Tener fe y amor

"Que vuestra fe vaya acompañada del amor, porque es posible tener fe y carecer de amor. No os exhorto a que tengáis fe, sino a que tengáis amor. No podéis tener amor sin fe; me refiero al amor a Dios y al prójimo. ¿Cómo puede existir éste sin la fe? ¿Cómo amará a Dios quien no cree en él? ¿Cómo amará a Dios el necio que dice en su corazón: No existe Dios? Puede darse que creas en la venida de Cristo, sin que le ames a él. Pero no es posible que ames a Cristo y no digas que ha venido" (Sermón 90, 8).

Todo es Don

"Porque he venido, ha puesto sobre mí un yugo suave. Porque da el amor, me ha impuesto una carga ligera a mí que le amo. Todo esto lo ha hecho conmigo, pero porque yo me allegué a él… ¿Por qué te hinchas y pavoneas? ¿Quieres saber que también todo eso se te ha regalado? Escucha, pues, quien llama: Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre que me envió
(Sermón 30,10).

Dame tu Corazón

"Escucha lo que te dice la caridad por boca de la sabiduría: Dame, hijo, tu corazón. Dame, dijo. ¿Qué? Hijo, tu corazón. Estaba enfermo cuando era tuyo y para ti. Eras arrastrado por frivolidades y amores lascivos y dañinos. Quítalo de allí. ¿A dónde lo traes? ¿Dónde lo pones? Dame, dijo, tu corazón. Sea para mí y no se perderá para ti. Nada quiso dejar en ti con lo que te ames, aun a ti mismo, quien dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. ¿Qué queda de tu corazón para que te ames a ti mismo? ¿Qué de tu alma? ¿Qué de tu mente? 'Con todo, dijo, Quien te hizo te exige todo'. Pero no te entristezcas como si nada te quedase en que puedas alegrarte. 'Regocíjese Israel no en él, sino en quien te hizo'" 
(Sermón 34,7).

Tú eres el precio de la Caridad

"El precio del trigo es tu moneda; el de una finca, tu plata; el de una perla, tu oro; el precio de la caridad eres tú. Mira cómo poder poseer una finca, una piedra preciosa, un jumento; buscas una finca para comprarla y la encuentras junto a tu casa. Si quieres poseer la caridad, búscate a ti y encuéntrate a ti mismo. La misma caridad habla por mediación de la sabiduría y te dice algo para que no te asuste aquello: 'Date a ti mismo'" 
(Sermón 34,7).

El Amor es Amado

"El mismo amor ínfimo y terreno, el mismo amor sucio y torpe que va unido a las bellezas del cuerpo, nos invita a que nos elevemos a cosas superiores y más puras. Un hombre lascivo y deshonesto ama a una mujer bellísima. Es la belleza del cuerpo la que la mueve, pero en su interior busca correspondencia en el amor. Si oye que ella le odia, ¿no se enfría toda aquella pasión e ímpetu hacia los miembros bellos? ¿Acaso no se aleja, se aparta y se ofende con aquello a lo que antes tendía y hasta comienza él a odiar lo que amaba? ¿Cambió acaso la belleza? ¿No siguen existiendo las mismas cosas que le habían atraído? Allí están todas. Ardía en aquello que veía y exigía del corazón lo que no veía. Si, por el contrario, descubre que el amor es recíproco, ¡cuánto mayor será la vehemencia del ardor! Ella le ve a él; él, a ella. Al amor, ninguno lo ve. Y, sin embargo, es amado lo que no se ve"
(Sermón 34,4).

Qué es lo que amas


"No existe nadie que no ame. Pero se pregunta qué es lo que se ama. No nos invita a no amar, sino a elegir lo que vamos a amar. Pero ¿qué elegimos, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados… Amaos porque él nos amó antes. Mucho había dado al hombre, porque hablaba pensando en Dios cuando decía: Nosotros amamos. ¿Quién? ¿A quién? Los hombres, a Dios; los mortales, al inmortal; los frágiles, al inmutable; la hechura, al hacedor. Nosotros hemos amado. ¿De dónde nos viene esto? Porque él nos amó antes" 
(Sermón 34,2).

La raíz de la caridad

"¿Quiénes son estos pocos? Los que soportan las tribulaciones; los que
toleran las tentaciones; los que no desfallecen en todas estas
incomodidades; los que no se alegran solamente al tiempo de hablar y cuando
llega el momento de la tribulación, como si el sol hubiera aparecido, se
secan como si estuviesen sin raíz, sino que tienen la raíz de la caridad,
conforme acabamos de oír por la lectura del evangelio. Ten, diré, la raíz
de la caridad, para que, cuando salga el sol, no te queme, sino que te
alimente" 
(Comentario al salmo 43, 17).

Odiando matas el alma

"Nuestra vida consiste en el amor; si la vida es amor, la muerte es odio. Cuando comienza el hombre a temer para no odiar a quien ama, teme la muerte, una muerte más apremiante e interna, por la que mata el alma, no el cuerpo. Ponías la mirada en el hombre que se ensañaba en ti; pero ¿qué habría de hacerte aquel contra quien te aseguraba tu Señor, diciendo: No temáis a los que mata el cuerpo? El, ensañándose, mata el cuerpo; tú, odiando, matas el alma; él, además, mata el cuerpo ajeno, tú matas tu alma" 
(Comentario al salmo 54, 7).

Muéstrame tu rostro

“Muéstrame, dices, a tu Dios. Vuelve los ojos por un momento, repito, a tu corazón. Quita de él lo que veas en él que desagrada a Dios. Dios quiere venir a ti. Escucha al mismo Cristo el Señor: Yo y el Padre vendremos a él y estableceremos nuestra morada en él. He aquí lo que te promete Dios. Si te prometiera venir a tu casa, la limpiarías: Dios quiere venir a tu corazón, ¿y eres perezoso para limpiarle la casa? No le gusta habitar en compañía de la avaricia, mujer inmunda e insaciable, a cuyas órdenes servías tú que buscabas ver a Dios. ¿Qué hiciste de lo que Dios te ordenó? ¿Qué no hiciste de cuanto la avaricia te mandó? ¿Cuánto hiciste de lo que Dios te ordenó? Yo te muestro lo que hay en tu corazón, en el corazón de quien quiere ver a Dios” 
(Sermón 261, 5).

Creer en Cristo

“Y ahora, ¡qué gloria la suya, la de haber ascendido al cielo, la de estar sentado a la derecha del Padre! Pero esto no lo vemos, como tampoco lo vimos colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro. Todo esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Hemos sido alabados por haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada tiene de grande ver a Cristo con los ojos de la carne; lo grandioso es creer en Cristo con los ojos del corazón” 
(Sermón 263, 3).


Resucitó a Pedro

“Ved que el Señor, apareciéndose a los discípulos por segunda vez después de la resurrección, somete al apóstol Pedro a un interrogatorio, y le obliga a confesarle su amor por triplicado a quien le negó otras tres veces. Cristo resucitó en la carne, y Pedro en el espíritu, pues como Cristo había muerto en su pasión, así Pedro en su negación. Cristo el Señor resucita de entre los muertos, y con su amor resucitó Pedro. Averiguó el amor de quien lo confesaba, y le encomendó sus ovejas. ¿Qué daba Pedro a Cristo al amarlo? Si Cristo te ama, el provecho es para ti, no para Cristo; y, si amas tú a Cristo, el provecho es también para ti, no para Cristo. No obstante, queriendo mostrar Cristo el Señor dónde han de mostrar los hombres que aman a Cristo, le encomendó sus ovejas. Esto lo dejó bastante claro: —¿Me amas? —Te amo. —Apacienta mis ovejas. Y así una, dos y tres veces. El no respondió sino que lo amaba; el Señor no le preguntaba por otra cosa sino por su amor; nada encomendó a quien le respondió sino sus ovejas. Amemos también nosotros, y así amamos a Cristo” 
(Sermón 229 N, 1).

Los encontró pescando

“El Señor se apareció a sus discípulos, después de su resurrección, junto al mar de Tiberíades, y los encontró pescando, pero sin haber capturado nada. Nada lograron en toda una noche de pesca; pero brilló el día, y entonces hicieron capturas, porque vieron al día, a Cristo, y echaron las redes en el nombre del Señor. Dos son las pescas que encontramos haber hecho los discípulos en el nombre de Cristo; la primera cuando los eligió y los constituyó apóstoles; la segunda ahora, después de su resurrección de los muertos. Comparémoslas, si os place, y consideremos atentamente las diferencias entre una y otra, pues tienen algo que ver con la edificación de nuestra fe. La primera vez, pues, que el Señor encontró a los pescadores, a los que antes nunca había visto, tampoco cogieron nada en toda la noche; en vano se fatigaron. El les mandó echar las redes; no les indicó si a la derecha o a la izquierda; solamente les dijo: Echad las redes. Las echaron... de forma que las dos barcas se llenaron, hasta el punto que casi se hundían a causa de la multitud de los peces; más aún, tan grande era la cantidad, que las redes se rompían. Esto ocurrió en la primera pesca. ¿Qué pasó en la segunda? Echad, les dijo, las redes a la derecha. Antes de la resurrección, las redes se echan según cuadre; después de la resurrección, ya se elige el lado derecho. Además, en la primera pesca las naves se hunden y las redes se rompen; en esta última, después de la resurrección, ni la nave se hunde ni la red se rompe” 
(Sermón 229 M, 1).

