Cesen las enemistades

"Tales enemistades nunca debieron durar hasta la puesta del sol; por eso no es mucho pedir que, después de repetidas salidas y puestas, también ellas lleguen alguna vez a su ocaso, sin que ningún nuevo surgir las ponga en movimiento. El dejado se olvida de poner fin a las enemistades; el obstinado no quiere conceder el perdón cuando se le suplica; el vergonzoso soberbio desdeña el pedir perdón. Estos tres vicios mantienen vivas las enemistades, pero dan muerte a las almas en las que no mueren. Contra la dejadez esté alerta la memoria; contra la obstinación, la misericordia, y contra la vergüenza soberbia, la prudencia humilde. Quien reconoce que descuida la concordia, despierte y sacuda el torpor; quien desea ser exactor frente a su deudor, piense que él lo es de Dios; quien se avergüenza de pedir perdón al hermano, venza, mediante el santo temor, el perverso pudor, para que, extinguidas esas funestas enemistades, muertas ellas, viváis vosotros. Todo esto lo obra la caridad, que actúa sin maldad. En la medida en que tenéis caridad, hermanos míos, ejercitadla viviendo bien, y, en la medida en que os falte, conseguidla con la oración" 
(Sermón 209, 1).    

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