"¿Quién es, pues, este adversario? La palabra de Dios. Esa palabra de Dios es tu adversario. ¿Y por qué es tu adversario? Porque prescribe todo lo contrario de lo que tú haces… Cuando ordena esto, la palabra de Dios es el adversario. Porque no quieren los hombres hacer lo que quiere la palabra de Dios. ¿Por qué digo que es el adversario la palabra de Dios al mandar eso? Temo que yo mismo me convierta en adversario de algunos por decir estas cosas. ¿Y qué me importa? Hágame fuerte aquel que me intima el hablar, sin temer a las quejas de los hombres"
(Sermón 9, 3).
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