San Agustín

"Ciertamente, mi preocupación es vuestra edificación, y mi gozo, vuestra salud; salud tanto temporal como eterna... No dudo que sentís gozo por mi salud; también yo lo siento por vuestra salud en Cristo. Pero esforzaos para que también en aquel día pueda gozarme con vosotros, pues lo que dijo el Apóstol respecto a su plan tan grandioso y amplio que apenas seguimos sus huellas, eso es lo que nos decía a nosotros, a quienes edificaba, al afirmar: Mi gozo y mi corona sois vosotros. Por tanto, quienes por mi esfuerzo progresan en Cristo son mi gozo y mi corona, porque mi función es dispensar fielmente no mi dinero, sino el dinero del Señor; lo que os corresponde a vosotros es recibir los grandes dones con interés y esmero. Yo, pues, puedo ser dador, pero no exactor; pero dador no de algo mío, sino de algo que es de Dios, de lo que vivo yo también. Todos pertenecemos a una gran casa y todos tenemos un solo padre de familia. Tiene una gran despensa, de la que podemos vivir vosotros y yo. Solamente hemos de pedirle que haga desaparecer el hastío; pedirle que nos dé primeramente el sentir hambre, y luego que nos conceda el pan. De donde yo vivo, de allí saco mis palabras; sirvo aquello de lo que me alimento yo mismo. En verdad, soy pobre como vosotros; nuestras riquezas son comunes: nuestro Señor. La vida de todos nosotros es la vida eterna y feliz" (Sermón 219 A).

Santa Mónica

"Para lograr esto, hay que dedicarse con todas las veras del entusiasmo al ejercicio de una vida virtuosa. Es condición para que nos oiga Dios, pues a los que viven bien los oye con agrado. Roguémosle, pues, no que nos dé riquezas y honores y otras cosas caducas y pasajeras, a pesar de toda nuestra oposición, sino que nos colme de bienes que nos mejoren y hagan dichosos. Para que se cumplan nuestras aspiraciones, a ti sobre todo, ¡oh madre!, te encomendamos este negocio, pues creo y afirmo sin vacilación que por tus ruegos me ha dado Dios el deseo de consagrarme a la investigación de la verdad, sin preferir nada a este ideal, sin desear, ni pensar, ni buscar otra cosa. Y mantengo la confianza de que esta gracia tan grande, cuyo deseo arde en nosotros por tus méritos, la hemos de conseguir igualmente por tus ruegos” (Del orden 2, 20, 42)

Gozar del encanto de Dios

“El Dios que se manifestará para gozo de los elegidos es el Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por estas delicias futuras suspiraba aquel que decía: Una cosa pedí al Señor, y eso procuro: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar del encanto de Yahveh. Dios solo es bueno, porque para nadie es dolor ni llanto, sino salud y alegría verdaderas… Para alcanzar esta visión hemos de purificar nuestros corazones por la fe, y seremos así dichosos, porque veremos a Dios como lo ven los limpios de corazón. De esta visión hablan en mil pasajes las Escrituras para quien las lee con ojos de amor, como de un bien sumo, y para conseguirlo se nos preceptúa obrar rectamente” (La Trinidad 1, 13, 31).

La medida del amor son las obras

“Por lo cual, en esta cuestión, que versa sobre la Trinidad y el conocimiento de Dios, nos interesa principalmente saber qué es el amor verdadero, o mejor, qué es el amor. Sólo el amor verdadero merece el nombre de amor; lo demás es pasión, y así como es un abuso llamar amantes a los concupiscentes, así es también llamar concupiscentes a los que aman. Consiste el amor verdadero en vivir justamente adheridos a la verdad y en despreciar todo lo perecedero por amor a los hombres, a quienes deseamos vivan en justicia... El que ama a Dios es lógico que ejecute cuanto Dios preceptúa, pues la medida del amor son las obras, y, en consecuencia, amará al prójimo, por ser éste mandamiento de Dios... El que ama al prójimo ama al amor. Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece. Y es lógico que principalmente ame a Dios” (La Trinidad 8, 7, 10).

