"Dios, Dios mío, mírame; ¿por qué me has abandonado? Este primer verso lo oímos en la cruz, donde dijo el Señor: Elí, Elí, que significa Dios mío, Dios mío, lemá sabaktani, que quiere decir ¿por qué me has abandonado? El evangelista lo tradujo afirmando que él había dicho en hebreo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Qué pretendió decir el Señor? Porque Dios no le había abandonado, ya que él era Dios. Indiscutiblemente, el hijo de Dios es Dios. Indiscutiblemente, la Palabra de Dios es Dios. Escucha desde el comienzo al evangelista que sacaba al exterior lo que había bebido del pecho del Señor. Veamos si Cristo es Dios: Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Esta misma Palabra que era Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y como la Palabra-Dios se había hecho hombre, pendía de la cruz y decía: Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado? ¿Qué razones tenía para expresarse así sino que nosotros estábamos allí, y que la Iglesia era el cuerpo de Cristo? ¿Por qué dijo Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado? sino para de alguna manera estimular nuestra atención y decirnos: este salmo está escrito pensando en mí? Las palabras de mis pecados alejan de mí la salvación. ¿A qué pecados se refiere en aquel de quien se dice: Él no cometió pecado ni se halló mentira en sus labios? ¿Cómo, entonces, dice de mis pecados sino para decirnos que él ruega por nuestros pecados y que hizo suyos nuestros pecados para hacer nuestra su propia justicia?"
(Comentario al salmo 21, 2, 3).
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