Subiré a mi Padre

“¿Qué significa lo que viene a continuación: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre? Ve y di a mis discípulos: «Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.» Estas últimas palabras no ofrecen dificultad. Subiré a mi Padre, puesto que soy el Hijo unigénito, y a vuestro Padre, puesto que habéis sido adoptados y decís todos juntos: Padre nuestro que estás en los cielos. Es Dios mío y Dios vuestro. Pero no es mío como es vuestro; es mi Dios porque me he hecho hombre, es Dios vuestro porque siempre sois hombres. Dios es Padre de Cristo en cuanto que se ha hecho hombre, y por eso es su Dios, Dios de la creatura, de la Palabra unigénita. Pregunta al salmo: Tú eres mi Dios desde el seno de mi madre. Desde antes de entrar en el seno de mi madre eres mi Padre; desde el seno de mi madre eres mi Dios. Así, pues, esto no ofrece dificultad. Lo que causa un poco de turbación a quienes no lo han entendido bien es el significado de No me toques, pues aún no he subido a mi Padre” 
(Sermón 229 L, 2).

Toquémosle creyendo

“Suba, pues, Cristo para nosotros y toquémosle creyendo que es el Hijo de Dios, eterno y coeterno a él; que existe no desde que nació de la virgen María, sino desde siempre. También a nosotros nos hará eternos; no porque existamos desde siempre, sino porque existiremos por siempre. El es coeterno, igual al Padre, sin tiempo, anterior a todos los tiempos; él por quien fueron hechos todos los tiempos; es anterior al día, él el día del día que hizo el día. Creed esto de él y le habréis tocado. Tocadle de manera que os adhiráis a él; adherios a él de forma que nunca os separéis, antes bien permanezcáis en la divinidad con él, que murió por nosotros en la debilidad” 
(Sermón 229 L, 2).

No me toques

“María buscaba su cuerpo para verlo; deseemos nosotros su Espíritu para comprenderlo. No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. ¿Qué significa No me toques? No se pare ahí tu fe; no te quedes clavada en el hombre; hay algo superior que no comprendes. Me ves humilde en esta tierra, me tocas y permaneces en la tierra. Tócame más alto, cree que soy más excelso, cree en mí como en el Hijo unigénito igual al Padre; cuando hayas comprendido que soy igual a él,  entonces habré ascendido al Padre para ti. Tocar con el corazón: he aquí en qué consiste el creer. En efecto, también aquella mujer que tocó la orla lo tocó con el corazón, porque creyó. Además, él sintió a la que lo tocaba y no sentía a la multitud que lo apretujaba. Alguien me ha tocado, dice el Señor: me tocó, creyó en mí. Y los discípulos, al no entender lo que significaba ese me tocó, le dijeron: ha multitud te apretuja y dices: «¿Quién me ha tocado?» ¿No sé yo lo que digo con estas palabras: Alguien me ha tocado? La multitud apretuja, la fe toca” 
(Sermón 229 L, 2).

La llama por su nombre

“Todavía se mantiene en pie y llora; aún no cree; pensaba que el Señor había desaparecido del sepulcro. Vio también a Jesús, pero no lo toma por quien era, sino por el hortelano; todavía exige el cuerpo del muerto. Si tú, le dice, lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. ¿Qué necesidad tienes de algo que no amas? «Dámelo», le dice. La que así le buscaba muerto, ¿cómo creyó que estaba vivo? A  continuación, el Señor la llama por su nombre. María reconoció la voz, y volvió su mirada al Salvador y le responde ya sabiendo quién era: Rabí, que quiere decir «Señor»”
 (Sermón 229 L, 1).

Buscaba el cuerpo

“Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo, y creyeron no que había resucitado, sino que había desaparecido. Lo vieron ausente del sepulcro, creyeron que había sido sustraído y se fueron. La mujer se quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de Jesús con lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por su sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La mujer buscaba más insistentemente a Jesús, porque ella fue la primera que en el paraíso lo había perdido; como por ella había entrado la muerte, por eso buscaba más la vida. Y, sin embargo, ¿cómo la buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la incorrupción del Dios vivo, pues tampoco ella creía que la causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que había resucitado el Señor. Entrando dentro, vio unos ángeles. Observad que los ángeles no se hicieron presentes a Pedro y a Juan, y sí, en cambio, a esta mujer. Lo que, amadísimos, se pone de relieve, porque el sexo más débil buscó más lo que, como dijimos, fue el primero en perder. Los ángeles la ven y le dicen: No está aquí, ha resucitado” 
(Sermón 229 L, 1).

Estaba predicho

“Ved realizado lo escrito, cumplido lo predicho, a la vista lo leído. Escucha las palabras y mira los hechos; plena es la verdad, cierta la fe; perezca ya la incredulidad herética. Ved que está escrito: Así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera: he aquí la predicción. Que resucitara de entre los muertos al tercer día: estaba predicho. Estas cosas las habían leído los judíos; las leían y no las veían, y para que los otros creyesen tropezaban ellos contra la piedra yacente. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, y, si nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, los pueblos no hubiesen creído en él, que nació y sufrió la pasión… Ved la gracia; ved que resucita, que se muestra a los ojos de los apóstoles, él que no se dignó mostrarse a los ojos de los judíos. Se da a ver a los ojos, y a tocar a las manos. Poco es esto: lee, saca a colación las Escrituras. También esto es poco: abre la inteligencia para comprender lo que lees” 
(Sermón 229 J, 4).

Era un hombre verdadero

“Cristo el Señor se dignó convencernos de la verdad y certeza de su resurrección mediante muchas y variadas pruebas para edificar la fe, ahuyentar del corazón la incredulidad y eliminar toda duda acerca de su resurrección. Poca cosa hubiese sido mostrarse a sus ojos si no se hubiese dado a tocar también por sus manos. Muchos maniqueos, impíos y herejes suponen y creen que Cristo no tenía carne verdadera, sino que era un espíritu con apariencia de carne con el fin de engañar a los ojos, no de edificar la fe; aunque no era carne, así parecía que era. Esto que creen los maniqueos… Así, pues, ellos nunca creyeron que nuestro Señor Jesucristo haya sido hombre; pero los discípulos reconocieron como hombre a aquel en cuya compañía vivieron tanto tiempo. Le vieron caminar, sentarse, dormir, comer y beber; conocieron su ser íntegro, supieron que se sentó fatigado sobre el brocal de un pozo. De este largo trato con él conocieron que era un hombre verdadero; pero, una vez que murió lo conocido por ellos, ¿cómo podían creer que iba a resucitar lo que pudo morir? Se les apareció ante sus ojos tal cual le habían conocido, y, al no creer que hubiera podido resucitar al tercer día del sepulcro la carne verdadera, pensaron que estaban viendo un espíritu” 
(Sermón 229 J, 1).

Ellos veían a Cristo

“Ved que los discípulos no sólo vieron a Cristo después de la resurrección, sino que también oyeron de su boca que, según la Sagrada Escritura, así tenía que suceder. Nosotros no hemos visto a Cristo presente en su carne, pero escuchamos a diario las Escrituras, con las que también ellos fueron fortalecidos. ¿Qué les dijo a propósito de las Escrituras? Que se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los  pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esto no lo veían los discípulos; sólo veían a Cristo, que hablaba de la Iglesia futura. Mas por la palabra de Cristo creían lo que no veían. Veían la cabeza, pero aún no el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo, pero creemos lo que se refiere a la cabeza. Son dos: el esposo y la esposa, la cabeza y el cuerpo, Cristo y la Iglesia. Se manifestó personalmente a los discípulos y les prometió la Iglesia; a nosotros nos mostró la Iglesia y nos ordenó creer lo que se refiere a él” 
(Sermón 229 I, 2).