La Trinidad es nuestra salud

“Pienso que no debe de ser por completo pasado por alto en este lugar lo que el padre Valerio, sorprendido, advierte en la conversación de algunos campesinos; pues como uno hubiere dicho al otro salud, este preguntó a aquel, que conocía el latín y el púnico, que significaba la palabra salus (salud), y se le respondió que tres. Entonces, conociendo él con gran gozo que la Trinidad es nuestra salud, juzgó que no se correspondieron fortuitamente ambas lenguas en la significación de estas palabras, sino por una ocultísima ordenación de la divina providencia; de modo que, cuando en latín se pronuncie salus (salud), se entienda en púnico tria (tres), y cuando en púnico se dice tria, se entienda salus en latín. La cananea, es decir, aquella mujer púnica que salió de los confines de Tiro y de Sidón al encuentro de Jesús pedía la salud para su hija… Pidiendo ella la salud, pedía la Trinidad, porque el nombre de salud, salus en la romana lengua, que era la cabeza de la gentilidad a la venida del Señor, suena Trinidad en púnico; y por eso dijimos que la mujer cananea personificaba a los gentiles. Llamando el Señor pan a lo mismo que pedía la mujer, ¿qué otra cosa atestiguaba si no es la Trinidad? Porque también en otro lugar enseña clarísimamente que en los tres panes debe entenderse la Trinidad” (Comentario incoado a Romanos 13).

Que esta fe os empape

“Creemos también en el Espíritu Santo, que procede del Padre, pero no es hijo; que permanece en el hijo, sin ser su padre; que recibe del Hijo, pero no es hijo del Hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu Santo y Dios también Él. En efecto, no tendría tal templo si no fuera Dios. Por eso dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en vosotros, espíritu que tenéis de Dios? No son templo de una criatura, sino del creador. ¡Lejos de nosotros pensar que somos templo de una criatura, diciendo el Apóstol: El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros! En esta Trinidad, ninguna cosa es mayor o menor que otra, no existe ninguna separación en el obrar ni desemejanza en la sustancia. Un único Dios Padre, un único Dios Hijo y un único Dios Espíritu Santo. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres dioses, sino un solo Dios, de manera que el Padre no es el Hijo, ni el Hijo el Padre, ni el Espíritu Santo el Padre o el Hijo, sino que el Padre es Padre del Hijo, y el Hijo, hijo del Padre, y el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. Cada uno es Dios y la misma Trinidad es un solo Dios. Que esta fe empape vuestros corazones y dirija vuestra confesión” (Sermón 214, 10).

Sin Él nada fue hecho

“¿Hace algo el Padre que no haga el Hijo? ¿O hace el Hijo algo que no haga el Padre? Estas preguntas suelen ser planteadas por hermanos afanosos de saber, suelen ocupar las charlas de quienes aman la palabra de Dios, y a causa de ella suele pulsarse mucho a las puertas de Dios. Refirámonos por ahora al Padre y al Hijo. Una vez que haya coronado nuestro intento aquel a quien decimos: Sé mi ayuda, no me abandones, se comprenderá que tampoco el Espíritu Santo se separa nunca de la operación común al Padre y al Hijo. Escuchad, pues, la cuestión planteada, pero en relación al Padre y al Hijo. ¿Hace algo el Padre sin el Hijo? Respondemos: No. ¿Acaso tenéis dudas? ¿Qué es lo que hace el Padre sin aquel por quien fueron hechas todas las cosas? Todas las cosas, dice la Escritura, fueron hechas por Él. Y recalcándolo hasta la saciedad para los rudos, torpes e incordiantes, añadió: Y sin Él nada fue hecho” (Sermón 52, 4).

