Sermón 211 A - El sentido de la cuaresma.

En su pasión, nuestro Señor Jesucristo pone ante nuestros ojos las fatigas y dolores del mundo presente; en su resurrección, la vida eterna y feliz del mundo futuro. Toleremos lo presente y esperemos lo futuro. Por eso, en estas fechas nos encontramos en los días que significan las fatigas del siglo presente —la mortificación de nuestras almas con el ayuno y las prácticas cuaresmales—; en las fechas próximas, en cambio, significamos los días del siglo futuro, al que aún no hemos llegado. He dicho «significamos», no «tenemos». Por tanto, hasta el día de la pasión estamos en tiempo de contrición; después de la resurrección, en tiempo de alabanza. Así, pues, en aquella vida, en el reino de Dios, nuestra ocupación será ésta: ver, amar, alabar.
¿Qué actividad hemos de tener allí? En esta vida hay ocupaciones que son fruto de la necesidad y otras que son fruto de la iniquidad. ¿Cuáles son las obras fruto de la necesidad? Sembrar, arar, binar, navegar, moler, cocer, tejer, y cosas semejantes. También son fruto de la necesidad nuestras buenas obras. Tú no tienes necesidad de repartir tu pan con el hambriento, pero la tiene aquel a quien se lo das. Acoger al peregrino, vestir al desnudo, redimir al cautivo, visitar al enfermo, aconsejar a quien delibera, liberar al oprimido, son obras de misericordia y son fruto de la necesidad. ¿Qué obras son fruto de la iniquidad? Robar, asaltar a mano armada, emborracharse, participar en juegos de fortuna, cobrar intereses '; ¿quién es capaz de enumerar todos los frutos de la maldad? En aquel reino no habrá obras que sean fruto de la necesidad, porque no habrá miseria alguna; ni habrá obras que sean fruto de la iniquidad, porque desaparecerá toda molestia. Donde no hay miseria, no hay obras fruto de la necesidad; y donde no hay malicia, no hay obras fruto de la iniquidad. ¿Cómo vas a trabajar por el alimento, si nadie tiene hambre? Limosna, ¿cuándo la vas a dar? ¿Con quién repartes tu pan, si nadie tiene necesidad de él? ¿A qué enfermo visitarás, donde la salud reina inquebrantada? ¿A qué muerto darás sepultura, si la inmortalidad nunca muere? Desaparecen las obras que son fruto de la necesidad; en cuanto a las obras fruto de la iniquidad, si las haces aquí, no llegarás allí. ¿Qué hemos de hacer allí? Decídmelo. ¿Nos dedicaremos a dormir? En efecto, aquí, cuando los hombres no tienen nada que hacer, se entregan al sueño. Allí no hay sueño, porque no hay desfallecimiento alguno. Si no hemos de hacer obra de necesidad alguna, si no nos entregamos al sueño, ¿qué vamos a hacer? Que nadie se asuste ante la perspectiva del aburrimiento, que nadie piense que también allí va a existir,. ¿Acaso ahora te aburre el estar sano? En este mundo, todas las cosas producen hastío; sólo la salud está excluida de ello. Si la salud no causa tedio, ¿va a causarlo la inmortalidad? ¿Cuál será entonces nuestra ocupación? Decir: Amen y Aleluya. Una cosa es la que hacemos aquí y otra la que haremos allí; no digo día y noche, sino en el día sin fin: repetir lo que ya ahora dicen sin cansarse las potestades del cielo, los serafines: Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Esto lo repiten sin cansarse. ¿Se fatiga, acaso, ahora el latir de tu pulso? Mientras vives, tu pulso sigue latiendo. Trabajas, te fatigas, descansas, vuelves a tu tarea, pero tu pulso no se fatiga. Como tu pulso no se cansa mientras estás sano, tampoco tu lengua y tu corazón se cansarán de alabar a Dios cuando goces de la inmortalidad. Escuchad un testimonio sobre vuestra actividad. ¿Cuál será? Esa actividad será un ocio2. Actividad ociosa: ¿en qué consistirá? En alabar al Señor. Escuchad la sentencia: Dichosos los que habitan en tu casa. Es el salmo quien lo dice: Dichosos los que habitan en tu casa. Y por si buscamos la causa de esa dicha: «¿Tendrán mucho oro?» Quienes tienen mucho oro son, en igual medida, miserables. Dichosos son los que habitan en tu casa. Dichosos, ¿por qué? En esto consiste su dicha: Te alabarán por los siglos de los siglos.

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