Padeció y Resucitó

“Las lecturas evangélicas sobre la resurrección de nuestro Señor Jesucristo se leen de forma solemne y en cierto orden. Hoy hemos escuchado que Cristo el Señor mostró a sus discípulos la verdadera carne en que había padecido y resucitado. Le oían hablar, le veían presente, y, sin embargo, aún tenían que tocarle tras decirles él: Tocad, palpad, y ved que los espíritus no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo. Pero ellos, al verlo, dudaron y creyeron estar ante un espíritu, no ante un cuerpo. Quien aún piense que la resurrección del Señor no fue corporal, sino sólo espiritual, ¡que Dios le perdone, como perdonó también a sus apóstoles!; pero sólo si no se mantienen en el error y cambian de opinión, como también ellos lo oyeron y cambiaron. ¡Y cuan grande fue su benevolencia! No sólo se les mostró presente en su cuerpo, sino que también los robusteció con la verdad de la Sagrada Escritura” 
(Sermón 229 I, 1).

Da vida eterna y feliz

"Considerad, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo. Esta vida es, evidentemente, miserable; ¿quién lo ignora, quién no lo confiesa? ¡Cuántas cosas nos suceden en esta vida; cuántas tenemos que soportar sin desearlo! Riñas, disensiones, pruebas, la ignorancia recíproca de nuestro corazón, de forma que a veces abrazamos sin querer a un enemigo y sentimos temor de un amigo; hambre, desnudez, frío, calor, cansancio, enfermedades, celos. Evidentemente, esta vida es miserable. Y, con todo, si, aunque miserable, nos la concedieran para siempre, ¿quién no se felicitaría? ¿Quién no diría: «Quiero ser como soy; morir es lo único que no quiero»? Si quieres poseer esta mala vida, ¿cómo será quien te la dé eterna y feliz? Pero, si quieres llegar a la vida eterna y feliz, sea buena la temporal. Será buena en el momento de obrar, y feliz en el momento de la recompensa. Si te niegas a trabajar, ¿con qué cara vas a pedir el salario? Si no has de poder decir a Cristo: «Hice lo que me mandaste», ¿cómo te atreverás a decirle: «Dame lo que me prometiste»?"
(Sermón 229 H, 3).

Ved que muero yo

"Pero vino nuestro Señor Jesucristo y, por así decir, se dirigió a nosotros: «¿Por qué teméis, ¡oh hombres!,  a quienes creé y no abandoné? ¡Oh hombres!, la ruina vino de vosotros, la creación de mí; ¿por qué temíais, ¡oh hombres!, morir? Ved que muero yo, que sufro la pasión; no temáis lo que temíais, puesto que os muestro qué habéis de esperar.» Así lo hizo; nos mostró la resurrección para toda la eternidad; los evangelistas dejaron constancia de ella en sus escritos y los apóstoles la predicaron por el orbe de la tierra. La fe en su resurrección hizo que los mártires no temieran morir, y, sin embargo, temieron la muerte; pero mayor hubiese sido la muerte si hubieran temido morir, y por temor a la muerte hubieran negado a Cristo. ¿Qué otra cosa es negar a Cristo sino negar la vida? ¡Qué locura negar la vida por amor a la vida! La resurrección de Cristo marca los límites de nuestra fe" 
(Sermón 229 H, 2).

El nacer y el morir

"Cristo el Señor, en el hecho de nacer y de morir, tenía la mirada puesta en la resurrección; en ella estableció los límites de nuestra fe. Nuestra raza, es decir, la raza humana, conocía dos cosas: el nacer y el morir. Para enseñarnos lo que no conocíamos, tomó lo que conocíamos. En la región de la tierra, en nuestra condición mortal, era habitual, absolutamente habitual el nacer y el morir; tan habitual que, así como en el cielo no puede darse, así en la tierra no cesa de existir. En cambio, ¿quién conocía el resucitar y el vivir perpetuamente? Esta es la novedad que trajo a nuestra región quien vino de Dios. ¡Gran acto de misericordia!: se hizo hombre por el hombre; se hizo hombre el creador del hombre! Nada extraordinario era para Cristo el ser lo que era, pero quiso que fuera grande el hacerse él lo que había hecho" 
(Sermón 220 H, 1).

Todo para la resurrección

"La resurrección de Jesucristo el Señor es lo que caracteriza a la fe cristiana. El nacer hombre de hombre en un momento del tiempo quien era Dios de Dios, Dios con exclusión de todo tiempo; el haber nacido en carne mortal, en la semejanza de la carne de pecado; el hecho de haber pasado por la infancia, haber superado la niñez y haber llegado a la madurez y haberla conducido a la muerte, todo ello estaba al servicio de la resurrección. Pues no hubiese resucitado de no haber muerto, y no hubiese muerto si no hubiese nacido; por esto, el hecho de nacer y morir existió en función de la resurrección" 
(Sermón 229 H, 1).

Un solo Dios

"¿Por qué un solo Dios? Porque allí es tan grande el amor, tan grande la paz, tan grande la concordia, que no hay disonancia en ninguno. Ahora te voy a dar una razón para que creas lo que no puedes comprender si no lo crees. Dime: ¿cuántas almas eran las que, según los Hechos de los Apóstoles, creyeron cuando vieron los milagros de los apóstoles? Me refiero a los judíos que habían crucificado al Señor, que llevaban sus manos ensangrentadas, que tenían oídos sacrilegos, cuya lengua fue comparada a una espada: Sus dientes son armas y saetas, y su lengua, una espada afilada. Con todo, puesto que no en vano había orado Cristo por ellos, ni en vano había dicho: Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen, muchos de entre ellos creyeron. Así leemos que está escrito: Creyeron tres mil almas aquel día. Ve que se trata de millares de almas; advierte cuántos millares son; sobre ellos vino el Espíritu Santo que derrama la caridad en nuestros corazones. ¿Y qué se dijo referente a ese número de almas? Tenían un alma sola y un solo corazón. Muchas almas: un alma sola; no por naturaleza, sino por gracia. Si mediante la gracia procedente de lo alto se convirtió en un alma sola aquel número de almas, ¿te extrañas de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios? Por tanto, hermanos míos, conservad la fe fortísima, integrísima y católica" 
(Sermón 229 G, 5).

Vino a sanar y a limpiar

"Y ahora, ¿poseen, acaso, todos la fe? Como entonces de entre los judíos unos creyeron y otros no, así sucede ahora con los gentiles: unos han creído, otros no. No todos poseen ta fe. Quienes la poseen, la poseen por gracia; no se jacten, pues es un don de Dios. ¿Acaso nos eligió el Señor porque éramos buenos? No eligió a quienes eran buenos, sino a quienes quiso hacer buenos. Todos estuvimos en las sombras de la muerte, todos nos encontrábamos unidos y apresados en la masa de pecado procedente de Adán. Si la raíz estaba dañada, ¿qué fruto podía producir el árbol de la raza humana? Pero el que iba a sanar los males, vino sin mal alguno, y quien vino a limpiar los pecados, vino también sin pecado" 
(Sermón 229 F, 1).

Le vieron resucitar

"La resurrección del Señor, unos la vieron y otros no la creyeron cuando les fue anunciada, y el mismo Señor ya presente les reprochó el que no hubieran creído a quienes lo habían visto y anunciado. ¡Qué bondad la de los gentiles y la de quienes nacieron mucho después! ¿Qué concedió Dios a quienes llenan ahora las iglesias de Cristo? Los santos apóstoles caminaron en compañía del Señor, escucharon de su boca la palabra de la verdad y le vieron resucitar a los muertos, pero no creyeron que había resucitado de entre los muertos. En cambio, nosotros, nacidos mucho después, nunca vimos su presencia corporal, no escuchamos ninguna palabra de su boca de carne ni presenciamos con estos ojos ningún milagro hecho por él; y, no obstante, creímos con sólo escuchar las cartas de quienes entonces no quisieron creer. No creyeron un hecho recentísimo que se les acababa de anunciar; lo escribieron para que lo leyéramos; lo escuchamos y lo hemos creído. El Señor Jesús no quiso aparecerse a los judíos porque no los juzgó dignos de ver a Cristo el Señor después de la resurrección; se manifestó a los suyos, no a los extraños" 
(Sermón 229 F, 1).

Trabajemos

"Mientras tanto trabajemos en la viña a la espera de que concluya; quien nos condujo al trabajo no nos abandonará, para evitar que desfallezcamos. El que se dispone a darle su salario al acabar la jornada, alimenta al obrero mientras trabaja; de idéntica manera, el Señor nos alimenta ahora a quienes trabajamos en este mundo no sólo con el alimento para el vientre, sino también para la mente… Cristo se da a sí mismo a sus obreros; se da a sí mismo en el pan y se reserva a sí mismo como salario. No hay motivo para decir: «Si lo comemos ahora, ¿qué tendremos al final?» Nosotros lo comemos, pero él no se acaba; alimenta a los hambrientos, pero él no mengua. Alimenta ahora a quienes trabajan y les queda íntegro el salario. ¿Qué vamos a recibir mejor que él mismo? Si tuviese algo mejor que sí mismo, lo daría, pero nada hay mejor que Dios, y Cristo es Dios. Pon atención: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra estaba en el principio junto a Dios. ¿Quién entiende esta Palabra? ¿Quién la comprende? ¿Quién la ve y la contempla? ¿Quién la piensa dignamente? Nadie. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" 
(Sermón 229 E, 4).