A Él la Gloria

“Aunque el Hijo es Dios, y Dios es el Padre, y conjuntamente el Padre y el Hijo son un solo Dios; y si indagamos sobre el Espíritu Santo, no diremos ninguna otra cosa sino que es Dios, y si nombramos a un mismo tiempo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, hemos de entender que es un solo Dios; sin embargo, la Escritura suele llamar rey al Hijo. Luego, conforme a lo escrito: Por mí se va al Padre, con razón se dice primero Rey mío y después Dios mío. Sin embargo, no dijo atended, sino atiende. Pues no enseña la fe católica que existen dos o tres dioses, sino que la Trinidad es un solo Dios, ni tampoco que a la vez la misma Trinidad puede ser en algún tiempo Padre, en otro Hijo y en otro Espíritu Santo, como afirmó Sabelio, sino que el Padre no es más que Padre, el Hijo no es más que Hijo y el Espíritu Santo no es más que Espíritu Santo, y esta Trinidad únicamente es un solo Dios. Cuando dijo el Apóstol: de Él, por Él y en Él todas las cosas, se cree haber insinuado la misma Trinidad, y, sin embargo, no añadió: a ellos la gloria, sino a Él la gloria” (Comentario al Salmo 5, 3).

Esta Trinidad es una sola voluntad

“Porque no busco yo mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Dice el Hijo único: No busco mi voluntad; ¿y quieren los hombres hacer la suya propia? El, que es igual al Padre, se humilla hasta el extremo, ¿y se ensalza tan sin medida quien yace en el profundo y que, si no se le da la mano, no se puede levantar? Hagamos, pues, la voluntad del Padre, y la voluntad del Hijo, y la voluntad del Espíritu Santo; esta Trinidad es una sola voluntad, y un solo poder, y una sola majestad. Por eso dice el Hijo: No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió; porque Cristo no es de sí mismo, sino que es del Padre. Mas lo que tuvo para ser y aparecer como hombre, lo tomó de la criatura que Él mismo creara” (Comentario a Juan 22, 15).

Indisoluble Caridad y Unidad

“Pero lo que hace Cristo con el Padre lo hace el Padre, como lo que hace el Padre con Cristo lo hace Cristo. El Padre no realiza nada solo sin el Hijo, ni el Hijo realiza nada solo sin el Padre. Indisoluble caridad, indisoluble unidad, indisoluble poder. Así lo predican estas palabras dichas por él mismo: Yo y el Padre somos una misma cosa. ¿Quién, pues, es el que envía a Juan? Si se dice que el Padre, se dice la verdad. Si se dice que el Hijo, se dice la verdad también. Pero es más claro decir el Padre y el Hijo. El que es enviado por el Padre y por el Hijo, lo es por un solo Dios. Lo que dice el Hijo: Yo y el Padre somos una misma cosa. ¿Cómo es que Juan no conocía a Aquel que le había enviado? Porque efectivamente dice: Yo no lo conocía, sino que me lo dijo quien me envió a bautizar con agua. Pregunto a Juan: ¿Qué es lo que te dijo el que te envió a bautizar con agua? Sobre quien vieres descender el Espíritu Santo en forma de paloma y posarse sobre Él, ese es quien bautiza en el Espíritu Santo. ¿Te dijo esto, oh Juan, el que te envió? Sí, claramente. ¿Quién te envió? El Padre, ciertamente. Verdadero es Dios Padre, y la Verdad es Dios Hijo” (Comentario a Juan 5, 1).

El Dios veraz

“Porque aquel a quien Dios envía habla palabras de Dios. Él es Dios veraz, y Dios le envía. Dios envía a Dios. Los dos unidos, un solo Dios: Dios veraz enviado por Dios. A la pregunta qué es cada uno, se responde: Dios; a la pregunta qué son los dos, se responde: Dios. No cada uno Dios y ambos Dioses, sino cada uno de ellos es Dios y ambos Dios. El amor del Espíritu Santo llega allí a tal extremo, la concordia de la unidad es tan excesiva, que a la pregunta qué es cada uno, la respuesta es Dios; como a la pregunta qué es la Trinidad, la respuesta es igual: Dios. Porque si el espíritu del hombre, cuando se une a Dios, es un espíritu con Él, como claramente lo dice el Apóstol: El que se une a Dios es un espíritu con Él, ¿cuánto más el Hijo, que es igual al Padre, unido con Él, es un solo Dios juntamente con Él?” (Comentario a Juan 14, 9).

