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Llevó vida humana

"Si estos movimientos, si estos afectos buenos, que proceden del amor y de la caridad santa, han de ser llamados vicios, tendremos que admitir que los verdaderos vicios reciban el nombre de virtudes. Pero si estos afectos siguen la recta razón, cuando están puestos en su fin, ¿quién osará llamarlos entonces enfermedades o pasiones viciosas? Por ello, aun en el mismo Señor, que se dignó llevar vida humana en forma de siervo, pero sin tener pecado alguno, usó de ellos cuando lo juzgó oportuno. Porque no era falso el afecto humano de quien tenía verdadero cuerpo y verdadero espíritu del hombre. No es, pues, falso lo que se cuenta de Él en el Evangelio: que sintió tristeza e ira por la dureza de corazón de los judíos, y añadió: me alegro por vosotros, para que tengáis fe. Y lo mismo que lloró cuando iba a resucitar a Lázaro, que deseó comer la Pascua con sus discípulos, que sintió tristeza en su alma al acercarse la Pasión" 
La Ciudad de Dios 14, 9, 3

Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo. Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje... Muestra nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo adonde se le atrae; es atraído por la afición y sin lesión alguna corporal; es atraído por los vínculos del amor. Si, pues, estas cosas que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los amantes, ejercen en ellos atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto por el Padre? ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre devoradora? ¿Para qué el deseo de tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad
(Comentario al evangelio de Juan 26, 4-5).    

Muéstrame tu rostro

“Muéstrame, dices, a tu Dios. Vuelve los ojos por un momento, repito, a tu corazón. Quita de él lo que veas en él que desagrada a Dios. Dios quiere venir a ti. Escucha al mismo Cristo el Señor: Yo y el Padre vendremos a él y estableceremos nuestra morada en él. He aquí lo que te promete Dios. Si te prometiera venir a tu casa, la limpiarías: Dios quiere venir a tu corazón, ¿y eres perezoso para limpiarle la casa? No le gusta habitar en compañía de la avaricia, mujer inmunda e insaciable, a cuyas órdenes servías tú que buscabas ver a Dios. ¿Qué hiciste de lo que Dios te ordenó? ¿Qué no hiciste de cuanto la avaricia te mandó? ¿Cuánto hiciste de lo que Dios te ordenó? Yo te muestro lo que hay en tu corazón, en el corazón de quien quiere ver a Dios” 
(Sermón 261, 5).

Busca lugar al corazón

“Amemos e imitemos; corramos en pos de sus ungüentos, conforme se dice en el Cantar de los Cantares: Corramos al olor de tus ungüentos. Vendrá y despedirá fragancia, y su perfume llenará toda la tierra. ¿De dónde procede el perfume? Del cielo. Síguele al cielo si no contestas con falsedad cuando se dice: Eleva el corazón, la mente, el amor, la esperanza, para que no se corrompa en la tierra. No te atreves a colocar el trigo en lugar húmedo para que no se corrompa, ya que le cultivaste, le regaste, le trillaste y le bieldaste. Buscas lugar apropiado para depositar tu trigo, ¿y no lo buscas para tu corazón, y no lo buscas para tu tesoro?"
 (Comentario al salmo 90, s.2, 13).

La Gracia de la Fe

“Quiso que también los magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían hablado de él. Buscando la ciudad en que había nacido el que deseaban ver y adorar, se vieron precisados a preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de esta manera, con el testimonio de la Escritura, que llevaban en la boca, pero no en el corazón, los judíos, aunque infieles, dieron respuesta a los creyentes respecto a la gracia de la fe”
 (Sermón 199, 2).