Dan muerte al médico

"Ellos daban muerte al médico, y el médico hacía de su sangre una medicina para sus asesinos. ¡Grande misericordia y gloria! ¿Qué no se les iba a perdonar, si se les perdonaba hasta el haber dado muerte a Cristo? Por tanto, amadísimos, nadie debe dudar de que en el baño de la regeneración se perdonan absolutamente todos los pecados, tanto los leves como los graves. Hay, en efecto, un ejemplo o prueba extraordinaria. No hay pecado mayor que el dar muerte a Cristo; si hasta éste ha sido perdonado, ¿cuál quedará sin perdón en el creyente que ha sido bautizado?" 
(Sermón 229 E, 2).

La vida deseada

"La pasión y la resurrección del Señor nos muestran dos vidas: una, la que soportamos, y otra, la que deseamos. Quien se dignó soportar la primera en beneficio nuestro, tiene poder para otorgarnos la segunda. De esta forma nos mostró lo mucho que nos ama y quiso que confiáramos en que nos concedería sus propios bienes, puesto que quiso tener parte a nuestro lado en nuestros males. Nacimos nosotros, y nació él; como nosotros hemos de morir, también él murió. Son estas dos cosas que el hombre conocía bien en su vida: el comienzo y el fin, el nacer y el morir; conocía también que el nacimiento es el comienzo de las fatigas, y la muerte un viaje a lo desconocido. Estas dos cosas conocíamos: nacer y morir; es lo que abunda en nuestra región. Nuestra región es esta tierra; la región de los ángeles, el cielo. Nuestro Señor vino a esta región desde aquélla; vino a la región de la muerte desde la región de la vida; a la región de la fatiga, desde la región de la felicidad. Vino a traernos sus bienes y soportó pacientemente nuestros males" 
(Sermón 229 E, 1).

Regenerada por Cristo

"¡Qué gozo otorgará a su Iglesia, a la que, regenerada por Cristo, quita el prepucio —por hablar así— de su naturaleza carnal, es decir, el oprobio de su nacimiento! Por eso se dijo: Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y el prepucio de vuestra carne, os vivificó con él perdonándoos todos los pecados. Pues como todos mueren en Adán, así también serán todos vivificados en Cristo. Por lo cual en el bautismo de Cristo se manifiesta lo que estaba oculto bajo la sombra de la antigua circuncisión; y el mismo quitar la piel de la ignorancia carnal pertenece ya a esa circuncisión no efectuada por mano humana. Pero cuando te vuelvas al Señor, dijo, desaparecerá el velo" 
(Sermón 229 D, 2).

Iluminados por la Fe

"Siempre habéis de tener bien presente, hermanos, que Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, sobre todo en estos días que nos han recordado gracia tan grande, días en que la celebración anual no nos permite olvidar ese acontecimiento que tuvo lugar una sola vez. Iluminados por la fe, fortalecidos por la esperanza e inflamados por la caridad, asistamos a las solemnidades temporales y suspiremos incesantemente por las eternas. Pues si Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no iba a darnos todo con él?"
 (Sermón 229 D, 1).

Día de Fiesta

"Una vez que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, celebremos este día de fiesta, como dice el Apóstol, no con levadura vieja o de maldad, sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad, de manera que la celebración cristiana manifieste como ya cumplido lo que la ley antigua anunciaba como futuro, y, viendo que ellos se quedaron en las sombras, nosotros nos alegremos de habernos adherido a la luz" 
(Sermón 229 C, 1).

Cristo nuestra Pascua

"Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, y mientras nosotros celebramos estas fechas pascuales, los judíos, enemigos de esta manifestación tan brillante, realizan ciertos ritos simbólicos nocturnos y siguen soñando hasta después de acabado el día. En efecto, también ellos dicen que celebran la Pascua, y, al mismo tiempo que equivocadamente van tras las sombras de la verdad, se encuentran cegados por la noche del error. Siguiendo el rito de la fiesta antigua, dan muerte cada año a un cordero, pero no conocen lo que tal cordero simbolizaba ni siquiera después que sus padres dieron muerte a Cristo. Leen lo que se dijo de él, pero no advierten su carácter de predicción; escuchan las palabras cuando se leen, pero no las ven cuando se cumple lo predicho. Tienen la ley y los projetas, y no quieren reconocer por ellos lo que la ley prefiguraba mediante la Pascua" 
(Sermón 229 C, 1).

Hijos de la Luz

"Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, este nuestro cantar es un traer a la memoria la vida santa. Cuando decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazón concorde: Este es el día que hizo el Señor, procuremos ir de acuerdo con nuestro sonido para que nuestra lengua no profiera un testimonio contra nosotros. Tú que vas a embriagarte hoy dices: Este es el día que hizo el Señor; ¿no temes que te responda: Este día no lo hizo el Señor? ¿Se cree día bueno incluso aquel al que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo?" 
(Sermón 229 B, 1).

Levantar el corazón

"La vida entera de los cristianos auténticos consiste en levantar el corazón; tener el corazón en alto: he aquí la vida de quienes son cristianos no sólo de nombre, sino también en realidad de verdad. ¿Qué significa levantar el corazón? Poner la esperanza en Dios, no en ti; pues tú estás abajo, mientras que Dios está arriba. Si depositas tu esperanza en ti mismo, tu corazón está abajo, no en lo alto. Por eso, cuando escuchéis al sacerdote decir: Levantemos el corazón, responded: Lo tenemos levantado hacia el Señor. Esforzaos para que sea verdadera vuestra respuesta, pues ella quedará en las actas de Dios; vayan de acuerdo la realidad y las palabras; no afirme la lengua lo que niega la conciencia" 
(Sermón 229, 3).

Confiesa al Señor

"Si el pensamiento no confiase a la memoria lo que se refiere a las cosas realizadas en el tiempo, no quedaría ni rastro de ellas. Por eso, el pensamiento del hombre, al contemplar la verdad, confiesa al Señor; en cambio, el resto de su pensamiento que se encuentra en la memoria no cesa de celebrar en las fechas establecidas las solemnidades para que el pensamiento no sea tachado de ingrato… A quienes  hizo doctos la realidad anunciada, no debe hacerlos irreligiosos el desertar de la solemnidad, que hizo célebre en el mundo entero a esta noche, que manifiesta la muchedumbre de los pueblos cristianos, que confunde las tinieblas de los judíos y echa por tierra los ídolos de los paganos" 
(Sermón 220).

El Sueño del Corazón

"¿Cuál es esta noche, hermanos, en la que la Verdad no quiere que nos encontremos y en la que dice que se hallan los que duermen? ¿Y cuál es ese sueño del que nos aparta a los hijos de la luz y del día y en el que nos exhorta a no dormirnos? Sin duda alguna, no se trata de la noche que comienza con la puesta del sol y que termina con el resplandor de la aurora, sino de otra que empieza con la caída del hombre y  acaba con la renovación del alma… Este sueño al que resistimos con nuestro velar recibe la muerte no culpable cuando se adormecen los sentidos; pero aquel otro sueño en que duerme el corazón de los infieles empuja a la muerte a los ojos interiores. Contra aquél oigamos: Vigilad y orad; contra éste digamos: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte. Teniendo estas antorchas, mantengámonos, pues, en vela solemne durante esta noche en lucha contra el sueño corporal; en cambio, contra el sueño del corazón debemos ser nosotros mismos antorchas encendidas en este mundo, como si nos halláramos en la noche" 
(Sermón 223 K).

Nos Exhorta a Orar

"El Apóstol nos exhortó a orar, y al mismo tiempo a velar, con estas palabras: Aplicaos a la oración velando en ella. El amor impuro, hermanos, obliga a permanecer en vela a quienes tiene dominados. El impúdico vela para destruir la virginidad; el maléfico, para hacer daño; el ebrio, para beber; el salteador, para matar; el pródigo, para derrochar; el avaro, para almacenar; el ladrón, para robar, y el pirata, para apresar… Pero a ellos les oprime un sueño del corazón tan profundo que les obliga a estar despiertos en la carne. Contra ese sueño se clama: Levántate tú que duermes y sal de entre los muertos, y te iluminará Cristo" 
(Sermón 232 J).