Conjuntamente nos custodian

“Mas no debemos tomar estas palabras en sentido tan carnal, como si alternativamente nos guarden el Padre y el Hijo, haciendo turno en vigilarnos, y como si uno sucediera al otro que se retira: conjuntamente nos custodian el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son un solo Dios verdadero y santo… Cuando, pues, con su presencia corporal guardaba el Hijo a sus discípulos, el Padre no estaba esperando suceder en la guardia al Hijo, que se iba, sino que ambos los guardaban con su presencia espiritual; y cuando el Hijo los retiró su presencia corporal, conservó la vigilancia espiritual juntamente con el Padre. Asimismo, cuando el hijo Hombre los recibió para guardarlos, no los sustrajo a la custodia del Padre; y cuando el Padre los entregó a la custodia del Hijo, no los entregó sin él mismo a quien los entregó, sino que los entregó al Hijo Hombre juntamente con el mismo Hijo Dios” (Comentario a Juan 107, 6).

Los tres panes y la Trinidad

“Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga un peregrino de viaje, al contrario, hazle miembro de tu familia recibiéndole. No temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese pan no se termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Eterno el Padre, coeterno el Hijo y coeterno el Espíritu Santo. Inmutable el Padre, inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo. Creador tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y dador de vida tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Aprende esto tú y enséñalo. Vive tú de él y alimenta al otro. Dios, que es quien da, no puede darte cosa mejor que a sí mismo” (Sermón 105, 4).

El que ama, lo que se ama y el amor

“¿Qué es la dilección o caridad, tan ensalzada en las Escrituras divinas, sino el amor del bien? Mas el amor supone un amante y un objeto que se ama con amor. He aquí, pues, tres realidades: el que ama, lo que se ama y el amor. ¿Qué es el amor, sino una vida que enlaza o ansía enlazar otras dos vidas, a saber, el amante y el amado? Esto es verdad, incluso en los amores externos y carnales; pero bebamos en una fuente más pura y cristalina y, hollando la carne, elevémonos a las regiones del alma. ¿Qué ama el alma en el amigo sino el alma? Aquí tenemos tres cosas: el amante, el amado y el amor. Réstanos remontarnos aún más arriba y buscar estas tres realidades, en la medida otorgada al hombre. Mas descanse aquí un momento nuestra atención, no porque juzgue que ya encontró lo que busca, sino como el que da con el lote donde es preciso buscar alguna cosa. Aún no hemos encontrado, pero hemos topado ya con el lugar donde es menester buscar. Que esto baste y sirva de exordio a cuanto en lo sucesivo hayamos de entretejer” (La Trinidad 8, 10, 14).

Dios no es Triple sino Trinidad

“Siendo, pues, el Padre solo, o el Hijo solo, o el Espíritu Santo solo tan excelso como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo juntos, no se ha de decir triple en ningún sentido... En las realidades espirituales, cuando el inferior se adhiere a un ser de naturaleza superior, como la criatura al Creador, aquel se hace mayor que era antes, no este. En las cosas que no son grandes por su mole, ser mayor equivale a ser mejor. El espíritu de la criatura se hace mejor cuando se allega a su Hacedor, y, por consiguiente, mayor, pues mejora. El que se adhiere al Señor es un espíritu. Pero no por eso se hace mayor el Señor, aunque sí aquel que se adhiere al Señor. En Dios, cuando el Hijo igual se adhiere al Padre igual, o el Espíritu Santo se une al Padre y al Hijo, Dios no se hace mayor que cada una de las personas divinas, pues su perfección no se acrecienta. Perfecto es el Padre, perfecto el Hijo y perfecto el Espíritu Santo; perfecto Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En conclusión Dios es Trinidad, no triple” (La Trinidad 6, 8, 9).

