Sumido en el desconcierto

“Dios mío, de día y de noche gritaré a ti y no responderás; y no para dejarme sumido en el desconcierto. Naturalmente, esto lo dijo de mí, de ti, de él, pues hablaba en nombre de su cuerpo, o sea, de la Iglesia. A no ser que penséis, hermanos, que cuando el Señor dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, tenía miedo a la muerte. No tiene más valor el soldado que el general. Al siervo le basta con ser como su señor. Pablo, soldado del rey Cristo, dice: Dos cosas tiran de mí: deseo mi disolución, y estar con Cristo. Con que Pablo desea morir para estar con Cristo ¿y resulta que Cristo teme morir? ¿Qué significa esto sino que él era portador de nuestra debilidad y era portavoz de los que, asentados todavía en sus cuerpos, le tienen miedo a la muerte? De allí dimanaba aquella voz, voz de los miembros de Cristo, no de la cabeza. Lo propio ocurre a continuación: Día y noche grité a ti, y no responderás. Son muchos los que gritan en la tribulación, y no son escuchados; pero para su salvación, no para que queden sumidos en el desconcierto. Le suplicó Pablo que le liberara del aguijón de la carne, pero su petición fue desestimada. En cambio, se le dijo: Te basta con mi gracia, pues la fuerza llega a su plenitud en la debilidad. Luego no le atendieron, pero no para dejarlo sumido en el desconcierto, sino para llevarle a la sabiduría, esto es, para que el hombre se meta bien en la cabeza que el médico es Dios y que el sufrimiento es una medicina para la salvación, no un castigo para la condenación. Cuando estás bajo tratamiento médico se te aplica el cauterio y el bisturí y chillas de dolor. Pero el médico no atiende a tus deseos, sino a tu salud”
(Comentario al salmo 21, 2, 4).

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