alegría por vuestra asistencia,
alegría de cantar salmos e himnos,
alegría de recordar
la pasión y resurrección de Cristo,
alegría de esperar la vida futura.
Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla?
Cuando estos días escuchamos el 'Aleluya', ¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de aquella ciudad celestial?
Si estos días nos producen tan grande alegría, ¿qué sucederá aquel en que se nos diga:
Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino; cuando todos los santos se encuentren reunidos,
cuando se encuentren allí quienes no se conocían de antes, se reconozcan quienes se conocían;
allí donde la compañía será tal que nunca se perderá un amigo ni se temerá un enemigo?"
(Sermón 229 B,2).
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