El Espíritu nos hace gemir

“El gemido es propio de las palomas, como todos sabéis, y es gemido de amor. Oíd lo que el Apóstol dice, y no os cause extrañeza que el Espíritu Santo haya querido mostrarse en forma de paloma. No sabemos, dice, pedir en la oración lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inefables. ¿Cómo, mis hermanos, se puede decir que el Espíritu gime, siendo así que goza con el Padre y el Hijo de una perfecta y eterna felicidad? Porque el Espíritu Santo es Dios, como es Dios el Hijo y es Dios el Padre. He dicho tres veces Dios, no tres dioses; mejor es decir tres veces Dios que tres dioses, ya que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, como es bien sabido de vosotros. El Espíritu Santo no gime, pues, en sí mismo ni dentro de sí mismo en aquella Trinidad, en aquella felicidad, en aquella eternidad de sustancia; gime en nosotros, porque nos hace gemir” (Comentario al evangelio de Juan 6, 2).

En el Hijo se expresa el Padre

“El Padre engendró al Hijo como diciéndose a sí mismo, igual en todo a Él; pues no se habría expresado íntegra y perfectamente a sí mismo si en su Verbo hubiera alguna cosa más o menos que hay en Él. Allí reconocemos en grado sumo el Sí, sí; No, no. Y por eso este Verbo es verdaderamente la Verdad. Cuanto existe en la ciencia de la cual fue engendrado, existe en Él, y lo que en ella no existe, no existe en Él. No cabe en este Verbo falsedad, pues inmutablemente es lo que es aquel de quien trae su ser. Nada, pues, puede hacer el Hijo por sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre. Potentemente no puede esto, y no es flaqueza, sino firmeza, por lo que la verdad no puede ser mentira. El Padre conoce todas las cosas en sí mismo y las conoce en el Hijo: en sí mismo como él mismo; en su Hijo como en su Verbo, Verbo de todas las cosas existentes en el Padre. El Hijo conoce todas las cosas en sí, como nacidas de las que el Padre conoce en su esencia; en el Padre, como de donde han nacido las cosas que el Hijo en sí mismo conoce. El Padre y el Hijo mutuamente se conocen: aquel engendrando, este naciendo” (La Trinidad 15, 14, 23).

En Dios nada hay mudable

“En Dios nada se dice según el accidente, pues nada le puede acaecer; sin embargo, no todo cuanto de Él se predica, se predica según la sustancia. En las cosas creadas y mudables, todo lo que no se predica según la sustancia, se predica según los accidentes. En ellas todo puede perderse o disminuir, dimensiones y cualidades. Y dígase lo mismo de las relaciones de amistad, parentesco, servidumbre, semejanza, igualdad, posición, hábito, lugar, tiempo, acción, pasión. En Dios, empero, nada se afirma según el accidente, porque nada mudable hay en Él; no obstante, no todo cuanto de Él se anuncia se dice según la sustancia. Se habla a veces de Dios según la relación... Mas, como el Padre es Padre por tener un Hijo, y el Hijo es Hijo por tener un Padre, estas relaciones no son según la sustancia, porque cada una de estas personas divinas no dice habitud a sí misma, sino a otra persona o también entre sí; mas tampoco se ha de afirmar que las relaciones sean en la Trinidad accidentes, porque el ser Padre y el ser Hijo es en ellos eterno e inconmutable” (La Trinidad 5, 5, 6).

Yo y el Padre somos uno

“No son ambos Dios de Dios, sino que únicamente el Hijo es de Dios, esto es, del Padre. Ni ambos son luz de luz, sino que únicamente el Hijo es luz de luz del Padre. A no ser que se pretenda insinuar e inculcar brevemente la coeternidad del Hijo y del Padre cuando se dice Dios de Dios, luz de luz... Y cuando se dice Dios de Dios, realidad que el Hijo no es sin el Padre, ni el Padre sin el Hijo, es para que se entienda sin vacilaciones que el engendrador no preexiste al que engendró. Y si esto es así, no puede decirse en ellos, esto de aquello, si no lo son los dos. Por ejemplo, no puede decirse Verbo de Verbo, porque no son los dos Verbo, sino sólo el Hijo; ni Imagen de Imagen, pues ambos no son Imagen, ni Hijo de Hijo, pues no son Hijos los dos, según aquella lectura: Yo y el Padre somos uno. Uno somos, dice. Lo que Él es lo soy yo según la esencia, no según la relación” (La Trinidad 6, 2, 3).

