La Trinidad obra inseparblemente
“Pero algunos se turban cuando oyen decir que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no hay tres dioses en la Trinidad, sino un solo Dios; y tratan de entender cómo puede ser esto: especialmente cuando se dice que la Trinidad actúa inseparablemente en todas las operaciones de Dios; con todo, no fue la voz del Hijo, sino la voz del Padre, la que resonó; sólo el Hijo se apareció en carne mortal, padeció, resucitó y subió al cielo; y sólo el Espíritu Santo vino en figura de paloma. Y quieren entender cómo aquella voz del Padre es obra de la Trinidad, y cómo aquella carne en la que sólo el Hijo nació de una Virgen es obra de la misma Trinidad, y cómo pudo la Trinidad actuar en la figura de paloma, pues únicamente en ella se apareció el Espíritu Santo. Pues de no ser así, la Trinidad no obraría inseparablemente, y entonces el Padre sería autor de unas cosas, el Hijo de otras y el Espíritu Santo de otras; o si ciertas operaciones son comunes y algunas privativas de una persona determinada, ya no es inseparable la Trinidad. Les preocupa también saber cómo el Espíritu Santo pertenece a dicha Trinidad no siendo engendrado por el Padre, ni por el Hijo, ni por ambos a una, aunque es Espíritu del Padre y del Hijo. Estas son, pues, las cuestiones que hasta cansarnos nos proponen; y si Dios se complace en ayudar nuestra pequeñez, ensayaremos responderles, evitando caminar con aquel que de envidia se consume. Si afirmo que no suelen venirme al pensamiento tales problemas, mentiría; y si confieso que estas cosas tienen holgada dimensión en mi entendimiento, pues me inflamo en el amor de la verdad a indagar, me asedian, con el derecho de la caridad, para que les indique las soluciones encontradas. No es que haya alcanzado la meta, o sea ya perfecto (si el apóstol San Pablo no se atrevió a decirlo de sí, ¿cómo osaré yo pregonarlo, estando tan distanciado de él y bajo sus pies?); mas olvido lo que atrás queda y me lanzo, según mi capacidad, a la conquista de lo que tengo delante y corro, con la intención, hacia la recompensa de la vocación suprema. Dónde me encuentro en este caminar, y dónde he llegado y cuánto me falta para alcanzar el fin, es lo que desean saber de mí aquellos de quienes la caridad libre me hace humilde servidor. Es menester, y Dios me lo otorgará, que yo mismo aprenda enseñando a mis lectores, y al desear responder a otros, yo mismo encontraré lo que buscando voy. Tomo sobre mí este trabajo por mandato y con el auxilio del Señor, nuestro Dios, no con el afán de discutir autoritariamente, sino con el anhelo de conocer lo que ignoro discurriendo con piedad” (La Trinidad 1, 5, 8).
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