Velemos Humildemente

"En esta vida celebramos la muerte de aquel cuya vida esperamos para después de esta muerte. Así, pues, traigamos a la memoria la humildad de nuestro Señor Jesucristo mediante nuestra propia humildad. Velemos humildemente, oremos humildemente, con fe devotísima, esperanza firmísima y caridad ardentísima, pensando en el día que ha de poseer nuestra claridad si nuestra humildad convierte la noche en día. Dios, por tanto, que dijo que la luz brillase en medio de las tinieblas, hágala brillar en nuestros corazones para hacer interiormente algo semejante a lo que hemos hecho con las antorchas encendidas en esta casa de oración. Adornemos con las antorchas de la justicia la auténtica morada de Dios, nuestra conciencia. Pero no lo hagamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros" 
(Sermón 232 I).

Velar y Orar

"Esta solemnidad tan grande y tan santa nos exhorta, amadísimos, a velar y a orar. En efecto, nuestra fe está en lucha contra la noche de este mundo a fin de evitar que nuestros ojos interiores se duerman en la noche del corazón. Para no caer en este mal oremos con las palabras leídas y digamos al Señor, nuestro Dios: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte, no sea que pueda decir mi enemigo: He prevalecido sobre él" 
(Sermón 232 I).

Humildad del Señor

"Estamos celebrando la fiesta solemne de la humildad del Señor, que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Ese es el motivo por el que nosotros humillamos esta noche nuestras almas mediante el ayuno, la vigilia y la oración, sin que el fervor presente desdiga de esa humildad. ¿Qué es, en efecto, el grano de mostaza sino el fervor de la humildad? Mediante este grano han sido trasladados al corazón del mar los montes; es decir, los grandes predicadores del Evangelio, los apóstoles santos fueron trasladados de Judea a la tierra de los gentiles; y hasta del corazón del mundo, esto es, de los pensamientos del mundo, se hicieron dueños los montes… Estos montes hicieron sagrada para nosotros esta noche, en la que el Señor resucitó del sepulcro para que el grano de mostaza enterrado no apareciese en su humillación, sino que, brotando, creciendo y extendiendo sus ramos por doquier, superase a todos los demás e invitase a los soberbios de corazón, cual si fueran aves, a buscar refugio y descanso en sí. Habite también en vuestro corazón este monte, pues no sufrirá estrechez donde la caridad le ha dispuesto un lugar amplísimo"
 (Sermón 232 H).

Nos otorga la vida

"Este es el resultado de nuestras vigilias, ésta la finalidad a que miran los ojos; no los de la carne, sino los del espíritu: el propósito justo y santo de dominar y reprimir el sueño; y ésta la recompensa incorruptible por la fatiga sufrida y el amor encendido: que aquel por quien estamos en vela, resistiendo por un breve espacio de tiempo al sueño terreno, nos otorgue la vida donde existe el velar sin fatiga, el día sin noche y el descanso sin sueño. El estar en vela no es digno de alabanza de por sí… él, por quien nosotros nos encontramos en vela, es el fin entendido como perfección que nos libra del fin entendido como condenación o como consunción. Así, pues, el velar de aquéllos, sea lícito o ilícito, mira y desea un fin que ha de morir; nuestro fin, en cambio, no tendrá fin. Ellos velan sin tener asegurada la posesión perpetua de aquello a lo que desean llegar; nosotros velamos y oramos para no caer en tentación. De esta manera hemos vencido al que nos acechaba en el camino y hemos alcanzado al Salvador, a cuyo lado permaneceremos" 
(Sermón 223 G, 2).

Brilla la Luz

"Una vez pasada la noche de este mundo, tendrá lugar, también en nosotros, la resurrección de la carne para el reino, de la que fue ejemplo anticipador la resurrección de nuestra cabeza. Este es el motivo por el que el Señor quiso resucitar de noche, según el Apóstol: Dios que dijo: «Brille la luz de entre las tinieblas», la hizo brillar en nuestros corazones. Este brillar la luz en medio de las tinieblas lo simbolizó el Señor naciendo de noche y resucitando también de noche… La resurrección y el nacimiento de Cristo van a la par: como en aquel sepulcro nuevo no fue puesto nadie ni antes ni después de él, así tampoco en aquel seno virginal no fue concebido ningún mortal ni antes ni después" 
(Sermón 223 D, 2).

Intercerde por nosotros

"He aquí que se levantó el que se había dormido; se despertó y se hizo como un pájaro solitario sobre el techo, es decir, en el cielo, donde intercede por nosotros, donde ya no muere ni la muerte tiene dominio sobre él, porque no dormirá ni le entrará el sueño a quien es nuestro guardián. He aquí que quienes pensaron haberle hecho algún daño, perdieron incluso el reino de donde no quisieron que él fuera su rey, pues fueron expulsados de allí" 
(Sermón 223, C).

El día del Señor

"Estos infantes a los que veis externamente vestidos de blanco y purificados en su interior, quienes con la blancura de sus vestidos simbolizan el resplandor de sus mentes, fueron tinieblas cuando se encontraban en la noche oprimidos por el peso de sus pecados. Ahora, en cambio, purificados con el lavado del perdón, rociados con el agua de la fuente de la sabiduría e inundados de la luz de la justicia, éste es el día que hizo el Señor; exultemos y gocemos en él. Escúchenos el día del Señor; escúchenos y obedézcanos para exultar y gozarnos en él, puesto que, como dice el Apóstol, nuestro gozo y nuestra corona es vuestra estabilidad en el Señor" 
(Sermón 223, 1).

Veremos la Verdad

"Sólo sé que, como dice el Apóstol, quien es poderoso para hacer en nosotros más de lo que pedimos o pensamos, nos llevará al lugar donde se haga realidad lo que está escrito: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos. Toda nuestra ocupación será la alabanza de Dios. ¿Qué vamos a alabar si no lo amamos? También amaremos lo que veremos. Veremos, pues, la verdad, y la verdad misma será Dios, a quien alabaremos. Allí encontraremos lo que hoy hemos cantado: Amén: Es verdad; Aleluya: Alabad al Señor" 
(Sermón 236, 3).

Matar a Cristo

“Pues Cristo fue crucificado, muerto y sepultado. Aquella sepultura fue como su casa, la cual fue custodiada por soldados, que envió la autoridad de los judíos cuando se les proporcionó guardias para proteger el sepulcro de Cristo. Cuenta la historia del libro primero de los Reyes que Saúl envió vigilantes a la casa de David para custodiarla y matar a David. Pero sólo debemos discutir, al exponer el título del salmo, lo que del libro de los Reyes tomó el escritor del salmo. ¿Nos quiso dar a conocer únicamente que envió vigilantes a su casa para custodiarla y matarle? Pero si David representaba a Cristo, ¿cómo fue custodiada la casa para matar a Cristo, siendo así que Cristo fue colocado en el sepulcro (en la casa) después de haber sido matado en la cruz? Aplica esto al cuerpo de Cristo, porque el matar a Cristo consistía, si hubiera prevalecido la mentira de los guardias, que fueron sobornados para que dijesen que, estando ellos dormidos, vinieron los discípulos de Cristo y robaron su cuerpo, en hacer desaparecer el nombre de Cristo para que no se creyese en Cristo. En esto verdaderamente consiste el querer matar a Cristo; en pretender borrar el recuerdo de su resurrección a fin de presentar como mentiroso al Evangelio. Pero como no pudo Saúl matar a David, tampoco consiguió el poder de los judíos que prevaleciese el testimonio de los guardias dormidos al de los apóstoles despiertos. ¿Cómo fueron aleccionados y embaucados los guardias para hablar de este modo? Os daremos, les dicen los judíos, el dinero que queráis; pero decid que, estando vosotros dormidos, vinieron sus discípulos y le robaron. Ved la clase de testigos mentirosos que presentaron, contra la verdad de la resurrección de Cristo, sus enemigos, prefigurados por Saúl. Acusa la perfidia, y presenta testigos dormidos. Te digan lo que sucedió en el sepulcro los que, si estaban dormidos, ¿cómo lo saben? Y, si despiertos, ¿por qué no prendieron a los ladrones?”
(Comentario al salmo 58, 1, 3).

Les abrió la inteligencia

“¿Qué les dice, pues? ¿No son éstas las cosas de que os hablé cuando estaba todavía con vosotros, a saber, que convenía que se cumpliese cuanto está escrito sobre mí en la ley, en los profetas y en los salmos? Entonces les abrió la inteligencia, dice el evangelio, para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día”
(Sermón 268, 4).

Manifestándoles la Verdad

“Se presentó ante sus discípulos para que lo viesen con sus ojos y lo tocasen con sus manos, convenciéndoles de que había sido hecho sin perder lo que era desde siempre. Como habéis oído, vivió con ellos cuarenta días, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo; no porque lo necesitase, sino porque estaba en su poder hacerlo, y manifestándoles la verdad de su carne, su debilidad en la cruz y su inmortalidad desde que salió del sepulcro”
(Sermón 262, 1).

