(Epístola 144, 1).
Todo es obra de Dios
"Si ya ha desaparecido de vuestra ciudad lo que tanto nos entristecía; si el endurecimiento del corazón humano, que se negaba a la verdad evidente y en cierto modo pública, se ha rendido a la fuerza de la misma verdad; si se gusta la dulzura de la paz y el amor de la unidad no hiere los ojos enfermos, sino que ilumina y vigoriza a los que ya están sanos, todo eso no es obra nuestra, sino de Dios. Yo no lo atribuiría en absoluto a diligencias humanas, aunque una tal conversión de la muchedumbre hubiese acaecido cuando yo os estaba hablando y exhortando, cuando me encontraba entre vosotros. Esto lo obra y realiza aquel que se vale de sus ministros para amonestar desde fuera con señales de la realidad, pero que enseña desde dentro por sí mismo con las realidades mismas. No deberé sentir pereza para visitaros, porque esa obra laudable que se ha realizado entre vosotros no es obra mía, sino de aquel que solo hace maravillas. Porque con mayor afán debemos correr a contemplar las obras divinas que las nuestras"
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