“¿Crees tú, le dice, en el Hijo de Dios? A lo cual él, aún untado del barro, respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? El Señor: Acabas de verlo; el que habla contigo, ése es. Le lavó el rostro. Y, viendo ya con el corazón, adoró a su Salvador. Esto que Jesús hizo corporalmente con el ciego de nacimiento, lo hace con el género humano de una manera milagrosa; pero hizo este prodigio para encomendarnos la fe; aquella fe que todos los días abre los ojos del humano linaje, como abrió los del mismo ciego”
(Sermón 136 A, 4).
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