"Pero sólo nos saciaremos y nos hartaremos de ella cuando termine esta vida y arribemos a la promesa de Dios. Dios nos prometió la igualdad con los ángeles. Los ángeles no sienten ahora hambre y sed como nosotros; no obstante, se sacian con la verdad, con la luz, con la incorruptible sabiduría. Por esto son bienaventurados; y lo son con tanta bienaventuranza, que desde aquella ciudad, la Jerusalén celeste, hacia la que nosotros nos encaminamos, nos contemplan peregrinos y se compadecen de nosotros y nos auxilian, por mandato del Señor, para que lleguemos en algún tiempo a la patria común y seamos allí saturados con ellos de verdad y de santidad en la fuente del Señor"
(Comentario al salmo 62, 6).
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