(Sermón 27, 7).
Escrutar el misterio
“¿Crees que nosotros podemos escrutar esto que llenó de tanto terror al Apóstol? Estremeciéndose al considerar tan gran profundidad y sublimidad, exclamó: ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios!... Tú buscas una razón y yo me estremezco ante la sublimidad ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! Tú buscas razones; yo me quedaré en la admiración. Disputa tú; a mí me basta creer. Veo la profundidad, pero no puedo llegar hasta el fondo. ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! ¿Nos lo explicará tal vez el Apóstol? ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio primero que tenga que devolverle? Porque de él, por él y en él están todas las cosas. A él gloria por los siglos de los siglos. Descansó el Apóstol una vez que encontró el motivo de admiración. Por lo tanto, que nadie me exija a mí los motivos de cosas tan ocultas. Dice él: Insondables son sus juicios, ¿y vienes tú a examinarlos? Dice él: Inescrutables son sus caminos, ¿y has venido tú a investigarlos? Si has venido a investigar lo insondable y a escudriñar lo inescrutable, cree, pues, que has perecido”
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