El caudal y la fuente son una sustancia

“El Verbo es el Hijo del Padre y su Sabiduría. ¿Qué maravilla, pues, si ha sido enviado, no porque sea desemejante al Padre, sino porque es una emanación pura de la claridad del Dios omnipotente? Allí el caudal y la fuente son una misma sustancia. No como agua que salta de los veneros de la tierra o hendiduras de la roca, sino como luz de luz. Cuando se dice esplendor de la luz eterna, ¿qué otra cosa queremos significar sino que es Luz de luz eterna? ¿Qué es el esplendor de la luz sino luz?... Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos fue enviada no a colmar a los ángeles, ni a hacerse ángel, a no ser en el sentido de anunciar el consejo del Padre, que es también el suyo; ni a morar en los hombres o con los hombres, así estuvo con los patriarcas y profetas, sino para que el Verbo se encarnase, es decir, se hiciese hombre; y en este futuro sacramento radica la salvación de aquellos santos y sabios nacidos de mujer antes que Cristo naciera de una virgen; y esperando en Él y creyendo este misterio encontrarán la salud cuantos esperan, creen y aman” (La Trinidad 4, 20, 27).

Los tres son unidad

“Así como el Padre engendró y el Hijo fue engendrado, así el Padre envía y el Hijo es enviado. Pero el que envía y el enviado, así como el que engendra y el engendrado, son uno, porque el Padre y el Hijo son una misma cosa. Y uno con ellos es el Espíritu Santo, porque los tres son unidad. Nacer es para el Hijo ser del Padre: por el Padre fue engendrado; y ser enviado es conocer su procedencia del Padre. Para el Espíritu Santo ser don de Dios es también proceder del Padre; y ser enviado es reconocer que procede de Él. Y no podemos afirmar que el Espíritu Santo no proceda del Hijo, porque no en vano se le dice Espíritu del Padre y del Hijo. No veo qué otra cosa puede significar aquella sentencia que el Hijo de Dios pronunció al soplar sobre el rostro de sus discípulos y decirles: Recibid el Espíritu Santo. Aquel hálito material, procedente de la sustancia terrena y actuando sobre los sentidos corpóreos, no podía ser sustancia del Espíritu Santo, sino un símbolo para demostrar que el Espíritu Santo no sólo procede del Padre, sino también del Hijo. ¿Quién habrá tan escaso de juicio que ose afirmar ser uno el Espíritu que dio en este soplo y otro muy distinto el que envió después de su ascensión? Luego uno es el Espíritu de Dios, Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu Santo, que obra todas las cosas en todos” (La Trinidad 4, 20, 29).

No es superior el Padre al Hijo

“Pero como muchos pasajes de los libros santos, a causa de la encarnación del Verbo de Dios, llevada a cabo para nuestra redención por Jesucristo, mediador de Dios y de los hombres, insinúan y abiertamente demuestran la superioridad del Padre sobre el Hijo, erraron los mortales, y, sin investigar con diligencia la serie completa de las Escrituras, atribuyeron a la naturaleza que era y es eterna antes de la encarnación lo que se dice de Cristo en cuanto hombre. Los que dicen que el Hijo es inferior al Padre apoyan su sentencia en las palabras del Señor cuando dice: El Padre es mayor que yo. Mas la verdad demuestra que en este sentido el Hijo es también inferior a sí mismo. Y ¿cómo no ha de ser inferior a sí mismo si se anonadó tomando forma de esclavo? No obstante, al vestir la naturaleza de esclavo no perdió la naturaleza de Dios, en la que es igual al Padre. Si, pues, tomó la forma de siervo sin perder su forma de Dios -en su forma de siervo y en su forma de Dios es siempre el Hijo unigénito del Padre-, en su forma divina igual al Padre, y en su forma de siervo, mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, ¿quién no ve que en su forma de Dios es superior a sí mismo y en su forma de esclavo a sí mismo inferior? Con plena razón, la Escritura afirma ambas cosas: que el Hijo es igual al Padre y que el Padre es mayor que el Hijo. No existe aquí confusionismo alguno: es igual al padre por su naturaleza divina, inferior a causa de su naturaleza de esclavo” (La Trinidad 1, 7, 14).

