No es tanta la dificultad cuando se trata de saber las cosas que son necesarias para la salvación.
Pero una vez afianzada la fe, sin la cual no se puede vivir piadosa y rectamente, quedan para los eruditos tantos problemas, tan velados entre múltiples sombras misteriosas; hay tan profunda sabiduría no sólo en las palabras en que los problemas se presentan, sino también en los problemas reales que se pretenden desvelar, que a los más veteranos, agudos, ardientes en el afán de conocer, les acaece lo que la misma Escritura dice en cierto lugar: Cuando el hombre termina, entonces empieza
(Carta 137, 1, 3).
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