excelsa sublimidad se refiere a sí misma es sustancia, y cuanto en ella dice proyección a otro término no es sustancia, sino relación. Y tal es la virtud de esta unidad sustantiva en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, que todo lo que se predica en sentido absoluto de cada uno, no se predica en plural, sino en singular. Así decimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y nadie duda que Dios sea sustancia; sin embargo, no hay tres dioses, sino un solo Dios, que es la Trinidad excelsa… En resumen: cuanto atañe a la naturaleza de Dios, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, del Dios Trinidad, se ha de predicar en singular de cada una de las divinas personas, y no en plural; pues para Dios no es una realidad el ser y otra el ser grande, porque en Él se identifica el ser y la grandeza” (La Trinidad 5, 8, 9).

Siempre están unidos

“Y no porque sea Trinidad debemos imaginarla triple, pues en esta hipótesis el Padre solo o el Hijo solo serían menores que el Padre y el Hijo juntos. Aunque, a decir verdad, ni siquiera se concibe cómo pueda decirse el Padre solo o el Hijo solo, porque el Padre siempre e inseparablemente está con su Hijo, y este con su Padre, no porque los dos sean el Padre o ambos el Hijo, sino porque siempre están unidos y nunca distanciados. Mas así como decimos, hablando de la Trinidad, un solo Dios, aunque esté en compañía de los espíritus y almas santas –decimos un solo Dios, pues estos no son dioses con Él-, así sólo al Padre llamamos Padre, y no porque esté separado del Hijo, sino porque ambos no son el Padre” (La Trinidad 6, 7, 9).

El bien simple

“Hay sólo un bien simple, y por esto un solo bien inmutable, que es Dios. Por Él fueron creados todos los bienes, pero no simples, y, por tanto, mudables. El decir creados quiere decir hechos, no engendrados. Pues lo que es engendrado del bien simple, es simple también y es lo mismo que aquel de quien fue engendrado. A estos dos seres los llamamos Padre e Hijo; y uno y otro con el Espíritu Santo son un solo Dios. Este Espíritu del Padre y del Hijo recibe en las Sagradas Escrituras el nombre de Espíritu Santo con un valor propio de este nombre. Es distinto del Padre y del Hijo, porque no es ni el Padre ni el Hijo. He dicho que es distinto, no que es otra cosa; porque Él es igualmente un bien simple, inmutable y coeterno. Y esta Trinidad es un solo Dios; no deja de ser simple por ser Trinidad… Se llama simple porque lo que ella tiene eso es, si exceptuamos la relación que cada persona dice con respecto a las otras. Pues ciertamente el Padre tiene un Hijo, pero Él no es el Hijo; y el Hijo tiene un Padre, pero Él no es Padre. Por tanto, en lo que dice relación a sí mismo y no a otro, eso es lo que tiene” (La Ciudad de Dios 11, 10, 1).

La Trinidad es un solo Dios

“Por lo cual, con la ayuda del Señor, nuestro Dios, intentaré contestar, según mis posibles, a la cuestión que mis adversarios piden, a saber: que la Trinidad es un sólo, único y verdadero Dios, y cuán rectamente se dice, cree y entiende que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una misma esencia o sustancia; de suerte que, no burlados con nuestras excusas, sino convencidos por experiencia, se persuadan de la existencia del Bien Sumo, visible a las almas puras, y de su incomprensibilidad inefable, porque la débil penetración de la humana inteligencia no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es robustecida por la justicia de la fe… Y si hay en ellos una centella de amor o temor de Dios, vuelvan al orden y principio de la fe, experimentando en sí la influencia saludable de la medicina de los fieles existente en la santa Iglesia, para que la piedad bien cultivada sane la flaqueza de su inteligencia y pueda percibir la verdad inconmutable, y así su audacia temeraria no les precipite en opiniones de una engañosa falsedad. Y no me pesará indagar cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando yerro” 
(La Trinidad 1, 2, 4).

Imitar esa unidad

“También el Espíritu Santo subsiste en esta unidad e igualdad de sustancia. Ora se llame unión, santidad o amor de ambos… Y se nos preceptúa imitar esta unidad, ayudados por la gracia, en lo que a Dios y a nosotros mismos atañe. De estos dos preceptos penden la Ley y los Profetas. Y así las tres personas divinas son un solo Dios, grande, sabio, santo y bienaventurado. Nosotros, empero, sólo seremos felices en Él, con Él y por Él. Por su gracia somos unidad entre nosotros y un solo espíritu con Él, siempre que a Él se aglutine nuestro espíritu. Es un bien para nosotros adherirnos a Dios, pues pierde a todo el que le abandona. El Espíritu Santo es algo común al Padre y al Hijo, sea ello lo que sea. Mas esta comunión es consustancial y eterna” 
(La Trinidad 6, 5, 7).

La túnica y la Unidad

“La túnica sorteada significa la unidad de las cuatro partes, que se halla en el vínculo de la caridad. Hablando de ella, el Apóstol dice: Os enseño un camino más excelente; y en otro lugar: sobre todo esto tened caridad, que es el vínculo de la perfección. Si, pues, la caridad es el camino más excelente, es mayor que la sabiduría y está sobre todos los preceptos, con razón la vestidura que la representa está tejida en una sola pieza. No tiene costuras para que no se descosa, y se la lleve uno solo, porque reúne a todos en una unidad. Y así como entre los apóstoles, que componían el número de doce, esto es, cuatro grupos de tres, al ser interrogados, solamente Pedro respondió: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo; y a él le dijo; A ti te daré las llaves del reino de los cielos; como si él sólo hubiese recibido el poder de atar y desatar porque, habiendo respondido en nombre de todos, recibió este poder como representante de aquella unidad. Uno por todos, porque hay unión entre todos. Si esto lo referimos a lo que ella significa, nadie que pertenece al todo está fuera de él, y de este todo, según lo indica la lengua griega, le viene el nombre de católica a la Iglesia. ¿Qué se recomienda en la suerte sino la gracia de Dios? De este modo, en uno llegó a todos, cuando la suerte fue del agrado de todos; y la gracia de Dios en la unidad a todos llega; y cuando se echa la suerte, es concedida, no a la persona o méritos de uno, sino según los juicios ocultos de Dios” (Comentario a Juan 118, 4).

Vivid unánimes, sed fieles

“Y vosotros que ayunáis también en los restantes días, aumentad en estos lo que ya hacéis. Los que a diario crucificáis el cuerpo con la continencia perpetua, en estos días uníos a vuestro Dios con oraciones más frecuentes e intensas. Vivid todos unánimes, sed todos fieles, suspirando en esta peregrinación por el deseo de aquella única patria e hirviendo en su amor. Que nadie en­vidie en el otro el don de Dios que él no posee ni se burle de él. En cuanto a bienes espirituales, considera tuyo lo que amas en el hermano, y él considere suyo lo que ama en ti. Que nadie bajo capa de abstinencia, pretenda cambiar antes que atajar los placeres, buscando, por ejemplo, preciosos manjares porque no come carne, o raros licores porque no bebe vino, no sea que la disculpa de domar la carne sirva para aumentar el placer" (Sermón 205, 2).