Lo mismo hace el Hijo que el Padre

“No hace el Padre una cosa y el Hijo otra parecida, sino la misma que el Padre y de igual modo. No dice que el Hijo hace obras parecidas a las que hace el Padre, sino que todo lo que hace el Padre lo hace el Hijo también y del mismo modo. Lo que hace Aquel, hace Este: el mundo el Padre, el mundo el Hijo y el mundo el Espíritu Santo. Si hay tres dioses, tres mundos; si un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es un mundo solo, que lo hace el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Lo mismo, pues, hace el Hijo que el Padre; y no lo hace de distinta manera sino que lo hace lo mismo y lo hace de igual modo” (Comentario al evangelio de Juan 20, 9).

Trinidad sin confusión

“Cristo, pues, arguye a quienes arguye el Espíritu Santo. Pero me parece a mí que, ya que por el Espíritu Santo había de ser derramada en sus corazones la caridad que echa fuera el temor, que podía impedirles argüir al mundo, desatado en persecuciones; por esta razón dijo que Él argüirá al mundo; como si dijera: Él derramará en vuestros corazones la caridad, y con ella, expulsado todo temor, tendréis mayor libertad para argüir al mundo. Con frecuencia os he dicho que las obras de la Trinidad son inseparables, pero que una por una son recomendadas las Personas, a fin de que se entienda no sólo la Unidad sin separación, sino la Trinidad sin confusión” (Comentario al evangelio de Juan 95, 1).

Sabiduría y Ciencia

“Pregunto, además, de quién se habla en este pasaje: Porque de Él, y por Él, y en Él son todas las cosas, a Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Si se refiere al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es decir, de Él, al Padre; por Él, al Hijo; y en Él, al Espíritu Santo, entonces es evidente que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, pues añade en singular: A Él la gloria por los siglos de los siglos. Donde tomé esta sentencia no dice: ¡Oh profundidad de la riqueza, sabiduría y ciencia del Padre, o del Hijo, o del Espíritu Santo, sino sencillamente de la sabiduría y ciencia de Dios!” (La Trinidad 1, 6, 12).

Son imagen de Dios

“Los que ven su alma, como puede ser vista, y en ella esta Trinidad sobre la cual he tratado, como pude, de muchos modos, y no creen ni comprenden que son imagen de Dios, éstos ven sin duda el espejo, pero hasta el presente no ven por un espejo al que ahora sólo por un espejo puede ser visto, y ni siquiera saben que el espejo que ellos ven es un espejo, es decir, una imagen. Si lo supieran, quizá sentirían la apremiante necesidad de buscar y ver de una manera cualquiera a aquel cuyo es este espejo, una vez purificados sus corazones por la fe no fingida, para poder ver un día cara a cara al que ahora se ve por un espejo. Despreciada esta fe purificadora de los corazones, ¿qué ganancias obtendrán comprendiendo las sutiles disquisiciones sobre la naturaleza de la mente humana, sino el ser condenados por el testimonio de su propia inteligencia?” (La Trinidad 15, 24, 44).

Hsy una Trinidad en el hombre

“¿Por qué no reconocer allí la Trinidad? ¿Acaso esta sabiduría, que es Dios, no se comprende ni se ama? ¿Quién afirmará esto? ¿Quién no ve que donde no hay ciencia no existe sabiduría? ¿Hemos de creer que la sabiduría divina conoce todas las demás cosas, pero se ignora a sí misma, o que ama todas las cosas y no se ama a sí? Si es impío y necio decir o creer tamaños absurdos, he aquí la Trinidad en la sabiduría, en su noticia y en su amor. En consecuencia, encontramos una trinidad en el hombre: la mente, la noticia que le lleva a su conocimiento y el amor con que se ama” (La Trinidad 15, 6, 10).