Se les anunciaba que había resucitado, y les parecía un delirio las palabras de quienes lo anunciaban.
¡La verdad se había convertido en un delirio!...
Comenzó, pues, a exponerles las Escrituras para que reconociesen a Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Porque lo vieron muerto, perdieron la esperanza en Él.
Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria.
Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente"
(Sermón 236, 2).
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