“Quiso que también los magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían hablado de él. Buscando la ciudad en que había nacido el que deseaban ver y adorar, se vieron precisados a preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de esta manera, con el testimonio de la Escritura, que llevaban en la boca, pero no en el corazón, los judíos, aunque infieles, dieron respuesta a los creyentes respecto a la gracia de la fe”
(Sermón 199, 2).
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