La Palabra alimenta el corazón

"Es deber mío, dirigiros una exhortación también solemne, para que la Palabra de Dios, servida por nuestro ministerio, alimente el corazón de quienes van a ayunar corporalmente; de esta forma, vigorizado el hombre interior por su propio alimento, podrá llevar a cabo y mantener con fortaleza la mortificación del exterior. Se ajusta a nuestra devoción el que quienes vamos a celebrar la pasión, ya cercana, del Señor crucificado, nos hagamos nosotros mismos una cruz con los placeres de la carne, que han de ser domados, conforme a las palabras del Apóstol: 'Los que son de Jesucristo crucificaron la carne con sus pasiones y concupiscencias'. El cristiano debe permanecer siempre pendiente de esta cruz durante toda esta vida, que transcurre en medio de tentaciones. No es este el tiempo de arrancarse los clavos de los que se dice en el salmo: 'Traspasa mi carne con los clavos de tu temor'. 'Carne' equivale aquí a concupiscencia carnal; los clavos son los preceptos de la justicia; con ellos clava a la carne el temor de Dios, que nos crucifica cual hostias aceptables para Él. Por eso dice también el Apóstol: 'Os suplico, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios'. Es ésta una cruz en la que el siervo de Dios no sólo no se siente confundido, sino que hasta se gloría, diciendo: 'Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo'. Esta cruz, repito, no sólo dura cuarenta días, sino la totalidad de esta vida, simbolizada en el número místico de estos cuarenta días" (Sermón 205, 1).

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