Saboread las cosas de arriba

“Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues estáis muertos. Es él quien lo dice, no yo, y dice la verdad, y por eso lo digo también yo. ¿Por qué lo digo también yo? He creído, y por eso he hablado. Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir”
(Sermón 231, 3).

Pendiente de la Cruz

“Voy yo a citar y exponer ese salmo. El Señor mostró que se refería a él mismo cuando, pendiente de la cruz, pronunció el primer versillo. De ese modo entenderás cómo la gracia del Nuevo Testamento tampoco se callaba del todo en aquel tiempo, cuando estaba velada en el Viejo. Expone, refiriendo a la persona de Cristo, lo que atañe a la forma del siervo, en la que era llevada nuestra debilidad. De Él dijo también Isaías: El lleva nuestras debilidades y por nosotros vive en dolores. Con la voz de esa debilidad, por la que Pablo no alcanzó lo que pedía y en cierto modo abandonado, oyó que le decía el Señor: Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad; con la voz de esta nuestra debilidad, que transfiguró en sí nuestra Cabeza, se dice en este salmo: Dios mío, Dios mío, mira hacia mí; ¿por qué me has desamparado? Porque en tanto es desamparado el que ora en cuanto no es escuchado. Esta voz hizo suya Jesús, es decir, la voz de su Cuerpo, esto es, de su Iglesia, que había de ser transformada de hombre viejo en nuevo. Esta es la voz de su debilidad humana, a la que habían de negarse los bienes del Antiguo Testamento, para que aprendiese ya a desear y esperar los del Nuevo”
(Epístola 140, 15).

Nadie le socorría

“Además, como ya dije anteriormente, ¡tantos fueron los que le invocaron y quedaron libres al instante, no en la vida futura, sino en el acto. Job mismo fue cedido al diablo, a petición de éste; putrefacto y comido por los gusanos, recobró no obstante la salud en esta vida y recibió el doble de sus pérdidas. Al Señor, por el contrario, se le flagelaba y nadie le socorría; le llenaban de escupitajos, y nadie le socorría; le abofeteaban y nadie le socorría; le pusieron una corona de espinas, y nadie le socorría; lo crucificaron y nadie le socorrió; grita Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué tantos sufrimientos? Todos esos sufrimientos son un precio a pagar. ¿Qué hay que valga tantos padecimientos? Leamos el salmo en voz alta, veamos qué dice. Analicemos primero sus padecimientos y luego veamos el por qué. Veamos cuán enemigos son de Cristo quienes confiesan todos y cada uno de los padecimientos, pero pasan por alto los motivos. Escuchemos todo en este salmo: sus sufrimientos y el porqué de los mismos. Retened estos dos puntos: el qué y el porqué. En primer lugar voy a explicar el qué. No me voy a detener en ellos y así os llegan mejor las palabras textuales del salmo. Prestad atención, cristianos. Contemplad los padecimientos del Señor. Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”
(Comentario al salmo 21, 2, 8).

Sometido a Prueba

“A todos os digo que, si no ha abandonado a Dios, el cristiano que sufre una tribulación está siendo sometido a prueba. Porque cuando le va bien como hombre, el cristiano es dejado en sus propias manos. El fuego irrumpe en el crisol, pero el crisol del orfebre es una realidad que encierra un gran misterio. En él hay oro, hay paja, hay fuego que actúa en un lugar reducido. El fuego no es específicamente distinto, pero realiza funciones diversas: convierte la paja en ceniza, al oro le desprende de su ganga. Aquellos en quienes habita Dios ciertamente se hacen mejores en la tribulación, acrisolados como el oro. Y si, eventualmente, el enemigo diabólico pide disponer del cristiano y se le concede, entonces sea al sufrir algún dolor corporal, sea al recibir algún perjuicio, sea con ocasión de la pérdida de los más íntimos, mantenga su corazón fijo en aquél que no se retira, y si da la impresión de retirar su oído al que llora, presta su misericordia al que le suplica. El que nos hizo sabe lo que hace; sabe también rehacernos. El que levantó la casa es un buen constructor; si algo se desprende de ella, él sabe restaurarlo”
(Comentario al salmo 21, 2, 5).

Sumido en el desconcierto

“Dios mío, de día y de noche gritaré a ti y no responderás; y no para dejarme sumido en el desconcierto. Naturalmente, esto lo dijo de mí, de ti, de él, pues hablaba en nombre de su cuerpo, o sea, de la Iglesia. A no ser que penséis, hermanos, que cuando el Señor dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, tenía miedo a la muerte. No tiene más valor el soldado que el general. Al siervo le basta con ser como su señor. Pablo, soldado del rey Cristo, dice: Dos cosas tiran de mí: deseo mi disolución, y estar con Cristo. Con que Pablo desea morir para estar con Cristo ¿y resulta que Cristo teme morir? ¿Qué significa esto sino que él era portador de nuestra debilidad y era portavoz de los que, asentados todavía en sus cuerpos, le tienen miedo a la muerte? De allí dimanaba aquella voz, voz de los miembros de Cristo, no de la cabeza. Lo propio ocurre a continuación: Día y noche grité a ti, y no responderás. Son muchos los que gritan en la tribulación, y no son escuchados; pero para su salvación, no para que queden sumidos en el desconcierto. Le suplicó Pablo que le liberara del aguijón de la carne, pero su petición fue desestimada. En cambio, se le dijo: Te basta con mi gracia, pues la fuerza llega a su plenitud en la debilidad. Luego no le atendieron, pero no para dejarlo sumido en el desconcierto, sino para llevarle a la sabiduría, esto es, para que el hombre se meta bien en la cabeza que el médico es Dios y que el sufrimiento es una medicina para la salvación, no un castigo para la condenación. Cuando estás bajo tratamiento médico se te aplica el cauterio y el bisturí y chillas de dolor. Pero el médico no atiende a tus deseos, sino a tu salud”
(Comentario al salmo 21, 2, 4).

¿Por qué me abandonaste?

"Dios, Dios mío, mírame; ¿por qué me has abandonado? Este primer verso lo oímos en la cruz, donde dijo el Señor: Elí, Elí, que significa Dios mío, Dios mío, lemá sabaktani, que quiere decir ¿por qué me has abandonado? El evangelista lo tradujo afirmando que él había dicho en hebreo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Qué pretendió decir el Señor? Porque Dios no le había abandonado, ya que él era Dios. Indiscutiblemente, el hijo de Dios es Dios. Indiscutiblemente, la Palabra de Dios es Dios. Escucha desde el comienzo al evangelista que sacaba al exterior lo que había bebido del pecho del Señor. Veamos si Cristo es Dios: Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Esta misma Palabra que era Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y como la Palabra-Dios se había hecho hombre, pendía de la cruz y decía: Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado? ¿Qué razones tenía para expresarse así sino que nosotros estábamos allí, y que la Iglesia era el cuerpo de Cristo? ¿Por qué dijo Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado? sino para de alguna manera estimular nuestra atención y decirnos: este salmo está escrito pensando en mí? Las palabras de mis pecados alejan de mí la salvación. ¿A qué pecados se refiere en aquel de quien se dice: Él no cometió pecado ni se halló mentira en sus labios? ¿Cómo, entonces, dice de mis pecados sino para decirnos que él ruega por nuestros pecados y que hizo suyos nuestros pecados para hacer nuestra su propia justicia?" 
(Comentario al salmo 21, 2, 3).

Ser uno con Dios

"Por tanto, convenientemente añade por último, y dice: Porque tú, ¡oh Señor!, de modo especial, en esperanza me hiciste habitar… Adecuadamente dice de modo singular, lo cual puede tomarse en contraposición de aquellos muchos que, acrecentados desde el tiempo del trigo, del vino y de su óleo, dicen: ¿Quién nos mostrará los bienes? Perece esta multiplicidad y subsiste esta unidad en los santos, de los cuales se dice en los Hechos Apostólicos: La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Luego si deseamos adherirnos y ser unos con Dios nuestro Señor, debemos ser singulares y sencillos, es decir, amantes de la eternidad y de la unidad, y alejarnos de la multitud y de la turba de los seres que nacen y mueren" 
(Comentario al salmo 4, 10).

