"No hay que pensar que se otorga algo a los mártires por el hecho de celebrar estas fiestas. Ellos no tienen necesidad de nuestras festividades, porque gozan en los cielos en
compañía de los ángeles; pero gozan con nosotros no si los honramos, sino si los imitamos.
El mismo hecho de honrarlos a ellos es de provecho para nosotros, no para ellos. Pero honrarlos y no imitarlos no es otra cosa que adularlos mentirosamente.
Con esta finalidad ha dispuesto estas festividades la Iglesia de Cristo: para que a través de ellas la comunidad de los miembros de Cristo se sienta invitada a imitar a los mártires de Cristo. Esta es, sin duda alguna, la utilidad de esta fiesta, no otra.
Si luego se nos propone, para que lo imitemos, el ejemplo de Jesucristo, aquí replica la fragilidad humana: «¿En qué nos parecemos Cristo y yo? Aunque él es carne, es, sin embargo, Palabra y
carne, pues la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros; asumió la carne, pero no dejó la Palabra; recibió lo que no era sin perder lo que era.
Para quitar toda excusa a la fragilidad carente de
fe, los mártires nos han abierto un camino empedrado. Había de ser pavimentado con piedra tallada para que caminásemos tranquilos por él. Esto fue obra de los mártires, que lo realizaron con su sangre y sus confesiones".
(Sermón 325, 1)
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