"Me atrevo a confesar que conozco lo que atañe a mi propia salud. Mas ¿cómo he de administrarlo a los demás sin buscar mi propia utilidad, sino la salvación de los otros? Quizá haya ciertos consejos en los Sagrados Libros (y no cabe duda de que los hay), cuyo conocimiento y comprensión ayudan al hombre de Dios a tratar con más orden los asuntos eclesiásticos, o por lo menos a vivir o morir con una conciencia más tranquila entre las manos de los inicuos. Así no perderá aquella vida por la que suspiran exclusivamente los corazones cristianos, humildes y mansos. Y ¿cómo puede eso lograrse, sino pidiendo, llamando y buscando, es decir, orando, estudiando y llorando, como el mismo Señor preceptuó?"
(Carta 21, 4).
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