"Mira con vistas a qué has de gemir.
Desprecia tu propio espíritu, recibe el Espíritu de Dios. No ha de temer tu espíritu que, cuando comience a habitar en ti el Espíritu de Dios, vaya a sufrir estrecheces en tu cuerpo.
Cuando el Espíritu de Dios comience a habitar en tu cuerpo, no expulsará de él a tu propio espíritu; no tengas miedo...
Acoge al rico Espíritu de Dios; te sentirás dilatado, nunca en estrecheces; al llenar mi celda, no me expulsaste a mí, sino a la estrechez que padecía.
Cuando dice: La caridad de Dios ha sido derramada, con este último término se indica anchura.
No temas hallarte en estrecheces, recibe a este huésped, pero no pensando en uno que está de paso. Nada va a darte en el momento de la partida. Al venir habite en ti y éste es su don.
Hazte suyo, que no te abandone ni se aleje de ti; sujétale de todas todas y dile: Señor, Dios nuestro, poséenos"
(Sermón 169,15).
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