Enojarse por los pecados

"¿Qué cosa más justa que enojarse cada uno más bien por los pecados propios que por los ajenos, y, castigándose a sí mismo, sacrifique a Dios? ¿O acaso el sacrificio de justicia son las obras justas que se hacen después de la penitencia? El diapsalma (el silencio musical), interpuesto aquí, quizá con razón, insinúa también el tránsito de la vida antigua a la vida nueva, de modo que, extinguido y debilitado el hombre viejo por la penitencia, ofrezca a Dios el sacrificio de justicia conforme la regeneración del hombre nuevo cuando se ofrece la misma alma ya purificada y se inmola en el altar de la fe consumida por el fuego divino" 
(Comentario al salmo 4, 7).

Haced penitencia

"Haced penitencia, es decir, enojaos con vosotros mismos por los pecados cometidos y dejad de pecar en adelante. Lo que decís en vuestros corazones, se sobrentiende, decidlo, para que la sentencia sea completa. Esto es, lo que decís en vuestros corazones decidlo; a saber, no seáis el pueblo de quien se dijo: Me honra con los labios, mas su corazón está muy lejos de mí. Compungíos en vuestros lechos: esto es, lo que ya se escribió, en vuestros corazones. Estos son los recintos secretos de los cuales amonesta el Señor que, cerradas las puertas, oremos dentro de ellos. Compungíos, o se refiere al dolor de la penitencia, a fin de que el alma, castigándose, se mueva a dolor a sí misma, para que no sea atormentada al ser juzgada en el juicio de Dios" 
(Comentario al salmo 4, 6).

Somos peregrinos

"Supongamos que somos peregrinos, que no podemos vivir sino en la patria, y qué anhelamos, siendo miserables en la peregrinación, terminar el infortunio y volver a la patria; para esto sería necesario un vehículo terrestre o marítimo, usando del cual pudiéramos llegar a la patria en la que nos habríamos de gozar; mas si la amenidad del camino y el paseo en el carro nos deleitase tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas que sólo debimos utilizar, se vería que no querríamos terminar pronto el viaje; engolfados en una perversa molicie, enajenaríamos la patria, cuya dulzura nos haría felices. De igual modo siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozarnos de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las espirituales y eternas" 
(La doctrina cristiana 1, 4, 4).

Gozar y Usar

"Unas cosas sirven para gozar de ellas, otras para usarlas y algunas para gozarlas y usarlas. Aquellas con las que nos gozamos nos hacen felices; las que usamos nos ayudan a tender hacia la bienaventuranza y nos sirven como de apoyo para poder conseguir y unirnos a las que nos hacen felices. Nosotros que gozamos y usamos nos hallamos situados entre ambas; pero si queremos gozar de las que debemos usar trastornamos nuestro tenor de vida y algunas veces también lo torcemos de tal modo que, atados por el amor de las cosas inferiores, nos retrasamos o nos alejamos de la posesión de aquellas que debíamos gozar una vez obtenidas" 
(La doctrina cristianas 1, 3, 3).

Deseo de Dios

"Oid por mí lo que Dios da y alegraos conmigo en él, en su palabra, caridad y verdad. Hemos emprendido la exposición de un salmo apto a vuestro deseo. Comienza este salmo por un santo deseo, y dice así el cantor: Como desea el ciervo el manantial de las aguas, así te desea mi alma, ¡oh Dios! ¿Quién dice esto? Si queremos, nosotros. ¿A qué buscas fuera de ti quién sea éste, cuando está en tu poder ser lo que buscas? Sin embargo, no es un hombre, sino un cuerpo, y el cuerpo de Cristo es la Iglesia. Tampoco se encuentra este deseo en todos los que entran en la Iglesia. Sin embargo, quienes gustaron la suavidad del Señor y percibieron el contenido del cántico, no piensen que son solos, sino crean que tales arbustos se hallan plantados en el campo del Señor, que ocupa toda la tierra, y que de cualquier unidad cristiana es esta voz: Como desea el ciervo el manantial de las aguas, así te desea mi alma, ¡oh Dios!" 
(Comentario al salmo 41, 1).

Como la gallina a sus polluelos

"Alimenta, pues, El, como débil, a los débiles, así como hace la gallina con sus polluelos; a ella se quiso comparar. ¡Cuántas veces quise, dice a Jerusalén, recoger a tus hijos bajo mis alas, como hace la gallina con sus polluelos, pero no quisiste tú! Vosotros, mis hermanos, bien sabéis cómo se pone enferma la gallina con sus polluelos. Ningún ave se nos muestra madre como ésta. Estamos viendo todos los días a los pájaros que hacen sus nidos a nuestra vista como son las golondrinas, las cigüeñas y las palomas; pero sólo sabemos que son madres cuando los vemos en sus nidos. La gallina, sin embargo, enferma de tal manera con sus polluelos, que, aunque no vayan tras ella, aunque no veas que la siguen sus hijos, te das cuenta que es madre. Así lo indican sus alas caídas, y sus plumas erizadas, y su voz desagradable, y todos sus miembros caídos y abatidos; todo eso, como digo, indica que es madre, aunque no veas sus polluelos. Así es como está enfermo Jesús cansado del viaje. Su viaje es la carne, que por nosotros asumió" 
Comentario a Juan 15, 7).

Pagamos lo que debemos

"Si, pues, los padecimientos de Cristo los soporta únicamente Cristo, esto es, sólo la cabeza, ¿cómo es que dice cierto miembro de Él, el apóstol San Pablo: Padezco para suplir en mi carne lo que falta del sufrimiento de Cristo? Luego si un hombre cualquiera es miembro de Cristo, cualquiera que seas el que oigas estas cosas, aunque no las entiendas, pero las entenderás si eres miembro de Cristo, conocerás que cuanto padecieres de parte de aquellos que no son de los miembros de Cristo, es lo que faltaba de los padecimientos de Cristo. Se añadió "que faltaba" porque colmas la medida, pero no la derramas. Padeces tanto cuanto de tus padecimientos debía ser añadido al general padecimiento de Cristo, que padeció en nuestra cabeza y padece en sus miembros, es decir, en nosotros mismos. A esta como   república nuestra, cada uno de nosotros, según nuestra capacidad, pagamos lo que debemos y, conforme a nuestras fuerzas, contribuimos como con el canon de padecimientos" 
(Comentario al salmo 61, 4).

La observancia de la Palabra

"Atienda vuestra caridad. Por eso, cuando el Señor aparecía como admirable a las multitudes por los milagros y prodigios que obraba, mostrando lo que en la carne estaba oculto, hubo almas que, llenas de admiración, gritaban: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó! Y El, sin embargo: Felices más bien los que oyen la palabra de Dios y la observan. Esto es como decir: Y mi madre, a quien proclamáis dichosa, es dichosa precisamente por su observancia de la palabra de Dios, no porque se haya hecho en ella carne el Verbo de Dios y haya habitado entre nosotros, sino más bien porque fue fiel custodio del mismo Verbo de Dios, que la creó a ella y en ella se hizo carne. No se alegren los hombros de la prole temporal. Alégrense si con el espíritu están unidos con Dios" 
(Comentario a Juan 10, 3).

Seamos Humildes

"Si queremos ser custodiados por Aquel que se humilló por nosotros y que se ensalzó para guardarnos, seamos humildes. Nadie se arrogue nada. Nadie tiene algo bueno si no lo hubiere recibido de Aquel que únicamente es bueno. El que quiere arrogarse la sabiduría es necio. Sea humilde para que venga sobre él la sabiduría y le ilumine. Si antes de venir sobre él la sabiduría se cree sabio, se levanta antes de amanecer y anda en tinieblas. ¿Qué oye en este salmo? Es inútil que os levantéis antes de la luz. Si os levantáis antes de que aparezca la luz, necesariamente permaneceréis en la vanidad, porque estaréis en tinieblas. Se elevó nuestra luz, Cristo. Te conviene levantarte después de Cristo, no antes de Cristo" 
(Comentario al salmo 126, 4).

La carne es débil

"El espíritu está pronto para serviros, pero la carne es débil. El mismo espíritu, cualesquiera que sean los gozos que concibe de la Escritura de Dios, los da a luz y busca hacerlo en vuestros oídos y vuestras mentes. Preparad en vosotros un nido a la palabra. En la Escritura se nos pone como ejemplo la tórtola, que busca un nido para poner sus polluelos. Lo que traemos entre manos, la Escritura que estáis viendo, nos invita a buscar y a alabar a cierta mujer grande, que tiene un marido también grande, quien la encontró perdida y, habiéndola hallado, la adornó. Lo oísteis hace poco cuando se leyó" 
(Sermón 37, 1).

Único es tu Dios

"Único es tu Dios, adora a un solo Dios. Tú, abandonando a tu único Dios, que es como el marido legítimo del alma, quieres fornicar con muchos demonios; y, lo que es más grave, no obras como si abandonaras y repudiaras abiertamente a Dios, como hacen los apóstatas, sino que te quedas en la casa de tu marido y ahí admites a los adúlteros. Quiero decir que, como cristiano, no abandonas la Iglesia, pero consultas a los matemáticos, arúspices, augures y maléficos. Como alma adúltera, no dejas la casa de tu marido, y quedándote en su compañía fornicas. Se te dice: No tomes en vano el nombre del Señor tu Dios" 
(Sermón 9, 3).

