"Profetizó Caifás y profetizó Saúl: tenían el don de la profecía, pero no la caridad. ¿Acaso tuvo la caridad Caifás que perseguía al Hijo de Dios, que nos trajo la caridad? ¿Por ventura tenía caridad Saúl, que, envidioso además de ingrato, perseguía a aquel cuya mano le había librado de los enemigos? Hemos probado, pues, que puede encontrarse en alguno la profecía sin la caridad. Pero a éstos la profecía de nada les sirve, según lo dicho por el Apóstol: Si no tengo caridad, nada soy. No dice: «Nada es la profecía» o «nada es la fe», sino: «Nada soy yo, si no tengo caridad». A pesar de tener grandes dones, no es nada; esos mismos grandes dones que tiene no le sirven de ayuda, sino que le llevan a la condena. No es gran cosa tener grandes dones, sino el utilizarlos bien; pero no vive bien quien no tiene caridad. En efecto, sólo la buena voluntad se sirve bien de cualquier cosa; pero no puede haber buena voluntad donde falta la caridad"
(Sermón 162 A, 3).
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