"Ahora estoy seguro de haber llegado la palabra de Dios a vuestro oídos. Bendito sea por ello el Señor y bendita su gloria. Reunidos aquí hoy y colgados de la palabra del despensero divino, no paréis los ojos en esta carne mía, por cuyo medio se os profiere; cuando hay hambre, no se mira la vileza del plato, sino la calidad del alimento. Dios se encargará de probaros. Ahora estáis aquí juntos, y la palabra divina os parece bien; ya vendrá la prueba, y se verá cómo la oís; asuntos tendréis donde mostrar quiénes sois. Porque también hay quien ayer oía con gran placer, y anda hoy por ahí lanzando insultos a todo pulmón… El sabe en qué manera oyes tú su palabra y con qué rigor ha de pedirte esto que me ordena darte. Ha querido sea yo el proveedor; la cobranza se la reservó él"
(Sermón 125, 8).
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