Odio mis vicios

"Odio mis vicios y ofrezco mi corazón a mi médico para que lo sane. Los persigo en cuanto puedo, gimo a causa de ellos, confieso que los tengo y me acuso de ellos. Tú que me reprendías, corrígeme tú. Esta es la justicia, no sea que se nos diga: ¿Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? Hipócrita, quita la viga de tu ojo y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu hermano. La ira es la paja; el odio, la viga. Pero nutre la paja y se convertirá en viga. La ira inveterada se convierte en odio; la paja nutrida se hace viga. Para que la paja no se haga una viga, no caiga el sol sobre vuestra ira" 
(Sermón 49, 7).

Reconciliarse con Dios

"Este es el motivo por el que Lucas llega hasta Dios mediante el número setenta y siete de generaciones: para mostrar que el hombre se reconcilia con Dios por la remisión de todos los pecados. Este es el motivo también por el que el Señor respondió a Pedro, que le preguntaba cuántas veces debía perdonar al hermano, estas palabras: No te digo que sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y si queda todavía algo oculto en estas honduras y en estos tesoros de los misterios de Dios, los más diligentes y más dignos pueden descubrirlo" 
(Sermón 51, 35).

Nos Saciaremos

"Pero sólo nos saciaremos y nos hartaremos de ella cuando termine esta vida y arribemos a la promesa de Dios. Dios nos prometió la igualdad con los ángeles. Los ángeles no sienten ahora hambre y sed como nosotros; no obstante, se sacian con la verdad, con la luz, con la incorruptible sabiduría. Por esto son bienaventurados; y lo son con tanta  bienaventuranza, que desde aquella ciudad, la Jerusalén celeste, hacia la que nosotros nos encaminamos, nos contemplan peregrinos y se compadecen de nosotros y nos auxilian, por mandato del Señor, para que lleguemos en algún tiempo a la patria común y seamos allí saturados con ellos de verdad y de santidad en la fuente del Señor" 
(Comentario al salmo 62, 6).

El Deseo

"Todo el que pretende conseguir algo para sí, se halla en el ardor del deseo. Este deseo es la sed del alma. Ved cuántos deseos se encierran en el corazón del hombre; uno desea oro, otro plata, otro propiedades, otro haciendas; éste abundante dinero, aquél gran casa, otro mujer, aquél honores, éste hijos. Ved cómo se hallan estos deseos en el corazón del hombre. Todos los hombres arden en deseos y apenas se encuentra quien diga: De ti tuvo sed mi alma. Sienten los hombres sed del mundo, y no comprenden que están en el desierto de Idumea, en donde debe el alma sentir sed de Dios. Digamos nosotros: De ti tuvo sed mi alma. Lo digamos todos, porque en la unión con Cristo todos somos una sola alma. Sienta sed en Idumea el alma" 
(Comentario al salmo 62, 5).

Cristo es el día

"Estad en vela mientras dura el día y alumbra el día. Cristo es el día. Cristo está dispuesto a perdonar, pero a quienes se reconocen y se castigan; mas no a los que se defienden y se jactan de su justicia y se creen algo siendo nada. El que anda en su amor y en su misericordia, libre ya de aquellos mortales y grandes pecados, como son crímenes, y homicidios, y hurtos, y adulterios, no deja por eso de hacer la verdad y de venir a la luz con obras buenas, confesando pecados que parecen pequeños, como son los de la lengua, o del pensamiento, o de la falta de moderación en cosas lícitas, ya que muchos pecados pequeños, cuando se descuidan, matan… Sufre al padre que te enseña, para que no le experimentes como juez que te castiga. Todos los días os estoy diciendo esto, y está bien que se repita muchas veces, porque es cosa buena y saludable"
 (Comentario a Juan 12, 14).

Practica la verdad

"El principio de las buenas obras es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar tú la verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que eres junto, cuando eres inicuo. Así es como empiezas tú a practicar la verdad; así es como vienes a la luz, para que se muestren las obras que has hecho en Dios. Porque esto mismo que te hace aborrecer tus pecados no lo habría en ti si no te alumbrara la luz de Dios, si no te lo mostrara su verdad" 
(Comentario a Juan 12, 13).

La muerte fue absorvida

“Porque la vida muerta mató a la muerte; la plenitud de la vida se tragó la muerte: la muerte fue absorbida por el cuerpo de Cristo. Así lo diremos nosotros en la resurrección, cuando ya en el triunfo cantemos: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu poder? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? Ahora, entre tanto, hermanos, para que sanemos de los pecados, miremos a Cristo crucificado; porque así como Moisés levantó, dice, la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Como los que miraban aquella serpiente no morían de sus mordeduras, así los que miran con fe la muerte de Cristo quedan sanos de las mordeduras de los pecados. Pero aquéllos se libraban de la muerte para vivir vida temporal, mas aquí se dice que para que vivan vida eterna”
(Comentario a Juan 12, 11).

Vino a curar

“No envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo por El. Pues el médico en cuanto tal viene a curar al enfermo. A sí mismo se da la muerte quien se niega a observar las prescripciones del médico. El Salvador ha venido al mundo. ¿Por qué se dice Salvador del mundo, sino para que lo salve, no para que lo condene? ¿No quieres que El te salve? Por tu conducta serás juzgado. Pero ¿qué digo: serás juzgado? Mira lo que dice: El que cree en Él, no es juzgado; mas el que no cree... ¿Qué esperas que se diga sino que serás juzgado?”

(Comentario a Juan 12, 12).

En la cruz murió la muerte

“Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz, y esa misma muerte libra a los mortales. El Señor recuerda lo que en figura aconteció a los antiguos: Y así como Moisés, dice, levantó en el desierto la serpiente, así también conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Esto es un gran misterio, que saben quienes lo han leído. Lo oigan ahora quienes o no lo han leído o lo tienen olvidado después de haberlo leído u oído”
(Comentario a Juan 12, 11).

Mató a la muerte

“Bajó, pues, y murió, y su muerte nos libró de la muerte. Matado El por la muerte, mató El a la muerte. Sabéis ya, hermanos, que esta muerte entró en el mundo por envidia del diablo. La muerte no la hizo Dios, dice la Escritura, ni se goza en la perdición de los vivos; lo creó todo para que subsistiese. Mas ¿qué se dice allí? Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo… Si no consientes, no te hace nada malo el diablo; es tu consentimiento, ¡oh hombre!, el que te lleva a la muerte. Hemos nacido mortales del que era mortal también, y de inmortales nos hicimos mortales”
 (Comentario a Juan 12, 10).

Corrijámonos

“Ahora es el tiempo de la misericordia para corregirnos; no ha llegado todavía el tiempo del juicio. Hay tiempo, hay lugar; hemos pecado, corrijámonos. No se ha terminado el camino, no se ha cerrado el día, todavía no ha concluido todo. No desesperemos, ya que sería aún peor. Debido a los pecados de los hombres —tanto más frecuentes cuanto más leves— estableció Dios en la Iglesia este tiempo de misericordia, la medicina diaria, para que digamos: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Lavada nuestra cara con estas palabras, acerquémonos al altar y participemos del cuerpo y de la sangre de Cristo”
(Sermón 17, 5).

LA CARIDAD DISTINGUE A LOS HOMBRES

"Sólo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la cruz de Cristo; respondan todos; frecuenten la iglesia, se apiñen en las basílicas; no se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de El. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras; si te falta sólo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. Si no tienes otras cosas, ten ésta, y cumplirás la ley. Quien ama a su prójimo cumple la ley, dice el Apóstol. Y también: El pleno cumplimiento de la ley es la caridad. Creo que ésta es aquella margarita que buscaba el negociante descrito en el Evangelio, el cual encontró una margarita y, vendiendo todo lo que tenía, la compró. Esta es la preciosa margarita: la caridad. Sin ella de nada te sirve todo lo que tengas. Si sólo posees ésta, te basta. Ahora ves con fe, después verás con visión. Si amamos ahora que no vemos, ¿qué efusiones de amor tendremos cuando veamos? Pero, entre tanto. ¿En qué debemos ejercitarnos? En el amor fraterno. Puedes decirme: No veo a Dios; pero, ¿puedes decirme: No veo al hombre? Ama al hermano. Si amas al hermano, que ves, al mismo tiempo verás a Dios, porqué verás la misma caridad, y Dios mora dentro" 
(Comentario epístola Juan 5,7).