"Para que así la soberbia humana fuese convencida de error y sanada por la humildad divina, y pudiera ver el hombre cuánto se había alejado de su Dios, al ser llamado de nuevo a El por el misterio de un Dios encarnado, dando de este modo el Hombre Dios ejemplo de obediencia al hombre contumaz; para que, al tomar el Unigénito la forma de siervo, sin haber merecido ésta de antemano gracia alguna, se convirtiese en fuente de gracia; para que la resurrección del Redentor fuese una garantía anticipada de la resurrección prometida a los redimidos, y fuese vencido el demonio por la misma naturaleza a la que él se gloriaba de haber engañado; para que, a pesar de esto, no se gloriase el hombre, haciendo renacer en sí de nuevo la soberbia, y para la manifestación, en fin, de cualquiera otra gracia que acerca del gran misterio del Mediador pueda ser descubierta y expresada por los hombres perfectos, o solamente presentida, aunque no pueda ser expresada"
(Enquiridión 108, 28).
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